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Chapter 3 - ENCUENTROS INESPERADOS

Temprano a la mañana siguiente, cuando los rayos del sol aún no se habían asomado, Alice y Albert salieron juntos de la casita, aunque con destinos diferentes. Él buscaba trabajo, y ella se dirigía a comprar comida y otras cosas necesarias que no habían podido traer en el viaje. Caminaron algunas cuadras en silencio, hasta que al llegar a una esquina vieron a dos hombres calle abajo que llevaban a unos niños casi arrastrándolos. Estos últimos gritaban desesperados suplicando que por favor no los llevaran. El corazón de Alice latía con tanta fuerza que temía que la escuchasen. Era una escena extraña para unos niños que raramente visitaban la ciudad, pero que ese era su segundo día viviendo en una. Se miramos aterrorizados, sin saber que hacer exactamente. Decidieron seguirlos.

—Pobrecitos, no parecen mucho más pequeños que nosotros—comentó Alice en un susurro.

—Tienes razón—respondió Albert, después de observarlos detenidamente desde atrás de unos barriles de madera antiguos que les servían de escondite. Después de una pausa preguntó:

—¿A donde crees que los llevarán?

—Hoy no es uno de esos días que desperté con imagi... ¡Mira! ¡Han doblado por aquella esquina!

—Corramos un poco. ¡Apresúrate! No sea que los perdamos de vista.

Aunque corrieron, aquello fue exactamente lo que sucedió. Los perdieron de vista en la oscuridad. Pero a pesar de que no los veían, aún se oían sus gritos.

—Aly! Escucha! Creo que doblaron por esta calle. Oh, como pudimos perderlos!

—Ya no importa, Albert. Estoy segura de que fueron en esa dirección. Vamos!

Se adentraron en una callejuela oscura, con sus pasos resonando en el pavimento empedrado. Y en efecto, a los pocos metros de esa calle estaban los dos hombres sujetando firmemente a los cuatro niños. Se pararon frente a un gran portón de madera. Lentamente se abrió una de las dos puertas de madera de ese portón y en cuestión de segundos todos habían entrado y la puerta se había cerrado, dejándolos una vez más sin saber que hacer.

—Parece haber un cartel encima del portón, ¿puedes verlo?—observó Albert después de un minuto—Acerquémonos más, así podremos leerlo.

Se aproximaron silenciosamente al portón, hasta que el cartel se podía leer claramente.

—¿Workhouse?—se preguntaron al unísono en alta voz.

—Que extraño, jamás había oído algo así—dijo Alice, frunciendo el ceño.

—Ni yo. Ey, porque no le preguntas acerca de esto al señor Williams cuando lo veas? El seguramente sabrá algo al respecto.

—¡Si! El sabrá. No puedo esperar llega...— un pensamiento la detuvo en la mitad de la frase. La preocupación era notoria en su rostro —Albert, sabes donde estamos?

—Bueno, estamos  frente a...

—Sabes realmente dónde estamos?

—No entiendo a qué te refie...—en ese momento entendió lo que Alice quería decirle—¿quieres decir que si se donde estamos para saber como volver?—su rostro palideció al entender la gravedad de la situación. Alice comprendió de que estaban perdidos.

—Oh, Alice! Como pude...!

—Pudimos—lo corrigió.

—Es mi culpa que estemos perdidos. Yo di la idea de seguirlos—se lamentó, sintiendo una profunda culpa.

—Tu diste la idea, pero eso no significa que yo estuviera obligada a hacerlo. Yo estuve de acuerdo, y te aseguro de que no me arrepiento ni un poquito. Podríamos haber sido de ayuda para ellos. Y quizá podamos hacer algo todavía—dijo ella, tratando de animarlo.

Albert estudió su rostro con picardía y luego le dijo:

—Vamos, pecosa. Ya encontraremos el camino de vuelta a casa.

Alice hizo una mueca fingiendo estar ofendida, pero ninguno de los dos pudo aguantar las risas por más tiempo.

—Eres un pesado—le dijo entre risas.

Mientras intentaban encontrar el camino de regreso, el olor a pan recién horneado llenaba el aire, y su estómago se encargó de recordarles continuamente de que aún no habían desayunado. El sol ya estaba alto en el cielo.

—¿Recuerdas este lugar? Siento como si ya lo hubiera visto antes...—dijo Alice con cierta vacilación.

—Es cierto...¡Mira! allí están los barriles que usamos para escondernos. Estamos llendo por el camino correcto.

Caminaron unos minutos más, encontrando más y más lugares que podían reconocer a medida que avanzaban. Finalmente, se encontraron frente a la casa.

—¡Lo logramos!—exclamó Albert, abriendo la puerta y dejándola pasar primero.

—Si, y ahora tenemos que hablar con el señor Williams—dijo Alice con determinación.

   —Un momento! —interrumpió el señor Williams mientras bajaba de la escalera —¿Porque se han demorado tanto? Ya estaba preocupado. Alice, ¿que diablos has hecho todo este tiempo? No veo la comida que estábamos esperando que trajeras para el desayuno. Y pensar que ya casi es el mediodía!

   —Créame, señor Williams, usted no es el único que se muere de hambre — le dijo ella.

   —Bueno, ¿que esperan? Cuéntenme que ha sucedido!

     Alice y Albert se miraron, como intentando decidir quién empezaría a relatar su aventura. Finalmente, Albert comenzó:

   —Un día, hace mucho, mucho tiempo, en una lejana ciudad de Inglaterra, dos jovencitos, Alice y Albert, salieron de su casa cuando el sol todavía no se había asomado. Aunque salieron juntos, tenían destinos diferentes ese día, o eso es lo que pensaban.

     El señor Williams los miraba con una sonrisa divertida. Alice le siguió el juego:

   —Pero, sus planes iban a cambiar drásticamente. La ciudad dormía. O por lo menos, la mayoría de ella. Caminaron algunas cuadras hasta que de repente, en medio de la oscuridad, vieron a dos hombres malvados, que se llevaban a unos pobres niños suplicantes a un lugar desconocido para nuestros protagonistas...

     Era tiempo de que Albert continuara con la historia:

   —Decidieron seguirlos, aunque por un momento los perdieron de vista. Finalmente, los rufianes con los niños entraron en un lugar que tenía un gran portón de madera con el cartel: workhouse —Alice no se aguantaba las ganas de preguntar que era este workhouse exactamente, pero el señor Williams parecía muy interesado y compenetrado en su historia, así que continuó:

   —Muy tarde se dieron cuenta de que habían decidido seguirlos pero que nadie los llevaría de vuelta a calles conocidas. Estaban perdidos. Caminaron y caminaron, hasta llegar a lugares que podían reconocer, y cuando finalmente llegaron a la casa, un señor hambriento los esperaba!

     Los tres rieron un buen rato. Era bueno tener razones para ello nuevamente. Pero pareció extraño a todos que el señor Bell aún siguiera en cama. Pero esa sería solo la primera sorpresa de muchas.

—¿Y bien, señor Williams? ¿Que tipo de lugar es el workhouse?—era Alice quien hablaba. El señor Williams pensó unos momentos antes de responder.

   —Esa es una pregunta que podré responder realmente bien. Verán, yo mismo estuve en una.

Alice y Albert tenían sus bocas bien abiertas. ¡Quien mejor que él para responder su pregunta!