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Chapter 7 - Capítulo 6: Reencuentro

Me posicioné en medio de Leofric y Finan, tratando de mantener una postura neutral. No sabía qué hacer ante esta situación; era incómodo. Cualquier cosa que dijera o hiciera podía ser interpretada como una falta de respeto hacia el padre de Elena o los presentes.

Sentía el peso de todas las miradas, pero sobre todo la de Lucifer, cuya sonrisa de superioridad permanecía fija en mí como si estuviera evaluando cada uno de mis movimientos.

El padre de Elena nos observó con una mezcla de curiosidad y gratitud. Su porte imponente reflejaba el de un hombre acostumbrado a liderar, y cuando habló, su voz era grave pero no carente de calidez.

—Jóvenes, agradezco profundamente su valentía y sacrificio. Sin ustedes, mi hija y los demás no habrían llegado con vida. Columba les debe mucho, y yo les estaré eternamente agradecido.

Hizo una leve pausa, mirando a cada uno de nosotros antes de continuar.

—Por favor, cuéntenme, ¿cómo fue el viaje? ¿Qué obstáculos enfrentaron en el camino?

Finan y Leofric intercambiaron una mirada, claramente incómodos, pero Finan fue el primero en hablar, describiendo brevemente los ataques y la batalla en el estrecho, en las montañas. Yo permanecí en silencio, dejando que ellos hablaran.

Mientras escuchaba, no pude evitar notar que Lucifer seguía observándome, como si estuviera esperando algo. Y el hombre que lo acompañaba, aunque más reservado, me miraba con una intensidad que no podía descifrar.

Cuando Finan terminó de hablar, el padre de Elena asintió lentamente.

—Lo que han vivido es una prueba de su fortaleza. Pero ahora están en Columba, un lugar de paz. Descansen, coman, y si hay algo que necesiten, no duden en pedírmelo.

Todos aplaudieron, rompiendo la tensión que había llenado el salón. Aproveché ese momento para respirar profundamente, aunque sabía que esto era solo el comienzo de algo más grande.

Estaba a punto de regresar a mi lugar anterior, buscando escapar de las miradas que me escrutaban desde todas las direcciones, cuando Lucifer rompió el silencio con una voz calmada, pero cargada de intención:

—Señor Alfredo, Orión es el joven del que le hablé antes. Ha llegado más rápido de lo que esperaba.

Su declaración resonó en el salón, dejando un silencio palpable en su estela. Mis pasos se detuvieron en seco, y sentí un nudo formarse en mi estómago. Todas las miradas, que ya eran incómodas antes, se dirigieron hacia mí con renovada intensidad.

El padre de Elena, Alfredo, frunció ligeramente el ceño, evaluándome con una expresión que no lograba descifrar. Había una mezcla de interés y cautela en su mirada, como si estuviera sopesando las palabras de Lucifer.

—¿Es cierto? —. Preguntó Alfredo, dirigiéndose tanto a mí como a Lucifer. —¿Este joven es el elegido que mencionaste?

Lucifer dio un paso adelante, manteniendo su sonrisa de superioridad intacta.

—Así es. Orión tiene un papel importante que desempeñar en lo que está por venir. No es casualidad que esté aquí en este momento.

El salón quedó sumido en un murmullo mientras los invitados intercambiaban comentarios en voz baja. Elena parecía sorprendida, mientras que Finan y Leofric me miraban con incredulidad.

Tomé aire profundamente, intentando mantener la calma.

—No entiendo de qué están hablando —. Dije, finalmente, intentando desviar el peso de la conversación.

Pero Lucifer solo amplió su sonrisa.

—Lo entenderás pronto, Orión. Todo a su tiempo.

Las palabras de Lucifer no hicieron más que aumentar la tensión en el aire. Por un momento, sentí que mi destino había sido sellado sin que yo tuviera voz ni voto. Alfredo asintió lentamente, como si aceptara las palabras de Lucifer, aunque aún parecía reservado al respecto.

—En ese caso, Orión—. Dijo Alfredo, finalmente rompiendo el silencio. —Tal vez sea momento de que nos cuentes un poco más sobre ti.

Los ojos de todos se posaron en mí de nuevo, esperando una respuesta. Una vez más, me encontré atrapado entre lo que debía decir y lo que quería guardar en secreto.

—¿A qué se refiere? ¿Quiere que le cuente la historia de mi vida? —. Pregunté, tratando de mantener la compostura mientras las palabras salían con un tono entre confundido y defensivo.

El señor Alfredo dejó escapar una leve sonrisa, aunque su expresión permanecía sería.

—No necesariamente toda tu vida, joven Orión, pero sí lo suficiente para entender quién eres y cómo has llegado hasta aquí. Especialmente si lo que Lucifer dice sobre ti es cierto.

Cuando el señor Alfredo mencionó el nombre de Lucifer, el salón quedó sumido en un silencio absoluto. Todos los presentes parecían haberse congelado, sus expresiones oscilando entre incredulidad y temor. No podía creer que Lucifer usara su verdadero nombre de forma tan casual. Ahora la atmósfera se sentía aún más incómoda, como si el aire mismo estuviera cargado de tensión.

Decidí romper el silencio, aunque sabía que cada palabra que dijera podría empeorar la situación.

—Eh, bueno… —. Comencé, notando cómo las miradas se clavaban en mí. —Siempre he tenido una vida llena de sufrimientos. He pasado muchos días al borde de la muerte, atrapado en una rutina de desesperación. Pensaba que nunca saldría de ahí, que mi destino ya estaba sellado.

Hice una breve pausa, tratando de organizar mis pensamientos mientras sentía cómo la atención de todos me abrumaba.

—Hasta el día en el que habló Dios. Ese día cambió todo. Fue entonces cuando Lucifer… —. Hice una pausa deliberada, viendo cómo el impacto de su nombre seguía dejando a todos inmóviles. —… Se presentó en mi habitación. Me ofreció algo que nunca creí posible: una oportunidad.

El ambiente se tornó más denso, si es que eso era posible. Podía sentir cómo las emociones fluctuaban a mi alrededor, desde la incredulidad hasta la sospecha.

—¿Una oportunidad para qué? —. Preguntó Alfredo, con una mezcla de curiosidad y cautela en su voz.

Miré a Lucifer, quien seguía con su sonrisa tranquila, como si estuviera disfrutando del espectáculo. Luego volví la mirada hacia Alfredo, decidiendo ser directo, aunque con cierto recelo.

—Una oportunidad para matar a Dios —. Respondí, dejando que mis palabras cayeran como una piedra en un lago.

El silencio que siguió fue aún más pesado que antes. Las expresiones de los presentes variaban entre el horror y la incredulidad, y por un momento me pregunté si había cometido un error al ser tan honesto.

Lucifer rompió el silencio con una ligera risa, que resonó en el salón como un eco inquietante.

—Orión siempre ha sido directo —. Dijo con tono burlón. —Y eso es algo que aprecio.

El señor Alfredo permaneció en silencio, evaluándome con una mirada profunda, mientras que Elena parecía demasiado sorprendida para decir algo.

Yo, por mi parte, solo esperaba que esta revelación no se convirtiera en mi perdición.

La tensión en la sala aumentó drásticamente cuando el señor Alfredo habló de nuevo, su tono lleno de una mezcla de admiración y curiosidad:

—Guau, así que eres tú quien será el campeón de Lucifer… y, probablemente, también el de Gabriel.

Todos los presentes se quedaron inmóviles, incapaces de comprender la magnitud de lo que acababan de escuchar. Sin embargo, fue la otra figura junto al señor Alfredo quien captó la atención de todos al hablar por fin.

Con una voz tranquila y autoritaria que parecía llenar el salón, la figura dio un paso adelante y se presentó:

—Soy el arcángel Gabriel.

El asombro en los rostros de Elena, Finan y Leofric era palpable. Los murmullos se apagaron de inmediato mientras el arcángel continuaba:

—Veo que has pasado por mucho para llegar hasta aquí—. Su mirada penetrante se fijó en mí, como si pudiera ver más allá de mi carne y mis huesos. —Te has vuelto más fuerte, Orión, gracias a la máscara que te dio Lucifer.

Las palabras del arcángel Gabriel dejaron un eco en la sala, y no pude evitar tensarme bajo su escrutinio. Era irreal: no solo estaba en presencia de Lucifer, sino también del arcángel Gabriel. Ambos, opuestos en todo sentido, ahora coincidían en un mismo lugar, hablando sobre mí.

El arcángel Gabriel avanzó unos pasos, su imponente figura irradiaba autoridad mientras me miraba con una mezcla de escepticismo y determinación.

—No creo que seas lo suficientemente fuerte como para ser mi campeón y participar en los juegos de sucesión —. Dijo, su voz resonando como una sentencia. —Pero ya no hay más tiempo. Dentro de un mes se anunciarán los campeones de todos los arcángeles.

El silencio en la sala era absoluto. Sus palabras no solo eran un desafío, sino también una advertencia.

—Así que tendré que entrenarte en este poco tiempo para que estés preparado—. Añadió Gabriel, cruzando los brazos.

Gabriel me miró con una leve sonrisa, aunque su tono seguía siendo serio.

—Pero hablaremos más de eso mañana. Hoy están celebrando, y este será el último día donde tendrás algo de tranquilidad —. Dijo, como si quisiera recordarme, que los días por venir serían todo menos fáciles.

Lucifer soltó una risa breve, divertida, pero con un toque de crueldad.

—Disfrútalo, Orión. No te daré muchos días así cuando empiece tu entrenamiento.

El ambiente tenso comenzó a disiparse ligeramente, aunque las palabras de ambos dejaron un peso en el aire. Gabriel dio un paso atrás, como si con eso diera por terminado el tema por el momento.

—Celebren esta noche como se debe. Hay suficiente comida, bebida y compañía. Ya habrá tiempo para cargas pesadas —. Agregó Gabriel, su voz, adoptando un matiz más amable, aunque no menos solemne.

Me volví hacia Elena, Finan y Leofric, que habían estado observando la conversación con expresiones de mezcla entre asombro y confusión.

—Supongo que debería aprovechar esta noche —. Dije, intentando sonreír para ocultar la sensación de incertidumbre que me carcomía.

Elena asintió, tratando de aligerar el ambiente.

—Entonces celebremos, Orión. Mañana será un nuevo día, y hoy, al menos por unas horas, podemos disfrutar.

Las palabras de Elena eran un bálsamo temporal, pero no podía evitar pensar en lo que significaría el día siguiente.

Celebramos hasta el anochecer, disfrutando de la abundante comida y bebida. Creo que bebí más de lo que debería, porque en algún momento, sin pensarlo demasiado, le dije a Elena que se me hacía linda. Ella se sonrojó visiblemente, pero no dijo nada, solo sonrió de forma tímida antes de cambiar de tema.

Al final de la noche, cuando todos se habían retirado, Elena nos ofreció alojamiento en la mansión a Leofric, Finan y a mí. Agradecimos su hospitalidad y cada uno se dirigió a su respectiva habitación.

A la mañana siguiente, desperté con una leve jaqueca y el recuerdo borroso de lo que le había dicho a Elena. Inmediatamente, sentí un nudo en el estómago al pensar en cómo podría haberlo interpretado. No tuve mucho tiempo para revolverme en mi propia incomodidad porque, como si lo hubiera sabido, Lucifer irrumpió en mi cuarto justo cuando estaba a punto de levantarme.

—Buenos días, dormilón —. Dijo Lucifer con su característica sonrisa irónica, apoyándose en el marco de la puerta. —Espero que hayas descansado bien, porque a partir de hoy no tendrás días tan relajados.

Me levanté rápidamente, todavía medio, aturdido.

—¿No se te ocurre tocar antes de entrar? —. Le respondí, con un tono mezcla de molestia y cansancio.

Lucifer soltó una risa breve, ignorando mi comentario.

—Prepárate, Orión. El tiempo apremia, y si quieres estar listo para los juegos de sucesión, necesitarás todo el entrenamiento que pueda darte.

Suspiré, resignado. Sabía que este día llegaría, pero no esperaba que comenzara de manera tan abrupta.

—Dame al menos un momento para despejarme —. Dije, frotándome los ojos mientras trataba de sacudirme el nerviosismo por lo que había pasado la noche anterior con Elena.

Lucifer, sin perder su sonrisa, me observó con esa mirada que siempre parecía estar evaluando cada movimiento.

—Tienes cinco minutos. Luego, te espero afuera. Y ni se te ocurra tardar más —. Dijo antes de desaparecer por el pasillo.

Me vestí rápidamente y salí de la habitación, sabiendo que no podía permitirme retrasarme si quería estar a la altura de las expectativas de Lucifer.

Llegué al lugar donde Lucifer me esperaba. Era un amplio patio central, diseñado para entrenamientos. Había muñecos de práctica alineados a un lado, espadas de madera colgadas en un soporte, y unas cuantas dianas para entrenamiento con arco. Todo parecía preparado para un entrenamiento intenso.

Lucifer estaba recostado contra uno de los postes de madera, jugueteando con una daga, como si el tiempo no tuviera ninguna importancia para él. Al verme llegar, esbozó su típica sonrisa de suficiencia.

—Así que decidiste aparecer. Pensé que te habías perdido en la mansión —. Dijo, lanzándome un vistazo evaluador.

—Y el arcángel Gabriel, ¿dónde está? —. Pregunté mientras observaba el lugar, notando que éramos los únicos allí.

Lucifer se encogió de hombros, dejando caer la daga y atrapándola hábilmente por la hoja.

—Ni idea, la verdad. Ese tipo hace lo que quiere, como todos ellos. Pero no te preocupes, entrenarás una semana conmigo. Nos centraremos en mejorar tu manejo de la espada. Créeme, lo necesitarás.

Lo miré con cierta incredulidad.

—¿Solo una semana? ¿Y después qué?

Lucifer dejó escapar una breve risa, como si mi pregunta fuera divertida.

—Después, veremos si vales la pena como campeón. Esto no es un lujo, Orión. Si no mejoras, no sobrevivirás en los juegos de sucesión.

Su tono se volvió más serio, y sus ojos me miraron directamente, como si pudiera ver a través de mí.

—Así que toma una espada de madera y prepárate. Hoy empezamos con lo básico.

Me dirigí al soporte de las espadas, escogí una de madera que se sintiera balanceada en mi mano y me coloqué frente a Lucifer, quien ya había tomado una para sí mismo.

—¿Tengo que usar la máscara? —. Pregunté, esperando una respuesta que aclarara mis dudas.

Lucifer observó mi expresión, su mirada dura y desafiante.

—No —. Respondió con firmeza. —aunque te hayas vuelto un poco más fuerte, dependes demasiado de ella. Aún no le has sacado todo su potencial. Lo que la máscara te muestra es solo el camino de la espada. Eso quiere decir que no eres capaz de ver el camino por ti mismo.

Antes de que pudiera replicar, Lucifer se lanzó hacia mí con una velocidad vertiginosa. No tuve tiempo de reaccionar. Con un rápido movimiento de su espada, me golpeó en el estómago, haciendo que cayera de rodillas. El impacto me quitó el aire, y por un momento, todo se nubló.

—¡Agh! —. Exclamé, luchando por recuperar el aliento. —¿Cómo se supone que debo ver el camino?

Lucifer no se detuvo, su rostro impasible mientras observaba mi lucha por recuperarme. Sin decir una palabra, hizo una pausa, y luego pronunció:

—Espero que a base de golpes lo empieces a ver.

A pesar de mi dolor, algo en sus palabras empezó a resonar dentro de mí. Mi mente seguía bloqueada, enfocada solo en el sufrimiento que sentía, pero las palabras de Lucifer parecían calar profundamente en mi interior. Mi dependencia de la máscara me había hecho ciego, incapaz de ver más allá de lo que ella me mostraba.

Me levanté lentamente, mis piernas temblaban, pero estaba decidido a entender lo que me decía. Necesitaba liberarme de esa dependencia, aunque no sabía cómo.

—Entonces… ¿Cómo puedo ver el camino por mí mismo? —. Pregunté, ahora con una voz más calmada, pero llena de determinación.

Lucifer se quedó en silencio por un momento, como si evaluara si estaba listo para escuchar la respuesta.

—No hay una respuesta universal para eso —. Continuó, su tono grave. —Algunos nacen viendo el camino, otros lo descubren cuando están al borde de la muerte. Hay quienes nunca lo ven, pero lo sienten. Cada persona despierta su camino de la espada a su manera, y tú también deberás encontrar el tuyo.

Sus palabras, aunque desconcertantes, empezaron a hacer sentido. Tenía que descubrir mi propia forma de ver el camino, algo más allá de la guía de la máscara. Recordé los momentos cuando sentía el poder fluir a través de mí al usarla, cómo se sentía esa conexión con la espada, la claridad en mis movimientos.

—Piensa en lo que sentías cuando veías el camino que te mostraba la máscara —. Dijo Lucifer, su mirada fija en mí, como si me retara a profundizar en esos recuerdos.

—¿Cómo se veía? ¿Qué sentías? Todo eso tiene un propósito. Te ayudará a encontrar tu propio camino.

Mis pensamientos comenzaron a agolparse, como si un velo se levantara en mi mente. Recordé la sensación de la máscara cubriendo mi rostro, la manera en que mis movimientos fluían con una precisión casi predestinada, como si la espada me guiara. Pero también sentí algo más, algo que no había considerado antes: no era solo la espada quien me guiaba, era yo mismo, mi instinto, mi voluntad.

Cerré los ojos, tratando de recordar ese sentimiento. Sentí la calidez del acero en mis manos, a pesar de que la espada era de madera. El peso de la espada parecía desaparecer, como si se fusionara conmigo. Cuando luchaba usando la máscara, no sentía miedo. En lugar de eso, experimentaba una extraña sensación de calma y diversión, como si cada movimiento fuera parte de un juego que solo yo podía comprender.

—Creo que lo encontré—. Murmure mientras habría los ojos.

Lucifer observó, en silencio, un leve destello de satisfacción en su rostro.

—No se trata solo de ver, sino de sentir y confiar en lo que eres. Si puedes dominar eso, entonces serás digno del camino. Ahora, intenta de nuevo.

Era un reto, un desafío que no venía con respuestas fáciles. Pero ahora, algo dentro de mí se había despertado, y sabía que tenía que encontrar mi propia forma de luchar, de ser verdaderamente libre en mi combate. La máscara ya no era mi guía, yo lo sería.