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Chapter 3 - Capitulo II - Modo Supervivencia

Jueves 22 de febrero del 3036

Desde la aplicación Latica, el periodista Carlos Pronsten transmite en vivo. Su rostro refleja la angustia de la humanidad frente a la crisis. Es el quinto día desde el inicio del brote de Plagotram. Berdendo, específicamente el país de Militend, ha colapsado. El 92.3% de su población consumió SunLight, un medicamento que prometía milagros, pero desató el caos. Los trabajadores de la construcción, oficiales, docentes, y otros profesionales son ahora parte de una masa infectada, sin conciencia, moviéndose como sombras de lo que una vez fueron.

Lo más aterrador no es solo la propagación del virus, sino su crueldad hacia los más jóvenes. Desde el tercer día, miles de niños y adolescentes han comenzado a mostrar síntomas de una variante: el Síndrome de Colapso Vital, una condición devastadora que comienza con la deformación de los pulmones, desgarrando lentamente los tejidos del cuerpo hasta el colapso total. Lureo, la empresa responsable de SunLight, ha dividido el virus en dos fases:

1. Plagotram: La etapa inicial, que convierte a los infectados en seres violentos, desprovistos de humanidad.

2. Drodotrus: Una mutación avanzada que afecta al corazón y causa una degeneración celular agresiva, actuando como un cáncer acelerado.

El ambiente es sombrío. El frío del desastre cala en los huesos de la sociedad. Ante la desesperación, Lureo ha fundado H.O.P.E. (Hope for Organized Protection and Elimination), una agencia de élite conformada por militares, médicos, ingenieros y científicos. Su misión es clara: rescatar a los inmunes y erradicar a los infectados, conocidos como Residentes.

En los noticieros de Berdendo, algunos periodistas arriesgan sus vidas investigando el brote, mientras otros permanecen en las fronteras de los países vecinos, emitiendo advertencias sobre el avance implacable del virus. Entre ellos, Carlos Pronsten atraviesa un puente colgante hacia el estado de Metiodi. Desde su furgoneta, transmite en vivo, ofreciendo palabras de aliento a los civiles atrapados en medio de la tragedia.

"Muchos de ustedes están luchando por sus vidas. No pierdan la esperanza", dice, mientras espectadores desde sus hogares enfrentan un horror silencioso.

Algunos cuidan a familiares encerrados en habitaciones infectadas; otros observan impotentes cómo sus seres queridos enferman, incluso sin haber consumido SunLight.

Ciudad Oasis, 19 de febrero del 3036

En una pequeña localidad de la Ciudad Oasis, ubicada en la Avenida Garden, el tiempo parece haberse detenido. Un apagón iniciado hace tres días ha sumido a la zona en un aislamiento total. Sin electricidad ni conexión a internet, los habitantes no tienen manera de comunicarse ni informarse sobre los eventos catastróficos que ocurren más allá de sus fronteras.

En el segundo piso del edificio Simbology, Christian Coulter, un policía retirado, intenta sin éxito comunicarse con uno de sus antiguos compañeros. A medida que la desesperación crece, lanza el teléfono sobre la mesa y se frota el rostro. Está acostumbrado a las emergencias, pero nunca a la impotencia.

El silencio del lugar se ve interrumpido por un sonido fuerte: un golpe seco que proviene del departamento vecino. Christian se detiene. Con el ceño fruncido, camina hacia la puerta, intentando escuchar con más claridad.

"¿Norman?", grita, refiriéndose a su vecino, un hombre de costumbres regulares que rara vez causaba problemas. "¿Qué estás haciendo? ¿Una fiesta silenciosa?"

El sarcasmo en su voz desaparece cuando nota que la puerta de Norman está entreabierta, colgando precariamente de una bisagra rota. Su instinto lo obliga a entrar. Al cruzar el umbral, un olor fétido lo envuelve, un aroma metálico y dulzón que reconoce al instante: sangre.

Lo que encuentra dentro lo deja sin aliento. El departamento está en completo desorden. Cuerpos mutilados yacen en el suelo; algunos con heridas de bala, otros con marcas extrañas, como si hubieran sido desgarrados por garras. La sangre forma un patrón caótico en las paredes y el suelo, como si alguien hubiera luchado desesperadamente por su vida.

"Norman, ¿dónde estás?" pregunta con cautela, mientras recorre el lugar. Cada paso hace crujir el piso manchado, y su respiración se vuelve más pesada con cada habitación que inspecciona. Finalmente, lo encuentra en la cocina, tendido junto a la ventana.

"¡Norman!" exclama, corriendo hacia él. Christian se arrodilla junto al cuerpo inmóvil de su vecino. Lo sacude con cuidado, tratando de despertarlo, pero Norman no responde. Está pálido, con los ojos entreabiertos, como si hubiera intentado resistir hasta el último momento.

"Esto no puede estar pasando", murmura Christian, mirando alrededor. Las heridas en los cuerpos no son normales. Las mordeduras, los cortes y los destrozos sugieren algo más que un simple ataque humano. Algo más monstruoso.

Unos disparos a lo lejos rompen el silencio. Christian se incorpora de golpe, el corazón latiendo con fuerza. Mira el cuerpo de Norman una última vez y promete: "Voy a vengarte".

Regresa apresuradamente a su departamento. Con la tenue luz de la luna como su única guía, comienza a prepararse. Abre el armario y saca su viejo uniforme de policía, poniéndoselo como si se tratara de una armadura. Luego toma su escopeta y su rifle francotirador. Ambos han estado guardados durante años, pero ahora siente que los necesitará más que nunca.

Christian, ahora armado y preparado, baja al patio mientras el frío nocturno le cala en los huesos. La luz de la luna ilumina tenuemente los alrededores, revelando siluetas y sombras amenazantes. De repente, un ruido rompe el silencio: el crujido de una puerta forzada y el sonido de pasos apresurados.

Mira hacia la entrada y ve a tres civiles, dos hombres y una mujer, corriendo desesperados hacia el edificio. Sus gritos de auxilio se mezclan con los gruñidos y alaridos de una pequeña horda de infectados que los persiguen.

Christian levanta su escopeta, apuntando al aire, y dispara. El estruendo del disparo resuena como un trueno, llamando la atención de los infectados y de los civiles. Pero la distracción no es suficiente. La horda se abalanza sobre los fugitivos, alcanzándolos antes de que puedan llegar a la entrada del edificio.

"¡Maldita sea!" exclama Christian mientras observa cómo los infectados los derriban y, con una brutalidad desmedida, los destrozan. La sangre salpica las paredes y el suelo, y los gritos de los civiles se extinguen rápidamente, reemplazados por el sonido repulsivo de huesos rompiéndose y carne desgarrada.

Christian, furioso, descarga su arma contra los infectados. Su puntería es precisa; uno a uno, los Residentes caen con disparos en la cabeza o el pecho. Sin embargo, al poco tiempo, se encuentra con un problema crítico: se queda sin municiones.

Desesperado, intenta usar el rifle francotirador que lleva en la espalda, pero al comprobar que no está cargado, maldice entre dientes. Mientras intenta buscar una solución, escucha un rugido gutural. Cuatro nuevos infectados aparecen en la entrada, sus movimientos rápidos y erráticos.

Christian apunta su rifle, pero sabe que tardará demasiado en cargarlo. Observa cómo los infectados se aproximan rápidamente, sus rostros deformados y llenos de furia animal. En ese momento, una idea cruza por su mente: esto podría ser el fin.

De repente, un sonido ensordecedor llena el lugar. Los vidrios de la entrada estallan en mil pedazos mientras una camioneta negra irrumpe en el edificio, arrollando a los infectados con una fuerza brutal. Los cuerpos son lanzados por los aires, chocando contra las paredes y el suelo como muñecos de trapo.

Christian apenas tiene tiempo de reaccionar. La camioneta se dirige hacia él a toda velocidad, y por un instante, su vida parece estar a punto de terminar. Pero el vehículo frena bruscamente, sus neumáticos chirriando contra el suelo mientras se detiene a pocos metros de él.

Christian, con el arma aún en las manos y el corazón latiendo desbocado, mira fijamente al conductor mientras intenta comprender qué está ocurriendo.