La dureza de la almohada, que parecía que subía y bajaba a un ritmo lento, me terminó despertando. Qué extraño, pensé. Pero no podía quejarme, había dormido tan bien que no había tenido pesadillas.
Sonreí adormilada y me estiré para sacarme el cansancio de encima, pero mi mano chocó con... ¿la estufa? Tenía una textura rara y soltaba aire caliente, aunque no recordaba haberla encendido.
Abrí los ojos extrañada y grité del susto. Archie se cubrió las orejas y protestó.
—¡Son las 8 de la mañana! ¡Y quita la mano de mi boca!
Me levanté de un brinco y salí de la habitación corriendo, aunque seguía en pijama.
—¡Mierda! —me puse a buscar el cuarto de mis amigas, ignorando a los que pasaban y me miraban con curiosidad.
Creo que las terminé despertando por la cantidad de golpes desesperados que le di a la puerta. Me dejaron entrar y me prestaron ropa, sin preguntar nada. Tampoco quise explicarles.
Me puse algo deportivo, porque al parecer, los jueves eran clases al aire libre que consistían en correr, trepar y todo lo que supusiera un esfuerzo físico. Entonces, desayunamos algo liviano para no desmayarnos en mitad del entrenamiento y fuimos afuera.
¡Los campos del instituto eran enormes! Y había un espacio para cada deporte. Pero nos juntamos en el pasto que estaba rodeado de las pistas de atletismo.
El profesor dio una breve introducción tras verme en su clase y explicó que teníamos que hacer: ¡horrible! La mitad de nosotros íbamos a ser presas y la otra mitad nos tenía que atrapar.
Obviamente, como tengo siempre la suerte de mi lado, me tocó ser presa y eso pareció contentar a los demás. El profesor no había especificado qué cosas se podían y no hacer, y no le importó mucho si uno de sus estudiantes se pasaba de atraparme.
Así que, cuando sonó el silbato, salí disparada hacia las gradas, que se hallaban pasando los carriles de tierra. Como era de esperarse, me siguieron como unos 10 y eran rápidos, muy rápidos. Perdí a Zoey, que yacía a mi lado durante la explicación y me miraba asustada.
Corrí como si no hubiera un mañana, tampoco habían establecido los límites del campo. Reconozco que los caminos de tierra me retrasaron un poco, porque resultaba que otros estudiantes estaban haciendo pasadas y tenía que esquivarlos. Ni eso detuvo a la manada que se me encimaba.
—¡Carajo! —grité, lamentándome.
Dejé de coordinar mi respiración y empecé a sentir punzadas en distintas partes de mi cuerpo. Pero no podía frenar.
Finalmente, llegué a las gradas y subí lo más rápido que mis piernas me permitieron. No miré hacia atrás hasta que estuve arriba de todo. Curiosamente, se quedaron todos a los pies del primer escalón.
¿Por qué?
La respuesta no tardó en llegar. Cuando el aroma a cigarro me hizo arrugar la nariz, avisté a un chico paseando unos escalones más abajo. Se detuvo justo delante mío y miró al grupo de animales.
—¿Qué miran?
Esbozó una sonrisa enorme y bajó un escalón, los otros retrocedieron un paso, gruñendo. El chico misterioso miró el cigarrillo, le dio una larga calada y juro que en el aire se escuchó un "¡Corran!".
El pelinegro soltó el humo como una ráfaga de viento violenta, que fue directo al grupo de evils que me querían atrapar. Éstos, gritaron y salieron corriendo hacia el campo, como si fuera veneno. ¿Y si lo era?
Él se rió a carcajadas. Lo miré entre impactada y temerosa y se giró a mí.
—Hola —sonrió como si nada y subió de a dos escalones.
—¿Hola?
Se sentó a mi lado y estiró el brazo hasta agarrarme la mano.
—Lukas —se presentó y sacudió mi mano—. ¿Estás bien?
—Si, perfecto ahora —parpadeé confundida—. ¿Qué les pasó? ¿También tengo que huir?
—Solo si te da miedo drogarte y que te sancionen.
Claro, lo normal de todos los días.
—Oh —alcé las cejas sorprendida y me atreví a mirarlo con más detalle mientras él seguía fumando.
Era lindo, debo decir. Su cabello largo —las puntas le llegaban a los hombros— le daba un aspecto misterioso, porque casi no se le veían los ojos. Y tenía una increíble cantidad de tatuajes en los brazos y en el cuello.
No, perdón, había mucho cuello en sus tatuajes —sí me entienden, ¿no?—.
Llevaba puesta una musculosa negra, que le hacía juego con su color de pelo y resaltaba más sus facciones: labios carnosos y muy mojados, que brillaban... y tenía un piercing en mitad del labio inferior y otro en la nariz, mandíbula marcada, ojos delicados y hasta parecía que estaba delineado.
Sí, era atractivo. Un divino. Usaba cadenitas en el cuello y aros que lo hacían lucir bien.
Como Archie...
—¿Entonces ese es tu poder? —pregunté, llena de intriga.
Desvió su atención y sonrió otra vez.
—Tengo una boca mágica. Persona que beso, persona que termina drogada sin necesidad de consumir nada, solo mi saliva —susurró inclinándose y me asqueé recordando esa lengua que me saboreó sin permiso.
—¿Por eso se fueron?
—Masculinidad frágil —me sacó una risita y me miró sonriendo—. No me quieren besar —fingió un puchero.
Negué sonriendo y bajé la cabeza.
—Gracias. Se tomaron la actividad muy en serio.
—Entiendo —dio otra calada—. Pero no hay nada que temer. No se atreven ni a ponerte un dedo encima, pero les sirve asustarte porque muchos absorben las emociones negativas, como Brandon.
No me sonaba ese nombre.
—¿Quién? —volví a mirarlo.
—El que entró ayer en el comedor y rompió muchas reglas contigo.
Con que así se llamaba...
—Sigo con náuseas —sacudí la cabeza.
—Si —hizo una mueca—. Pero hueles a rosas —sonrió nuevamente y se acercó a mi cuello a olfatear, me dio cosquillas y me encogí—. Y a cereza, mezclada con un perfume colonia amaderado, floral y especiado. Uh, qué interesante.
—¿Qué tiene de interesante?
—Así de rico huele el señorcito Archie, alias Satanás. ¡Ja! Brandon se va a volver loco.
Intenté mantenerme inmune ante la mención del primero.
—¿Cada uno tiene un aroma característico?
—Así es. Por ejemplo, dicen que el mío es una mezcla entre chocolate amargo y menta.
Me alcé de cejas, curiosa.
—Puedes sentirlo, si te concentras —dijo, adelantándose a la pregunta que ni llegué a formular.
¿Qué perdía con intentar? Quedaría en ridículo, como mucho. Me acerqué un poco y cerré los ojos, para concentrarme en respirar más profundo.
Luego de unos minutos, logré oler el chocolate. Sonreí, porque a pesar de ser empalagoso, sentí que estaba volviendo a nacer, volviendo a descubrir el mundo gracias a ellos, los evils. Pero cuando llegó la menta, me picaron las fosas nasales y me alejé tosiendo.
—Ah si, eso. A veces pasa. El olfato se endulza tanto con el chocolate que la menta pega fuerte —le di la razón.
—¿Y puedo saber...? —me daba asco pensarlo, peor era preguntarlo—. ¿...a qué huele Brandon? Porque parte de sus aromas parecen venir de las bocas...
—Así es. ¿Por qué crees que Archie intervino al ver cómo te lamía? Es un músculo... vamos a decir que sagrado, porque sus efectos perduran.
—Qué asco —me sacudí, de la impresión.
—Brandon irradia muerte —Lukas gruñó y se puso serio—. Su aroma es horripilante, uno no puede estar a menos de un metro cerca suyo. Imagínate los peores olores que existen en el mundo. Bueno, él es una combinación de todos. Huele a mierda, pescado y huevo podrido, sudor, aliento de muerto, basura acumulada por días y otra vez a mierda.
No me contuve y me puse a reír. Lukas me sonrió y se levantó, extendiendo su mano.
—Mentira, si fuera así nadie podría estar en el mismo lugar que él.
Agarré su mano divertida y me levanté.
—¿Entonces?
—Como dije al principio, irradia muerte. Por eso es irrespirable y seguramente te desmayaste.
Okey, eso ya no era gracioso, era preocupante.
—Pero eso no te mata, solo te deja descompuesto siempre y cuando estés lejos de él.
—Entiendo.
Bajamos las gradas y me dejé llevar por él. Era amable y divertido. La clase parecía haber terminado, porque había pocos estudiantes.
—Creo que voy a buscar a mis amigas —le dije y Lukas asintió, pero no me soltó la mano.
—¿A quiénes tenemos que buscar?
Sonreí un poco.
—A Zoey y Emma.
—Vamos —me guió hacia el instituto y lo seguí trotando; caminaba muy rápido.
Las encontramos en los casilleros. Emma le estaba contando un chisme a su amiga, que hacía muchas caras, cada vez más sorprendida. Hacían una dupla muy linda, se complementaban.
Nunca había tenido algo así, ni con mi amigo Eros, así que las envidié un poco. No había momento en que no estuvieran juntas...
Emma fue la primera en vernos y le cambió hasta el color del cabello. Se arregló la ropa, se peinó con la mano y se apoyó contra su casillero. Pero aún así, ¡estaba nerviosa! ¡Y miraba a Lukas como si fuera un caramelo! Emocionada, miré de reojo al chico a mi lado y lo encontré luciendo su gran sonrisa.
Aquí sucedía algo.
—Señoritas —se presentó Lukas y Zoey se giró.
—¡Ahí estás! —se lanzó sobre mí, abrazándome—. ¡Estábamos preocupadas!
—No te preocupes.
Estaba más concentrada en lo que ocurría delante de mis ojos. Emma, quién sonreía feliz de verme, estaba roja.
Como el pelo de...
Sí, de Archie. Ahora callate.
Roja como un tomate, claramente. Y Lukas la miraba atento a sus gestos.
—Hola Emma —dijo él y ella se hizo la que no lo había visto antes.
—¡Oh, hola Lukas! —le dedicó una sonrisa nerviosa y volvió a mirarme.
Y el chico en cuestión sonrió más que nunca. Estuve a punto de decirle a Zoey de irnos y dejarlos solos, pero Lukas volvió a hablar.
—Voy a hacer una pequeña reunión hoy en mi casa, ¿quieren venir? Seremos unos pocos, mi grupo de amigos y las novias de algunos.
—¿Seguro, Luk? —lo cuestionó Zoey—. Porque tus reuniones no tienen nada de pequeñas.
—Te lo juro por mi abuela muerta.
¿Qué promesa era esa?
Las chicas lo pensaron unos minutos y después aceptaron, pero yo no. Los tres me miraron a la espera. Aunque era verdad que la estaba pasando bien en compañía de ellos, seguía estando en un lugar lleno de evils... y no era fácil de ignorar.
Así que pensé los pro y los contra de aceptar. Lo positivo era que podía conocer a más gente y un cambio de aires siempre favorecía. Lo negativo era que no sabía cómo reaccionarían los demás. Porque no todos eran amables.
—Si te sirve saber, mis amigos no son tan distintos a mí —acotó Lukas.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo nuevamente por mi abuela muerta.
Terminé accediendo.
⏳️⏳️⏳️
Lukas nos abrió al instante que tocamos la puerta y sonrió.
—Bienvenidas. Pasen.
Nos hizo espacio y entramos. Emma sostenía mi mano para que estuviera tranquila y no me soltó hasta que llegamos con los que estaban reunidos en el living.
—Muchachos, señoritas, ellas son Zoey, Emma y... —presentó Lukas y me miró.
—Ah, Nineta —sonreí amablemente y todos nos dieron una cálida bienvenida.
Nos hicieron espacio en su círculo y rápidamente nos integraron a la conversación. Supe que estaba en el lugar correcto y conocí con más profundidad a mis amigas y a Lukas, como sus poderes.
A Emma la llamaban sirena gracias a que sus habilidades eran similares a esas criaturas. Podía hipnotizar a las personas y obligarlas a hacer lo que les ordenara, también percibía el peligro y recordé cómo se había alterado segundos antes que Brandon entrara al comedor. Otro de sus poderes que me pareció increíble, era que, con un simple beso podía tener a quien quisiera babeando por ella y pensé enseguida que era similar a una de las habilidades de Lukas.
Más parecidos imposible.
Y por último contó que puede sanar con las manos y asentí, porque lo había hecho conmigo.
Luego siguió Zoey. Aunque sus ojos eran marrones, nos aseguró que éstos cambiaban de color dependiendo que hiciera: cuando manipulaba la realidad que percibimos, sus ojos se volvían violetas, al comunicarse por la mente el color variaba a negro, su velocidad inhumana le cambiaba los ojos a verde, y cuando se teletransportaba de un lugar a otro, el iris de su mirada se volvía amarillo.
Lukas no se quedaba atrás. Controlaba el clima cuando quería y lo mismo con la naturaleza y la tierra en sí. Por lo que, si quería, podía crear un tornado o generar un terremoto de gran escala. También contaba con su fuerza física que le permitía levantar hasta una casa de dos pisos. Y por último, sus labios que te hacían viajar por los diferentes efectos de la droga.
El resto del grupo también compartió sus diferentes poderes y todos me parecieron igual de increíbles. Y no escuché a ninguno que se repitiera. Realmente cada uno era especial a su manera. Me llegué a preguntar qué hacía especial a Archie, qué habilidades tenía, porque no había visto ninguna en acción aún.
Zoey, como si me estuviera leyendo la mente, se encargó de hacerme pensar en otra cosa tras decirme que era mejor que siguiera sin saberlo.
Cuando llegó la medianoche, nos despedimos; al otro día había clases y estábamos cansadas. No dejamos de hablar en todo el viaje de vuelta, porque Lukas se había despedido de Emma con un abrazo y Zoey juraba que nunca se habían abrazado.
La pobre Emma se ruborizó al subirse al taxi y no se le fue el color hasta que nos despedimos en el piso de mi habitación: ellas estaban un piso más arriba. Nos deseamos las buenas noches y marché directo a mi cuarto.
Había sido un día hermoso, desde los rayos del sol que lo coloreaban todo, hasta la pequeña juntada en casa de Lukas. No tuve casi tiempo para pensar que no pertenecía a ese lugar. Aunque, en pocos segundos, volví a recordarlo.
Antes de que pudiera llegar a mi puerta, una brisa fresca de invierno me golpeó el rostro. Provenía de las escaleras por donde había subido, donde alcancé a ver una figura de gran tamaño al girarme.
—Nineta —canturreó, siseante y me encogí. Soltó una carcajada y vi su cara cuando avanzó—. Eres toda mía...
Era Brandon. Tardé menos de un segundo en salir corriendo.
—¿A dónde vas, trocito? —su gruñido resonó por todo el pasillo y busqué las llaves entre mis bolsillos para ganar tiempo.
Nunca iba a tener un día tranquilo.
Logré abrir la puerta pero no pude entrar. Brandon me tomó por detrás y grité. Me estampó en la pared y sonrió ante mi quejido.
—Aquí te...
Lo miré cuando arrugó la nariz y me soltó gruñendo.
—Hueles a él —siguió gruñendo y su mirada me quemó—. Pero eso no va a servirte para salvarte mañana.
Retrocedí hasta la puerta y él se encargó de mantener siempre 2 metros de distancia conmigo.
—¿Y por qué? ¿Qué pasa mañana? —le pregunté, por impulso.
Logré meterme en la habitación y se quedó en la puerta, mirándome irritado pero con una sonrisa sádica.
—Las bestias salen del refugio y matan. Y eres mi presa favorita.
—¡No! —le grité, harta—. ¡Estás loco! ¡Ojalá te mueras! ¡Y que te sellen esa boca repugnante, imbécil! —gruñí y se le ensanchó la sonrisa.
—Veo que te gustó. No te preocupes, mañana tendrás más de mí.
Se puso a lamer el marco de la puerta y me seguí quejando.
—¡Deja de hacer eso! ¡Basta! —le tiré un zapato a ver si funcionaba, pero no se detuvo hasta dejar todo cubierto de su asquerosa baba.
—Buenas noches, Nineta. Qué tengas dulces pesadillas.
Desapareció y me puse a ventilar la habitación abriendo la ventana, porque su olor empezó a hacer efecto y sentía que me ahogaba. No fui capaz de cerrar la puerta y tampoco lo necesité, supuse. Ese olor mantendría lejos a todos...
Si... mierda...