Al abrir los ojos, ya era de día. El sol se colaba entre las cortinas del ventanal y no era necesario prender el velador para ver con claridad. Una sonrisa me invadió y me tomé mi tiempo para estirarme y sacarme la pereza de encima.
Adoraba los amaneceres, sentir la calidez de esa gran estrella que lo iluminaba todo y no dejaba lugar a la oscuridad. Desde muy chica me costaba dormir durante la noche, porque era la hora de los monstruos y en mis sueños se repetía siempre la misma pesadilla: una criatura indescriptible me perseguía por un interminable bosque. Y cuando lograba atraparme, me despertaba, sudando de los nervios.
Y aunque no seguía siendo esa pequeña chica temerosa a la vida, la noche siempre sería mi enemiga. Ni siquiera la luna me transmitía la misma tranquilidad que lo hacía el sol, y eso que cumplían una misma función: darle luz al mundo.
Pero basta de pensar en eso. Era un día hermoso, y no uno cualquiera, porque cumplía 20.
Una locura.
Estaba cambiando de década.
Me dirigí directo a la cocina, donde esperaba encontrarme con mi madre. Pero, en cambio, estaba mi vecino y mejor amigo, Eros, tomando un café recién hecho. Se volvió hacia mí cuando el suelo crujió y me delató.
—Miren quién se dignó a despertar —esbocé una sonrisa ladina y me acerqué con intención de abrazarlo—. Feliz cumpleaños, Ninina.
Buscó entre sus bolsillos y sacó una tarjeta muy colorida que me hizo reír.
—No era necesario, pero gracias.
—Quiero que me recuerdes cuando te vayas y con esta tarjetita nunca vas a olvidar la locura con la que te quiero.
Como decía, no era un simple día.
Agaché la cabeza. No quería irme a la gran ciudad, pero mis padres me habían ayudado a buscar universidades. Sabíamos que, fuera el instituto que fuera, no sería en el campo y tendría que mudarme. Y un día como cualquier otro, se convirtió en el más insoportable cuando encontré un instituto universitario que cumplía con lo que estaba buscando.
Desde ese entonces, había sido una cuenta regresiva devastadora y que, para mi mala suerte, terminaba el día de mi cumpleaños.
Para sumarle más cosas negativas, mis padres no iban a acompañarme, ya que no tenía la necesidad de conseguir un departamento donde vivir: la misma universidad alojaba a los estudiantes en una gran residencia. Y como resultaba más barato que alquilar, no hubo discusión sobre dónde me quedaría durante mis estudios.
Pero costaba tanto despedirme... Esa misma tarde pasaría un micro a recogerme. Ya tenía el boleto pago, hechas las maletas con lo esencial que usaría por un tiempo —luego tendría que comprar— y había acomodado mi cuarto. Lo único que quedaba era esperar a que se hiciera la hora de irme y disfrutar con mis seres queridos hasta ese momento.
Eros había sido mi primer amigo y el único que se mantuvo fiel a lo largo de los años. Era muy difícil decirle adiós y saber que no lo volvería a ver al día siguiente, por lo menos no físicamente.
—¿Es un viaje muy largo?
—Bueno, son cuatros horas... que puedo aprovechar para mirar el paisaje —sonreí, siempre intentando encontrarle el lado positivo a las cosas.
—O dormir. Seguramente cuando llegues tendrás que tomarte un taxi hasta el instituto y dicen que la ciudad es muy... transitada.
—No creo que sea tan difícil conseguir un taxi.
—Nadie respeta a quién llega primero, así que vas a tener que pelear por el lugar. Muero por ver eso —soltó una carcajada que no me hizo gracia.
Se creía que no era capaz de defenderme en un mundo de locos.
—Volviendo a lo importante, ¿a que hora pasa el micro?
Miré el reloj de la cocina y suspiré.
—Dentro de una hora, así que no puedo perder el tiempo. ¿Mis padres? —miré a los lados, era raro no verlos a esa hora.
—Ah, eso... —su tono me hizo volver a él—. Ellos... lo sienten mucho.
—No. Dijeron que iban a estar para despedirme.
—Les surgió algo. Pero me tienes a mí —movió las cejas y se me escapó un bufido.
Lo aceptaba, no habían estado presentes en los momentos más importantes de mi vida, pero estábamos hablando de que no me volverían a ver hasta dentro de meses o años. Y ellos sabían muy bien que ese día me iba.
—Me lo prometieron...
Nos quedamos en silencio. Eros me miraba expectante, como si supiera que estaba por llorar de la impotencia. Me contuvo más fuerte en sus brazos y busqué fusionarme con él.
—Te voy a extrañar mucho, Erosis —sonrió al escuchar el absurdo apodo que le puse de pequeña y besó mi cabeza.
—Yo también, Ninina.
⌛⌛⌛
Eros ayudó al conductor del micro a cargar mis valijas en el baúl y presenté el boleto. Y antes de subir, me lancé sobre mi amigo para despedirme por última vez.
—Disfruta de la gran ciudad y acuérdate de comprarme algún regalo para cuando vuelvas a visitarnos.
—Lo prometo. Te veo dentro de poco —sonreí entristecida y me soltó.
Cuando el camión arrancó, busqué el número de mi asiento en el piso de arriba y me alegró un poco que me tocara el lado de la ventana.
El viaje se me hizo corto, porque estaba atenta al paisaje. Mis padres me habían deseado una buena salida, y tras contestarles no volví a agarrar el celular hasta que llegué a destino.
Y allí di inicio a esta nueva aventura. Llovía horrorosamente, pero las luces de las pantallas pegadas en los edificios me dieron una mejor bienvenida. Caminé un par de cuadras desde la estación de micros hasta encontrar una zona despejada donde me puse a pedir taxis.
¡Pero ninguno frenaba! Y estaba empapada, y seguramente la ropa de las maletas también. Pero, cuando todo parecía perdido, frenó un bendito auto y me ayudó a subir las cosas. Ya sentada y más cómoda, suspiré.
—Gracias —me sorprendió lo agitada que estaba.
—¿A dónde se dirige, señorita? —preguntó el buen hombre mientras conducía.
Chequee el nombre en el celular.
—A la Universidad Beasts.
Casi salgo disparada del asiento cuando el hombre frenó con brusquedad en un semáforo que pareció no haber visto.
—¿Escuché bien? ¿A la Universidad Beasts?
—Si... —lo miré confundida—. Ehh si es muy lejos y no le conviene, puedo bajar y tomar otro...
—No. no es eso. Perdone si le hice creer algo incorrecto —sentí su mirada por el espejo retrovisor—. Pero... ¿puedo saber el motivo de por qué se dirige allí? Se la ve... normal.
—Voy a estudiar, ¿no parece obvio? —sonreí entre nerviosa y asustada; ¿de qué le servía saber eso?¿Y a qué se refería con que me veía "normal"?
—No vives aquí en la ciudad.
—¿Tan obvio es?
—No, pero puedo jurar que ningún humano en su sano juicio piensa en ir a estudiar en una escuela llena de monstruos.
¿Qué?
—¿Ah?
—Así como escuchaste. El barrio donde se encuentra esa universidad está repleto de criaturas que nadie quiere cruzarse. Los llamamos Evils, personas con poderes destructivos que se divierten con nuestros restos. En realidad, no entran en la clasificación de "personas", por eso son evils. Y te diriges al corazón de sus tierras. Esa escuela es como un criadero de ellos —no me gustaba nada lo que estaba diciendo—. Lamento decirte que nos vas a sobrevivir aunque intentes hacerte pasar por uno de ellos, tienen como un olfato especial que los ayuda a identificarse entre sí. Cuando sepan que no eres de los suyos, van a torturarte hasta que te mueras del horror.
—No sé si quiero seguir hablando sobre el asunto... Porque aceptaron mi solicitud y viviré en sus residencias...
Dio otro frenazo más brusco.
—Estás loca, chica —detuvo el motor y se giró a verme, preocupado.
—¡Yo no...!
—A no ser que tengas poderes, no puedo llevarte. Luego tengo que vivir con la culpa de que envíe a una pobre inocente a su trágico final.
—Mire —suspiré intentando controlarme—. Tengo que ir a dar el presente. Quizás pueda hablar con el director y comentarle la situación...
—Mierda, estás loca —siguió quejándose y encendió el auto—. ¿Estás segura?
—Si —dije con firmeza y el taxi continuó su trayectoria—. Sólo lléveme, bajaré las cosas sola.
Pero me estaba muriendo de miedo y comencé a temblar, negando. No me podía estar pasando eso. Tenía que hacer algo. Me puse a investigar por internet un poco más sobre los "Evils" y salieron cosas interesantes pero no alentadoras.
Según se conocía, hace un siglo había nacido la primera persona con poderes tras una mutación en sus genes.
En un principio, los evils convivían en comunión con los humanos comunes y corrientes. Pero cuando se renovó el personal del gobierno hace unos 20 años atrás, una noche que se conoce como La trágica noche, los evils fueron cazados por unas criaturas mutadas que debían exterminar a esa nueva especie de humanos.
Los sobrevivientes se refugiaron en la escuela a la cual me dirigía y, a partir de ese momento, los evils le declararon una guerra sin fin al gobierno. Y por ese motivo, es que varias veces atacaron la ciudad con el fin de aterrorizar a sus enemigos y que éstos muestren rendición.
Aunque no todos los evils son tan poderosos, ya que sus habilidades varían; cuando se unen y atacan unidos como una manada, son incontrolables y lo único que se puede hacer es rezar para sobrevivir. El número de víctimas sube día tras día.
Para cuando terminé de leer las diferentes páginas que abrí, había llegado. Estábamos frente al instituto y el conductor estaba pálido.
—Apúrate, por favor.
No apagó el motor en ningún momento ni bajó para ayudarme con las valijas. No se movió ni un centímetro de su posición, esperaba a que terminara de vaciar el baúl para irse lo más rápido posible.
Parecía un barrio como cualquier otro, pero como ya estaba oscureciendo, todo era más tétrico.
Cuando saqué el último bolso, no pude pagarle al taxista. Arrancó con toda la furia y no se detuvo en ningún semáforo.
—Perfecto —volví a ver la escuela.
¿Cómo haría para llevar todo adentro, sin que me robaran o atacaran?
Se me detuvo el corazón al oír pasos que se frenaban detrás mío y me giré muuuuy lento. Era... un chico. Mierda. Abrí y cerré la boca sin saber qué decir y me alejé un paso.
Tenía el cabello de color rojo vivo y tenía tatuajes en los brazos. No tenía ninguna expresión en el rostro, solo me observaba en silencio. Y era alto, me sacaba una cabeza y media, y también era robusto y tenía unos ojos grises que parecían negros y...
—¿Necesitas ayuda? —me preguntó.
Lo miré desconcertada.
—¿Qué?
—Son muchas valijas.
Observé rápidamente mis bolsos y lo volví a mirar.
—C-claro, grac...
No había ni terminado de hablar y ya estaba agarrando mis cosas. Por inercia, hice lo mismo con las maletas que menos pesaban y lo seguí por detrás.
Bueno, no era un mal comienzo, supongo...
Cuando llegamos a la recepción, tiró todos los bolsos en el suelo sin tener cuidado y me sobresalté un poco. Me miró con el ceño fruncido y me quedé más confundida.
—¿Qué llevas ahí, rocas?
—Bueno, vengo del campo... —se puso a tocar el timbrecito que había en el escritorio como loco y dejé de hablar.
A los pocos minutos apareció una mujer, apurada, que llevaba papeleo desordenado y nos miró. Le quitó el timbre al chico y lo miró mal.
—Con tocar una vez es suficiente. —pronunció, lo más cortante posible.
—No tengo paciencia, así que si no quieres que tu cabeza sea mi próximo trofeo a lucir, atiéndela rápido —dijo él, tajante, y se me erizó la piel.
La chica dejó de mirarlo y se sentó mientras buscaba una planilla.
—¿Tu nombre?
—Nineta Rogers —solté rápido, quería desaparecer.
El chico me estaba mirando y me daba ganas de llorar. Y encima la muchacha se tomaba su tiempo para hacer las cosas.
—Habitación 15, piso 2 —nos miró de reojo y me dio las llaves del cuarto.
—Gracias —murmuré suspirando.
Me resultaba raro que tampoco me preguntara sobre si tenía poderes o no, aunque según lo que había dicho el taxista ellos identificaban quienes eran de los suyos. Entonces, ¿por qué no me habían atacado?
Miré al chico que empezó a agarrar mis cosas y se giró a mí, luciendo enorme.
—¿Vas a quedarte ahí?
Negué, temiendo que de mi boca saliera algo indeseable y me guío a la habitación. Me quitó las llaves y abrió para que pudiera ver.
No estaba nada mal la verdad, había una cama, un escritorio y un pequeño armario. Pero ya no se sentía igual, no pertenecía a ese lugar. Por lo que me volví a la puerta.
El chico se quedó en la entrada, bloqueándola.
—¿A dónde vas?
Retrocedí unos pasos al escucharlo y lo miré.
—No hay baño.
—Pocas habitaciones tienen, cerca de la recepción hay unos.
—Bien —asentí e intenté salir por un hueco que había dejado.
Pero apoyó la mano con fuerza en el marco y me quedé en el lugar temblando. No me quería dejar salir. Lo vi de reojo acercarse a mi oreja y me alejé lo más que podía, chocando contra el mismo marco dónde, más arriba, tenía la mano apretada.
—Tienes mucha suerte porque si no fuera por mi, ya estarías muerta. No sé qué haces aquí —me agarró la mandíbula para que levantara la cabeza y lo miré estremecida—. Pero vas a desear no haber venido.
—Me quiero ir, por favor —desvíe la mirada y me apretó más fuerte.
—No chiquilla, no es tan fácil. Ya te vieron llegar y si desapareces, te vamos a cazar —me acercó más a su cara para que lo mirara si o si—. ¿Me escuchas...?
—¡Ya sé que me voy a morir!
Me cubrió la boca con una rapidez inigualable y cerró la puerta tras suyo.
—Primero, no me grites. Segundo, no me interrumpas. Tercero, estás loca.
—¡Ya me lo dijeron!
—¡Te dije que no me grites! —vociferó más fuerte y cerré los ojos, me salían solas las lágrimas—. ¿Cómo piensas sobrevivir mañana, eh? Dímelo.
—No puedo... M-me aceptaron la solicitud teniendo todos mis datos. Vengo del campo y me enteré en el taxi que no voy a volver con vida a mi casa... Así que déjame en paz.
Me encogí esperando otro grito o amenaza de su parte, porque a ellos no les importaba en lo absoluto. Pero nada de eso pasó, solo suspiró por la nariz y soltó mi cara.
—Te acompaño al baño y luego vuelves y te duermes, así mañana tienes fuerzas para enfrentar el día.
—¿Enfrentar el día? —lo miré, entre confundida y temerosa.
—Ya eres parte de esta escuela, ahora aprende a sobrevivir —su mirada era firme pero más tranquila.
Me tomó del brazo antes de que pudiera responderle y me llevó a los baños, dando grandes zancadas. Me advirtió de apurarme y eso hice, solo quería encerrarme en la habitación.
En la vuelta, nos cruzamos con algunos estudiantes que salían de la biblioteca y nos miraban con curiosidad, pero intenté mantener la mirada en el chico que caminaba erguido y decidido.
Y al llegar, me hizo entrar y cerró tan fuerte que hasta sentí que tembló el suelo. Me eché en la cama llorando y me acurruqué bajo las sábanas, sin querer volver a ver el sol nuevamente.