Leo estaba acurrucado en una esquina de la ambulancia robada, temblando de miedo y un poco de frío, mientras la secta de amantes del pescado seguía su rastro como un grupo de delfines hambrientos persiguiendo una barca con sardinas. "¡Solo quería un día normal!", pensaba, apretando los ojos mientras se imaginaba la escena: él, sentado en un trono de papas fritas, siendo aclamado como el Rey de los Snacks. Pero en lugar de eso, estaba huyendo, y su felicidad parecía más lejana que nunca.
En la parte trasera de la ambulancia, entre cajas de vendajes y un par de botellas de jarabe para la tos, Leo encontró un viejo tambor de helado vacío. "No puedo hacer nada sin un helado", murmuró para sí mismo, mientras recordaba cómo había terminado en esta situación. Todo empezó cuando decidió robarle la ambulancia al Dr. González, un médico que jamás se tomaba las cosas en serio, y que había estado dándole la charla sobre la importancia de los helados para la salud mental. "¡Es un hecho científico!", había dicho. "El helado previene el estrés… y las sectas de pescados, aparentemente".
Mientras tanto, Estella estaba intentando calmar a su jefa, la temible Doctora Mermelada, quien había quedado furiosa tras el robo de su arma y la huida de Leo. Con su cabello rizado como una bomba de chicles y su bata de laboratorio cubierta de manchas de diversos colores, la Doctora Mermelada parecía una tormenta de furia y locura. "¡No puedo creer que ese lunático me haya robado mi ambulancia! ¡Y mi arma! ¡Esa cosa costó más que mi colección de post-its de colores!"
"Doctora, por favor, respire", dijo Estella, tratando de mantener la calma mientras sostenía un helado de chocolate que había encontrado en la nevera de la oficina. "¿No cree que esto puede ser una oportunidad para aprender algo sobre la vida y la locura de Leo? Tal vez podamos encontrarlo antes de que se convierta en un pescado humano".
"¿Y por qué debería preocuparme por un lunático que acaba de robarme? ¿Por qué no lo dejo que se convierta en sushi?" La Doctora Mermelada estaba a punto de explotar, y Estella sabía que debía actuar rápido para no terminar como un experimento fallido en el laboratorio.
"Porque es el único que puede salvarnos de los extraterrestres bailarines", dijo Estella, tratando de cambiar de tema. "Y si lo dejamos a su suerte, quién sabe qué podría pasar. Además, ¡mire! ¡El helado!" Levantó el helado como si fuera un estandarte de esperanza.
La Doctora Mermelada miró el helado, su expresión cambió de furia a curiosidad. "¿Chocolate? ¿Con trocitos de galleta? Bueno, tal vez un bocado no haría daño…"
Mientras tanto, Leo seguía al mando de la ambulancia, que se comportaba más como un auto de carreras que como un vehículo de emergencia. La sirena sonaba como si estuviera celebrando un carnaval, y el volante parecía tener vida propia, llevándolo en círculos por la ciudad. "¡Por favor, que no me atrapen! ¡Solo quería un helado!", gritó, mientras se sacudía en el asiento y tocaba el claxon de manera frenética.
Justo cuando pensaba que todo estaba perdido, vio un letrero reluciente: "Helados de la Abuela Pescado". Sin pensarlo dos veces, Leo giró el volante y se lanzó hacia la heladería. "Quizás si les ofrezco helado, dejarán de intentar convertirme en sashimi", pensó, esperanzado.
Al entrar en la heladería, un aroma a fresa y chocolate lo envolvió como un abrazo cálido. "¡Hola, abuela!" gritó, acercándose al mostrador. "¿Tienes helados para salvar mi vida?".
La abuela Pescado, una mujer de ojos brillantes y una sonrisa que podía derretir el hielo, lo miró con curiosidad. "¿Qué tipo de helado necesitas, querido? ¿Uno para calmar a una secta de pescados o uno que pueda curar tu alma?".
"¡Ambos!", gritó Leo, mientras sonaba el claxon de la ambulancia que todavía estaba estacionada afuera. "¡Y rápido!".
Afuera, la secta de amantes del pescado se acercaba, y Leo sabía que estaba en un aprieto. Sin embargo, con un par de helados en la mano, una idea loca comenzó a formarse en su mente. "Tal vez, solo tal vez, el helado podría ser la solución a todos mis problemas".
Mientras tanto, Estella y la Doctora Mermelada, armadas con un helado en cada mano, llegaron a la heladería justo a tiempo para ver a Leo salir con una sonrisa en el rostro y un par de conos en la mano. "¡Leo! ¿Qué estás haciendo?", gritó Estella, mientras la Doctora sehpack se preparaba para lanzar su helado como un proyectil.
"¡Voy a salvar el día con helado!", exclamó Leo, mientras el grupo de pescadores se acercaba. "¡Sujétense! ¡Aquí viene la locura!"
Y así, en un giro inesperado, la batalla entre Leo y la secta de amantes del pescado se convirtió en una Gran Carrera de Helados, donde el único perdedor sería el sentido común.
El sol brillaba con una intensidad que podría haber derretido el cerebro de cualquier persona sensata, pero Leo estaba lejos de ser sensato. Con un brillo de emoción en sus ojos, miraba por la ventana del centro de asistencia "Ayuda Mundiales", donde el caos reinaba y los problemas absurdos se acumulaban como los platos en la cocina de un restaurante en hora pico. Era un día cualquiera, pero para Leo, el día de hoy era especial: ¡iba a conseguir su camión monstruo!
Estella, con su habitual sarcasmo y una taza de café en la mano, lo observaba mientras él dibujaba un boceto del camión monstruo de sus sueños en la pizarra del centro. "¿De verdad crees que eso será útil en el trabajo?" preguntó, levantando una ceja. "¿Te imaginas las llamadas de emergencia que recibiríamos? '¡Ayuda Mundiales, estoy siendo perseguido por un camión monstruo que lanza helados!'"
"¡Exactamente!" respondió Leo, su entusiasmo casi contagioso. "¡Un camión monstruo con metralletas! ¡Eso sería increíble! Podremos ayudar a la gente de una manera que nunca imaginaron. ¡Y sería épico!"
"Sí, claro, porque ayudar a un volcán que escupe helados es un paseo por el parque, pero un camión monstruo es la verdadera solución", replicó Estella, cruzando los brazos, aunque no pudo evitar sonreír ante la locura de su compañero.
Tras un intercambio de miradas que le valió una mirada fulminante de Estella, Leo decidió que era hora de salir a buscar su preciado camión monstruo. Ignorando por completo las advertencias de su compañera sobre las prioridades laborales, se lanzó a la aventura, con Estella a su lado, relamiéndose de incredulidad.
El dúo se encontró en una feria local donde, según rumores, unas vampiras políticas estaban ofreciendo un camión monstruo como parte de su campaña para "revivir el espíritu del automovilismo". Leo, con su innata habilidad para ignorar las leyes de la lógica y el sentido común, decidió que robar el camión era la mejor opción.
"¿Estás seguro de que esto es una buena idea?" preguntó Estella mientras seguían a las vampiras, que estaban rodeadas de un grupo de seguidores a los que prometían un futuro brillante y lleno de gasolina. "¿Qué tal si nos atrapan? No estoy segura de que una condena por robo de un camión monstruo sea la mejor manera de ascender en 'Ayuda Mundiales'."
"¡Confía en mí, Estella! Si logramos llevarnos ese camión, seremos héroes. Imagina las llamadas que podríamos recibir. '¡Ayuda Mundiales, estoy atrapado en un embotellamiento y no puedo salir porque hay un camión monstruo lanzando fuegos artificiales!'"
"Está bien, está bien, pero si esto sale mal, yo no te cubro", dijo ella, resignándose a la locura de su compañero.
Cuando las vampiras comenzaron a preparar un mitin, Leo se acercó sigilosamente al camión monstruo, que brillaba en el centro del escenario como un trofeo sagrado. Con un movimiento audaz, abrió la puerta del vehículo y se metió dentro. "¡Estella, ven!" gritó, mientras la ingeniosa operadora se unía a él con una mezcla de temor y emoción.
En ese instante, las vampiras se dieron cuenta de que algo extraño estaba sucediendo. "¡Alto ahí, humanos!" gritaron al unísono. Pero Leo, con su entusiasmo desbordante, giró la llave de encendido y encendió el motor, que rugió como un dragón despertando de un largo sueño.
"¡Es hora de salir volando!" exclamó Leo, mientras Estella, atrapada entre la incredulidad y la risa, intentaba cerrar la puerta del camión. En un momento de pura locura, Leo pisó el acelerador y el camión monstruo salió disparado, dejando atrás a las vampiras atónitas y a los seguidores que apenas comprendían lo que estaba pasando.
Mientras el camión avanzaba por la carretera, Leo se sentía en la cima del mundo. "¡Mira, Estella! ¡Estamos en un camión monstruo! ¡Esto es increíble!"
"Sí, pero ¿y las vampiras? ¿No deberíamos devolverlo?" preguntó Estella, sujetándose con fuerza mientras Leo zigzagueaba por la carretera.
"¡No hay tiempo! ¡Ayuda Mundiales necesita un camión monstruo! ¡Y lo vamos a conseguir!" grito Leo, con la risa de un niño en su voz.
En medio del caos, las llamadas de auxilio comenzaron a llegar. "¡Ayuda Mundiales! ¡Un volcán ha escupido helados en mi jardín!" "¡Ayuda Mundiales! ¡Un grupo de gatos ha tomado el control de mi casa!" ¡Era el momento perfecto para demostrar que, en el mundo de la locura, un camión monstruo era el héroe que todos necesitaban!
Con el viento en su rostro y la locura como su aliada, Leo y Estella se lanzaron a la aventura, listos para enfrentar cualquier desafío que les esperara. Sabían que con un camión monstruo a su disposición, la lógica no tendría ninguna oportunidad. Y así, entre risas y absurdos, la historia de "Ayuda Mundiales" continuaba su camino, donde la locura era solo el comienzo de una nueva y divertida travesía.