Un día más en el laboratorio, con el sol brillando con la misma intensidad de siempre. Zooe, envuelto en vendas como una momia, se apoyaba en una muleta mientras barría con una escoba en su único brazo libre. Respiraba con tranquilidad.
—Qué bueno que Lusto está más callado que de costumbre —murmuró, disfrutando el raro momento de paz.
De repente, un grito agudo resonó desde el laboratorio, llenando el aire con una urgencia alarmante. Zooe frunció el ceño con disgusto, soltó la escoba y se dirigió hacia la puerta automática del laboratorio. Al abrirla, preguntó:
—¿Qué pasa, Lusto?
Lusto se lanzó hacia Zooe, intentando abrazarlo, pero el herido gigamono retrocedió rápidamente, rechazando el intento. Lusto, ahora en el suelo, volvió a levantarse y esta vez se lanzó con más suavidad, llorando descontroladamente mientras se agarraba a Zooe.
—¡Zooe! ¡La telemita se ha acabado! Eso significa… adiós a las cartas.
Zooe abrió los ojos de par en par, alarmado.
—¿Qué? ¿Y cómo continuarás con tu investigación?
Lusto señaló su computadora con dramatismo antes de lanzarse a su silla giratoria. Esta dio varias vueltas hasta dejarlo frente al teclado.
—Algo curioso sobre la teletransportación —comenzó, con tono conspirativo— es que no podemos ir a donde queramos. Hay una condición imprescindible para que funcione: en el destino debe haber telemita.
—Entonces, ¿por qué no colocamos telemita lejos y nos teletransportamos después? Sería como controlar la teletransportación —sugirió Zooe, encogiéndose de hombros.
Lusto dejó escapar una risa sarcástica, golpeándose la frente como si escuchara algo ridículo.
—¡No te hagas el listo con el gran Lusto! Por supuesto que ya lo intenté. Pero, para hacer eso, se necesitan cantidades altísimas. Estamos hablando de al menos 400 toneladas. Y, para que lo entiendas mejor, una sola carta usa 10 gramos de telemita.
—Entonces… ¿qué significa eso? —preguntó Zooe, sin querer entender del todo.
Lusto sonrió ampliamente, con una chispa de emoción en sus ojos.
—Me alegra que lo preguntes, mi peludo amigo. Eso significa… ¡que vamos a embarcarnos en una aventura!
Zooe dejó escapar un suspiro.
—Oh, no.
Lusto lanzó una carta al suelo con un movimiento dramático, como si fuera un ninja experto arrojando un kunai. La carta giró en el aire antes de clavarse perfectamente en un cuadro pintado de rojo, estratégicamente colocado en la pared.
—Deja llamo a Solería. Ella será muy útil. —exclamó Zooe.
Lusto, que estaba ajustando unos cables al lado de un complicado artilugio lleno de luces parpadeantes, se giró bruscamente, casi tropezando con su silla giratoria.
—Mmm… No creo. Mejor vayamos solo tú y yo. Ya sabes cómo es. Es más fácil mantenernos con vida si somos menos. —Se inclinó sobre su consola, apretando botones frenéticamente.
—Solo asegúrate de traerla ya que si no nos la llevamos, no podra sobrevivir aquí. Recuerda la regla: un metro por siete minutos. Viejaremos miles de kilómetros, ósea el viaje durara milenios en ir y regresar. Si la llegáramos a dejar la encontraríamos hecha polvo. Pero aun asi , si la llevamos y no está atada, nos podría matar.
Zooe frunció el ceño y dejó escapar un suspiro cansado mientras se ajustaba las vendas de los brazos.
—Lusto, eres como un reloj roto: repites lo mismo una y otra vez y ni siquiera das la hora correcta. Bueno ya voy a alistar todo, tu avísame si ya nos vamos.
Al terminar la programación de la carta, y de alistar sus cosas para ir . giró sobre sí mismo en la silla como un niño emocionado, levantando ambos brazos en el aire.
—¡Listo, Zooe! Ya está todo preparado. —Hizo una pausa dramática, poniéndose de pie con los brazos en jarras como un héroe en una película de acción.
—¿Llamaste ya a Solería? Porque si es así… ¡Vámonos a la aventura! —gritó como si estuviera en un concierto de rock, terminando con un intento de salto que resultó ser más un tropezón.
En ese momento, Zooe apareció en la puerta del laboratorio, cargando a Foot entre sus brazos como si fuera un enorme peluche. Foot emitía un suave zumbido nervioso mientras se encogía un poco. Detrás de ellos, caminando con paso elegante y una sonrisa tranquila, entraba Solería. Su cabello recogido en una trenza perfecta y su traje ajustado impecable dejaban claro que había invertido tiempo en alistarse.
Lusto, al verlos, soltó un grito agudo que resonó en todo el laboratorio.
—¡¿Qué hace ese peligro libre aquí?! —Se levantó de golpe y dio un salto hacia atrás, como si Solería fueran una bomba a punto de explotar.
—¡Zooe, no ves que me puede matar en cualquier momento!
—¿Qué pasa contigo? ¿Por qué siempre reaccionas así? Solería no te va a morder.
—¡Eso no lo sabes! —respondió Lusto, señalando a solería con un dedo tembloroso.
—Solería… Es como una tormenta con piernas.
Solería puso los ojos en blanco mientras cruzaba los brazos, inclinándose un poco hacia Lusto soltando un grillado molesto.
Zooe los separa, poniéndose en medio de ellos dos.
—ella no es una tormenta. Recuerda que palio a tu lado contra ese caballero.
—lo sé, pero ¡Lo digo en serio! —gritó Lusto, dando un paso atrás como si estuviera siendo acorralado.
—Eres un peligro, Solería. ¡Y no lo digo solo por tus habilidades!
—Oh, qué dramático. —dijo zooe mientras acaricia el rosado pelo de solería.
Lusto la miró con los ojos muy abiertos, retrocediendo hasta que su espalda chocó contra la consola.
—¡No, no, no! Zooe, amárrala a la silla y vamonos.
Zooe se queda mirando de reojo a Foot, que seguía acurrucado en sus brazos.
—Lusto, Solería ya está aquí. Además, tardó horas en alistarse. Ella nos va a acompaar en la aventura libre. Confía en ella.
Lusto levantó las manos al aire en señal de derrota.
—Está bien, está bien… ¡pero si me matas, Zooe, quiero que hagas seppuku por mí!
Zooe rodó los ojos mientras dejaba a Foot en el suelo.
—Claro, Lusto. Haré seppuku. Pero primero deja algo para tu epitafio. Algo como: "Aquí yace Lusto, el genio que murió por su propia paranoia".
—¡Eso no es gracioso! —gritó Lusto, mientras Solería se reía suavemente.
Finalmente, lusto miró el portal, que brillaba con una luz intensa y chispeaba suavemente, como si estuviera conteniendo un poder inmenso.
—Bien, chicos, dejemos los dramas para después. ¿Estamos listos?
—si. —dijo zooe con un suspiro
Y con eso, los tres científicos de la teletrasportacion y el pequeño gigamono de foot avanzaron hacia lo desconocido, dejando atrás el laboratorio y entrando en un nuevo capítulo lleno de incertidumbre y aventuras.