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Chapter 6 - Capítulo 5: Destino.

Después de una larga noche, desperté al amanecer junto a la fogata, donde solo quedaban unos pocos troncos carbonizados. Me levanté, estiré los músculos y me dirigí detrás de unos matorrales para orinar. Al regresar, vi que la señorita Elena estaba sentada junto a Finan y Leofric, conversando en voz baja. La tranquilidad del amanecer contrastaba con la tensión de la noche anterior, y por un momento, sentí que podíamos encontrar algo de paz en medio de todo el caos.

—Veo que ya se levantaron, deberíamos prepararnos para salir —. dije mientras bostezaba.

—Buenos días, Orión. Veo que ya has descansado. Estaba aquí para agradecerles por lo que hicieron ayer. Sin ustedes, habríamos sido aniquilados —. respondió la señorita Elena, su tono serio pero lleno de gratitud.

Su mirada se posó en cada uno de nosotros, dándonos una sensación de alivio en medio de la tensión que aún se sentía en el aire.

—No hay de qué, solo luchamos para sobrevivir —. respondí con una leve sonrisa, aún sintiendo la tensión en mis hombros por la batalla de ayer.

—Deberíamos despertar al rato para ponernos en marcha y llegar a Columba durante el día —. sugirió, mirando hacia el horizonte. Sabía que el viaje aún sería largo, pero la idea de llegar a un lugar seguro al menos nos daba algo de esperanza.

Después de despertar a todos y recoger lo que pudimos, nos pusimos en marcha. La señorita Elena solicitó que la acompañáramos en su carro para poder conversar durante el trayecto. No hubo ningún inconveniente en el camino, y finalmente, aproveché la oportunidad para hacer una pregunta que llevaba días queriendo formular. Con una mezcla de cautela y curiosidad, pregunté qué estaban haciendo cuando Dios habló.

—Recuerdo que estaba en la mansión del Lord de Esperion —. comenzó la señorita Elena, mirando al horizonte mientras hablaba. —Cuando Dios habló, todo se volvió un caos. Ese dios... es realmente malvado. Después de escuchar su mensaje, decidí regresar a Columba para ver cómo estaba mi hogar. Pero justo antes de partir fuimos atacados.

—Leofric, ¿qué fue lo primero que pensaste cuando Dios habló? —. pregunté, con voz baja pero firme.

—Estaba en el mercado, comprando lo que necesitaba para la granja... cuando vi cómo se desataba el caos. Nunca imaginé que todo cambiaría tan rápido. Me quedé paralizado, sin saber qué hacer. Fue como si el mundo entero se desmoronara de un solo golpe. Intenté regresar a casa, pero cuando llegué, todo estaba destruido: mi granja quemada, y mi familia dentro de ella —. Hizo una pausa, su rostro reflejaba una amargura profunda. —No pude reaccionar... no pude proteger lo que más amaba de esos malditos vándalos.

Finan, que había estado callado hasta ese momento, habló con un tono grave.

—Yo estaba cerca de la plaza principal, cuando todo empezó. Fue entonces que decidí ir a casa con mi familia. Pero cuando llegué, ya era tarde. Solo quedaba mi madre, pero ella no pudo salvarse por mi culpa...—. Su voz se quebró por un momento, pero se recuperó rápidamente, mirando al suelo.

Cuando fue mi turno, simplemente mencioné que estaba en la calle cuando todo ocurrió, que, después de que Dios habló, fui a mi casa con la esperanza de encontrar a mi madre. Ella estaba allí, así que me retiré a mi cuarto a descansar, sin pensar que algo podría suceder. Pero, cuando comenzaron los ataques, ella se fue por su cuenta, abandonándome en ese caos.

Las palabras flotaron en el aire, creando una atmósfera densa, como si el peso de todas las revelaciones se hubiese hecho más palpable. En ese momento, me di cuenta de que todos los que estábamos allí habíamos perdido algo importante, pero de alguna forma, el hecho de compartir ese dolor nos unía.

—Cambiando el tema, para no seguir todos tan tristes... —. interrumpió la señorita Elena, buscando aligerar el ambiente. —¿Cuál es la razón para que uses esa máscara cuando peleas?

La pregunta sorprendió a todos, y por un instante, el foco de atención se centró en mí.

La pregunta de la señorita Elena me dejó en silencio por un momento. No sabía si contar la verdad o inventar alguna excusa convincente. Decirles que Lucifer me había dado la máscara y que me ayudaba a luchar mejor mostrándome un camino... No creo que fuera lo más adecuado, especialmente considerando que me esperaba reunirme con Lucifer y el Arcángel Gabriel en Columba para convertirme en su campeón. Esa era una verdad que no podría compartir sin causar confusión y tal vez miedo.

Pero, por otro lado, no quería mentirles. Estaba atrapado entre la espada y la pared. Mentir o revelar una verdad que podría ser aún más difícil de creer. Por un instante, sentí el peso de la decisión sobre mis hombros, sabiendo que cada palabra que dijera podría cambiar cómo me veían, o incluso cómo veían el futuro que nos esperaba.

Respiré profundo y, con una leve sonrisa en el rostro, traté de responder sin revelar demasiado.

—¿Recuerdan que cuando Dios habló, dijo que sus siete arcángeles buscarían un campeón? —pregunté, para cambiar de tema un poco y desviar la atención hacia algo más importante.

—¿Y qué hay con eso? —dijo Leofric, con desinterés, igual que el resto del grupo.

Pude notar que todos estaban confundidos por mi comentario, pero no estaba seguro de cómo continuar la conversación sin revelar demasiado. No quería contarles lo que Lucifer me había dicho sobre los arcángeles y su interés en mí. Sin embargo, la curiosidad en sus ojos era palpable.

—Eso tiene que ver con la máscara —. dije dudando. —Algo vino a visitarme la noche del ataque, me dijo que si quería el poder para matar a Dios tendría que ir a Columba, y antes de desaparecer me dio la máscara y la espada.

El silencio reinó por un momento mientras todos digerían mis palabras. Finan fue el primero en hablar, su rostro una mezcla de sorpresa y desconfianza.

—¿Matar a Dios? —. dijo, sin poder creer lo que acababa de escuchar. —¿De qué estás hablando?

—¿Quién te dijo eso? ¿Y por qué te dio esos objetos? —su voz temblaba ligeramente, la incertidumbre clara en su mirada.

Me tomé un momento antes de responder, consciente del peso de mis palabras.

—Si les dijera toda la verdad, no podría garantizarles que estarán a salvo. Este es el camino que he elegido, uno que busca un mundo donde no exista Dios—. Hice una pausa, sintiendo la tensión creciente. —Pero cada uno de ustedes tiene su propio camino, su propio destino. Una vez lleguemos a Columba, tomaré el mío.

Nadie decía nada, como si las palabras que acababa de pronunciar estuvieran suspendidas en el ambiente, imposibles de procesar de inmediato. Era comprensible, después de todo, no era algo fácil de digerir: había revelado mis intenciones de desafiar a Dios, de buscar una manera de acabar con Él.

—Aunque no los conozca mucho, no quiero ponerlos en riesgo. Este es un camino muy peligroso —. agregué, buscando quizás una forma de aliviar la tensión, de que supieran que mis intenciones no eran maliciosas hacia ellos.

Pero, a pesar de mis esfuerzos, el silencio persistió. Nadie dijo ni una palabra, y eso solo aumentó el peso de la duda que comenzaba a crecer en mí. ¿Había hecho lo correcto al contarles la verdad? Tal vez hubiera sido más fácil seguir callado y dejar que el viaje transcurriera sin mencionar mis planes, pero algo en mí necesitaba compartirlo, necesitaba que entendieran el camino que había elegido.

Así pasó el resto del viaje, con el único sonido siendo el del crujir de las ruedas del carro sobre el suelo. Cada uno estaba perdido en sus propios pensamientos, probablemente procesando lo que acababa de decirles.

Cuando finalmente llegamos a Columba, me sentía más confundido que nunca. La pregunta de si había sido una buena idea contarles la verdad seguía rondando en mi mente.

Al bajar del carro, sentí una mezcla de alivio y incertidumbre al estar finalmente en Columba. La ciudad parecía completamente distinta a lo que había dejado atrás en Esperion, mucho más tranquila, casi idílica en comparación con el caos y la desesperación que había conocido. Era difícil de creer que ambos lugares compartieran el mismo mundo. Columba tenía una belleza serena, una paz palpable que contrastaba fuertemente con la agitación que había vivido en Esperion.

—¿Cómo es posible? Esto es tan diferente... No hay caos, ni gritos... No se compara con Esperion —. murmuré en voz alta, sin darme cuenta del tono en el que lo decía, realmente sorprendido por el contraste.

La respuesta de la señorita Elena me sorprendió aún más.

—Eso es porque expulsamos a la iglesia de aquí. Hace mucho tiempo, mi abuelo se dio cuenta de que la iglesia traía caos a Columba a través de sobornos y corrupción. Una vez que la expulsaron, la tranquilidad volvió —. me explicó, con una expresión seria en su rostro.

Me quedé pensando en sus palabras. La iglesia, que controlaba a los vándalos en Esperion junto con el Lord había sido expulsada de aquí, y eso había traído paz a Columba. ¿Qué significaba eso para mí?

Antes de que pudiera responder, la señorita Elena habló nuevamente, interrumpiendo mis pensamientos. Su tono era más ligero, como si intentara aliviar la tensión que aún flotaba en el aire.

—Como hemos llegado sanos y salvos... o casi —. añadió con una leve sonrisa mientras sus ojos se desviaban hacia las heridas menores que algunos todavía tenían. —los invito a la mansión familiar para celebrar.

Hizo una breve pausa, luego me miró directamente.

—¿Puedes hacer eso, Orión? ¿Quedarte un poco más antes de irte?

Sus palabras me tomaron por sorpresa. Había estado tan preparado para separarme de ellos que no esperaba esta invitación. Pero había algo en su mirada, una mezcla de gratitud y genuina calidez, que hizo que dudara. Aunque mi camino parecía claro, tal vez quedarme un poco más no sería una mala idea... ¿o sí?

—Claro, puedo ir, sería un placer —respondí con una sonrisa, tratando de relajarme un poco.

El camino a la mansión fue tranquilo. Mientras avanzábamos por la plaza principal, observé con asombro todo lo que Columba ofrecía. Había tiendas de armas y armaduras, puestos de comida, boticarias y otros comercios que hacían imposible ignorar la diferencia con Esperion. Todo parecía tan ordenado, tan vivo, que costaba creer que ambos lugares existieran en el mismo mundo.

Cuando finalmente llegamos a la mansión, quedé sin palabras.

Era como un castillo, inmenso y majestuoso. Llamarlo "mansión" parecía casi una broma.

—¿Esta es la mansión? —. pregunté, con los ojos abiertos de par en par.

La señorita Elena soltó una risa ligera ante mi reacción.

—Jajaja, sí. Vamos, no se queden afuera, entren.

Al cruzar el umbral, quedé aún más impresionado. Un pasillo interminable se extendía frente a nosotros, decorado con cuadros de paisajes y retratos de personas que asumí eran los antepasados de la señorita Elena. Las paredes brillaban bajo la luz de candelabros magníficos, y cada rincón estaba decorado con un cuidado casi irreal: mesas adornadas con floreros que contenían flores exóticas que nunca había visto.

Nos condujo a un salón tan grande que podría albergar a más de cien personas cómodamente. Sin embargo, en ese momento éramos apenas una veintena, lo que hacía que el lugar se sintiera vacío, casi desolado.

La señorita Elena se excusó para ir a saludar a su padre, quien, según dijo, estaba ocupado en una reunión con unos invitados. Poco después, regresó con una sonrisa cálida.

—He hablado con mi padre. Vendrá a saludarlos en cuanto termine su reunión. Mientras tanto, he pedido a los sirvientes que preparen comida y traigan bebidas. Celebraremos que llegamos sanos y salvos.

Un grupo de músicos entró al salón con instrumentos en mano, y pronto comenzaron a tocar una melodía alegre que llenó el ambiente de vida. La música era contagiosa, y poco a poco, todos comenzaron a bailar. La energía de la sala se transformó; las risas y los pasos de baile rompieron la tensión que había marcado el viaje hasta Columba.

Me acerqué a la señorita Elena mientras observaba la escena con una sonrisa tranquila.

—Esto es increíble, señorita Elena. Nunca había estado en un lugar como este.

Ella se giró hacia mí, visiblemente complacida por mi comentario.

—Me alegra que te guste, Orión, pero... por favor, llámame, Elena —. dijo con una risa ligera, aunque llena de calidez.

Asentí, algo torpe, pero sincero.

—Está bien, Elena.

La formalidad entre nosotros parecía desvanecerse poco a poco. La música seguía sonando, y aunque mis pensamientos aún estaban divididos entre disfrutar el momento y preocuparme por lo que estaba por venir, decidí dejarme llevar por el ambiente por un rato. Era la primera vez en mucho tiempo que sentía un atisbo de paz, aunque fuera pasajero.

Pasó un buen rato mientras bailábamos y celebrábamos. Finan y Leofric parecían haber dejado atrás sus preocupaciones por un momento y se sumergieron en la alegría de la fiesta. Era curioso observar cómo Leofric trataba a Finan casi como a un hijo; sus bromas y el cuidado que mostraba eran sinceros y reconfortantes. Verlos así, tan despreocupados, logró arrancarme una sonrisa.

Sin embargo, la atmósfera festiva cambió ligeramente cuando el padre de Elena hizo su entrada al salón. Su porte era imponente, irradiaba autoridad, pero lo que más llamó mi atención fueron las dos personas que lo acompañaban.

Una de ellas me resultaba extrañamente familiar. Me tomó solo unos instantes reconocerlo: era Lucifer. Aunque en aquel extraño espacio en el que nos habíamos encontrado su rostro no había sido del todo visible, no cabía duda de que era él. Su presencia era inconfundible, su mirada penetrante y su porte tan sereno como intimidante.

La otra persona, en cambio, era un completo misterio. Su figura irradiaba un aura peculiar, una mezcla de tranquilidad y poder que no podía pasar desapercibida. No sabía quién era, pero algo en él me ponía alerta.

Elena se acercó a su padre para saludarlo, pero yo no podía apartar la mirada de Lucifer. ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Por qué había venido acompañado de esta otra persona? Mi mente se llenó de preguntas, y mi cuerpo se tensó casi instintivamente.

El destino que había escogido parecía estar alcanzándome más rápido de lo que esperaba.

El padre de Elena levantó su copa mientras hablaba, su voz profunda resonaba en el gran salón:

—Me alegra ver que todos están bien. Sé que han pasado por mucho para llegar hasta aquí. Muchos murieron en el camino, pero ustedes sobrevivieron, y eso merece ser celebrado.

La música se detuvo momentáneamente, y todas las miradas se dirigieron hacia él. Mientras hablaba, no pude evitar notar cómo Lucifer me miraba fijamente desde su posición. Su sonrisa tenía una mezcla extraña de superioridad y algo que casi podría confundirse con orgullo. Esa expresión solo aumentó mi incomodidad, pero traté de mantener la compostura.

Entonces, Elena dio un paso adelante, con su característico porte elegante, y señaló hacia nosotros.

—Padre, me gustaría presentarte a estas tres personas. Sin ellos, no habríamos logrado llegar con vida. Por favor, pasen adelante, Finan, Leofric y Orión.

Por un momento, me quedé congelado. No esperaba que nos llamara de esa manera ni que nos pusiera en el centro de atención frente a todos los presentes, y mucho menos frente a Lucifer y el extraño que lo acompañaba. Podía sentir las miradas clavadas en nosotros mientras nos acercábamos al frente.

Finan y Leofric avanzaron primero, algo nerviosos, pero tratando de mantener la compostura. Yo los seguí, intentando aparentar tranquilidad mientras mi mente procesaba lo que estaba ocurriendo.

¿Qué significaba todo esto? ¿Era esta otra prueba de Lucifer? ¿O tal vez un juego del destino para recordarme el camino que había elegido?