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ayuda mundiales

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Synopsis
En un rincón del mundo donde la lógica ha decidido tomarse unas vacaciones permanentes, se encuentra "Ayuda Mundiales", un centro de asistencia que se ha convertido en el epicentro de las catástrofes más absurdas y disparatadas. Allí, un grupo de lunáticos, cada uno más excéntrico que el anterior, recibe llamadas de todo el planeta pidiendo ayuda para situaciones que van desde lo cómico hasta lo surrealista. Nuestro protagonista, un optimista incorregible que también es considerado un lunático por su inusual forma de ver la vida, se une a Estella, una ingeniosa y sarcástica operadora que ha aprendido a navegar entre la locura del lugar. Juntos, deberán enfrentarse a clientes que les piden resolver problemas como un volcán que escupe helados, una plaga de gatos que han decidido hacerse con el control de una ciudad o un grupo de extraterrestres que solo quieren aprender a bailar salsa. Mientras intentan salvar el día, el dúo se verá envuelto en enredos cómicos, malentendidos hilarantes y situaciones absurdas que pondrán a prueba su ingenio y amistad. En un mundo donde la locura es la norma, ¿podrán Estella y nuestro protagonista encontrar la manera de sobrevivir y, tal vez, incluso salvar a los locos que los rodean? Con un humor desbordante y una crítica a las absurdidades de la vida moderna, "Ayuda Mundiales" te llevará a un viaje donde la única regla es que no hay reglas, y la risa es la mejor medicina. ¡Prepárate para una aventura donde la locura es solo el comienzo!
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Chapter 1 - cap 1

En un rincón del mundo donde la lógica ha decidido tomarse unas vacaciones permanentes, las calles están pavimentadas con risas, y las nubes parecen susurrar secretos de locura a quien esté dispuesto a escucharlas. Aquí, en la bulliciosa sede de "Ayuda Mundiales", la realidad se ha convertido en un lienzo en blanco donde cada pincelada es un disparate más colorido que el anterior. Este lugar, lejos de ser un centro convencional de asistencia, es un refugio para aquellos que han abrazado el caos y lo han hecho su hogar.

Imagina una oficina donde los teléfonos suenan con urgencias que desafían toda razón: "¡Hola! Necesito ayuda, mi gato ha formado una banda de rock y no deja de hacer ruido!" o "¡Socorro! Un volcán ha decidido escupir helados de fresa y la ciudad está inundada de sundae!" Aquí, lo absurdo es el pan de cada día, y los que trabajan en "Ayuda Mundiales" son los valientes guerreros que intentan poner un poco de orden en este carnaval interminable.

Entre ellos se encuentra nuestro protagonista, un soñador irremediable que ve el mundo a través de unas gafas que, aunque a veces empañadas por la locura, brillan con la esperanza de que incluso en la locura hay lugar para la bondad y la risa. A su lado, Estella, una operadora ingeniosa y sarcástica, ha aprendido a surfear en las olas de lo irracional. Juntos, forman un dúo explosivo que no solo se enfrenta a las situaciones más disparatadas, sino que también se embarca en un viaje de autodescubrimiento y amistad.

A medida que las llamadas continúan llegando, la pareja se verá inmersa en un torbellino de enredos cómicos y malentendidos hilarantes. Desde gatos rebeldes hasta extraterrestres con ganas de salsa, cada día se convierte en una nueva aventura donde el ingenio y el humor son sus mejores aliados.

"Ayuda Mundiales" no es solo un relato de locuras y risas; es una crítica a las absurdidades de la vida moderna y una celebración de la imprudencia que nos rodea. En este mundo donde la lógica se ha perdido, la única regla es que no hay reglas, y la risa se erige como el antídoto más poderoso. Así que abróchate el cinturón, relájate y prepárate para una travesía donde la locura es solo el comienzo de algo verdaderamente extraordinario. ¡Bienvenido a "Ayuda Mundiales"!

Era un día soleado en la ciudad de Normalville, un nombre que, irónicamente, era todo menos normal. El sol brillaba intensamente, las aves cantaban melodiosamente y las nubes parecían estar compitiendo por ver quién podía formar la figura más absurda posible. En medio de todo este caos, nuestro protagonista, un optimista incorregible llamado Leo, se desperezaba en su cama, completamente ajeno a que su vida estaba a punto de tomar un giro de 180 grados.

Leo siempre había sido un soñador. Desde pequeño, había imaginado mundos fantásticos donde los árboles daban caramelos y los ríos fluían con chocolate. Pero lo que nunca imaginó es que su vida se convertiría en un cuento de locura. Esa mañana, mientras disfrutaba de su desayuno de tostadas de mermelada de fresa y batido de plátano, recibió una llamada que cambiaría su destino.

"¡Hola! Soy la señora Pincel, de la Agencia de Empleo Extravagante. Usted ha sido seleccionado para una oportunidad increíble", dijo una voz chillona al otro lado de la línea.

Leo, con su habitual entusiasmo, respondió: "¡Genial! ¿Es una oferta para ser astronauta? ¿O tal vez un explorador de océanos?"

"No, no, nada de eso. Ha sido elegido para trabajar en 'Ayuda Mundiales', un centro de asistencia que resuelve problemas absurdos a nivel global. ¡Felicidades! Su transporte llegará en 5 minutos".

Antes de que Leo pudiera protestar, un destello de luz azul lo envolvió y, en un abrir y cerrar de ojos, se encontró en un lugar que desafiaba toda lógica: una oficina desordenada llena de teléfonos que sonaban como si estuvieran en un concurso de karaoke. Las paredes estaban adornadas con carteles que decían cosas como "¡Resolvemos lo absurdo, no lo razonable!" y "Cuidado con los cocodrilos mutantes, son sindicalizados".

"Bienvenido a 'Ayuda Mundiales'", dijo una voz sarcástica detrás de él.

Leo se giró y vio a Estella, una joven de cabello rizado y un aire de confianza que desbordaba humor. Ella lo observaba con una mezcla de curiosidad y diversión, como si estuviera evaluando qué tan loco podía ser su nuevo compañero.

"¿Cocodrilos mutantes sindicalizados? ¿Qué es esto, una broma?" preguntó Leo, tratando de asimilar la extraña situación.

"No, amigo, esto es nuestro día a día", respondió Estella mientras le lanzaba un bolígrafo que había estado a punto de caer al suelo. "Así que, ¿listo para tu primer caso? Un grupo de cocodrilos ha decidido hacerse con el control de un parque y están exigiendo mejores condiciones laborales".

Leo parpadeó. "¿Cocodrilos sindicalizados? ¿Cómo se sindicalizan los cocodrilos?"

"Eso no es lo más importante", dijo Estella mientras presionaba un botón en su computadora, haciendo que una pantalla gigante se encendiera y mostrara la imagen de un parque invadido por cocodrilos con gorras de sindicalistas. "Lo importante es que tenemos que actuar rápido. Y tú eres nuestro nuevo héroe".

"¡Pero yo no sé nada de cocodrilos!" exclamó Leo, sintiéndose cada vez más perdido en esta absurda realidad. "¿Qué se supone que debo hacer?"

"Primero, poner tu cara de héroe", dijo Estella mientras le lanzaba una gorra que decía "Super Ayudante". "Y segundo, improvisar. Aquí, la lógica se toma vacaciones, así que tú también deberías hacerlo".

En ese momento, el teléfono de Estella sonó de nuevo. "¡Ayuda Mundiales! ¿En qué podemos ayudar hoy?" respondió ella, con una sonrisa que desafiaba la cordura. "¿Un volcán que escupe helados? ¡Lo tenemos cubierto!".

Leo sintió que su mundo se desmoronaba, pero, al mismo tiempo, una chispa de emoción comenzaba a encenderse en su pecho. Tal vez, solo tal vez, este lugar era exactamente lo que había estado buscando: un caos donde la locura reinaba y donde cada día era una nueva aventura absurda.

"Vamos, Leo", dijo Estella, arrastrándolo hacia la puerta. "¡El mundo necesita héroes locos como nosotros!".

Y así, con una gorra de superhéroe en la cabeza y una mezcla de incertidumbre y emoción en su corazón, Leo dio su primer paso en un mundo donde la lógica era un mito y la locura, su nueva realidad.

En un pequeño rincón del mundo, donde las leyes de la física parecían haber hecho las maletas y desaparecido a una isla desierta, se erguía un edificio de apariencia despreocupada. En la puerta, un letrero parpadeante decía "Ayuda Mundiales", y aunque nadie podía decir con certeza qué tipo de ayuda se ofrecía allí, todos sabían que, en el fondo, la razón había decidido tomarse unas vacaciones permanentes.

Leo, un optimista incorregible con un peinado que desafiaba la gravedad, miraba a su alrededor mientras se adentraba en la oficina. La decoración era un collage de colores vibrantes y objetos de lo más inusuales: una lámpara en forma de pato, un reloj que marcaba la hora de los tres mundos de Lewis Carroll y una máquina de café que, en lugar de café, dispensaba chicles de sabor a maracuyá. Leo sonrió ante el caos, sintiendo que finalmente había encontrado su hogar.

"¡Buenos días, Ayuda Mundiales! ¿En qué puedo ayudarles hoy?", gritó con entusiasmo mientras se acomodaba en su silla. La respuesta fue un silencio que resonaba más fuerte que un tambor. Era un silencio que se sentía cargado de locura, y Leo lo adoraba.

De repente, Estella, la operadora más ingeniosa y sarcástica del lugar, apareció por la puerta como si hubiera sido lanzada desde un cañón. "¿Estás listo para tu primer día, Leo?", preguntó con una mueca que podría haber asustado a un dinosaurio. Llevaba un par de gafas de sol en la frente, aunque el día estaba nublado, y una camiseta que decía "La lógica es opcional".

"¡Listo y más que listo!", respondió Leo, casi saltando de su silla. "Estoy preparado para ayudar a salvar el mundo, un problema absurdo a la vez".

"Perfecto, porque tenemos una emergencia. Un reactor nuclear está a punto de explotar… y hay cocodrilos mutantes sindicalizados protestando justo al lado", dijo Estella, con la misma seriedad que alguien que informa sobre el clima.

"¿Cocodrilos sindicalizados? ¿Protestando? ¿Por qué no me sorprende?", musitó Leo, imaginando a los reptiles con pancartas que decían "¡Más horas de siesta!" y "¡A la huelga por los derechos de los reptiles!".

"Exactamente. Y no solo eso. Aparentemente, exigen que se les dé la semana laboral de cuatro días, y si no se cumple, amenazan con liberar su 'arma secreta'". Estella levantó una ceja, como si esperara que Leo preguntara qué era esa arma secreta.

"¿Y cuál es?", inquirió Leo, sintiéndose cada vez más intrigado.

"Una lluvia de gelatina de fresa", respondió ella, sin poder contener la risa. "Es su forma de protesta. Y como todos sabemos, la gelatina es un recurso muy peligroso en la sociedad moderna".

"Bien, entonces nos dirigimos al reactor nuclear y a los cocodrilos sindicalizados", dijo Leo, su entusiasmo creciendo. "¿Tienes un plan?"

"Por supuesto. Primero, les ofreceremos un trato: su semana laboral de cuatro días a cambio de que dejen de amenazar con la gelatina. Luego, encontraremos a un experto en reptiles para que hable con ellos".

"¿Y si eso no funciona?", preguntó Leo, sintiendo que el aire se electrificaba con la locura del día.

"Entonces improvisamos. Tal vez tengamos que hacer una competencia de baile entre los cocodrilos y los operarios del reactor. Después de todo, ¿quién puede resistirse a un buen 'dance-off'?", respondió Estella, sonriendo con picardía.

Leo asintió, completamente convencido de que su enfoque era exactamente lo que necesitaban. "¡Perfecto! ¡A la aventura! Cocodrilos y reactors nucleares no saben lo que les espera".

Era un día como cualquier otro en "Ayuda Mundiales", ese lugar donde la lógica y la razón habían decidido tomarse un merecido descanso. Las paredes estaban adornadas con carteles coloridos que anunciaban los servicios más absurdos: "¿Un volcán escupiendo helados? ¡Llámanos! ¿Gatos en el control de la ciudad? ¡Estamos en eso!" En medio de esta locura, un optimista incorregible llamado Leo se disponía a enfrentar el día con su habitual entusiasmo.

Leo siempre había sido un poco diferente. Desde que era niño, había creído que cualquier problema tenía una solución, aunque esa solución a menudo incluyera un toque de locura. Entonces, cuando recibió la llamada de "Ayuda Mundiales", no se lo pensó dos veces. Con su cabello alborotado y su sonrisa perpetua, se unió al equipo de operadoras que recibían solicitudes de ayuda de todo el planeta.

—¡Buenos días, Estella! —saludó a su compañera, quien estaba sentada frente a una montaña de papeles y con una mirada de incredulidad en su rostro.

Estella, una mujer ingeniosa y sarcástica, miró a Leo con un gesto que podía interpretarse como mezcla de admiración y desesperación.

—¿Listo para otro día de locuras? —preguntó, rodando los ojos.

—Siempre —respondió Leo, mientras se acomodaba en su silla con entusiasmo desbordante.

Un pitido agudo resonó en el teléfono. Leo respondió rápidamente.

—¡Hola! Ayuda Mundiales, Leo al habla. ¿En qué puedo ayudarle hoy?

La voz al otro lado era un hombre que sonaba extremadamente agitado.

—¡Ayuda! ¡Mi volcán ha comenzado a escupir helados de chocolate! ¡Todo el pueblo está cubierto de fudge!

Leo se rascó la cabeza, pensativo.

—¿Helados de chocolate? Eso suena... delicioso. ¿Usted ha probado uno? —preguntó, ignorando la gravedad de la situación.

—¡No! ¡La gente está resbalando y cayendo! ¡Es un caos!

—Entiendo, un caos muy sabroso. Pero, ¿ha considerado que podría ser una oportunidad para abrir una heladería? —Leo no podía evitarlo; su mente siempre buscaba el lado positivo.

Estella, que escuchaba la conversación con atención, no pudo contener una risita. Pero su risa se desvaneció rápidamente cuando un estruendo resonó en el fondo de la oficina.

—¡Oh no! —gritó Estella—. ¡El reactor ha explotado!

Leo se volvió hacia el ventanal, donde pudo ver una gigantesca nube de humo y llamas. Algunas chispas volaron por los aires y, en un giro cómico del destino, un grupo de cocodrilos que estaban en la sala de descanso comenzó a transformarse en broletas de colores brillantes.

—¡Increíble! —exclamó Leo, observando la escena con asombro—. ¡Ya no será necesario resolver ese problema del volcán!

Mientras los cocodrilos-broletas danzaban en el aire, Estella se quedó paralizada, incapaz de procesar lo que sucedía. Leo, sin embargo, se sintió inspirado. "¡Esto es una oportunidad!" pensó, y mientras los colores brillantes llenaban la habitación, se dirigió a la siguiente llamada.

—¡Ayuda Mundiales, Leo al habla! —anunció con la misma energía de siempre.

—¡Leo! —gritó Estella, intentando recuperar el control—. ¡No puedes simplemente ignorar esto! ¡La jefa se volverá loca!

—¡Perfecto! —respondió Leo—. ¡Así tendré una razón más para correr!

Sin más, Leo tomó la decisión más lógica en un lugar donde la lógica no tenía cabida: corrió como un lunático a través de la oficina. Sus compañeros lo miraban con una mezcla de admiración y preocupación mientras él zigzagueaba entre las mesas, esquivando papeles voladores y las broletas que ahora adornaban el recinto.

Leo sabía que debía evitar a su jefa, una maniaca con una afición poco común por la electrocutación de sus empleados, especialmente de él. Así que, mientras las llamas iluminaban el caos detrás de él, Leo corrió hacia la puerta de salida, con una risa descontrolada que resonaba en los pasillos.

—¡Esto va a ser un día interesante! —gritó, mientras se lanzaba a la aventura, dejando atrás un rastro de locura que apenas estaba comenzando.

Estella, aún tratando de recuperarse de la escena surrealista, suspiró y se unió a la carrera. Después de todo, si había algo que había aprendido en "Ayuda Mundiales", era que la locura era más fácil de manejar en compañía de un amigo loco.

Y así, en un lugar donde la lógica era solo un recuerdo lejano, Leo y Estella se lanzaron hacia el caos, listos para enfrentar cualquier absurdo que el mundo les lanzara.

El sol brillaba con una intensidad inusual sobre el edificio de "Ayuda Mundiales", donde la locura era tan habitual como el aroma del café recién hecho. Leo, con su cabello despeinado y su eterna sonrisa, estaba en medio de una desesperada batalla por su preciado elixir matutino. En su mente, había una sola cosa que importaba: el café. Pero en la oficina, una crisis más absurda estaba en pleno apogeo.

"¡Leo! ¡Dame ese café!" gritó su jefa, la señora Pacheco, con una mirada que podría haber derretido hielo. Su pelo despeinado y su bata de laboratorio manchada de café (irónicamente) la hacían parecer una científica loca a punto de desatar un experimento peligroso.

"¡No puedo, señora Pacheco! ¡Es el último! ¡Y lo necesito para sobrevivir a los gatos zombies rusos que están invadiendo la oficina!" respondió Leo, mientras se aferraba a su taza como si de ella dependiera el destino del mundo.

La señora Pacheco se abalanzó sobre él, pero Leo, en un acto de pura improvisación, lanzó su taza al aire. El café voló en un arco perfecto, salpicando a un grupo de gatos zombies que estaban tratando de abrir la puerta de la oficina con sus patitas muertas. "¡Toma eso, zombies!" gritó Leo con un entusiasmo desmedido.

Mientras tanto, Estella estaba en su propio mundo de locura. Había recibido una llamada de emergencia de un grupo de extraterrestres que necesitaban ayuda para recuperar su balón de fútbol que, inexplicablemente, había aterrizado en la parte superior de una nave espacial estacionada en el techo del edificio. Con su ingenio habitual, decidió que lo mejor era usar una escalera de mano y una buena dosis de valentía.

"¡No te preocupes, chicos! ¡Voy a sacar esa pelota en un abrir y cerrar de ojos!" exclamó Estella, mientras se balanceaba en la escalera. En un giro del destino que solo podría ocurrir en "Ayuda Mundiales", al momento de alcanzar la pelota, la nave espacial, que parecía estar más viva que nunca, cobró vida y se elevó del suelo, llevándose a Estella con ella.

"¡Estella! ¡No! ¡Vuelve!" gritó Leo, olvidando por un momento la invasión de gatos zombies. La nave se elevó por los aires, girando en círculos como si estuviera realizando una danza cósmica. Desde su perspectiva elevada, Estella podía ver la oficina desde una nueva altura, y a los gatos zombies tratando de alcanzar la escalera con caras de sorpresa y confusión.

"¡Esto es increíble!" gritó Estella, riendo a carcajadas mientras la nave realizaba maniobras imposibles en el cielo. "¡No sabía que el tráfico aéreo era tan divertido!"

Leo, aún en el suelo, decidió que era hora de asumir el control de la situación. "¡Gatos! ¡Escuchen! Si quieren su café, ¡tendrán que dejar de ser zombies!" les gritó, mientras los felinos lo miraban con sus ojos vacíos, pero curiosos.

"¡Rápido! ¡A la guerra del café!" exclamó Leo, mientras comenzaba a llenar globos de agua con café, creyendo que eso podría ser la solución a su problema. Con cada globo lleno, los gatos zombies parecían más confundidos. "¡Café caliente para todos!" gritó, lanzando los globos al aire.

Los globos reventaron, y el café caliente salpicó por doquier, creando un caos absoluto. Los gatos, en un acto de desesperación felina, comenzaron a correr en círculos, tratando de evitar el líquido hirviente mientras Leo se reía a carcajadas. "¡Esto es más divertido que un desfile de pingüinos en patines!"

Mientras tanto, la nave espacial, todavía llevando a Estella en su interior, decidió que era hora de aterrizar. Con un estruendo, la nave descendió y aterrizó en el patio trasero de la oficina, justo en medio de un grupo de gatos que miraban con asombro. Estella salió de la nave, con la pelota de fútbol en la mano y una sonrisa de oreja a oreja.

"¡Misión cumplida!" exclamó, levantando la pelota como si hubiera ganado un campeonato intergaláctico. Luego, miró a Leo, que aún estaba luchando contra la invasión de gatos zombies. "¿Necesitas ayuda, amigo?"

"¿Ayuda? ¡No! Estoy en plena guerra del café, ¡y voy ganando!" respondió Leo, mientras lanzaba otro globo hacia los gatos. "¡Café para todos!"

Leo, todavía con la sensación de que había sido aplastado por un tren de carga de responsabilidades, se sacudió la cabeza para despejarse. La mirada fulminante de la señora Pacheco le había dejado una marca más profunda que cualquier golpe físico. Así que, después de la breve experiencia de su actuación como estatua —la cual, por cierto, no había sido digna de un Oscar—, se volvió a su escritorio, donde Estella lo esperaba con una sonrisa que parecía decir: "Hoy va a ser un día interesante".

—¡Suerte que no te convertiste en una estatua de mármol! —bromeó Estella, mientras revisaba los casos en su ordenador.

—Podría haberlo hecho mejor si hubiera tenido más tiempo para practicar —respondió Leo, tratando de mantener el tono ligero, pero todavía un poco fruncido por la experiencia.

De repente, el teléfono sonó, interrumpiendo su conversación. Estella lo miró con curiosidad, como si esperara que Leo respondiera. Con un suspiro que mezclaba resignación y emoción, Leo levantó el auricular.

—¡Ayuda Mundiales! Aquí Leo, el mejor operador de... —se interrumpió un segundo, tratando de recordar su título— de ayudar a los locos del mundo.

—¡Hola! ¡Soy July! —exclamó la voz al otro lado de la línea, llenando a Leo de una mezcla de alegría y frustración al mismo tiempo—. ¡Estoy en un problema serio! ¡El camión de alcohol se está vaciando y tengo un perro que se comporta como si fuera el rey del mundo!

Leo apenas pudo contener una risa. July, con su actitud de "perro" que él tanto disfrutaba molestar, tenía una manera peculiar de meterse en problemas. Así que, en lugar de solucionar el problema de manera convencional, decidió buscar la forma más absurda de enfrentarlo.

—Escucha, July —dijo Leo, tratando de sonar serio—. Primero que nada, ¿el perro tiene una corona?

—¿Qué? No, ¡eso no es lo importante! ¡El camión de alcohol está vacío porque me lo estoy bebiendo! —gritó July.

—Perfecto, entonces, ¿por qué no hacemos una fiesta de coronación para tu perro? Necesitamos hacer algo grandioso para que el evento sea memorable. ¡Un brindis por su majestad el Rey Canino! —Leo sonaba cada vez más entusiasta, mientras Estella rodaba los ojos, tratando de contener la risa.

—¿Una fiesta? ¡No tengo tiempo para fiestas! —protestó July, pero Leo ya estaba en su propio mundo.

—Tus súbditos, digo, tus amigos, podrían traer más alcohol, y entonces podrías... —comenzó a decir, pero Estella, al escuchar la palabra "alcohol", tomó el control de la conversación.

—July, ¿tienes alguna bebida no alcohólica? ¡Para la salud de los asistentes, claro! Además, podrías promover a tu perro a un puesto de honor... ¡Rey de los Perritos! ¡Eso le daría un sentido de responsabilidad!

—¡Están locos! No tengo tiempo para coronar a un perro, ¡necesito ayuda real! —gritó July, pero Leo ya estaba pensando en cómo hacer que este evento fuera un éxito.

—¡No te preocupes! —dijo Leo—. Solo necesitas un poco de creatividad y algo de magia. Yo me encargaré de conseguir los suministros. Estella, ¿puedes encargarte de la decoración?

—¿Por qué no? —respondió Estella, ya con una sonrisa traviesa—. Siempre quise ver a un perro coronado con un sombrero de fiesta.

Leo colgó el teléfono, emocionado por la inminente fiesta. Un camión vacío de alcohol, un perro con corona y la promesa de una celebración ridícula eran todo lo que necesitaba para olvidar la mirada de la señora Pacheco, al menos hasta que ella decidiera aparecer en la fiesta.

—¿Estamos realmente haciendo esto? —preguntó Estella, mientras comenzaba a buscar decoraciones en su cajón.

—Claro que sí. ¡Es la única manera de hacer que el mundo tenga sentido! —respondió Leo, sintiendo que la locura de la situación era precisamente lo que lo mantenía cuerdo.

Así, entre risas y una pizca de locura, Leo y Estella comenzaron a trazar un plan para la coronación del Rey Canino. En "Ayuda Mundiales", lo absurdo se convertía en la norma, y lo que parecía un problema se transformaba en una oportunidad para reírse de la vida y sus locuras. Con cada paso que daban, la locura se hacía más palpable, y ambos sabían que esto solo era el comienzo de un día que prometía ser inolvidable.

Leo estaba a punto de perder la cordura. Había pasado toda la noche sumido en una fiesta improvisada, rodeado de globos que parecían tener más vida que las personas que los inflaron. La única cosa que lo mantenía en pie, más allá del entusiasmo de la fiesta, era su adicción al café. Pero esa mañana, al llegar a "Ayuda Mundiales", se encontró con un escenario desolador: la máquina de café estaba más vacía que el corazón de un cactus en el desierto. Su mente se nubló ante la posibilidad de un mundo sin café.

"¡No hay café! ¡No hay café!" gritó Leo, como si hubiera revelado un oscuro secreto de estado. Pero su grito fue ahogado por el sonido de papeles ardiendo en la oficina. Estella, con su mirada de gato acechante, y Pacheco, la científica loca, estaban en medio de un frenesí de combustión de documentos.

"¡Leo! ¡Ayuda!" gritó Estella, mientras corría de un lado a otro, arrojando papeles al aire como si estuviera en medio de un carnaval.

"¿Qué está pasando?" preguntó Leo, intentando mantener la calma, a pesar de que su estómago hacía ruidos que sonaban como una orquesta desafinada.

"¡Es una emergencia! ¡Un volcán de helados ha invadido la ciudad! ¡Y no hay café para pensar claramente!" exclamó Pacheco, con su bata de laboratorio ondeando como una bandera de guerra.

Justo en ese momento, el teléfono sonó, y Leo, con la esperanza de que la llamada pudiera traer algún tipo de solución, se lanzó hacia el aparato. "¡Ayuda Mundiales! Leo al habla, ¿en qué puedo ayudar?"

Al otro lado de la línea, un hombre desesperado dijo: "¡Necesito café urgentemente! Estoy transportando un cargamento y mi camión se ha detenido en un cruce, rodeado de un auto demoniaco religioso que predica sobre las máquinas. ¡No puedo moverme!"

Leo miró a Estella y a Pacheco, y la locura del día se intensificó. "¡Espera! ¿Un auto demoniaco que predica? Eso suena como una misión digna de un héroe... o de un lunático como yo."

"¿Tú? ¿Héroe?" Estella arqueó una ceja, mientras Pacheco se rascaba la cabeza, tratando de procesar la información.

"¡Sí! ¡Un héroe! ¡El héroe que necesita el mundo!" respondió Leo, mientras su entusiasmo comenzaba a contagiar a sus compañeras. "¡Vamos, tenemos que salvar ese café!"

Sin más preámbulos, los tres se lanzaron a la calle, donde el sol brillaba con una intensidad que hacía que la locura del día pareciera aún más surrealista. Al llegar al cruce, encontraron un camión de café parado, mientras un auto con una apariencia demoníaca y luces parpadeantes giraba en círculos, gritando a todo pulmón: "¡Las máquinas son el futuro! ¡Abandonen la carne y abracen el metal!"

"¿Qué demonios es eso?" preguntó Estella, con una mezcla de incredulidad y diversión.

"Es un auto religioso, probablemente un modelo de culto," respondió Pacheco, ajustando sus gafas de seguridad. "Podría tener tecnología avanzada. O simplemente puede estar loco, como todos aquí."

"¡Perfecto! ¡Yo me encargaré!" dijo Leo, mientras sacaba un batidor de huevos de su mochila, como si fuera un arma secreta.

"¿Qué vas a hacer con eso?" preguntó Estella, intentando no reírse.

"¡Voy a batir sus argumentos hasta que se rindan!" respondió Leo con una sonrisa de oreja a oreja.

Mientras Leo se acercaba al auto, comenzó a agitar el batidor de huevos como si estuviera invocando a los dioses del café. "¡Escucha, máquina! ¡El café es sagrado! ¡No puedes predicar sin una taza en la mano!"

El auto demoniaco se detuvo, como si se estuviera riendo de la escena. "¡Tú no entiendes! ¡El café es solo un placer pasajero! ¡Debemos convertirnos en máquinas!"

"¡Pero el café es lo que nos hace humanos!" gritó Leo, mientras hacía un movimiento como si estuviera batiendo un batido. "¡Y lo necesitamos para pensar, para ser creativos, para vivir!"

Estella y Pacheco se unieron a la locura, gritando respaldos y levantando los brazos como si estuvieran en un concierto de rock. La escena era tan absurda que incluso los transeúntes comenzaron a detenerse a mirar.

Finalmente, el auto demoniaco, confundido y abrumado por el despliegue de locura humana, comenzó a retroceder. "¡Están locos! ¡No puedo competir con tanto entusiasmo!" gritó el conductor mientras el vehículo se alejaba, dejando un rastro de humo.

Leo, Estella y Pacheco estallaron en carcajadas. "¡Lo logramos! ¡Hemos salvado el café!" exclamó Leo, mientras se acercaba al camión.

El conductor, todavía temblando de miedo, les entregó una caja llena de café recién tostado. "Gracias, chicos. No sé cómo lo hicieron, pero nunca subestimaré el poder de la locura."

Mientras regresaban a la oficina, con el café en mano y una sonrisa en los rostros, Leo no pudo evitar pensar que, en un mundo donde la lógica había decidido tomarse unas vacaciones, la locura podía ser la única respuesta.