El amanecer llegó con un aire distinto. Había algo en el cielo teñido de dorado que parecía anunciar un cambio, una especie de tregua entre el pasado y el presente. Estaba sentado frente a mi escritorio, el diario cerrado junto a mí. Aquel cuaderno había sido testigo de mis noches más oscuras y mis días de luz incierta, pero ahora, su presencia ya no pesaba.
Habían pasado semanas desde que escribí la carta a Astrid, y aunque los ecos de lo que sentía por ella aún rondaban en mi mente, ya no eran tormentas. Ahora eran susurros, como el sonido lejano de una canción que alguna vez me supo de memoria.
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Sofía y yo habíamos seguido compartiendo momentos. No era exactamente amor lo que había entre nosotros, pero sí una complicidad que se sentía igual de poderosa. Ella era el tipo de persona que sabía cuándo quedarse en silencio y cuándo decir justo lo que necesitaba escuchar.
—¿Qué sigue para ti? —preguntó una tarde, mientras caminábamos por el parque.
—No lo sé. Pero eso ya no me asusta tanto como antes.
Ella sonrió, asintiendo como si hubiera esperado esa respuesta.
—Entonces estás listo.
—¿Listo para qué?
—Para vivir sin cargar con todo eso. No significa olvidar, sino aprender a caminar con ello.
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Esa noche, mientras intentaba dormir, la pregunta de Sofía resonó en mi mente: ¿Qué sigue para ti? Era una pregunta que nunca me había permitido hacerme porque siempre estuve atrapado en lo que había perdido. Pero ahora, por primera vez, podía imaginar algo diferente.
Decidí retomar los foros, pero esta vez con un propósito más claro. Empecé a escribir sobre mi historia, no como una confesión, sino como un regalo para quienes estaban luchando con sus propios demonios. Narré mis días con Astrid, mi caída en el abismo, y el largo camino que había recorrido para salir de él.
El impacto fue inmediato. Personas de todas partes compartían cómo mis palabras resonaban con sus propias experiencias. Algunos decían que mis textos les habían ayudado a entender sus propios sentimientos; otros simplemente agradecían por darles esperanza.
Una noche, mientras leía los comentarios, encontré uno que me dejó sin palabras:
"No sé quién eres, pero gracias por contar esta historia. He estado cargando con mi propio duelo por años, y tus palabras me hicieron sentir que no estoy sola."
Por primera vez, sentí que todo tenía sentido: el dolor, las pérdidas, incluso los días en los que pensaba que no saldría adelante. Todo había convergido en ese momento, dándome una nueva forma de ver el mundo.
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Pero la vida siempre tiene una última prueba, y la mía llegó en forma de un mensaje inesperado. Era de Astrid.
"¿Podemos hablar?"
Mi corazón se detuvo al leer esas palabras. Pasaron minutos antes de que pudiera procesarlo y aún más antes de decidir qué hacer. Finalmente, respondí:
"Claro. Dime dónde y cuándo."
Nos encontramos en un café pequeño, lejos de los lugares que solíamos frecuentar. Ella estaba igual, pero distinta. Había algo en su mirada que reflejaba los años que habían pasado, las experiencias que habíamos vivido separados.
—Hola —dijo con una sonrisa tenue.
—Hola.
Nos sentamos en silencio durante unos minutos, cada uno luchando por encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, ella fue la primera en hablar.
—Quería verte para decirte algo que debí decir hace mucho. Lo siento. Por cómo terminamos, por cómo me fui.
—Astrid, no tienes que...
—Déjame terminar, por favor —interrumpió suavemente—. Me fui porque no sabía cómo quedarme. No porque no te amara, sino porque estaba perdida en mí misma.
Asentí, sintiendo un nudo en la garganta.
—Yo también lo siento. Por no haber sido lo que necesitabas en ese momento.
Ella sonrió, pero esta vez con algo de tristeza.
—No se trata de culpas. Ambos hicimos lo mejor que pudimos con lo que teníamos.
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La conversación continuó, pero no como una forma de revivir el pasado, sino de cerrar el círculo. Cuando nos despedimos, supe que ese sería nuestro último adiós, pero también nuestro primero desde un lugar de paz.
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Esa noche escribí:
"El amor que compartimos fue real, y su pérdida también. Pero ahora sé que incluso las cosas que terminan dejan huellas que pueden guiarte hacia lo que sigue. Gracias, Astrid, por lo que fuimos y por lo que me enseñaste. Adiós, pero no con dolor, sino con gratitud."