Mientras caminaba por el bosque que rodeaba Korthal, Kael sentía el peso de su decisión. Las ramas crujían bajo sus botas, y el canto de los grillos llenaba el aire nocturno. Había hecho lo correcto, se repetía a sí mismo. No podía quedarse; nunca lo hacía.
Sin embargo, una punzada de culpa lo perseguía. Había visto la esperanza en los ojos de Hagan y los aldeanos, una esperanza que él mismo había encendido. ¿Era justo dejarlos con un futuro incierto, sabiendo que los Cuervos de Noxar podrían regresar?
Kael apretó los puños, Cada decisión que tomaba lo llevaba más lejos de las personas que había salvado, más lejos de cualquier conexión real. Era mejor así, o al menos eso se decía.
No podía permitirse crear lazos, no cuando su propósito estaba tan claro: acabar con el hombre que había destruido su vida y el Imperio que lo había condenado a la esclavitud.
Fue entonces cuando lo oyó. Un canto bajo, que flotaba en el aire como un sonido melancólico. Kael se detuvo, cada músculo de su cuerpo tensándose. Conocía esa melodía.
Siguiendo el sonido, Kael atravesó los árboles hasta encontrar una pequeña hoguera en el medio del bosque. Allí, sentado en silencio, estaba un hombre. Su cabello gris caía en mechones desordenados, y las cicatrices en sus manos y rostro hablaban de una vida llena de sufrimiento.
Kael lo observó con cautela, pero cuando el hombre alzó la vista, sus ojos se encontraron.
El hombre parpadeó, su expresión cambiando lentamente de desconcierto a asombro.
-Kael... -su voz tembló, apenas en un susurro-. ¿Eres tú?...
(Punto de vista de Darek Rhyss)
El fuego crepitaba frente a mí, una danza de luz que iluminaba las sombras de un pasado que nunca me abandonaba. Observé las llamas mientras el calor acariciaba mi rostro, aunque por dentro el frío seguía siendo implacable. No importaba cuánto tiempo pasara, las cicatrices seguían ahí, no solo en mi piel, sino también en mi mente.
Por un momento, el bosque se llenó de ese silencio inquietante que solo existe en las noches profundas. Entonces lo sentí: un cambio en el aire, un crujido sutil entre los árboles. Mi mano se movió instintivamente hacia la daga que reposaba junto a mí.
Y entonces lo vi.
De entre las sombras emergió una figura. Al principio, no quise creerlo; pensé que el cansancio y los fantasmas de mi memoria estaban jugando conmigo. Pero cuando supe quién era, el aire se atascó en mis pulmones.
-Kael... -murmuré, más para mí que para él, como si al decir su nombre pudiera confirmar que no era una ilusión.
Él se detuvo, y por un instante parecía tan sorprendido como yo. Pero sus ojos... Esos ojos estaban marcados por algo más oscuro. La calidez que recordaba había desaparecido, reemplazada por una mirada tan fría que parecía atravesarte.
-Darek -respondió, su voz firme, aunque había una nota de incredulidad en ella.
El mundo pareció detenerse por un momento. ¿Cómo podía estar él aquí, ahora, después de tanto tiempo? Me costaba procesarlo. Hacía años que lo había dado por muerto, como a tantos otros. Pero ahí estaba, tan real como las llamas frente a mí.
Hice un esfuerzo por mantener la compostura, aunque mis pensamientos estaban en caos.
-No pensé que volvería a verte -logré decir, con un nudo en la garganta.
Kael no respondió de inmediato. Solo me observó con esa mirada implacable, como si ya estuviera midiendo cada una de mis palabras. Finalmente, avanzó y se sentó frente al fuego, dejando que las llamas iluminaran su rostro endurecido.
-Yo tampoco -dijo al fin, su voz apenas un murmullo.
El silencio que siguió fue tan pesado como las cicatrices que ambos llevábamos. Finalmente, levanté la muñeca, mostrando la marca que todavía ardía en mi memoria.
-Fue suerte... o algo parecido -dije, señalando la cicatriz que decoraba mi piel con formas oscuras-. Un derrumbe en las minas me dio la oportunidad de escapar. Usé lo poco que sabía de magia para curarme y desaparecer antes de que alguien pudiera revisar los escombros.
Kael escuchaba en silencio, pero conocía esa mirada. Estaba evaluándome, intentando desentrañar la verdad detrás de mis palabras. Siempre había sido así: directo, pero nunca daba nada por sentado.
-¿Y tú? -pregunté, inclinándome hacia adelante-. ¿Cómo escapaste tú?
La reacción de Kael fue inmediata. Su mandíbula se tensó, sus hombros se alzaron ligeramente, como si el mero recuerdo le resultara insoportable. Pero lo que más me impactó fueron sus ojos. No se desviaron, ni se perdieron en sus pensamientos. No. Sus ojos me miraron directamente, y por un instante, vi algo aterrador: una enorme sed de sangre.
El silencio se alargó, cargado de una tensión que parecía palpable. Finalmente, Kael habló, su voz baja pero llena de una gravedad que no dejaba lugar a preguntas.
-No es algo que quiera recordar -respondió finalmente.
Tragué saliva y solamente asentí. Notando cómo mi propia respiración se volvía más pesada. Había tantas cosas que quería preguntarle, pero su tono dejó claro que no debía insistir.
No sabía que decir, aquel hombre frente a mí era Kael, pero también parecía alguien completamente distinto. Decidí romper el silencio.
-¿Qué haces aquí, Kael? -pregunté.
-Ayudé a un pueblo cercano, Korthal. Los Cuervos de Noxar estaban masacrándolos.
Mi cuerpo se tensó al escuchar ese nombre. Sentí un escalofrío recorrerme de pies a cabeza, Los Cuervos... Eran asesinos despiadados, estrategas implacables, y su símbolo, el dragón devorando el sol, era un presagio de muerte.
-¿Los Cuervos...? -murmuré, mi voz más baja de lo que esperaba. Mis dedos sujetaron la daga con fuerza, intentando contener el temblor que empezaba a apoderarse de mí-. No creí que estuvieran cerca.
Kael asintió, con una calma inquietante.
-¿Y qué hiciste? -pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
-Lo que tenía que hacer. Ahora están a salvo... por ahora.
Lo observé, intentando descifrarlo. Había algo en su tono, en la forma en que lo decía, que me hizo sentir que no era solo un acto de altruismo.
-Pero no te quedaste...-dije, más como una afirmación que como una pregunta.
Sus ojos se encontraron con los míos, y su expresión era indescifrable.
-Nunca lo hago.
Ese simple comentario me golpeó más de lo que quería admitir. Habíamos cambiado tanto, pero algunas cosas seguían igual.
Miré mis propias manos, llenas de marcas y de magia que había aprendido con el tiempo. Había pasado demasiado tiempo vagando, sin dirección, sin propósito. Pero ahora, frente a Kael, sentí que algo finalmente tenía sentido.
-Kael... quiero unirme a ti.
Su mirada me atravesó, llena de sorpresa y desconfianza. No era fácil impresionarlo, pero parecía que lo había logrado, al menos por un instante.
-¿Por qué? -preguntó, sin molestarse en ocultar su incredulidad.
Levanté mi mano, dejando que un pequeño destello de magia danzara en mi palma, transformándose en una esfera de hielo que flotó sobre mis dedos.
-Porque puedo ayudarte. No soy un mago fuerte, pero aprendí lo suficiente como para marcar la diferencia. Y porque... -hice una pausa, buscando las palabras adecuadas- Nadie debería pasar por lo que nosotros pasamos.
Kael me observó en silencio, y su respuesta parecía colgar de un hilo. Finalmente, asintió.
-Si vienes conmigo, debes saber que este camino no será fácil.
Sonreí con amargura, dejando que mi magia se disipara.
-Nunca lo es, ¿verdad?.