Bajo la cubierta de una densa neblina conjurada por los hechiceros, Lyra y su grupo avanzaban con sigilo hacia la Torre de Innovación. Los amuletos de dispersión latían suavemente contra sus pechos, absorbiendo cualquier traza de energía mágica que pudiera delatarlos. Con cada paso, la tensión aumentaba. Sabían que no habría segundas oportunidades.
Desde lo alto de un puente colgante, Joren señaló los guardias mecánicos apostados en la entrada principal. —No hay forma de entrar sin activar las alarmas. Necesitamos otra vía— susurró.
Antes de que pudieran decidir, un destello iluminó la neblina. Los sensores de los centinelas mecánicos detectaron su presencia y una sirena rompió el silencio. El primer disparo de energía azulada rasgó la oscuridad. Lyra rodó hacia un lado, lanzando un sello de ruptura que explotó con una onda de choque, desactivando momentáneamente a los autómatas más cercanos.
—¡Nos descubrieron! —gritó Kael, alzando sus manos y conjurando una barrera de energía que bloqueó una ráfaga de disparos.
Los hechiceros y tecnócratas chocaron en un enfrentamiento de fuego y magia. Los centinelas mecánicos disparaban proyectiles de energía comprimida, mientras los hechiceros lanzaban ondas de destrucción arcana y relámpagos cegadores. Joren cargó contra un autómata, incrustando una daga encantada en su núcleo, desactivándolo en el acto.
Lyra avanzó con agilidad, esquivando ataques y lanzando proyectiles imbuidos en magia arcana. Sabía que tenían que abrirse paso antes de que la Máquina del Progreso fuera activada. Con un grito, arrojó un segundo sello de ruptura al pie de la entrada principal. La onda expansiva reventó los sistemas eléctricos de la puerta, forzándola a abrirse con un chispazo de energía inestable.
—¡Dentro, ahora! —ordenó Lyra, mientras el grupo se adentraba en la Torre de Innovación, dejando atrás el caos del combate.