(Punto de vista de Hagan Reed)
El sol aun no habia alcanzado su pleno brillo cuando escuchó un grito resonando en los muros de Korthal. Las casas de madera, construidas con las manos callosas de generaciones, se sacudieron con la fuerza de los caballos que se acercaban. Me acerque a la plaza mientras observaba en silencio hacia el horizonte, lo vi claramente pero, por un momento, desee no haberlo visto... Decenas de guerreros acercandose.
"¡Nos atacan!" Grito un joven desde la torre de vigilancia, con una voz rasgada por el miedo. El grito fue como un eco en la mañana fría, y enseguida el pueblo se sumió en caos. Los campesinos abandonaron sus herramientas, los niños fueron arrastrados a sus casas por sus madres, y los pocos hombres que quedaban en el pueblo corrieron a tomar sus armas.
Pero el miedo era palpable, no importaba cuan valiente fueran, sabíamos que que no teníamos ninguna oportunidad contra lo que se avecinaba. El ruido de los caballos cada vez se escuchaban mas cerca, y pronto los primeros atacantes aparecieron en la entrada del pueblo: soldados con armaduras negras, sus rostros ocultos trás un casco, y una bandera ondeando detrás de ellos. Un dragón negro que se devoraba el sol, un emblema que dejó una huella imborrable en todos los que alguna vez estuvieron bajo el poder del Imperio Norax.
Los hombres de Korthal, armados con herramientas improvisadas, se agruparon a mi alrededor, intentando formar una linea defensiva, aún que sabíamos que era inútil. Los soldados se movieron con una precisión mortal, como lobos hambrientos que sabían exactamente cuando y donde atacar.
"¡Resistan!" Grite con una voz rasposa por la edad, pero llena de desesperación "¡No dejemos que toquen a nuestras familias!".
El primer golpe cayó cuando un soldado atravesó la plaza a caballo, derribando a dos hombres con un solo tajo. La sangre salpicó el suelo, el pueblo se sumió en una huida frenética. Las mujeres y los niños se refugiarnos en sus casas, mientras otras eran incendiadas, el miedo estaba acechando en cada rincón de Korthal.
La batalla parecía perdida. La resistencia que estabamos haciendo empezo a desmoronónarse ante la brutalidad de los invasores. Los gritos, los lamentos y los ecos de la lucha resonaban en todas partes, mientras los soldados seguían avanzando sin compasión.
Pero justo cuando todo parecía perdido, veo a una figura que apareció al final de la calle principal. Un hombre solitario, con una capa desgastada ondeando al viento y los ojos brillando con una determinación feroz. La espada que llevaba no era imponente, pero la forma en que la empuñaba transmitía una sensación de poder.
"¿Qué...?" Murmuré incapaz de creer lo que veía .
El hombre avanzó con paso firme, su mirada fija en los soldados que ahora lo observaban, sorprendidos.
Ninguno de ellos esperaba la aparición de un extraño, menos aún que alguien tuviera la osadía de enfrentarse a su invasión.
"Dejen a este pueblo en paz" Dijo el hombre con una voz firme.
Con un movimiento ágil, desenvainó su espada y se lanzo al ataque. Los soldados se reagruparon rápidamente, pero ninguno de ellos avanzó. El comandante un hombre corpulento de armadura negra, se adelantó, su mirada llena de desprecio. "¿Que tenemos aquí?" "¿Otro perro que se quiere unir a la pelea? ¿O acaso te crees un héroe?" Rugió, desenvainando su propia espada con una sonrisa burlona.
El forastero no respondió, en su lugar dio un paso adelante, sus pies firmemente plantados en el suelo. El suelo crujió bajo su peso, y el viento parecía detenerse ante la creciente tensión que se formaba.
El comandante, confiado en su fuerza arremetió con un tajo vertical, rápido como un relámpago. El forastero lo vio venir, con un movimiento casi imperceptible, esquivó el ataque inclinándose hacia un lado, y aprovecho la apertura para golpear el costado del comandante con el filo de su espada.
El impacto fue contundente, pero el comandante sólo gruño del dolor, retrocediendo un paso. "¡Tienes agilidad, pero te falta fuerza!" Dijo el comandante, arremetiendo con una serie de golpes rápidos, como si fuera un torbellino de fuerza bruta.
El forastero sonrió levemente. Esa era la desventaja del comandante: confiar demasiado en su propio poder siendo incapaz de analizar bien a su oponente. Aquel valiente guerrero no necesitaba más que una fracción de segundo para leer a su oponente. Y justo como lo había anticipado, el comandante cometió su primer error. En su impulso, dejó un espacio abierto en su defensa, el guerrero lo aprovecho.
Con un giro rápido y preciso, cortó el aire y, con un movimiento fluido, desarmó al comandante con un golpe hacia abajo. La espada cayó al suelo, y antes de que pudiera reaccionar, fue sorprendido con un codazo directo al pecho que lo empujo hacia atrás. El comandante perdió el equilibrio y cayó de rodillas.
"No soy un heroe, ni tampoco esto es una pelea" dijo aquel hombre con una voz fría cómo el hielo. "Es una ejecución".
El comandante, furioso, intentó levantarse para atacar, pero con un golpe rápido le cortaron el cuello. La tensión en el aire era palpable. Ese hombre, con una calma inquietante miró a los otros soldados sin decir ninguna palabra. Muchos soldados empezaron a retroceder lentamente al no atreverse a enfrentar a un oponente imparable. Aunque no los iban a dejar escapar fácilmente.
Un solo hombre fue suficiente para que los aldeanos se dieran cuenta que la balanza se inclinaba a su favor, se levantaron y atacaron con la fuerza que les quedaba. Los soldados desorganizados y sin un líder, fueron rápidamente derrotados.
Ese hombre desconocido, cubierto de polvo y sangre, observó la bandera del dragón negro, sus ojos se llenaron de desprecio y con una sonrisa apenas visible, murmuró para si mismo: "Esto es solo el comienzo".