Lurk avanzaba con pasos lentos y calculados por los interminables y oscuros pasillos del departamento Simbology. La penumbra envolvía cada rincón, y el eco de sus botas resonaba como un siniestro recordatorio de lo que el mundo había perdido. Sujetaba su escopeta con fuerza, atento a cualquier sonido extraño. "Tal vez el sueño sea la única forma de escapar... un respiro efímero en esta pesadilla interminable", pensó. Pero a kilómetros de distancia, la verdadera pesadilla apenas comenzaba para otra familia.
Dentro de una camioneta que avanzaba por los desolados caminos hacia la ciudad de Oasis, Laure observaba en silencio el paisaje que se deslizaba frente a sus ojos. Su padre, Patrick, conducía mientras su madre, Evelyn, mantenía una expresión tensa. Aunque intentaban aparentar tranquilidad, la amenaza del virus era imposible de ignorar. Laure, quien había leído sobre los horrores que estaba causando, se esforzaba por no dejarse consumir por el miedo. Sin embargo, los destellos lejanos entre las sombras de la ciudad -que parecían explosiones o incendios- le erizaban la piel.
El trayecto se tornó más inquietante cuando descendieron del monte hacia una zona pavimentada. El silencio era abrumador, más perturbador que cualquier grito o alarido. Ni un alma, ni un vehículo, ni un infectado. Solo ellos.
Cuando llegaron a la Avenida Rivermill, vecina de la Garden, la camioneta se detuvo frente a la casa de Angela. Laure notó algo que hizo que su corazón latiera más rápido: la puerta principal estaba abierta. Se balanceaba levemente, golpeando el marco con el viento. Patrick apagó el motor, y los tres intercambiaron miradas llenas de preocupación.
-Quizá salió a buscar ayuda -murmuró Evelyn, aunque ni ella misma lo creía.
Entraron rápidamente, sus pasos resonando en el suelo de madera. La casa estaba revuelta: muebles volcados, papeles desparramados, y un silencio que pesaba como una losa. Las habitaciones estaban todas abiertas, excepto una al final del pasillo. Laure avanzó, sus manos temblando mientras llamaba:
-Angela? ¿Estás ahí?
Un débil susurro respondió desde el otro lado.
-Laure... no entres. Por favor.
La voz era temblorosa, cargada de miedo y desesperación. Laure apoyó la mano contra la puerta.
-Angela, ¿qué pasa? Ábreme, podemos ayudarte.
-No... no puedo. Me mordieron -contestó entre sollozos.
El corazón de Laure se detuvo por un momento.
-¿Qué? ¿Qué estás diciendo?
-Un... Residente. Me mordió en la pierna. Estoy mareada. Me estoy desangrando... ¡Tienen que irse!
Laure negó con la cabeza, lágrimas
empezando a acumularse en sus ojos.
-¡No voy a dejarte! ¡Vamos a llevarte al punto de evacuación! Papá, mamá, y yo...
-¡No! -gritó Angela, interrumpiéndola-.
No quiero hacerles daño... Por favor... déjenme.
Patrick y Evelyn se acercaron, intentando razonar con Angela. Patrick habló con voz firme:
-Hija, abre la puerta. Podemos ayudarte.
Pero Angela respondió con un tono desgarrador:
-No hay nada que puedan hacer. Váyanse... váyanse antes de que sea demasiado tarde.
Un violento ataque de tos interrumpió sus palabras, seguido de un gruñido gutural. Laure retrocedió, alarmada. Los golpes comenzaron, primero suaves y luego frenéticos, hasta que la puerta se rompió.
Angela apareció, tambaleándose. Su rostro había cambiado por completo: ojos inyectados en sangre, venas marcadas en su piel pálida, con un extraño tono anaranjado. Laure sintió un nudo en el estómago.
-¡Angela! -gritó Evelyn, pero lo que quedaba de su hija ya no podía responder.
Angela corrió hacia ellos con un grito desgarrador. Patrick trató de detenerla, pero ella lo derribó con una fuerza inhumana, clavándole los dientes en el brazo y arrancando un trozo de carne. Evelyn gritó, desesperada. Laure intentó intervenir, pero Angela, llena de furia, se giró hacia ella.
Laure levantó las manos instintivamente, pero Evelyn se interpuso entre ambas.
-¡Corre, Laure! ¡Corre ahora!
Angela no mostró piedad. Se abalanzó sobre Evelyn, mordiéndole el hombro y hundiendo los dientes en su carne. Laure retrocedió, aterrorizada, mientras más infectados rompían las ventanas y entraban en la casa. Patrick, entre gritos de dolor, le ordenó a Laure:
-¡Huye! ¡Sobrevive!
Con el corazón roto, Laure corrió por las habitaciones, bloqueando puertas detrás de ella. Finalmente, logró salir al exterior, pero Angela la seguía. Laure se detuvo, agotada y en shock. Angela se abalanzó sobre ella, pero Laure reaccionó por instinto. La derribó, sujetándola por el cuello.
-¡Lo siento, Angela! -gritó mientras giraba con fuerza, rompiendo su cuello.
El cuerpo de Angela cayó al suelo, inmóvil. Laure, con lágrimas en los ojos, sabía que no había tenido otra opción. Pero no había tiempo para lamentarse. Una horda de infectados comenzaba a rodearla.
Con un último esfuerzo de voluntad, Laure corrió hacia un camión de carga abandonado. Se subió al asiento del conductor y giró la llave, agradeciendo que el motor aún funcionara. Pisó el acelerador y comenzó a abrirse paso entre los infectados, arrollándolos sin piedad.
Con lágrimas y gritos de rabia, maldijo a los Residentes mientras conducía, golpeando vehículos y destrozando todo a su paso. Sin embargo, un giro mal calculado la llevó a chocar contra una pipa de agua potable. El camión volcó, y todo se volvió negro.
Cuando Laure despertó, estaba adolorida, con la rodilla, el hombro y el brazo heridos. Dentro del camión encontró un marro, su única arma. Cojeando, comenzó a caminar, buscando desesperadamente un lugar seguro.
Finalmente, llegó al departamento Simbology. Infectados rondaban el lugar, pero Laure los enfrentó con una precisión mortal. Golpeó y eliminó a cada Residente que se interponía en su camino hasta encontrar una ventana por donde ingresar.
Adentro, encontró vendas y sedantes en una mochila abandonada. Mientras trataba sus heridas, no podía dejar de pensar en Angela. Algo había sido diferente en ella: había soltado a su padre y parecía reconocerla.
Decidida a sobrevivir, Laure salió del cuarto y avanzó por los pasillos. De repente, un grito femenino rompió el silencio, seguido de un disparo. Laure, con el corazón latiendo con fuerza, siguió el sonido, esquivando escombros y cuerpos mutilados.
Finalmente, encontró un pasillo que conducía al patio central. Con una mezcla de esperanza y temor, avanzó, preguntándose si encontraría a otro sobreviviente o si, como todo lo demás, solo la esperaba más muerte.