El sol brillaba con fuerza en el cielo, pero dentro de "Ayuda Mundiales", la temperatura parecía haber subido varios grados más debido a la combinación de locuras y risas. Leo, con un sombrero de papel de aluminio que había decidido usar como protección contra los "rayos de locura", estaba sentado frente a su teléfono, con una cacerola en la cabeza y una brocheta en la mano, como si fuera un guerrero en una batalla épica contra la cordura.
Estella, con una ceja levantada y una expresión que decía "esto no es parte de mi contrato", observaba a Leo desde su escritorio. "¿En serio, Leo? ¿Una cacerola? ¿Y qué vas a hacer, cocinar el sentido común?", preguntó con sarcasmo, mientras trataba de concentrarse en las llamadas que estaban llegando.
"¡Es una cacerola de la verdad, Estella! Me protege de los pensamientos negativos y me ayuda a concentrarme. Además, estoy a punto de resolver el misterio del perro volador que está intentando llegar a Nueva York. ¡Es un asunto de máxima importancia!", respondió Leo con entusiasmo, agitando la brocheta como si fuera una espada.
"Sí, claro. Porque un perro volador tiene que ser la prioridad del día", dijo Estella, girando los ojos. "En lugar de eso, deberíamos estar resolviendo el caso de la plaga de gatos en la ciudad. Te recuerdo que tienen un plan maestro para dominar el mundo".
"Pero ese perro, Estella. ¡Es un perro que quiere volar! No podemos dejar que sus sueños se desmoronen. ¡Voy a hacer que se convierta en el primer perro astronauta de la historia!", exclamó Leo, ignorando por completo la lógica y la realidad de la situación.
Justo en ese momento, el teléfono de Estella sonó, interrumpiendo su intento de razonar con Leo. "¡Ayuda Mundiales, donde la cordura viene de vacaciones! ¿Cómo puedo ayudarle hoy?", contestó con una sonrisa que ocultaba su frustración.
"¡Hola! Soy Juan, el dueño de un perro llamado Pompón. ¡Está tratando de volar hacia Nueva York! Necesito ayuda urgente, creo que está usando un globo de helio como ala", dijo una voz temblorosa al otro lado de la línea.
"¿Un globo de helio? ¿Y por qué no lo detienes?", preguntó Estella, sintiendo que la locura se acumulaba en el aire como humo.
"No puedo. ¡Él es muy terco! Además, cada vez que trato de acercarme, se eleva más alto. ¡Por favor, hagan algo!", suplicó Juan.
Estella le hizo un gesto a Leo, que estaba concentrado en ajustar su cacerola. "¿Lo estás escuchando? ¡Este perro necesita un plan de vuelo de emergencia!".
"¡Perfecto! ¡Tengo la solución!", gritó Leo, levantándose con un brillo en los ojos. "Solo necesitamos un cohete, un par de galletas y un trampolín. Si lo hacemos todo en el orden correcto, ¡Pompón podrá volar de regreso a casa!".
"¿Un cohete? ¿Galletas? ¿Un trampolín? ¡Leo, esto es una locura! No podemos enviar un perro al espacio, ni siquiera un perro que vuela con un globo", se quejó Estella, con la desesperación colgando en su voz.
"¡Claro que sí! La ciencia dice que todo es posible. Y si el perro puede volar, ¡entonces puedo hacer que aterrice en la azotea de este edificio!", afirmó Leo, mientras comenzaba a correr por la oficina, buscando todo lo que necesitaba para su "operación".
Estella, resignada, decidió seguirle el juego. "Está bien, campeón de la locura. Voy a buscar a ese dueño de perro y tú busca el 'cohete'. Pero mientras tanto, ¡no olvides que tenemos un grupo de extraterrestres en espera que quieren aprender a bailar salsa!".
"Abriré un club de salsa para extraterrestres. ¡Perfecto!" Leo gritó, mientras se dirigía a la cocina, donde comenzaba a recolectar utensilios.
Mientras Estella trataba de comunicarse con Juan, Leo estaba convencido de que su plan funcionaría. Pero en el fondo, ambos sabían que la única certeza en "Ayuda Mundiales" era que la locura era la norma, y que el caos siempre encontraba la manera de hacer su entrada triunfal.
Y así, entre risas y locuras, Leo y Estella se embarcaron en una nueva aventura disparatada, listos para convertir un perro volador en el héroe de la historia, sin saber que el verdadero espectáculo apenas estaba comenzando.
La luz fluorescente del centro de asistencia "Ayuda Mundiales" parpadeaba de forma inquietante, como si estuviera a punto de rendirse ante la locura que reinaba en su interior. Leo, con su característico optimismo desbordante, se encontraba en medio de un caos absoluto. Las risas y los gritos de los demás operarios resonaban en el aire, pero él tenía su mente fija en una única misión: vengarse del bromista que había convertido su vida en una serie de absurdos.
"¡Soy el emisario de la venganza!", gritó Leo, apuntando con un rifle de juguete a un grupo de pescados mutantes que, de alguna manera, habían decidido formar un ejército. Eran salmones con piernas de cangrejo y ojos desorbitados que brillaban bajo la luz del neón. "¡Nadie se ríe de mí y sale impune!"
Los pescados, en lugar de asustarse, comenzaron a lanzar burbujas de color rosa que explotaban al contacto, llenando el aire de un aroma a chicle. Leo, en medio del frenesí, no pudo evitar morder una broqueta que había traído de casa. "¡Esto es delicioso!", exclamó, mientras se escabullía por detrás de una caja de cartón, esquivando un proyectil de burbujas.
Estella, que había estado observando la escena desde la distancia, no pudo evitar soltar una carcajada. "¿Vas a luchar con un rifle de juguete y una broqueta en la mano, Leo? ¡Eres el mejor!"
"¡Exacto! ¡La combinación perfecta de guerra y snack!", respondió Leo, mientras se relamía los dedos cubiertos de salsa de barbacoa. En ese momento, uno de los pescados mutantes, un pez globo gigante, decidió inflarse y rodar hacia él. Leo, en un acto de pura inspiración, se lanzó hacia un lado, y el pez globo terminó estampándose contra una pared, liberando un chorro de agua salada que empapó a Estella.
"¡Por todas las galletas de la fortuna! ¡Eso fue épico!" exclamó Estella, mientras se sacudía el agua. "Pero, Leo, creo que tienes que averiguar quién está detrás de esto. No creo que los pescados mutantes sean los verdaderos culpables de tus problemas".
"¡Tienes razón! Necesito encontrar al bromista", dijo Leo, mientras se ponía de pie y se sacudía los restos de comida. "Pero antes, ¡salgamos de aquí! No quiero ser el primer humano en ser derrotado por un salmón mutante".
Ambos se lanzaron hacia la salida, pero no sin antes tomar un par de broquetas de la mesa. "Siempre hay tiempo para un snack", dijo Leo con una sonrisa.
Mientras corrían, Leo recordó algo crucial: su jefa, la enigmática y sarcástica Silvia, había mencionado en una de sus reuniones que había una nueva línea de bromas en desarrollo. ¿Podría ser ella la responsable de esta locura? Sin pensarlo dos veces, Leo y Estella se dirigieron a la oficina de Silvia.
Una vez allí, la puerta estaba cerrada con un letrero que decía "No molestar, estoy trabajando en mis mejores chistes". Leo, con su mente llena de planes absurdos, decidió que la mejor estrategia era robarle su café. "Si la atrapo desprevenida, podré sacarle información sobre los pescados mutantes".
"¿Y cómo planeas hacerlo?" preguntó Estella, con una mezcla de incredulidad y diversión en su voz.
"Es simple: ¡moto y café!", respondió Leo, mientras se dirigía a la salida. "Tú distraes a Silvia, y yo me encargaré del café".
Estella no pudo evitar reírse ante la locura del plan, pero accedió. A minutos de haberlo acordado, Leo se encontraba en su moto, con un casco que le quedaba un poco grande, y una sonrisa de oreja a oreja. "¡Vamos a ello!"
Estella entró a la oficina de Silvia, que estaba sumergida en una montaña de papeles y tazas de café desbordadas. "¡Silvia! ¡Tienes que escucharme! Hay un ejército de pescados mutantes atacando el centro", gritó mientras Leo se acercaba sigilosamente por detrás.
Silvia, alzando la vista, se quedó boquiabierta. "¿Qué? ¿Peces? ¿Por qué no me sorprende?" En ese momento, Leo, con la destreza de un ladrón experimentado, estiró la mano y tomó la taza de café humeante de la mesa.
"¡Gracias, jefa! ¡Esto va a ser muy útil!", gritó, mientras se lanzaba a la moto y arrancaba a toda velocidad, dejando a Estella y a Silvia boquiabiertas.
"¡Leo, vuelve aquí!", gritó Silvia, persiguiéndolo a pie, pero él ya había desaparecido en la distancia, con el café en una mano y una broqueta en la otra, listo para enfrentar cualquier locura que el destino le deparara.
"Esto se va a poner interesante", murmuró Estella, mientras seguía corriendo tras ellos. Si había algo que había aprendido en "Ayuda Mundiales", era que la locura siempre podía ser más rara de lo que uno pensaba. Y, sin duda, la batalla contra los pescados mutantes apenas comenzaba.