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Chapter 2 - Capítulo 2 - Oportunidades

El ambiente era una mezcla asfixiante de tensión y terror. El aire parecía haberse vuelto denso, como si compartiera el mismo miedo que inmovilizaba a Ileon. Sus piernas, ancladas al suelo, no respondían, a pesar de que Aix y Vilheim gritaban en su subconsciente, rogándole que se moviera. Pero era inútil. El pánico lo había petrificado.

Frente a ellos, la criatura se erguía como una pesadilla viviente. Su presencia era imponente, majestuosa e intimidante. Los miraba fijamente, casi como si esperara algo, mientras avanzaba con pasos lentos pero firmes. Cada una de sus patas gigantescas se hundía en la nieve, levantando pequeñas nubes blancas que se extendían a su alrededor como una niebla que ocultaba cualquier esperanza. La bestia parecía diseñada para encarnar los peores temores del ser humano, su único ojo sano brillando a través del manto helado como un faro de muerte.

De repente, la criatura se irguió sobre sus patas traseras, superando la altura de los árboles que los rodeaban. Su sombra cubrió a los tres muchachos, y en un movimiento brutal volvió a caer sobre sus cuatro patas. El impacto generó una onda expansiva que arrasó con todo a su paso, dispersando la nieve y derribando a los jóvenes como hojas al viento.

Vilheim fue el primero en ser arrastrado por la ráfaga. Su cuerpo chocó contra varios árboles, sus músculos tensos intentando resistir la fuerza que lo empujaba. Los troncos que llevaba cayeron tras él, enterrándolo parcialmente en la nieve al final de su trayectoria. Aix, por otro lado, logró reaccionar en el aire. Aunque también atravesó ramas y troncos, logró aferrarse a la copa de un árbol. Los troncos que transportaba apenas lo rozaron antes de caer pesadamente al suelo.

Ileon, más ligero al no cargar peso, fue lanzado aún más lejos. Rodó cuesta abajo, golpeándose contra piedras y raíces hasta chocar contra un árbol. Apenas tuvo tiempo de respirar antes de que uno de los troncos que Aix había soltado rodara por el mismo camino, aplastando su abdomen contra el tronco que lo había detenido.

La cabaña detrás de la bestia no salió indemne. Partes del tejado y las paredes fueron arrancadas por la ráfaga. La estructura tambaleaba, amenazando con colapsar en cualquier momento. Ninguno de ellos sabía si la abuela de Aix seguía dentro, viva o muerta. Esa incertidumbre nubló la mente de Aix, sumiendo su corazón en una tormenta de impotencia.

Desde la rama donde estaba, Aix observó la escena devastadora. Su hogar, su refugio, ahora era un campo de ruinas. Y la bestia, la causa de todo, seguía avanzando hacia la cabaña, mirándolo fijamente.

—¿Qué está pasando? —pensó Aix, su mente invadida por preguntas sin respuesta—. ¿Por qué hay un GreatBear aquí? ¿Tan cerca del pueblo? ¿Por qué ahora?

El miedo cedió lugar a la adrenalina. No podía permitir que la criatura destruyera todo lo que amaba. Con dolor, pero determinado, Aix desenvainó el revólver de su abuelo, un arma vieja pero llena de historia y poder. El metal brilló con un resplandor ámbar, sincronizándose con el fulgor de los ojos de Aix. Toda su ira, su miedo y su voluntad se condensaron en esos segundos.

Disparó. Cinco balas resonaron como truenos en el bosque invernal, cada una encontrando su marca. El GreatBear rugió de dolor; las balas habían atravesado su gruesa piel y músculos. La criatura giró con furia, lanzando un zarpazo que arrancó de raíz el árbol donde estaba Aix. Pero el joven reaccionó a tiempo, saltando de una rama a otra, esquivando los ataques con agilidad, aunque cada movimiento lo llevaba al límite.

—Solo me queda un disparo… —pensó, jadeando mientras evaluaba la situación—. Tiene que ser el definitivo.

La bestia no dejaba de atacarlo, destruyendo los árboles a su alrededor hasta que no quedó ninguno en pie. Aix quedó suspendido en el aire, indefenso. La criatura preparó su último ataque, un zarpazo que parecía inevitable.

—¿Voy a morir? —fue el único pensamiento que cruzó por su mente.

Pero antes de que la garra lo alcanzara, algo impactó en el costado de la bestia con una fuerza descomunal. La criatura gimió, tambaleándose hacia un lado. Aix vio, con asombro y alivio, a Vilheim. A pesar de sus heridas, el joven había logrado levantarse y darle un puñetazo que dejó al descubierto el cráneo parcialmente derretido de la criatura.

Esa era la oportunidad que Aix necesitaba. En el aire, apuntó con precisión. El revólver brilló una última vez, el poder acumulado vibrando en el aire helado. Exhaló lentamente, concentrando toda su fuerza de voluntad en ese disparo.

El destello iluminó la noche. La bala atravesó el cráneo del GreatBear, destrozando su cerebro. La criatura cayó como una montaña desplomándose, levantando otra nube de nieve antes de quedar inerte.

Aix cayó a unos metros de la cabaña, agotado, su cuerpo gritando por el esfuerzo. La luna iluminaba su rostro pálido, mientras los copos de nieve descendían suavemente sobre él. Con las últimas fuerzas que le quedaban, giró la cabeza hacia la cabaña. Entre la niebla y los escombros, vislumbró una silueta desconocida antes de perder el conocimiento.

—A… abuela… —susurró, antes de que la oscuridad lo envolviera por completo.