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Chapter 4 - Capítulo 4 - Marcas en la Nieve

Cuando llegó a la herrería, Aix se detuvo frente a la imponente puerta de madera, reforzada con grabados metálicos que le daban un aire solemne. Contempló la manija de metal frío y, con cierta vacilación, posó su mano sobre ella. Un suspiro escapó de sus labios mientras intentaba ordenar los pensamientos que se arremolinaban en su mente. Sin embargo, antes de que pudiera seguir dudando, sintió la firme pero cálida mano de Nilfhm posarse sobre su hombro. El viejo herrero le dedicó una sonrisa serena, un recordatorio silencioso de que no estaba solo. Aix inhaló profundamente y reunió el valor para entrar.

El interior de la herrería era un espectáculo de metal y maestría. Espadas y escudos adornaban las paredes, muchos de ellos marcados con antiguas runas que otorgaban propiedades especiales a sus estructuras. Sin embargo, la mayor parte del taller estaba dedicada a postes, soportes y otras construcciones metálicas, pues Nilfhm era más solicitado para la arquitectura del pueblo que para la creación de armas o artefactos mágicos.

A pesar de vivir en un pueblo alejado, el viejo herrero era una figura reconocida en el mundo de la forja. De vez en cuando, mercenarios y aventureros llegaban desde tierras lejanas con la esperanza de encargarle un arma o armadura a medida. Y en ocasiones aún más raras, Cazadores de distintos rincones del continente cruzaban montañas y ríos para solicitar sus servicios.

Tras admirar el taller, Aix avanzó hacia la parte trasera del local, donde se encontraba la forja. Nilfhm lo siguió en silencio.

Frente a él se alzaba otra puerta, esta vez de metal. Un azul gélido cubría su superficie, y antiguas runas estaban grabadas en ella como cicatrices de un lenguaje olvidado. Esta vez, Aix no dudó. Extendió la mano, giró la manija y se adentró en la forja.

Un intenso calor lo envolvió de inmediato, contrastando con el frío invernal del exterior. Entrecerró los ojos instintivamente, tratando de acostumbrarse al cambio abrupto de temperatura. Apenas logró adaptarse cuando sintió que algo, o más bien alguien, se abalanzaba sobre él.

—¡CREÍ QUE NO DESPERTARÍAS JAMÁS! —gritó Ileon, su voz quebrándose por la emoción mientras lo envolvía en un abrazo desesperado.

Aix intentó zafarse de él, luchando por despegarse mientras sentía cómo el calor del lugar se volvía aún más sofocante.

—¡SUÉLTAME, HACE DEMASIADO CALOR! —protestó, empujándolo con algo de esfuerzo hasta que finalmente logró separarse. Se secó el sudor de la frente con la manga y exhaló con pesadez.

Ileon llevaba puesta una remera blanca sin mangas, manchada con rastros de grasa y hollín. Sus manos estaban cubiertas con gruesos guantes de piel de oso, grabados con runas que seguramente lo protegían del calor extremo y las llamas de la forja.

El corazón de la herrería ardía en la forja. Varios hornos de barro y ladrillo se alineaban contra las paredes, cada uno de ellos con inscripciones rúnicas que canalizaban el fuego de manera eficiente. Yunque tras yunque descansaba junto a los hornos, acompañados de herramientas meticulosamente dispuestas: martillos de diferentes tamaños, tenazas de plata y cobre, y moldes de armas a medio terminar. El aire olía a metal fundido, madera quemada y el leve rastro de sudor de quienes trabajaban allí.

Luego de reencontrarse, Aix e Ileon se alejaron del calor abrazador y fueron a sentarse afuera, en una pequeña plaza frente a la herrería. La nieve seguía cayendo suavemente, formando un paisaje tranquilo y contrastando con el ardor del taller. Cada uno sostenía una taza de chocolate caliente entre las manos, el vapor elevándose en espirales que se desvanecían en el aire frío.

—Después del funeral de la abuela... Vilheim volvió a la cabaña —murmuró Ileon, con la mirada perdida en su taza—. Durante semanas fui a buscarlo para convencerlo de que regresara al pueblo, pero... me ignoraba...Quizá este molesto conmigo..si no hubiera quedado inconsciente..-

Aix notó la tristeza en sus ojos, el peso de la culpa colgando de sus palabras. Sin decir nada, extendió una mano y la posó suavemente sobre su cabeza. Ileon lo miró sorprendido antes de sonreír, apenas un gesto, pero sincero.

—No pienses en lo que pudo haber sido —le dijo Aix, aunque en el fondo sabía que él mismo no podía seguir su propio consejo. Su mente aún lo torturaba con pensamientos de lo que pudo haber hecho para salvar a su abuela.

Se obligó a enfocarse en el presente.

—Vamos a ver a Vilheim. Nilfhm quiere hablarnos a los tres... además, quiero ver cómo está la cabaña.

Las horas pasaron, y los dos jóvenes se prepararon en la cabaña de Nilfhm para el viaje de regreso a su hogar.

—Aix, no pude arreglar del todo tu revólver. No tengo los materiales necesarios, así que no soportará mucho Motu. Dispara solo si es necesario —advirtió Nilfhm mientras le entregaba el arma.

Aix asintió, sintiendo el peso familiar del revólver en su mano.

—Sin embargo —continuó el viejo herrero—, tu abuelo siempre me dijo que tenía un material raro en su cobertizo. Nunca pudo traerlo, y yo nunca tuve tiempo de ir a verlo.

Aix guardó la información en su mente. Después de todo, cualquier cosa que su abuelo hubiera dejado atrás podía ser útil.

Finalmente, él e Ileon emprendieron el viaje hacia la cabaña, envueltos en gruesos abrigos rúnicos que los protegían del frío. Esta vez, Ileon llevaba unos guantes negros con marcas diferentes a las de Nilfhm, un par de emergencia que había preparado por si otra amenaza se presentaba. Sin embargo, desde aquel día fatídico, el Greatbear no había vuelto a aparecer.

El camino era largo. Las horas transcurrieron mientras avanzaban entre los árboles, cada paso acercándolos al lugar donde todo había cambiado. La nieve crujía bajo sus botas, y el viento helado susurraba entre las ramas desnudas.

A lo lejos, la cabaña finalmente apareció entre la bruma invernal, esperando su regreso.