El eco de mis pasos se mezclaba con la respiración pesada que intentaba controlar. Las sombras alrededor de mí se agitaban, pero lo que realmente me helaba la sangre era su presencia. Mi reflejo caminaba tranquilamente a mi lado, como si el caos a nuestro alrededor fuera un simple paseo.
-¿No es maravilloso, Serpias? -dijo con un tono burlón, sus palabras impregnadas de un veneno inquietante-. Todo este caos, todo este miedo... y tú en el centro de todo.
-Cállate -gruñí, apretando los dientes mientras intentaba ignorarlo.
-Ah, pero ¿por qué? ¿No disfrutas de mi compañía? -Su risa resonó, un sonido que parecía provenir de las profundidades del abismo mismo-. Admitámoslo, sin mí, estarías muerto ya.
Avancé sin responder, tratando de mantener mi atención en las sombras que se acercaban lentamente. Podía sentir sus ojos-si es que las sombras tenían ojos-fijos en mí, analizando cada movimiento, esperando el momento perfecto para atacar.
-Oh, no me ignores, Serpias. Eso no es muy educado.
-No eres real -murmuré, intentando convencerme tanto como negarlo.
De repente, su rostro apareció a centímetros del mío, su sonrisa torcida revelando dientes que no eran humanos.
-¿No soy real? -preguntó en un susurro helado Entonces, ¿por qué me sientes aquí? ¿Por qué escuchas mi voz en tu cabeza?
Me aparté bruscamente, como si su proximidad pudiera quemarme.
-Déjame en paz.
-Oh, no, querido Serpias. No puedo hacer eso. Su tono cambió, volviéndose más grave, más amenazante-. Soy parte de ti, te guste o no. Y cuanto antes lo aceptes, mejor será para ambos.
Las sombras a nuestro alrededor comenzaron a moverse más rápido, como si reaccionaran a su presencia. Se abalanzaron hacia mí en un ataque coordinado, y apenas tuve tiempo de levantar mi arma para defenderme.
-¡Mira cómo tiemblas! -gritó, riendo con un entusiasmo casi infantil mientras yo luchaba por mantenerme con vida-. Esto es patético, Serpias. Patético.
-¡Cállate! -grité, golpeando a una de las sombras con un movimiento desesperado.
-Eso es, grita más fuerte. Tal vez así las sombras se asusten y huyan.
Sus palabras eran un veneno constante en mi mente, una distracción que no podía permitirme. Cada vez que intentaba concentrarme, su risa resonaba en mi cabeza, desestabilizándome.
-¿Sabes lo que realmente me divierte? -dijo, caminando tranquilamente mientras yo luchaba-. Que crees que puedes sobrevivir a esto. Que de alguna manera, contra toda lógica, piensas que encontrarás una salida.
-Lo haré.
-¿Lo harás? -Su risa fue un rugido, un sonido que hizo temblar el aire a nuestro alrededor-. Oh, Serpias, eres tan ingenuo. Pero me gusta eso de ti.
El sudor me corría por la frente mientras luchaba contra las sombras que no dejaban de atacarme. Mi cuerpo estaba al límite, mis músculos gritando por descanso. Pero no podía detenerme. No con él observándome, juzgándome.
-Eres tan débil -dijo, acercándose mientras yo apenas podía mantenerme en pie-. ¿Y sabes lo que pasa con los débiles, Serpias?
-¿Qué? -respondí entre dientes, mi voz cargada de rabia y agotamiento.
-Mueren.
Las sombras aprovecharon mi distracción para atacarme de nuevo, y esta vez me derribaron. Mi arma salió volando de mis manos, y caí al suelo con un golpe seco. Sentí las garras de las sombras rasgando mi carne, el dolor era insoportable.
-¿Ves? -dijo, inclinándose sobre mí mientras las sombras me inmovilizaban-. Esto es lo que pasa cuando no escuchas.
-¡Ayúdame! -grité, sin importarme lo que significaba pedirle ayuda.
Él sonrió, su rostro iluminado por una satisfacción oscura.
-Ah, ¿ahora quieres mi ayuda? ¿No eras tú el que me decía que me callara?
-¡Por favor!
-Está bien, Serpias. Pero recuerda esto: todo tiene un precio.
De repente, su figura se desvaneció, y una energía oscura comenzó a emanar de mi cuerpo. Las sombras que me retenían gritaron, un sonido desgarrador que reverberó en el túnel. Se alejaron de mí, como si mi reflejo hubiera dejado algo en mí que las aterrorizaba.
Me levanté con dificultad, mi cuerpo temblando mientras las sombras retrocedían a los rincones oscuros. Pero no me sentí aliviado. Algo dentro de mí había cambiado.
-¿Lo ves? -susurró su voz en mi mente, suave y burlona-. Te lo dije. Juntos somos imparables.
Me apoyé en la pared, jadeando, tratando de ignorarlo. Pero sabía que tenía razón. Algo oscuro había despertado dentro de mí, algo que no podía controlar. Y mientras avanzaba por el túnel, solo podía preguntarme cuánto tiempo pasaría antes de que esa oscuridad me consumiera por completo.