Solo quedaban el líder de los vándalos y un puñado de hombres, pero aun así representaban una amenaza mayor que los refugiados mal armados que intentaban resistir. Era claro que necesitábamos un cambio de estrategia para tener alguna oportunidad de ganar.
Mis ojos se posaron en el hombre robusto que luchaba con una lanza. Sus movimientos eran precisos y poderosos, nada que esperarías de un simple granjero. Algo en él destacaba, como si estuviera acostumbrado a la batalla, aunque su apariencia dijera lo contrario.
—¡Oye, grandote! ¿Cómo te llamas? —. Grité con fuerza para que pudiera oírme en medio del caos.
El hombre giró ligeramente la cabeza, esquivando un golpe mientras me lanzaba una mirada confundida.
—¿Me hablas a mí? —. Respondió, incrédulo, mientras empalaba a su atacante con un giro hábil de la lanza.
—¡Sí, tú! ¿Acaso hay otro grandote aquí? ¿Cuál es tu nombre?
—Soy… eh, Leofric. ¿Por qué? —. Dijo, aún más desconcertado, bloqueando otro ataque sin perder el ritmo.
—Bien, Leofric, yo soy Orión. Necesito que vengas conmigo. Vamos a acabar con esto de una vez —dije señalando al líder que nos observaba desde lo alto de la colina.
—¿Por qué yo? —. Preguntó, dudando, aunque su postura seguía firme en el combate.
—Porque eres uno de los más fuertes aquí. Tú abrirás un camino para que yo pueda encargarme de ese tipo. Vamos, no tenemos tiempo que perder.
Sin decir más, Leofric asintió y remató al vándalo que tenía enfrente. Corrió hacia mi posición, su lanza, cortando el aire como una extensión de su voluntad. Juntos avanzamos, derribando a cualquiera que se interpusiera en nuestro camino.
El trayecto hacia la colina fue una mezcla de caos y determinación. Cada paso era una lucha, pero con Leofric a mi lado, logramos abrirnos paso hasta quedar frente a frente con el líder de los vándalos.
El hombre nos observaba con una sonrisa sardónica, como si disfrutara del espectáculo. Su imponente figura destacaba bajo la luz del crepúsculo, y la espada en su mano parecía tan pesada como el caos que había desatado.
—Así que los héroes han llegado —. Dijo con voz grave, llena de sarcasmo. —Espero que sean algo más interesantes que los insectos que aplasté antes.
—Disfruta de tus últimas palabras —. Dije, alzando mi espada mientras los ojos de mi máscara comenzaban a brillar intensamente. —Porque no volverás a bajar de esta colina con vida.
Leofric tensó la mandíbula, listo para pelear, mientras el líder adoptaba una postura defensiva, preparado para el enfrentamiento que decidiría el destino de todos.
—¡Leofric! No dejes que nadie se acerque mientras me encargo de este tipo.
Leofric asintió, manteniéndose firme y girando su lanza para enfrentar a los enemigos que seguían acercándose.
—Bien, yo me encargo, pero no tardes mucho. No creo que pueda aguantar para siempre —respondió con un tono serio, mientras bloqueaba el ataque de un vándalo.
Volví mi atención al líder. Estaba concentrado, analizando cada uno de sus movimientos. Su postura era relajada, pero su mirada revelaba confianza y experiencia.
—Oye, mocoso, ¿cómo te llamas? —preguntó con desdén mientras se abalanzaba hacia mí con su espada levantada.
—Eso no importa. Lo único que debes saber es que vas a morir aquí —respondí, esquivando su ataque con rapidez.
Mientras nuestros aceros chocaban, algo me golpeó de repente, no físicamente, sino en mi mente. Mis movimientos eran más rápidos, más precisos, más mortales. Al haber enfrentado a tantos oponentes más débiles, no me había dado cuenta de cuánto había mejorado. Cada esquiva, cada golpe, se sentía como si mi cuerpo y la espada fueran uno solo.
Él retrocedió un paso, evaluando la situación con una ceja arqueada.
—No estás mal, mocoso. Pero no es suficiente —gruñó antes de atacar nuevamente, esta vez con mayor fuerza y velocidad.
Lo enfrenté sin titubear, siguiendo los trazos que la máscara me mostraba. A medida que intercambiábamos golpes, una sensación extraña comenzó a invadirme: una certeza de que, si lograba matarlo, algo en mí cambiaría. Podría mejorar aún más, superar mis límites.
—Soy Uhtred, el jefe de esta banda de inútiles —declaró con una sonrisa arrogante, mientras blandía su espada con confianza. Sus ojos me analizaban, buscando debilidades. —No peleas mal para ser alguien tan joven, pero dime, ¿cuál es la razón para esconderte detrás de esa máscara?
—Eso es para que los bastardos a los que mato no sepan quién los envió al infierno —respondí sin apartar la mirada de él. —Así sufren más.
Uhtred soltó una carcajada seca, cargada de burla. Sin darme tiempo a responder, lanzó un golpe directo, que apenas logré bloquear.
Cada choque de espadas resonaba en mis oídos. Bloqueaba sus ataques con esfuerzo, pero algunos lograban alcanzarme, dejando cortes superficiales en mis brazos y costados. El dolor era un recordatorio constante de que no podía bajar la guardia, aunque no era suficiente para detenerme.
Seguía el camino que la máscara me trazaba: esquivar, encontrar los puntos débiles en su guardia, atacar con precisión. Pero Uhtred no era como los demás. Este hombre sabía leer mis movimientos y adaptarse. Cada vez que intentaba un ataque, encontraba su espada esperándome, lista para detenerme.
Mi respiración se aceleraba mientras buscaba desesperadamente una abertura. Esto no era suficiente. No podía depender únicamente de la máscara. Si quería ganar, necesitaba algo más, algo que él no pudiera prever.
Retrocedí unos pasos para tomar distancia, observando cada movimiento de Uhtred. Mi mente trabajaba frenéticamente, buscando una estrategia, mientras él me miraba con una mezcla de burla y desafío.
—¿Eso es todo lo que tienes? —. Preguntó con tono despectivo, girando su espada como si esto fuera un juego para él. — Tal vez sobreestimé a los que se esconden detrás de máscaras.
Ignoré sus palabras, concentrándome en el sonido de mi propia respiración y el latido de mi corazón. Mi cuerpo estaba cansado, pero mi determinación era más fuerte.
—Claro que no, solo estoy calentando —respondí con voz firme, aunque el cansancio era evidente en mis palabras. Mis manos temblaban ligeramente, el peso de la espada comenzaba a sentirse como una carga, pero no podía dejar que lo notara.
Uhtred esbozó una sonrisa arrogante al escuchar mi respuesta. Su confianza era aplastante, como si ya hubiera ganado esta pelea en su mente.
Tenía que pensar rápido, cambiar mi enfoque. No bastaba con la espada. Era un error limitarme solo a defender y atacar de la manera tradicional.
Tenía que usar todo mi cuerpo.
Mis piernas, mis codos, mis rodillas… Todo lo que pudiera servirme como un arma. Si quería ganar, tendría que ser creativo, impredecible, y aprovechar cada oportunidad que se me presentara para dañarlo.
Avancé hacia él con decisión, esquivando su siguiente ataque con un paso lateral. En el instante en que giró para seguirme, lancé un golpe con el pomo de mi espada, dirigiéndolo a su muñeca. El impacto hizo que retrocediera un paso, sorprendido por mi cambio de estrategia.
Antes de que pudiera reaccionar del todo, giré mi cuerpo y utilicé mi codo para golpearlo en el costado, aprovechando la apertura en su guardia.
—¿Qué demonios…? —. Gruñó, claramente desconcertado.
No respondí. No había tiempo para palabras. Mi objetivo era mantenerlo desequilibrado, forzarlo a cometer un error que pudiera aprovechar.
Me mantuve cerca de él, esquivando sus ataques con movimientos ágiles y contrarrestando con golpes rápidos y precisos. Una patada en la rodilla, un codazo en las costillas, incluso un cabezazo cuando estuvimos cuerpo a cuerpo.
Uhtred gruñía con cada golpe, su arrogancia se desvanecía lentamente, reemplazada por una frustración evidente.
—Eres más escurridizo de lo que pensé, mocoso —. Susurro entre dientes, mientras ajustaba su postura.
—Y tú estás perdiendo el control —. Respondí con una media sonrisa, ocultando el hecho de que mis músculos ardían por el esfuerzo.
Sabía que este era el momento clave. Si seguía atacando sin darle tiempo a recuperar la ventaja, tenía una oportunidad de vencerlo.
—¡Rápido, Orión! No aguantaré mucho más, acaba con él de una vez —. Gritó Leofric mientras se enfrentaba a varios enemigos al mismo tiempo, con su lanza girando y bloqueando ataques desde todas las direcciones.
—¡Sí, ya casi termino con este tipo! —. Respondí con una sonrisa forzada, aunque sentía el peso del cansancio en mi cuerpo. Uhtred seguía siendo peligroso, pero lo estaba debilitando golpe tras golpe.
Cada ataque que lanzaba era más lento que el anterior. Mis golpes al pecho, las piernas y la cabeza lo habían desgastado física y mentalmente. La arrogancia inicial había desaparecido de su rostro, reemplazada por una mezcla de furia e incredulidad.
Finalmente, Uhtred dejó de ser capaz de sostener su espada correctamente. Sus manos temblaban, su respiración era irregular, y una gota de sudor bajaba por su frente mezclándose con la sangre.
Con sus últimas fuerzas, lanzó un ataque desesperado hacia mí. Fue lento, predecible. Lo esquivé con facilidad, desviando sus brazos con una mano mientras giraba mi cuerpo para tener una posición de ventaja.
En un movimiento rápido y decisivo, hundí mi espada en su pecho.
Uhtred soltó un gruñido bajo, sus ojos se abrieron ampliamente por un instante, y luego su cuerpo perdió toda tensión.
Lo sostuve por un segundo, antes de retirar mi espada de su pecho. Su cuerpo cayó al suelo con un ruido sordo, como el eco final de una lucha que ya había terminado.
Me giré hacia Leofric, que todavía luchaba con los últimos vándalos.
—¡Se acabó, ahora solo quedan estos pocos! —. Grité, mientras el peso de la batalla comenzaba a caer sobre mí.
Luego de acabar con los últimos vándalos, Leofric y yo nos apoyamos mutuamente, ambos agotados, mientras nos dirigíamos hacia los sobrevivientes. El aire estaba pesado, impregnado con el olor de la sangre y el sudor, pero finalmente la calma parecía empezar a asentarse.
Al llegar, me quité la máscara. Frente a mí estaba la señorita Elena, de pie junto a Finan, quien parecía un poco desorientado, aunque afortunadamente ileso, aunque cubierto de sangre tanto la suya como la de los vándalos. A su lado, los cinco guardias que quedaban permanecían firmes, aunque claramente exhaustos y con heridas visibles. La escena mostraba la pesada carga que habíamos soportado, pero al menos estábamos vivos, y eso era lo único que importaba en ese momento.
La mirada de Elena se cruzó con la mía, y aunque no dijo nada, sus ojos reflejaban gratitud y alivio al ver que habíamos terminado con la amenaza.
—¿Estás bien? —. Le preguntó Leofric a Finan, su voz grave, pero con un tono de preocupación. Finan asintió lentamente, limpiándose la frente con el dorso de la mano, pero el cansancio era evidente en sus ojos.
—Sí, solo un poco cansado —. Respondió Finan, tratando de mantenerse erguido, aunque la fatiga era evidente en su rostro.
La batalla había sido brutal, y aunque la victoria era nuestra, el precio había sido alto. Los sobrevivientes eran pocos, y las cicatrices que llevaban, tanto físicas como emocionales, seguirían con ellos mucho después de que la última gota de sangre se secara.
—Deberíamos acampar aquí hasta que amanezca —. Sugerí, mirando a nuestro alrededor mientras trataba de calmar mi respiración agitada. —Estamos todos muy agotados. Necesitamos limpiarnos y descansar un poco.
Un guardia, visiblemente nervioso, se adelantó.
—¿Y si nos atacan de noche? Estaríamos indefensos.
Lo miré un momento, sopesando sus palabras. Sabía que la preocupación era válida, pero también que nuestras fuerzas no daban para más.
—No creo que eso pasé —. Respondí con firmeza. —Ya acabamos con los vándalos más cercanos. De noche no se atreverían a atacarnos, y además estamos en medio de la nada. Si hubiera más enemigos cerca, ya nos habrían emboscado.
La tensión se disipó ligeramente al escuchar mi respuesta, aunque los ojos de todos seguían alerta, no dejando de observar el entorno. Al final, la necesidad de descanso pesaba más que el miedo a otro ataque, y poco a poco comenzaron a asentir, aceptando que no había mucho más que pudiéramos hacer esa noche.
—Orión tiene razón —. Dijo la señorita Elena, mirando a su alrededor con un gesto firme—. Estamos todos cansados. Deberíamos descansar. Usen un poco del agua que tenemos, y asegúrense de limpiarse, no querrán estar cubiertos de sangre toda la noche. Los heridos que atiendan sus heridas.
Su tono era autoritario, pero lleno de preocupación, y aunque todos sabían que la decisión de descansar era la más sensata, no dejaban de mirar al horizonte, aún alertas ante cualquier posible amenaza.
Luego de limpiarme, me senté junto a Finan y Leofric alrededor de la fogata para calentarnos. Las llamas danzaban mientras compartíamos un momento de calma después de todo el caos.
Finan comenzó a contarle a Leofric sobre su origen, sobre cómo era el hijo del Lord de Esperion y cómo su familia había caído en la devastación.
Vi cómo el rostro de Leofric se tensaba al escuchar esa parte. Un leve enojo cruzó su expresión, algo comprensible, considerando lo que los nobles habían causado: caos, dolor y sufrimiento a tantas personas. Los recuerdos amargos no se olvidan fácilmente.
Pero cuando Finan relató cómo su madre se sacrificó para salvarlo, y cómo yo lo había rescatado después de la tragedia, algo cambió en la expresión de Leofric. El enojo dio paso a una mirada más compleja, como si, por un momento, pudiera comprender lo que significaba perder a alguien querido y vivir con la carga del sacrificio.
—Pasaste por mucho en tan poco tiempo, lo siento por ti chico.
Luego fue el turno de Leofric para contar su historia. Mientras el fuego crepitaba, su voz se tornó grave y cargada de emoción.
Leofric relató que, en su juventud, había sido un guerrero respetado al servicio del Lord de Esperion, pero cuando el Lord estaba esperando, su primer hijo decidió retirarse para vivir una vida tranquila en una granja con su esposa e hijo a las afueras de Esperion.
Sin embargo, esa paz se rompió cuando un grupo de vándalos exigió una cuota a cambio de "protección". Se negó a pagar, al principio no hubo consecuencias. Pero el día que hablo Dios, los vándalos regresaron y quemaron su hogar, matando a su familia.
Cuando Leofric llegó, los encontró y fue golpeado por ellos. Al preguntarles por qué lo hacían, le respondieron que el Lord de Esperion les había dado permiso, siempre y cuando recibiera una parte de lo que ganaban.
Leofric, mirando a Finan, le explicó su dolor sin odio, solo tristeza.
—No te culpo a ti. No eres el responsable de lo que hizo tu padre. El caos no empezó contigo, ni con tu familia. Yo… —. Hizo una pausa, como si las palabras le costaran salir —, yo solo estoy tratando de sobrevivir, igual que tú.
Eran demasiadas historias tristes, así que decidí no contar la mía, en parte para no seguir afectando a Finan, que aún se sentía culpable. Para evitar seguir hurgando en esas heridas, simplemente dije:
—Estoy cansado, creo que voy a dormir un poco.
Tanto Leofric como Finan asintieron, mostrando en sus rostros el agotamiento que también pesaba sobre ellos.
Sin decir más, nos acomodamos al pie de la fogata, dejando que el silencio de la noche nos envolviera. El calor de las llamas y la tranquilidad del momento nos ayudaron a relajarnos, y poco a poco, todos nos dejamos llevar por el sueño, conscientes de que al día siguiente nos esperaba un nuevo desafío.