El cielo estaba cubierto de nubes pesadas, y el aire olía a tierra húmeda, como si el universo estuviera a punto de llorar conmigo. Sofía y yo habíamos decidido pasear en el parque, pero el ambiente parecía reflejar la pesada carga que aún llevaba dentro.
—A veces creo que nunca dejaré de sentir esto —le dije, rompiendo el silencio.
Ella no respondió de inmediato, limitándose a observar los árboles que se mecían con el viento.
—¿Sabes? —dijo finalmente—. Hay cosas que no desaparecen, pero cambian de forma. No se trata de olvidar, sino de aprender a convivir con ello.
Sus palabras me recordaron algo que Astrid solía decir: "El tiempo no borra nada; solo lo pone en perspectiva."
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Esa tarde, de regreso en casa, el diario me llamó desde su rincón en el escritorio. Lo abrí, pero esta vez no para escribir. Leí las palabras que había vertido en sus páginas con el corazón en ruinas, buscando algo, cualquier cosa, que me ayudara a entender el siguiente paso.
En una página particularmente desordenada, encontré algo que me estremeció: una lista de "cosas por hacer" que había escrito meses atrás, cuando intentaba desesperadamente encontrar sentido. Una de las entradas decía: "Regresar al lugar donde nos prometimos el siempre."
No podía recordar por qué lo había escrito, pero algo en esas palabras resonó en mí.
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El lugar al que se refería la lista era un pequeño mirador en las montañas. Astrid y yo habíamos ido allí una vez, en una escapada espontánea. Era nuestro refugio secreto, un rincón del mundo que parecía existir solo para nosotros.
Al llegar, me encontré con el paisaje que recordaba: un horizonte infinito, donde el cielo parecía abrazar la tierra. El viento era frío, y el eco de nuestras risas parecía aún atrapado entre las piedras.
Saqué el diario y escribí:
"Hoy regresé al lugar donde prometimos el siempre. No para buscarte, sino para encontrarme a mí mismo."
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De regreso en la ciudad, Clara apareció nuevamente en mi vida, esta vez de forma inesperada. Me encontró en una cafetería mientras revisaba los comentarios en mi foro de escritura.
—Sigues escribiendo, ¿eh? —dijo con una sonrisa.
Asentí, algo sorprendido de verla, pero feliz. Pasamos horas hablando, no solo de nosotros, sino de todo lo que habíamos vivido desde la última vez que nos encontramos. Fue extraño, pero también reconfortante. Clara no era un espectro del pasado; era un reflejo del presente, de mi capacidad de seguir adelante.
Cuando nos despedimos, su última frase quedó grabada en mi mente.
—El pasado nunca se va, pero eso no significa que no podamos caminar hacia el futuro.
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Esa noche, soñé con Astrid por primera vez en mucho tiempo. No era un sueño triste, ni lleno de arrepentimientos. Estábamos caminando juntos, pero esta vez nuestras manos no se tocaban. Ella sonreía, y su voz era un susurro en el viento.
"Sigue adelante. Está bien dejarme atrás."
Desperté con lágrimas en los ojos, pero también con una paz que no había sentido en años.