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el caos de lusto el genio perdido

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Synopsis
En un remoto laboratorio en el desierto, el científico Lusto y su leal compañero Zooe se encuentran inmersos en un ambicioso proyecto: dominar la teletransportación. A través de sus conocimientos y las misteriosas tarjetas que descubre, Lusto logra no solo comprender esta poderosa tecnología, sino también controlarla. Sin embargo, a medida que explora sus límites, se enfrenta a las reglas ocultas y los peligros inherentes de su uso. En su camino, Lusto recibe visitas ocasionales de Joiden, un enigmático robot que le ofrece información y regalos, pero nunca ayuda directamente. Mientras Lusto y Zooe navegan por dimensiones desconocidas y secretos universales, Lusto comienza a desentrañar las consecuencias del aislamiento extremo. La constante exposición a la teletransportación, junto con los recuerdos de su pasado y sus motivos, lo empujan al borde de la locura. A medida que avanza en su investigación, Lusto descubre que sus propios actos han alterado el curso de su destino, y la verdad detrás de la teletransportación revela secretos que pondrán en juego no solo su sanidad, sino el equilibrio del universo mismo. Enfrentado a la inevitable realidad de sus acciones, Lusto debe decidir hasta dónde está dispuesto a llegar para desvelar los oscuros misterios que lo rodean.

Table of contents

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Chapter 1 - responsabilidad

En medio de tierras desérticas y áridas, donde el horizonte se difumina entre dunas interminables y el sol cae como plomo ardiente, se alza un monumento titánico. Sus muros de concreto gris, imponentes y desgastados por el tiempo, se extienden como gigantes de piedra en un laberinto infinito que devora el paisaje. El viento sopla con un silbido agudo, levantando polvo que no encuentra dónde posarse. Este lugar inhóspito, muerto y silencioso, es mi laboratorio.

Frente a una cámara polvorienta y tambaleante, aparece un hombre de rostro alargado y ojos desorbitados, llenos de un brillo frenético. Su bata blanca está manchada de quemaduras y grasa; el cabello desordenado parece luchar contra la gravedad, como si incluso él estuviera atrapado en una constante tormenta eléctrica. Sonriendo con un entusiasmo contagioso, saluda con la mano.

—¡Hola a todos! Mi nombre es Lusto y soy un importantísimo científico —dice, inflando el pecho con orgullo—. Mi misión es nada más y nada menos que descubrir la teletransportación.

Se agacha, revolviendo en su bolsillo hasta sacar una pequeña tarjeta desgastada. Su voz se acelera, mientras la coloca con cuidado en el suelo, como si estuviera manipulando una bomba.

—Claro, dirán que es imposible, pero ya lo he logrado. —Sus ojos brillan aún más—. Aunque… hay un pequeñísimo problema.

Antes de que termine la frase, la tarjeta comienza a emitir un zumbido grave y vibrante. Un portal se abre, desgarrando el suelo con una luz azul fosforescente que se retuerce como llamas líquidas. De su interior surge una figura grotesca y enorme: una pizza de proporciones monstruosas. Su cuerpo está hecho de masa crujiente que cruje al moverse, y el queso derretido se desliza viscosamente como piel sudorosa. En su superficie, seis grandes pepperonis laten como globos oculares rojos, y uno de ellos se abre, revelando una boca serrada que gime con un sonido metálico y grave.

—¡Ah, maldición! —grita Lusto, echándose hacia atrás. Con movimientos torpes pero rápidos, toma un hacha de bombero del rincón y se lanza contra la criatura. El filo del arma atraviesa la masa caliente con un sonido húmedo y pegajoso, mientras los ojos de pepperoni parpadean frenéticos.

—¡Como pueden ver! —jadea, rompiendo la tarjeta de un tirón y cerrando el portal—. Las tarjetas abren portales a lugares aleatorios… y mi trabajo, como científico reconocidísimo del gobierno, es controlarlos a voluntad.

De repente, la puerta del laboratorio se abre con un estruendo seco, y un mono gigante entra arrastrando los nudillos. Su pelaje marrón brilla como cuero barnizado, y aunque mide apenas un metro ochenta, su presencia se siente titánica. El animal, con un rostro inexpresivo y ojos oscuros como carbón, toma la cámara entre sus manos y la apaga con brusquedad.

—¡¿Qué te pasa, Zooe?! —grita Lusto, indignado, con las manos en las caderas—. ¡El gobierno necesita pruebas de mi investigación!

El mono lo mira con una calma exasperante y, finalmente, habla con voz grave y seca.

—Lusto, a ningún de tus videos te han respondido.

—¡Cállate, Zooe! —exclama Lusto, agitando los brazos—. Yo sé que mi investigación es importante… Ahora ven, comamos, que la pizza se enfría.

Horas más tarde, Lusto sube a la cima de su laboratorio, donde el viento golpea con fuerza, arrastrando consigo el polvo y el eco distante de las arenas en movimiento. Desde allí, el edificio parece aún más colosal y monótono, como un titán dormido en el desierto. Con un suspiro teatral, prende la cámara otra vez.

—Hola otra vez —dice, el cabello revuelto por el viento—. Como recordarán, este es el laboratorio que me asignaron. Es evidente lo importante que soy, pues es gigantesco y está completamente vacío. —Hace un gesto amplio, señalando el horizonte desolado—. He hecho experimentos todos los días. Y últimamente, las criaturas comienzan a repetirse. Eso significa que mi enfoque está funcionando. Lo sé, soy un genio.

Apaga la cámara con un clic seco y baja de vuelta al laboratorio.

De regreso en su santuario, muestra con orgullo un par de guantes azules y negros conectados a un enchufe que chisporrotea en la esquina. El metal brillante de los guantes refleja la tenue luz del lugar.

—Durante mis investigaciones, he encontrado monstruos con habilidades únicas —comenta, alzando los guantes con delicadeza—. Como el que llamé Controlus Electrus. Con su pelaje y un poco de energía, creé estos guantes, capaces de controlar lo que yo quiera. ¡Observen!

Se pone los guantes y extiende las manos. Una taza vieja y desportillada comienza a elevarse en el aire, tambaleándose al ritmo de los movimientos de sus dedos. Una luz azul grisácea envuelve la escena.

—¡Genial, ¿verdad?! —grita emocionado.

De repente, las luces parpadean y se apagan, dejando al laboratorio sumido en sombras.

—¡Demonios! —gruñe Lusto, quitándose los guantes de un tirón.

Más tarde, la cámara vuelve a encenderse. Esta vez, una figura está sentada en una silla al fondo, atada con cuerdas gruesas. Es una mujer de piel bronceada y vestimenta tribal, que grita furiosa en un idioma incomprensible.

—Ella es Solería, una despampanante hembra de la tribu Pilanin. —Lusto se inclina hacia la cámara, susurrando—: Creo que le gusto, pero no le digan, yo le soy fiel a mi Mary.

Con una tos nerviosa, cambia de tema.

—Este es mi equipo —dice, señalando a Zooe, que lo observa con los brazos cruzados—. Falta Joiden, pero él aparece cuando menos lo espero.

Finalmente, saca la memoria de la cámara y la ata con cuidado a la pata de un ave que pasaba casualmente. El animal, confundido, aletea intentando liberarse.

—¡Llévasela al gobierno de mi parte! —le grita, soltándola al aire—. Espero su respuesta.

Con una sonrisa que oscila entre la locura y el entusiasmo, Lusto se sacude las manos y vuelve a internarse en su laboratorio. Pronto, los sonidos de explosiones, gritos y zumbidos eléctricos vuelven a llenar el silencio, mientras él continúa con un experimento más.

Zooe preocupado entra al laboratorio y lo mira disparando como loco un arma de fuego a unos tentáculos que lo tenían sujetado chocándolo contra el suelo, zooe con movimientos rápidos rompe la tarjeta, serrando así el portal contándole el tentáculo a aquel titánico calamar.

—estas bien lusto—pregunta con preocupación

Levantándose del suelo sacudiéndose un poco la tinta de calamar que tenía en su bata. —si lo estoy, deja registro el experimento de hoy—se acerca con pasos débiles a una computadora acomodándose el hombro en el proceso de llegar. —experimento 413 238, calamar gigante código utilizado 88´7´90´03. —oprimiendo el botón de guardar. —listo, ¿qué decías zooe?

con la boca abierta siempre que entra al laboratorio. —te quería decir…—callándolo de repente, tambaleando su mano dice. —¡tengo que mostrárselo a gobierno!

Zooe algo preocupado ve una tarjeta en el piso del suelo. Con dudas dijo. —se le habrá caído a lusto, se la iré a devolver—pero un instinto le dijo que no lo hiciera guardándosela en la axila.

Gritándole desde el otro lado del laboratorio. —¡zooe sal de mi laboratorio y ven ayúdame a alimentar a solería!

zooe mira la destruida computadora y se pregunta. —cuántos años lleva lusto aquí.

—¡zooe ven a ayudarme, ay no me muerdas solería, zooe!

Zooe mira por última vez esa vieja computadora antes de salir del laboratorio y apagar las luces.

 

La cámara encendió con un parpadeo, prendiendo un foco rojo, y lo primero que apareció en la pantalla fue el cabello largo y enmarañado de Lusto, cayendo como una cortina enfrente del lente. Luego su rostro entró en foco: unos ojos grandes y curiosos que se movían sin cesar y una nariz prominente justo en el centro de la imagen.

—¡Hola, gobierno! —gritó con su característico entusiasmo, la voz resonando en el silencio del laboratorio. Se acomodó rápidamente, dejando que la bata blanca manchada de tinta y quemaduras quedara a la vista—. Sí, ya sé lo que se están preguntando: "¿Por qué nuestro mejor científico, el genial Lusto, no ha enviado videos en dos meses?" —hizo un gesto teatral con las manos—. Pues hoy sus dudas serán respondidas.

Metió la mano en el bolsillo de su bata y sacó dos tarjetas de apariencia desgastada, con bordes chamuscados y códigos numéricos apenas visibles en un cristal azul en el centro.

—Miren esto. Han sido el resultado de mis experimentos —dijo, levantando las tarjetas hacia la cámara para que se vieran con claridad. Los números brillaron débilmente bajo la luz del laboratorio—. Usando un código muy específico en mi computadora, pude conectar dos tarjetas entre sí.

Lusto colocó las tarjetas frente a frente en el piso, a tres metros alejada una de otra. Al instante, un zumbido agudo inundó el espacio y un portal azul chisporroteó salió de cada una de las tarjetas, girando lentamente como un remolino. El reflejo de la luz azul iluminó su rostro emocionado, creando sombras extrañas en sus facciones cansadas pero vibrantes.

—¡Lo más interesante de mis investigaciones! —dijo, señalando el portal con un dedo quemado—. Miren esto… si yo cruzo este portal…

Lusto dio un paso decidido y traspasó el umbral, su silueta desapareciendo entre los destellos azules. Mientras el portal de la tarjeta donde cruzo lusto se serraba viendo como la tarjeta en el suelo comienza a soltar un hubo negro. La cámara quedó apuntando al portal que seguía girando en silencio. El tiempo pareció congelarse; pasaron segundos, minutos, y la pantalla se mantuvo inmutable, solo capturando el tenue zumbido.

Después de lo que pareció una eternidad, 21 minutos exactos. Lusto emergió por el otro portal, tambaleándose ligeramente.

—Y aparezco por aquí —continuó, como si nada hubiera pasado. Su rostro sudoroso brillaba con gotas de esfuerzo, pero su sonrisa seguía intacta—. Eso significa que descubrí la teletransportación controlada. Pero hay un problema: el tiempo necesario para cruzar es equivalente a la distancia. Fue un instante para mi recorrer esos 3 metros … pero para ustedes, 21 minutos. Eso nos da una fórmula: 1 metro por 7 minutos. Nada conveniente para llamarlo "teletransportación instantánea", que es mi objetivo final…

Se inclinó hacia la cámara, bajando el tono de voz con un brillo orgulloso en los ojos.

—Pero, aún así, ¡es un avance brillante! ¡Les complace a ustedes y a mí mostrarles mi genialidad!

Con un clic, apagó la cámara. En cuanto la luz roja desapareció, su rostro cambió; la sonrisa se desvaneció como una máscara cayendo al suelo. Sus hombros se desplomaron, y el entusiasmo que había actuado se disipó en un suspiro largo y pesado.

En ese momento, escuchó unos pasos metálicos acercándose. Lusto entrecerró los ojos y alargó la mano hacia un hacha de bombero apoyada contra una pared. La sujetó con fuerza, levantándola con movimientos tensos, los nudillos blancos. La puerta eléctrica emitió un zumbido al abrirse lentamente, y con un rugido, Lusto giró el hacha, listo para atacar.

Deteniendo el hacha con una mano. Una figura robusta, echa con metal pulido la sostenía. Su mirada tenía una inquietante Calama. —¡Hola, Lusto! —dijo una voz fría pero amistosa.

Lusto parpadeó, soltando el hacha de inmediato. Su rostro se iluminó, y sin pensarlo, se lanzó hacia el robot, abrazándolo con fuerza. El metal frío contrastaba con la calidez de sus brazos.

—¡Joiden! ¡Cuánto tiempo! —gritó, sonriendo como un niño pequeño—. ¿Qué te trae a mi laboratorio?

Joiden ladeó ligeramente la cabeza, emitiendo un zumbido suave mientras hablaba. —Traigo noticias del gobierno. Han recibido con placer todos tus videos y… te enviaron un regalo.

Los ojos de Lusto se abrieron como platos, moviendo las manos como loco.

—¡¿Qué es?!, ¡¿qué es?! —saltó de emoción, dando pequeños brincos.

Joiden levantó una mano metálica, deteniendo su entusiasmo.

—Llama a 6'18. Le va a interesar también.

Lusto giró hacia la puerta y gritó con todas sus fuerzas: —¡Zooe! ¡Ven rápido!

Tras unos momentos, la enorme figura de Zooe apareció por la puerta, su cuerpo cubierto de un espeso pelaje marrón y sus ojos aún entrecerrados, claramente adormilados. Se talló los ojos con una mano gigante y bostezó.

—¿Qué pasa, Lusto? Es muy temprano para tus locuras…

—Hola, 6'18 —dijo Joiden con amabilidad, asintiendo con la cabeza.

Zooe parpadeó, aún confundido.

—Joiden… —rascándose la cabeza—. ¿Qué haces aquí? Hace tiempo que no te veía.

Lusto, incapaz de contener su energía, se subió a la espalda de Zooe, trepando como un mono inquieto. Desde allí, flexionó los brazos, haciendo poses ridículas de culturismo. —¡El gobierno recibió todos mis videos! ¡Y Joiden me trajo un regalo!

Joiden, sin alterar su tono, asintió y abrió un compartimiento en su pecho. Lentamente, sacó un frasco de cristal, reluciente y sellado herméticamente. Dentro flotaba una pequeña figura de apenas dos centímetros, envuelta en un líquido verde brillante.

Lusto bajo de un salto de la espalda de zooe, chocando en seco contra el piso, levantándose rápidamente quitándole el frasco de las manos de joiden, con sus torpes manos casi lo deja caer, pero lo logra sostener con fuerza. —¿Qué es esto? —dice acercando el ojo a el cristal.

Sin decir una palabra, Joiden tomó el frasco de las manos de Lusto y se lo entregó a Zooe.

—Ten, 6'18. Lo llamé "14'21" … pero estoy seguro de que tú le darás un mejor nombre.

Zooe recibió el frasco con suavidad, sus enormes manos envolviéndolo con cuidado. Al acercar el frasco a su rostro, sus ojos dorados se agrandaron. La pequeña criatura dentro del líquido se movía suavemente, colgando de un delgado cordón. Su rostro, cubierto de un fino pelaje, tenía una sorprendente semejanza con el suyo.

—¿Qué es…? —murmuró Zooe, incrédulo.

Joiden saliendo de la habitación con un paso lento y siniestro. —una pequeño regalo, sé que lo valoraras.

Lusto intentó subirse de nuevo a su espalda para verlo, pero Zooe lo apartó suavemente.

—Déjame… déjame verlo bien —dijo con voz temblorosa.

Zooe salió del laboratorio, sosteniendo el frasco como si fuera lo más frágil del mundo. Afuera, bajo la luz tenue del amanecer, acercó un ojo al cristal. La criaturita, con delicados movimientos, comenzó a jugar con sus pequeños pies y, al verlo, extendió una manita hacia el vidrio, como queriendo tocarlo.

Zooe sonrió, y una lágrima se deslizó por su mejilla.

—Foot… —susurró con ternura. — Te llamarás Foot.

Dentro del frasco, la criatura emitió un pequeño sonido alegre, como si entendiera su nuevo nombre.

Zooe acercó su dedo al cristal, comparando su tamaño con la manita diminuta de Foot. Aunque su dedo era gigantesco en comparación, eso no le quitó la alegría.

—Hola, Foot… —dijo con voz rota, pero con una sonrisa sincera.

Mientras acerca el frasco a su cuerpo. Con intenciones de mantener caliente a la pequeña creatura dentro de el.