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Chapter 4 - Llamas de esperanza

El portal brillaba con una luz intensa, proyectando sombras danzantes en el laboratorio mientras un leve zumbido llenaba el aire. De repente, con un destello, el portal expulsó un pequeño sobre que aterrizó suavemente frente al científico.

intrigado, se inclinó para recogerlo. En la parte trasera del sobre se leía con caligrafía elegante: "Para Lusto King".

—¿Para mí? —murmuró, frunciendo el ceño.

Con dedos temblorosos, rompió cuidadosamente uno de los bordes del sobre, como si temiera dañar el contenido. Extrajo una hoja doblada y al deslizar su mirasa reconoció de inmediato la escritura fluida y delicada. Era de Mery.

El corazón de Lusto dio un vuelco mientras sus ojos recorrían las primeras líneas:

"Lusto,

Soy Mery. Sé que últimamente hemos discutido bastante sobre mi ida a la gran ciudad, pero quiero que entiendas algo: este es mi sueño, mi anhelo más profundo. Quiero ser alguien, encontrar mi propósito, explorar lo desconocido... algo que siempre me inspiraste a hacer. Pero también sabía que, si te lo decía de frente, no me dejarías ir. Por eso te escribo esta carta. Sé que estarás enfadado, pero espero que, con el tiempo, lo entiendas.

Deseo con todo mi corazón que logres todo lo que te propones, que seas el legendario científico de la tele transportación, el gran lusto. Y yo cumplir mi sueño como siempre me has animado a hacerlo. Gracias por todo, Lusto. Espero que nuestros caminos se crucen nuevamente, algún día. esto no es un adiós, es un hasta luego."

Con cariño,

Mery."*

Lusto se rascó la cabeza, claramente intrigado. —¿Mery? —murmuró en voz baja, como si tratar de pronunciar ese nombre le ayudara a descifrar su significado.

En su mente comenzaron a formarse imágenes difusas, borrosas como un viejo negativo fotográfico. Cada una parecía al principio clara, pero pronto algo extraño sucedía: Mery desaparecía de ellas. Era como mirar fotografías donde él estaba solo, aunque un profundo sentimiento persistía, diciéndole que alguien había estado a su lado. Recordaba risas, conversaciones, momentos compartidos… pero el rostro de Mery permanecía fuera de su alcance, como un rompecabezas al que le faltaba la pieza más importante.

Sus dedos se cerraron instintivamente sobre la carta, arrugándola ligeramente mientras un vago dolor llenaba su pecho. Solo quedaban su nombre y los sentimientos. La había olvidado.

El resplandor del portal lo devolvió a la realidad. Comenzaba a cerrarse lentamente, las líneas de luz retrayéndose en espirales y destellos. Un impulso desesperado lo sacudió, como si esa luz fuera la última conexión que tenía con Mery.

—¡Espera! —gritó, y sin pensarlo dos veces, corrió hacia el portal, preparado para saltar. Pero entonces sus ojos captaron algo que lo detuvo en seco.

Zooe estaba en un rincón del laboratorio, aun inconsciente, por el reciente combate. Su respiración era débil, no sabía qué pasaría si lo dejaba solo. La escotilla rota en una esquina dejaba escapar un inquietante silbido, como si un monstruo de los niveles inferiores pudiera salir en cualquier momento.

Lusto apretó los dientes, mirando con frustración el portal. Sabía que si lo atravesaba, todo aquí podía colapsar. Otro portal oscuro podía abrirse; los suministros sin sus portales se agotarían, dejándolos sin comida. Los monstruos, más voraces que nunca, podrían aprovechar su ausencia para atacar. Eran demasiadas posibilidades, demasiados riesgos.

Con un gruñido de desesperación, se detuvo frente al portal, viendo impotente cómo la última chispa de luz se desvanecía en el aire.

Cayó de rodillas al suelo, con la mirada fija en el espacio vacío donde el portal había estado. Sus hombros se desplomaron, y una risa extraña, casi histérica, comenzó a brotar de su garganta. Se llevó las manos al rostro, presionando sus dedos con tanta fuerza que deformaron ligeramente sus facciones.

—¿En qué estoy pensando? —murmuró entre risas y sollozos, mientras lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas. Miró la carta que seguía sosteniendo, y por impulso la arrugo asiéndola una bola de papel, tirándola asía un rincón.

—Debo informar al gobierno sobre el portal oscuro —dijo de repente, como si aferrarse a una tarea lo ayudara a mantener lo que él llamaba conrdura.

Se levantó tambaleándose, con las piernas pesadas y el cuerpo resentido por el combate. Las lágrimas seguían cayendo, pero las limpiaba con la manga de su bata. Dio unos pasos hacia su escritorio, pero entonces un fuerte mareo lo golpeó sin un previo aviso.

El zumbido de la batalla, la adrenalina que lo había sostenido hasta ahora, había desaparecido por completo, dejando a su cuerpo a merced del agotamiento. Su cabeza, aún dolorida por el golpe contra la pared durante la pelea, empezó a latir con un dolor agudo y penetrante.

Sus rodillas se doblaron, y su cuerpo se desplomó al suelo con un ruido sordo. La oscuridad lo envolvió, llevándose consigo las preocupaciones del portal.

En el laboratorio, solo el tenue parpadeo de las luces y el débil susurro de la escotilla rota permanecieron dando ambiente.

El tiempo avanzaba lento y silencioso. Segundos se convirtieron en minutos, y los minutos, en horas. Finalmente, el científico Lusto abrió los ojos, su mente aún atrapada entre el cansancio y la confusión. Al enfocar su mirada, vio una figura envuelta en llamas al otro lado de la habitación. Era el cuerpo del caballero, reducido ahora a una fogata improvisada que calentaba el laboratorio.

Al otro lado del fuego, Solería jugaba con Foot, el pequeño gigamono que reía suavemente, mientras estiraba el pelo de solería, el cual cambiaba de color en forma de cascada.

Lusto se levantó de repente, su mirada estérica recorriendo el lugar en busca de Zooe. Sus movimientos bruscos hicieron que no notara que Zooe estaba justo debajo de él, actuando como una improvisada cama.

—¡Zooe! —exclamó, sobresaltándose al darse cuenta de su ubicación.

Se apartó rápidamente, viendo cómo el gigamono estaba envuelto en la capa de Solería, que simulaba ser vendas improvisadas. Observó con atención las heridas cubiertas en su pecho, cabeza y extremidades, donde la tela parecía haber detenido la hemorragia y contenido los daños más graves, tratando de recuperar los moretones y huesos rotos.

Con pasos apresurados, Lusto se dirigió a un rincón del laboratorio. Abrió un cajón polvoriento y sacó una vieja caja de primeros auxilios. Dentro encontró inyecciones, un frasco de pomada y un juego de vendas reales, todo ligeramente desgastado, pero aún funcional.

Regresó junto a Zooe, se arrodilló y, con movimientos cuidadosos, comenzó a tratar sus heridas. Inyectó un líquido que ayudaría a aliviar el dolor, reducir la inflamación y a recuperarse más rápido. Luego aplicó la pomada en las partes más heridas, masajeando con firmeza, pero sin causar más daño al peludo cuerpo del gigamono.

Terminado el tratamiento de Zooe, Lusto se giró hacia sí mismo. Su cuerpo también estaba en malas condiciones: hematomas oscuros cubrían su piel, y un dolor punzante en su pecho le recordaba los golpes de la batalla. Se administró una inyección y aplicó la pomada sobre los moretones más visibles, sintiendo el leve alivio que comenzaba a propagarse por su cuerpo.

Al terminar, dirigió su atención a Solería. Se levantó con algo de dificultad y avanzó hacia ella, con las vendas en una mano y la pomada en la otra. Sin embargo, al dar un paso, ella retrocedió, sus ojos brillando en rojo lo miraron con desconfianza mientras emitía un bajo gruñido de advertencia.

—Tranquila —murmuró Lusto, levantando las manos para mostrar que no tenía intención de dañarla. Bajó lentamente las agujas y extendió las vendas frente a ella, dejando claro que solo quería ayudar.

Solería dejó de gruñir y, con movimientos cautelosos, se acercó caminando en cuatro patas. Extendió una mano cubierta de moretones hacia él, permitiéndole finalmente aplicar la pomada con cuidado y vendar sus heridas.

Cuando terminó, Lusto dejó escapar un suspiro de alivio. Se levantó y regresó junto a Zooe, sentándose pesadamente sobre su peludo compañero, cuyo cuerpo cálido era reconfortante en el frío ambiente del laboratorio.

Solería, ya más relajada, arrancó un pedazo de carne de la fogata con un movimiento rápido y se lo ofreció a Lusto. Él tomó la carne, la acercó a su nariz, y un aroma tentador llenó sus sentidos.

—Huele a cerdo asado —pensó mientras comenzaba a comer.

El sabor cálido y jugoso le recordó que, a pesar de todo lo que había sucedido, aún estaban vivos. Al terminar, se recostó sobre Zooe, cerrando los ojos mientras el cansancio lo arrastraba nuevamente al sueño. Por primera vez en mucho tiempo, su respiración era tranquila, y una leve esperanza se albergaba en su interior.