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The Afthermath Of Chaos

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Synopsis
Matrhrir, un mundo mágico nacido de los dioses primordiales, era un refugio de vida y armonía, sustentado por una energía esencial conocida como Motu Proprio. Esta fuerza conectaba a todos los seres vivos, permitiéndoles moldear la realidad según su voluntad. Sin embargo, la paz se vio amenazada cuando criaturas del Vacío, una dimensión caótica, comenzaron a invadir Matrhrir, arrasando con todo a su paso. Para defender su creación, los dioses crearon a los Apóstoles, los primeros humanos, bendecidos con habilidades extraordinarias y un vínculo único con el Motu Proprio. Su misión era cerrar los portales del Vacío, proteger la vida y guiar la evolución del mundo. Sin embargo, el Motu no era una energía fácil de dominar. Su voluntad era impredecible y solo aquellos que demostraban un entendimiento profundo de la vida y la voluntad de Matrhrir podían acceder a su poder. Cuando las criaturas del Vacío atacaron, los Apóstoles lucharon en una batalla brutal por la supervivencia de Matrhrir. Cada enfrentamiento era una prueba de sacrificio y resistencia, y aunque las fuerzas del Vacío corrompieron el Motu en su contra, los Apóstoles lograron sellar los portales y expulsar a los invasores, aunque a un alto costo: muchos murieron, y el mundo quedó marcado por cicatrices irreparables. La batalla, conocida como la Gran Guerra del Año Estoico 0, dejó a Matrhrir en ruinas, pero también transformó la energía del Motu Proprio. La energía liberada durante la guerra permitió que todos los seres vivos de Matrhrir, no solo los Apóstoles, pudieran acceder a la fuerza del Motu. Las criaturas mutaron y nuevas razas nacieron, adaptándose a la nueva realidad del mundo. Con el Motu Proprio extendido, Matrhrir entró en una nueva era. Aunque el legado de los Apóstoles perduró, el Motu se convirtió en una fuerza accesible para todos, permitiendo que quienes demostraran ser dignos pudieran utilizarlo.
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Chapter 1 - Capítulo 1 - El Eco del Oeste

"El Eco del Oeste"

En un pequeño pueblo al oeste, lejos de la capital y de los conflictos del mundo, la tranquilidad reinaba entre montañas cubiertas de nieve y frondosos bosques de pinos. El aire era fresco, casi helado, y el silencio solo era interrumpido por el sonido de un hacha rompiendo madera, resonando como un latido que mantenía vivo el paisaje.

Un joven trabajaba con precisión meticulosa. Cada golpe caía con fuerza calculada sobre los puntos que había marcado previamente en el tronco. Sus movimientos eran firmes, pero con el paso de los minutos, el cansancio se hacía evidente en los suspiros que escapaban de sus labios. Finalmente, con un último golpe y un empujón de su palma curtida, el árbol cayó majestuosamente, levantando una nube de nieve y polvo al golpear el suelo.

El muchacho, de cabello negro desaliñado que caía hasta su cuello, se pasó una mano por la frente para limpiar el sudor. Sus ojos ámbar brillaban con intensidad, contrastando con su expresión de serenidad y cansancio. Vestía una camiseta sin mangas color arena, pantalones militares y botas desgastadas que crujían al hundirse en la nieve. Sobre un tronco caído, descansaba su abrigo de cuero, igual de gastado que su mochila color arena, parcheada en varias partes, y una funda de revólver que dejaba entrever el mango de un arma envejecida.

Suspirando, Aix se acercó a su abrigo, lo tomó con calma y sacó de uno de sus bolsillos una cantimplora de aluminio. Al desenroscar la tapa, el agua helada de su interior ofreció un alivio inmediato cuando bebió largos sorbos. La diferencia de temperatura entre el líquido y su cuerpo le arrancó un último suspiro aliviado antes de volver a enroscar la tapa y guardar la cantimplora.

Aix dejó caer la mirada al hacha que había abandonado en la nieve, listo para retomar su trabajo, cuando un grito resonó a lo lejos:

-¡Aix!

La voz, familiar y cálida, pertenecía a su abuela, Cassandra, quien lo llamaba desde la cabaña. Aix alzó la cabeza y miró hacia la dirección del sonido. El apodo que utilizaba le arrancó una ligera sonrisa; aunque su verdadero nombre era más largo, "Aix" se había convertido en una forma cariñosa de referirse a él.

Aix era un joven de 17 años, con una altura imponente de 1.80 metros y un físico bien definido de 75 kilos. Su cabello negro oscuro, ligeramente largo y liso, caía sobre su frente y nuca de forma descuidada, reflejando su desinterés por la apariencia. A pesar de su juventud, sus manos estaban curtidas por el trabajo, y su expresión, aunque serena, dejaba entrever una personalidad introspectiva y reservada.

Sin apresurarse, recogió sus cosas. Ató los ocho troncos que había cortado con las sogas que llevaba en su mochila, ajustó esta última al frente de su torso para liberar su espalda, y colgó el hacha en un gancho de su cinturón. Su revólver, enfundado, descansaba en su costado derecho. Con un solo brazo, levantó el peso de los troncos y los apoyó en su hombro, demostrando una fuerza que no parecía normal para alguien de su complexión.

El Poder del "Motu Proprio"

En el mundo de Marthir, donde vivía Aix, existía una energía primordial conocida como "Motu Proprio", una fuerza intrínseca que conectaba a todos los seres vivos. Esta energía era capaz de moldear la realidad según la voluntad del usuario, pero dominarla no era sencillo. El "Motu" tenía voluntad propia, y solo aquellos elegidos podían acceder plenamente a su potencial. Aix, aunque joven, había comenzado a demostrar habilidades excepcionales gracias a esta conexión, aunque todavía no comprendía completamente su alcance.

Mientras caminaba hacia la cabaña, la brisa helada acariciaba su rostro, y la nieve crujía bajo sus botas. Cassandra, su abuela, lo esperaba en la entrada, con una sonrisa cálida que iluminaba su rostro juvenil a pesar de sus ochenta años. Su cabello castaño con mechones blancos enmarcaba unos ojos ámbar idénticos a los de su nieto, reflejando sabiduría y cariño.

-Hola, hijito. ¿Ya terminaste de cortar? -preguntó mientras se limpiaba las manos con una toalla blanca.

-Sí, abuela, terminé justo cuando me llamaste. ¿Necesitabas algo? -respondió Aix, dejando caer los troncos al suelo y buscando su abrigo sobre uno de ellos.

-Quería que vayas a buscar a tu primo y a Vilheim -dijo Cassandra, con un tono que mezclaba calma y preocupación.

Al oír el nombre de Vilheim, Aix suspiró profundamente y frunció ligeramente el ceño.

-¿Otra vez? ¿Soy su niñera? Si no fuera invierno, seguro un GreatBear ya se los habría comido.

Cassandra agitó la toalla con paciencia y soltó un leve suspiro antes de entrar en la cabaña.

-No seas así, Aix. Si no fuera por ellos, serías un amargado como tu abuelo.

Aix murmuró para sí mismo mientras se ponía el abrigo:

-El abuelo era genial.

El joven comenzó a caminar hacia el bosque, donde intuía que encontraría a los otros dos. La tarde ya estaba cayendo, y el cielo se teñía de tonos púrpuras y anaranjados. La nieve hacía más difícil el trayecto, pero sus botas, herencia de su abuelo, soportaban bien las inclemencias del terreno. Cada prenda que llevaba tenía impregnada la energía del viejo hombre, quien, a pesar de haber fallecido años atrás, parecía seguir cuidándolo a través de esos objetos.

Sacudiendo los pensamientos melancólicos, Aix pronto escuchó voces y risas en un claro. Allí estaban Ileon, su primo, y Vilheim. Ileon, de 15 años, estaba sentado en un tronco caído, con su cabello castaño y semi largo cubierto parcialmente por una bufanda marrón. Su actitud despreocupada lo hacía parecer más joven de lo que era. Vilheim, por otro lado, trabajaba en silencio, recogiendo árboles que claramente había derribado con sus propias manos. Su torso desnudo, lleno de cicatrices, relucía bajo la luz tenue del atardecer.

-¡Heeey! -gritó Ileon al ver a Aix, saludándolo con una amplia sonrisa mientras levantaba la mano.

Vilheim, como era habitual, apenas asintió en señal de reconocimiento. Aix suspiró y caminó hacia ellos, observando con desdén la cantidad de árboles caídos, que era mucho mayor a la que él había logrado cortar.

-La abuela me envió a buscarlos. Es hora de cenar -dijo sin rodeos, ignorando la mano extendida de Ileon.

Ileon, como si no percibiera la tensión, señaló los troncos y comentó con entusiasmo:

-¡Mira todo esto! Vilheim está canalizando mejor su Autem.

Aix apenas giró la cabeza hacia él y luego respondió con tono seco:

-Apúrense. Vámonos.

Lo que comenzó como una interacción rutinaria pronto escaló en una discusión, típica entre ellos. Ileon, indignado por la actitud de Aix, lo acusó de ser constantemente gruñón y distante. Aix, por su parte, lo enfrentó, reprochándole su aparente falta de responsabilidad.

La conversación terminó cuando Vilheim, sin decir una palabra, dejó caer un grupo de troncos con un fuerte golpe. Aix tomó sus sogas, comenzó a atarlos y, con la ayuda de los otros dos, organizaron la madera para llevarla de regreso a la cabaña.

El regreso fue silencioso, pero justo cuando estaban a punto de llegar, algo detuvo a los tres en seco. Frente a la cabaña, un GreatBear de proporciones titánicas, con un pelaje denso y una presencia aterradora, tenía su cabeza metida en el techo de la vivienda.

El monstruo, de más de 20 metros de altura y 120 toneladas, giró lentamente al escuchar el ruido de los troncos cayendo al suelo. Su hocico goteaba sangre, y la mitad de su rostro estaba corroída por un líquido oscuro que emitía un leve vapor.

El miedo se apoderó de los tres al instante. Sus cuerpos se tensaron mientras sus mentes repetían la misma pregunta desesperada:

"¿Dónde está la abuela?"