Chereads / NINA by Julieta Gena / Chapter 4 - CAPÍTULO 3

Chapter 4 - CAPÍTULO 3

Cuando el despertador sonó, las tres protestamos. Había sido una noche larga, porque no nos dormimos en cuanto desapareció ese chico de la habitación. Habíamos estado un rato charlando para calmar las aguas y poder descansar tranquilas.

Me contaron un poco sobre el instituto. Por ejemplo, que no sólo la usaban para educarse, sino también representaba una vivienda para aquellos que no podían comprarse una casa. Por eso, la mayoría de los estudiantes —huérfanos o abandonados— vivían allí.

También me compartieron sobre sus vidas, que habían logrado refugiarse con sus familias esa trágica noche y desde ese momento se hicieron amigas, aunque Emma era muy chiquita para recordar esos años. Pero cuando Zoey se puso a hablar de la historia de ese Archie, no quise oír más.

Por lo poco que llegó a contar, Archie había perdido a sus padres en el ataque y tuvo que volar casi toda la noche para llegar al refugio. Y con tan sólo 6 años. Qué horror tener esa edad y saber que no vas a volver a tu hogar donde te sentías protegido y eras feliz.

Supuse que eso lo hacía tan respetable.

Las chicas me intentaron animar para que asistiera a las clases, pero me daba terror salir. Ya había sobrevivido —de milagro— al primer día y con la ayuda de ellas. Y de Archie, claro. Pero si ellas no estaban, era pollo.

—¡No quiero! —protesté y me envolví con las sábanas.

—No te puedes esconder para siempre. Van a venir a buscarte cuando vean que estás faltando —dijo Zoey y se me acercaron.

Sentí que me agarraban los pies y los moví intentando librarme. Empezaron a tirar juntas.

—¡Es decisión mía! —me agarré al borde de la cama con todas mis fuerzas.

—¡Pero Nina, estamos juntas en las clases! ¡No vas a estar sola! —gruñó Emma y me lograron sacar.

Pero porque accedí. La miré.

—¿Nina?

Emma me devolvió la mirada, confundida.

—Así te llamas.

—No. Soy Nineta —me tensé y me levanté para cambiarme.

—Oh... lo siento, es que Archie...

—¿Tienen que meterlo en todo? Espero no cruzarlo.

—Hey, tratanos bien —acotó Zoey, mirándome mal.

Pero no quería discutir tan temprano. Pedí disculpas vagamente y me metí en el baño que tenía el cuarto.

—Es que él la llamó así —le susurró Emma a su amiga y se encogieron de hombros mientras terminaba de arreglarme.

Salimos faltando un ratito para entrar a clases. Cada una se puso a un lado y me dejaron en el medio, como protección. Y me sorprendió lo tranquilas que fuimos. Nadie nos frenó, ni se me acercó ni nada. Parecía un día cualquiera en mi vieja escuela, donde nadie me prestaba atención.

Sí sentía que algunos me miraban al pasar a nuestro lado, pero seguían sus caminos como si toda la emoción del día anterior se hubiera esfumado. Las chicas me llevaron hasta los casilleros y encontramos uno que tenía mi nombre.

—Nineta Rogers —silbó Emma y sonrió—. ¡Aquí puedes guardar tus libros y muchas cosas más!

—Creo que sabe lo que es un casillero —se sumó Zoey—. Fijate que deben estar los libros adentro, es lo que hace la directora cuando vienen nuevos estudiantes.

Y así fue. Al abrir, estaban todos los cuadernos y libros que necesitaría para la cursada, y qué bien me vino, porque no tenía mucha plata para comprarlos. Y dadas las condiciones de la situación, supuse que tampoco los hubiera conseguido en cualquier librería.

Zoey me dio algunas instrucciones de qué libro me servía para qué materia y agarré los que usaría ese día. Continuamos hacia el salón donde tendría Historia y ahí noté que algunos estudiantes se me querían acercar. Una chica fue la primera.

—¿Hay escuelas en el campo? —me preguntó y no me lo esperé.

Se veía más chica que yo, de unos 14 años.

—¿Tienen televisor? —se acercó otro y los miré descolocada.

—Si, si... Las cosas no son tan distintas allá.

Y como si se hubieran conformado con mi vaga respuesta, se fueron felices a compartir la información con su grupito de amigos. ¿No era que me querían todos muerta? Cómo cambian.

Al entrar al salón, la clase entera se giró hacia nosotras. Estos ya tenían mi edad. Se ve que cuanto más grandes se hacían, más malos se volvían.

Para mi sorpresa, el profesor explicó la historia de mi país, no de su especie. Porque no podían ignorar que vivían junto a otros barrios en una ciudad perteneciente a Estados Unidos. Así que seguí la clase tranquila, sin perderme y anotando algunos datos interesantes que no sabía.

Incluso me tocó hacer grupo con otros tres compañeros y me trataron como una igual, y eso que no había quedado ni con Emma ni con Zoey, que me vigilaban nerviosas.

Así que cuando terminó la clase, salí con una enorme sonrisa y mis amigas se contagiaron de mi felicidad. Todo estaba marchando correctamente y no era tan terrible como me había imaginado.

Fuimos a la siguiente, Artes, y nos hicieron hacer un dibujo abstracto: podíamos usar hasta las manos, todo lo que considerara necesario, y esa fue mi primera nota. Una B+. La profesora me hizo una pequeña devolución para mejorar y agradecí.

Otra cosa que me generaba mucha curiosidad era que los maestros me trataban bien y no me restaban puntos por ser diferente a ellos. Eran amables con quienes participaban, los escuchaban y cumplían con las responsabilidades.

Cuando salimos de la última clase, era la hora de comer y después tocaba hacer las tareas durante la tarde, y para eso necesitábamos renovar energías. Entramos charlando y nadie nos prestó atención, así que fuimos a buscar una mesa y nos turnamos en ir a pedir la comida. Fui junto a Emma, que muy feliz estaba mostrándome todas las delicias que nos ofrecía ese almuerzo.

Elegí algo rico y sencillo: sorrentinos y Emma me alcanzó un poco de pan.

Y al sentarnos, Zoey quiso brindar.

—Por el primer día de clases de Nineta, que fue un éxito total —sonrió mirándome y chocamos nuestras bebidas.

Le dediqué una sonrisa y Emma, que estaba a mi lado, me abrazó con fuerza.

Empezamos a comer y a seguir con nuestra charla, que no era muy interesante pero me mantenía concentrada en ellas y no en el lugar donde estaba: el comedor con el que tuve pesadillas.

Tan metida estaba en la conversación que no noté cuando entró el Satanás del instituto al comedor, porque nadie dejó lo que estaba haciendo. Me di cuenta que estaba en el mismo lugar que nosotras porque se sentó con su grupo en una mesa que alcanzaba a ver por detrás de Zoey.

Enseguida sentí su mirada. Era el único que me miraba y no sabía si era bueno o malo. Porque sí, se había deshecho de un chico que me lastimó, pero ¿y si lo había hecho para matarme él mismo?

Ese pensamiento me perturbó y dejé de mirar a Zoey, que no tardó en notarlo.

—¿Pasa algo?

Negué rápido y levanté la cabeza.

—Está detrás tuyo. Me intimida —hablé bajo, temiendo que pudiera oírme.

Zoey, frunciendo el ceño, giró hacia atrás sin disimulo y le sacó el dedo al encontrarlo. Y el otro no tardó en hacer lo mismo.

—¿Cambiamos de lugar?

—¡No! Prefiero tenerlo de frente y no a mis espaldas —me atreví a mirarlo, nerviosa.

Tardó menos de un segundo en volver a encontrar mis ojos y juntó las manos sobre la mesa. Parecía tranquilo, o se estaba controlando.

—Dicen que si miras directo a sus ojos, puedes ver cómo será tu muerte —me susurró Emma, muy cerca a mi oído—. Muy lenta, dolorosa y espeluznante —me dio escalofríos y la miré mal, ella me sonrió—. Mentiris.

—Emma, no seas así —la regañó su amiga, con mala cara.

—No me hace gracia, Emmis.

—¿Ese es un apodo? —ahogó un grito mientras me agarraba de los brazos—. ¡¿Me pusiste un apodo?! —me sacudió de tal forma que mi cerebro casi se sale de su lugar.

—Soy profesional en eso —solté una pequeña risa y Emma me apretó contra ella.

Pero me soltó rápidamente. Le había cambiado la cara y lucía espantada. Tenía el vello de los brazos erizado y giró la cabeza bruscamente a la puerta. Nos miramos con Zoey y seguimos su mirada cuando el comedor quedó en silencio. Incluso Archie dejó de prestarme atención.

Un chico que no recordaba haber visto antes, se frenó en la entrada y le dio un recorrido visual al salón. Sus facciones estaban arrugadas, tenía mala cara, estaba molesto.

—Me voy por un día y pasa de todo —gruñó entre dientes—. ¿Pero saben qué? No les creo una mierda.

No entendía nada. ¿Qué era lo que no creía? Su grito me dio la respuesta.

—¡¿Dónde está?! —apretó los puños y sus ojos se volvieron más oscuros, que hacían contraste con su cabello totalmente blanco—. ¡¿Dónde está la humana?! —avanzó un paso.

Y así como no quiere la cosa, de un momento a otro, volví a ser el centro de atención. Todos señalaron a nuestra mesa y noté como Emma se tensaba y me intentaba esconder detrás de su cuerpo.

El chico sonrió espantosamente y se acercó, pasando entre las mesas. Juro que podía escuchar lo duro que pisaba y que el suelo temblaba.

—Qué deliciosa se vé —ronroneó sin dejar de mirarme con sus ojos completamente negros.

Y empezó a tirar las bandejas de las mesas por las que pasaba, ganándose protestas de muchos. Su gruñido me dejó paralizada. Quería ser valiente, pero se movía muy rápido y no se callaba.

Cuando llegó a mi mesa, parecía que había crecido dos metros y sonreía como un psicópata. Si digo que estaba asustada, me quedo corta.

—Podría oler tu sangre a kilómetros. Déjame probar un poco.

Me agarró con las alas que salieron de su espalda y mis amigas le gritaron como otros tantos. Decían cosas como: "No la lastimes", "Respeta las reglas", "No te pertenece". Y otros decían: "¡Mátala antes de que se levante!", "Qué valiente", "Siempre desafiando la muerte".

Era mucho el griterío. Incluso Emma empezó a pegarle dónde podía, pero él no hacía caso. No dejaba de mirarme y se acercó todavía más a mi rostro.

—Me gusta lo que veo —gruñó de la satisfacción—. Te voy a comer pedazo por pedazo.

Subió una de sus manos a mi cuello, y una voz más dura se alzó sobre las demás y le advirtió de soltarme. Pero el muy idiota no prestaba atención, o no quería hacerlo. Sus labios se ensanchaban a medida que los gritos aumentaban.

Giré el rostro en un intento por escaparme y contuve el aire al sentir su respiración sobre mí. El asqueroso me lamió todo el cachete y casi me desvanezco en sus brazos del olor nauseabundo que soltaba.

Los gritos de pronto cesaron y busqué con que sostenerme, a ciegas; me temblaban las piernas.

Lo estaba disfrutando, porque pegó su boca a mi cuello y pude imaginarme la sonrisa que llevaba. Y cuando fue a morderme, recibió un empujón que lo hizo soltarme.

Al sentir las manos cálidas de Emma, abrí los ojos y vi al chico tirado en el suelo, quién se quejó y miró con rabia a una figura grande que yacía a mi lado.

Tardé en reconocer a Archie. Le hervía la cara de la furia, pero ¿en qué momento se había acercado?

—Última vez que pones tu asquerosa boca sobre mi humana. —le puso mucho énfasis a lo último.

El otro sonrió y se relamió los labios.

—Claro, ahora resulta que es tuya.

—Lo es y todos lo saben. Nadie la puede tocar. Nadie la puede lamer ni morder. Sólo yo —gruñó.

¿Cómo dijo que dijo?

—Si, si, lo que digas —se burló el chico y se levantó—. Pero todos vieron lo mismo que yo —sonrió con arrogancia y me miró—. Ese trocito de carne delicioso me pertenece.

No podía sostenerle la mirada, sentía náuseas en todo el cuerpo.

—Entonces, si es así, ven a por ella —lo desafió Archie—. Ah, cierto que no puedes, porque sino no le harías honor a tu puesto. Una vez más, llegaste segundo —sonrió con burla y muchos se rieron.

No entendí a qué se refería, pero pareció molestar al otro.

—¡Vas a arrepentirte de haber sobrevivido esa noche! —vociferó su contrario y se lanzó sobre nosotros, abriendo lo más que podía sus alas.

Retrocedí junto a las chicas y dejamos que se pelearan entre ellos. Se notaba por lejos que Archie era más fuerte.

—¡Cuando menos se lo esperen, voy a despedazarla en su cuarto! —gritó el demente y recibió un golpe duro que lo hizo tambalearse—. ¡Y SERÉ EL MONSTRUO DE LAS PESADILLAS DE TODOS! —rugió con fuerza y se defendió devolviendo puños bestiales.

Y eso fue lo último que alcancé a escuchar antes de salir del comedor.

⏳️⏳️⏳️

Mis planes de estudio se arruinaron. No pude sacarme a ese chico de la cabeza y el lengüetazo que me dio. Me daba náuseas de solo pensarlo.

Por suerte, Emma me sacó esa especie de marca que me había dejado en el cachete y que largaba un olor horrible que, según las chicas, servía para ahuyentar a los demás. Porque era realmente irrespirable.

Desde que salimos del comedor, hicimos una parada en el baño para que pudiera deshacerme de la marca y nos encerramos en mi habitación.

Emma no me soltó en ningún momento y eso trajo ventajas. Estaba claro que uno de sus poderes era el de curación, porque la había visto apoyarse la mano sobre un rasguño y al segundo, ya no había nada. Y cuando se apoyó en mi pecho, abrazándome, me invadió un sentimiento indescriptible.

Me sentía sedada, y eso me ayudaba a no pensar en lo absoluto. Es que, era increíble como todo se iba al carajo en segundos. Había tenido un buen comienzo y, por culpa de un idiota, tenían que hasta drogarme para hacerme dejar de sentir miedo y angustia.

De todas formas, agradecí la ayuda. No sé que habían visto esas chicas en mí, pero me protegían como una hermana y me alentaban a seguir de pie. También me estaban acompañando en los momentos que necesitaba consuelo, y aunque no eran mucho de palabras, sus acciones eran suficientes para mí.

Cuando llegó la noche, casi no comí; todo me asqueaba y me aseguraron que era por los efectos secundarios de la lamida. Empezaba a sentir la sangre hervir de enojo, quería darle un golpe en la cara a ese chico cuyo nombre no sabía y no pregunté por mi bienestar emocional.

Me arreglé rápido para poder acostarme mientras las chicas seguían comiendo y me dejé caer sobre la cama, cansada. Zoey me miró.

—¿Estás segura que no quieres comer más?

—Solo quiero cerrar los ojos y no volver a despertar. Pero ni eso puedo, tengo pesadillas.

—Supongo que es normal en estos momentos, con todo lo que te está pasando —asintió Zoey.

—Solía tenerlas de chica —atraje una almohada para abrazar—. Por eso odio la noche, me gustaría que no fuera tan oscura...

Las tres miramos a la puerta cuando sonó y Emma se atrevió a preguntar.

—¿Quién?

El que estaba del otro lado se tardó en responder.

—Satanás.

—¡Ese no es tu nombre! —Emma bufó, cruzada de brazos.

—Me importa una mierda. Nineta, ábreme.

Obedecí a pesar de que las chicas negaban con la cabeza para que no lo haga. Archie primero me miró y luego a Zoey y Emma.

—Ya se pueden ir. No, perdón. Se tienen que ir.

Ninguna se movió. Solo Zoey alzó el mentón.

—¿O qué?

Archie alzó una de sus cejas y vi, sin saber si interferir, cómo entraba, agarraba a las chicas esquivando sus golpes, las colgaba en su hombro y las llevaba hacia la salida.

—¡Bájame! —protestó Zoey.

—Tienes el pelo suave. ¿Qué shampoo usas? —dijo Emma.

—¡Nina, avisa si...!

Archie las bajó, dejando que caigan sentadas al suelo y cerró de un portazo. Lo miré temblando mientras escuchaba cómo mis amigas pateaban la puerta para que les abriera.

—¡Vayanse! —le dio un golpe más fuerte a la puerta y me miró.

~No dudes en mandar un mensaje si necesitas ayuda... Agendé mi número en tu celular... Soy Zoey, por cierto~

¿Me estaba hablando por la mente? Asombroso.

No volvieron a tocar y suspiré. Ahora estaba a solas con Satan... con Archie y no podía estar más intranquila.

—Qué obediente eres —alzó mi cara y lo miré de reojo—. ¿Qué te parece si nos vamos a dormir?

—Se me fue el sueño.

Sus cejas se arrugaron y chillé cuando me levantó y me llevó en su hombro como había hecho con las chicas.

—Bajamee.

Hizo caso. Me tiró sobre la cama y se subió, dejándome del lado de la pared. ¿Pero quién se creía? Le di una mala mirada y gateé hacia los pies de la cama.

—No te escapes —me agarró los pies cuando pudo y no los soltó en ningún momento.

—Voy a patearte la cara —intenté con una amenaza y sonrió.

Tenía una sonrisa perfecta y lo hacía atractivo... Digo, terrorífico.

—Bueno, pateame la cara pero no te escapes —si él lo pedía.

Moví los pies intentando darle y no le emboqué ninguno, tenía buenos reflejos. Gruñí y me senté mirándolo.

—Si te lo pido por favor, ¿me vas a soltar?

—No.

—Tengo que ir al baño.

—Mentirosa.

Abrí la boca, ofendida.

—¡No soy mentirosa!

—Sí.

—¡No!

—Sí.

—¡Qué no!

—Bueno, pero deja de gritarme.

—¡No...!

Se sentó tan brusco que me asusté y encogí las piernas.

—Acuéstate —me ordenó y tragué con dificultad, me miró alzando las cejas—. Acuéstate, carajo.

No tenía la necesidad de elevar la voz ni tenía que volver a repetirlo. Me recosté pero con la cabeza a los pies de la cama y esperé su reacción.

No especificó para qué lado.

Se dejó caer a mi lado y quedamos cara a cara, en silencio.

Mierda

Me giré hacia la pared, abrazándome y cerré los ojos dispuesta a ignorarlo. Pero me duró poco, porque se acercó hasta que su boca me rozó la oreja y empecé a rezar.

—No me toques —chillé y sonrió, lo podía sentir.

—No te estoy tocando —susurró y me dio cosquillas—. Tocarte es esto.

Me pinchó con el dedo en la espalda y me arqueé.

—No me toques, S...

—Soy Archie, no Satanás.

—Todos te llaman así.

—Si, pero me gustaría que me llames por mi nombre, no quiero que tengas miedo cada vez que me escuches nombrar.

Se pegó más a mi oído, sacudiéndome por dentro, y por el rabillo del ojo vi cómo pasaba un brazo sobre mi cintura y le pegué.

—¡No me toques!

—No te estoy tocando.

No lo estaba haciendo realmente, solo me rodeaba sin rozar mi cuerpo, pero estaba muy alterada para notar la diferencia.

—¡Quita el brazo! —solté más fuerte y ya no aguanté.

Me cubrí el rostro, porque de lo estúpidamente sensible que soy, se me escaparon las primeras lágrimas de angustia.

No dijo nada, aunque podía sentir su mirada. No dijo nada, pero me terminó de abrazar —sí, me tocó— y se puso a cantar. Tenía... una voz encantadora y sensual gracias a que cantaba bajo.

"...You sunshine, you temptress... ...We'll be a fine line... ...We'll be a fine line... ...We'll be alright..."

Me giré un poco para verlo. Me sentía tan hipnotizada que cerré los ojos, dejando que su voz me envolviera y mis latidos se regularan con los suyos. Ya no lo tenía cantando en mi oreja, sino en mi rostro y no me alejé.

Archie se puso a sonreír, porque su entonación tuvo un pequeño cambio, y cuando terminó, me dejó un beso suave en la mejilla. Para ese momento, ya estaba casi dormida.

—Descansa, Nina —susurró y apoyó la cabeza.

Me hizo unos mimos a la altura de la cadera y caí finalmente rendida, sin temer estar acompañada por él.