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ALICE BELL

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Chapter 1 - ANNE

No creo que ninguno de nosotros haya dormido algo esa noche. Por la mañana, el reverendo Brown ofreció un sencillo funeral.

   — Jamás imaginé este momento de esta manera— me dijo Albert más tarde— Siempre pensé que pasaría cuando yo fuera mayor y estando con mis hermanos y mi madre, e incluso con mi propia familia. La vida frágil como un cristal, y a veces se rompe en los momentos más inesperados.

   —Alice! — justo en ese momento escuché la voz de mi padre— ¡Ven, ahora!

Rápidamente me dirigí hasta el lugar donde estaba mi padre, preguntándome qué sucedería. Su rostro dejaba ver preocupación.

—Es... tu madre...

—¿Que pasa con mi madre?— casi grité aquellas palabras. El temor se apoderó de mí.

—Ella también...

No esperé que terminara la frase. Sólo corrí por el pasillo hasta la habitación donde se encontraba mi madre, mientras mi rostro se bañaba en lágrimas que no pude contener.

   —No, Dios! No te lleves a mi madre también!

Ella con voz quebrada pero segura me dijo: — Alice, mi tesoro, ¿recuerdas lo que hablamos ayer? El te ama mucho más de lo que yo pueda hacerlo. Si yo me voy es porque ya cumplí mi propósito en esta tierra. Tu tienes que encontrar y cumplir el tuyo. Se fuerte y valiente.

     Era inútil discutir. Aquella paz que ella transmitía comenzó a llenar mi corazón. Y pensar que faltaban unas pocas horas para llegar! Para que este trágico viaje llegar a su fin. Pero si mi madre iba a ser fuerte, yo no podía hacer menos. o por lo menos, eso intenté.

     Esa noche, sintiendo mis pasos más pesados que nunca, subí una vez más y por última a mi amada cubierta, y en ese momento toda mi "fortaleza" se transformó en una laguna de lágrimas. Pero para mí sorpresa, no estaba sola. Albert ya había llegado antes que yo. Me rodeó con sus brazos, y su voz temblaba cuando susurró:

—¿Que sucederá con nosotros ahora? Cuánto puede cambiar la vida de un día para el otro!

Quería ser fuerte, recordar las palabras de mi madre, pero fue una tarea imposible. Las lágrimas no paraban de rodar por mis mejillas. Allí estaba Rigel, y del otro lado del mundo mi mejor amiga, que aunque no lo sabía, ese abrazo que le había dado a su padre antes de salir había sido el último. Cada uno estaba absorto en sus pensamientos, y cuando menos lo esperábamos sonó el reloj marcando que ya era medianoche.

     Muy temprano en la mañana siguiente me desperté con el grito—¡tierra a la vista!

El largo viaje llegaba a su fin. Mi madre estaba tan débil que no podía caminar, así que tuvimos que cargarla para llegar a tierra firme. Me detuve un momento para admirar lo que tenía adelante. Una ciudad llena de movimiento. Cada uno llendo y viniendo con las preocupaciones del día a día. Pero no teníamos tiempo que perder. Papá tenía que llevar a mi madre al hospital más cercano, y con Albert nos encargamos de bajar nuestras pertenencias del barco. No eran muchas, habíamos dejado casi todo en nuestro pueblo. Una vez hecho esto, le preguntamos a un anciano donde quedaba el hospital, y siguiendo sus instrucciones, nos encontramos en la puerta de este silencioso lugar.

—Quédate aquí con las cosas mientras busco a mi padre para saber que hacer— le dije a Albert.

Mi padre estaba sentado en una de las sillas de los pasillos.

—Tu madre está bien atendida. Vayamos a conseguir un lugar para dormir y dejar las cosas por los próximos días—me dijo, sin mucha emoción.

     Una vez fuera del edificio, vimos el cartel en una pequeña casa no muy lejos de allí: "HOUSE TO LET" (se alquila), y dos casas más adelante estaba un cartel similar pero en una casa más grande.

   —Alice y Albert, vayan a la casa más pequeña y pregunten cuánto están pidiendo por ella, y yo haré lo mismo en la más grande—nos dijo.

     Lentamente abrimos la crujiente puerta para entrar en esta antigua casa

—Se ve cómo si nadie estuvo aquí por mucho tiempo— dijo Albert- está todo tan lleno de polvo y de telarañas... mira! Allí hay unas escaleras. Esta casa es más grande de lo que aparenta.

—Voy a mirar que hay arriba...

Comencé a subir por los inestables y ruidosos tablones pero de repente, un fuerte ruido delante de mi hizo que mi corazón diera un vuelco.

—Que es lo que haces tu aquí?— gruñó alguien.

Frente a mi se encontraba un hombre anciano y despeinado, y sus ojos revelaban una mezcla de sorpresa e irritación al encontrar intrusos en su casa

—Buenos días Señor...?

—Williams, John Williams. Y te advierto que salgas antes de que te saque yo mismo. Los ladroncitos  no son admitidos en mi casa.

—Pero Señor...

—No escuchaste? Estas más sorda de lo que está un viejo cómo yo. Vete antes de que llame...

—No escuchó lo que tenía para decirle Señor Williams. No soy...

—No me importa lo que tenga para decirme muchachita...

—No soy ninguna ladroncita—dije, interrumpiéndolo una vez más— En su casa hay un cartel de "se alquila", parece que esta allí hace mucho tiempo, me preguntaba por qué sería pero creo que ya no tengo du...

—Porque no empezó por ahí al principio! Córrete de aquí, escuche unos ruidos que vienen de la escalera...

—Es mi compañero, vinimos ju...

—Ajá! Con que de esas tenemos! Buen truco, uno distrae mientras el otro roba. Bueno pero no tanto para un viejo astuto!

—Señor Williams, créame, no vinimos a robar. Albert! -grité- sube por favor!

—Bueno chiquilla, con que quieres alquilar, eh?—en ese momento llego Albert— Y tu quien eres, muchachito?

—Soy Albert Jackson, y hoy hemos llegado aquí desde un pueblo en los Estados Unidos.

—Los Estados Unidos de América?!

—Si Señor.

—Mi esposa era... olvídalo, de todos modos, que es lo que quieren saber?

—Quisiéramos saber a cuanto piensa alquilar este lugar— le dije

—Miren, honestamente no pensaba alquilar esta casa, y la única razón por la cual no he sacado el viejo cartel es que ya nadie preguntaba desde hace más de un año. Pero ya que parecen buena gente, dejaré que se queden a cambio de que me dejen la parte de arriba y que me cuenten historias de su antiguo hogar, que les parece?

—Está usted hablando en serio?— le dije.

—Tan serio como estaba cuando entraste en esta casa. Y bien?

—Voy corriendo a decirle a mi padre. Gracias por todo, señor Williams.

     En cuanto llegamos a donde estaba mi padre y le contamos toda la historia, volvimos a la casa del señor Williams para que la pudiera ver él mismo. Y antes de que pudiéramos comprender lo que estaba pasando, estábamos cubiertos de polvo, limpiando toda la casa.

     Después de unas horas, la casita "Sunnybank" estaba casi completamente limpia. Pero no queríamos dejar mucho tiempo sola a mamá, y a la hora del almuerzo caminamos con dirección al hospital.

—Me podría dirigir al lugar donde está Anne Bell?— le dijo mi padre a una enfermera.

—Anne Bell? Sígame, por favor.

Seguimos a la enfermera hasta un cuarto al fondo del pasillo.

—Señor Bell?—preguntó un hombre alto con su "uniforme" de médico.

—Doctor?

—Quisiera hablar con usted un momento. Acompáñame a esta sala por favor.

Me hubiese encantado acompañar a mi padre y al doctor para escuchar lo que tenía para decirle. Aunque sabía que la enfermedad de mamá era grave, una parte de mi se aferraba a la esperanza de que la tierra firme y la atención médica adecuada podrían obrar un milagro. Así lo creía papá.

—No!—escuché gritar a mi padre. Poco después salió con el rostro desfigurado. No eran buenas noticias.

—Que es lo que te dijo el doctor?—le pregunté con lágrimas en los ojos.

—Ella estará bien—respondió, sin querer aceptar la realidad.

—Que es lo que te dijo el doctor?—pregunté nuevamente.

—Estará bien...

—Que es lo que te dijo el doctor?—era la verdad lo que quería saber. Y que él también lo aceptara.

—Ella...—ya no pudo suprimir sus lágrimas. Abracé a mi padre y junto a Albert  entramos a la habitación donde se encontraba la mejor madre que habría podido tener.

—Ya los estaba extrañando. Que sucia que estás, pequeñita!

—Conseguimos una casita para vivir, hermosa pero muy sucia! Un buen hombre llamado John Williams nos permitió vivir allí a cambio de que le dejemos la parte de arriba y que le contemos historias de nuestra vida en los Estados Unidos. No puedo esperar que vengas con nosotros, una casa no es lo mismo sin una mamá. Hice mi mayor esfuerzo por...—ya no pude retener mis lágrimas por más tiempo.

—Alice. Aly. No llores así.— me dijo con sus últimas fuerzas— Es la voluntad del buen Señor. Se fuerte. No serán días fáciles para ti. Pero recuerda: NUNCA te apartes de los caminos del Señor.

     Y así acabo todo. Esas fueron sus últimas palabras. Vino el doctor y confirmó lo que ya sabíamos: que su corazón había latido por última vez. Que esos amorosos brazos no estarían para abrazarnos otra vez. Que su tierna voz no se elevaría de nuevo en sublimes cantos al Creador. Que no volvería a escuchar de sus labios sabios consejos que algunas veces había deseado no escuchar. Porque el trabajo de una madre muchas veces se alcanza a comprender cuando  ella ya no está. Salí corriendo por la puerta. Quería estar en casa, donde el bosque rodeaba mi pueblo. Pero aquí todo era casas y más casas. No paré hasta llegar a la orilla del mar, para poder estar más tranquila, y sentirme más cerca de la naturaleza.

     Después de casi una hora, sentí una mano sobre mi hombro.

—Estábamos preocupados por ti, Aly. No pudimos ver a donde te habías ido. Me diste un buen susto. Pero cuando paré a pensar donde era el lugar más probable al que fuiste corriendo, el lugar más tranquilo que se me ocurrió fue este, y... ¡aquí estás!

—Perdóname. No me detuve para pensar en lo que hacía. Papá dónde está?

—No se ve muy bien. Cuando salí a buscarte, el seguía en el hospital, para hacer los trámites necesarios. Pero eso fue hace más de media hora— dijo él mientras se sentaba a mi lado.

     Silencio. Después de unos minutos, Albert volvió a hablar:

—A veces el mar se asemeja a nuestra vida, quizá tranquila y pacífica, y casi de repente amenazante y turbulenta. También la inmensidad del mar nos recuerda lo pequeños e insignificantes que somos, y como marineros en un barco, a pesar de nuestros esfuerzos, hay fuerzas más grandes que no podemos controlar.— no pude responder nada, pero las lágrimas en mis ojos decían más que las palabras.

     Después de ese tiempo de reflexión a la orilla del mar, decidimos regresar. Caminamos en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos y recuerdos. Al llegar al hospital, papá estaba sentado en la misma silla en la cual estaba cuando yo entré por primera vez a ese lugar.

—Vamos a casa, papá— dije, todavía con las lágrimas secas en mi rostro. Mi padre captó el significado más profundo de lo que quería decir.

—Esta es nuestra casa ahora— dijo con una frialdad que escondía un corazón quebrantado. Asentí, sabiendo que aunque fuera "mi casa" jamás sería mi hogar.

     Al llegar, el señor Williams me miró fijamente a los ojos.

—Ella siempre estará contigo, Alice— dijo, tocando su corazón— siempre la llevarás dentro de ti.

Abracé al señor Williams, y después, él nos llevó a Albert y a mi a un lugar muy especial. Subiendo por las escaleras estaba la habitación de señor Williams a la derecha, pero hacia la izquierda había una diminuta escalera que nos condujo a un rincón secreto. Y allí, desde una pequeña ventana se veía el vasto océano, muy pacífico ese día, contrastando completamente con nuestros sentimientos. Me senté junto a la ventana, y en ese momento recordé las últimas palabras de mi madre: "Nunca te apartes de los caminos del señor"

Después de unos minutos, Albert rompió el silencio:

—No importa lo que pase, siempre recordaré las palabras que ella nos dijo ese día en la cubierta. Tenemos que seguir adelante y encontrar nuestro propósito.

El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, pintando el cielo de hermosos colores. Era un hermoso recordatorio que, incluso después de los días más oscuros, siempre estaba la esperanza de un nuevo día.

     Nos levantamos y dejamos atrás el hermoso cuadro, pero llevándonos una lección con nosotros. Sabíamos que las dificultades vendrían, pero esperábamos enfrentarlas de una manera diferente.