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Chapter 14 - XIV

Kiyomi despertó temprano, más por costumbre que por verdadero deseo. El calor reconfortante de Naruto todavía la envolvía, y durante un instante permitió que esa sensación la mantuviera inmóvil. Giró su cabeza ligeramente para observarlo. Naruto dormía profundamente, su respiración pausada y tranquila. Sus marcas faciales, aquellas líneas que se asemejaban a los bigotes de un zorro, llamaron su atención. Con un gesto instintivo, Kiyomi alzó una mano y acarició esas marcas con delicadeza, una sonrisa suave y casi imperceptible curvando sus labios. Había escuchado a Yuzuki llamarlo "zorrito" en tono burlón, pero ahora comprendía el apodo. Había algo en él, en su tranquilidad mientras dormía, que lo hacía ver increíblemente tierno, casi vulnerable.

Con un suspiro pesado, Kiyomi supo que no podía quedarse ahí todo el día, aunque la idea de seguir abrazada a Naruto era tentadora. Se separó del abrazo con cuidado, evitando despertarlo, y se levantó del futón. Aún podía sentir el calor del contacto mientras caminaba hacia la pequeña mesa donde había dejado sus cosas.

Frente a un espejo sencillo, comenzó a arreglarse. Su cabello negro azabache caía como una cascada, moviéndose con una gracia que parecía casi etérea. Mientras lo cepillaba con movimientos meticulosos, los mechones brillaban bajo la tenue luz de la mañana, reflejando su herencia Uchiha con una elegancia natural. Aunque últimamente solía recogerlo durante las misiones, hoy decidió dejarlo suelto, permitiendo que enmarcara su rostro como un marco oscuro que resaltaba su piel pálida.

Sus ojos, oscuros y profundos como la noche, parecían contener un abismo de pensamientos, emociones y determinación. Había en ellos una chispa que alternaba entre desafío y astucia, un recordatorio constante de quién era y del peso de su linaje. Pero también, escondido en lo más profundo, había un destello cálido que solo surgía en momentos como este, lejos de la presión y las expectativas que cargaba.

Las facciones de su rostro eran suaves y refinadas, con una belleza innata que mezclaba delicadeza y fuerza. Sus labios, que a menudo se curvaban en una sonrisa juguetona o en un gesto burlón, hoy permanecían neutrales mientras ajustaba los últimos detalles de su atuendo. Su cuerpo, moldeado por años de entrenamiento disciplinado, era esbelto pero fuerte, una combinación que resaltaba su letalidad como kunoichi.

Kiyomi se vistió con cuidado, optando por su conjunto ninja habitual. El top negro sin mangas, ajustado, acentuaba el crecimiento de su figura, revelando curvas definidas que resaltaban su feminidad y a la vez proyectaban fuerza. Su abdomen tonificado, producto de intensos entrenamientos, quedaba parcialmente visible, mientras el símbolo del clan Uchiha bordado en la espalda servía como un recordatorio orgulloso de su linaje. Los pantalones negros, igualmente ceñidos, estaban diseñados para brindarle libertad de movimiento, permitiéndole ejecutar con fluidez los movimientos rápidos y precisos que caracterizaban su estilo de combate.

Ajustó las vendas blancas en sus tobillos y sus brazos con manos expertas, un toque práctico que combinaba con su estética disciplinada. Sobre la mesa, su fiel kusarigama descansaba. La cadena, impecablemente pulida, brillaba con un reflejo metálico bajo la luz del amanecer, como si advirtiera de su letalidad. Kiyomi tomó el arma con naturalidad, sus dedos deslizándose por la empuñadura mientras ajustaba su posición en el cinturón. Cada movimiento era fluido, cargado de la confianza que solo la experiencia y el talento podían otorgar.

Antes de salir, lanzó una última mirada a Naruto, quien aún dormía profundamente. Había algo en su expresión tranquila y relajada que la hizo sonreír de manera involuntaria. "Zorrito..." pensó con ternura, el apodo resonando en su mente. Luego, con una determinación renovada, cruzó la puerta con el porte firme y seguro que la caracterizaba. Tenía un papel que desempeñar y una misión que cumplir, incluso si eso significaba arriesgarlo todo. Pase lo que pase, ella protegería a los suyos.

En la sala, encontró a Tsunami preparando el desayuno. La mujer, siempre diligente, trabajaba en silencio, el sonido de los utensilios llenando el espacio. A un lado de la mesa estaba Inari, el niño que había recibido una reprimenda de Naruto días atrás. Kiyomi notó que seguía más callado de lo habitual, con una expresión pensativa que contrastaba con la actitud que había mostrado al principio. Sin embargo, ese cambio no era necesariamente negativo; parecía estar reflexionando sobre las palabras de Naruto, quizá encontrando una nueva perspectiva.

Con una sonrisa cálida, Kiyomi saludó a Inari y se sentó junto a él. Notó cómo el chico se tensaba ligeramente ante su presencia, pero decidió ignorarlo, dándole espacio para que se relajara. Mientras tanto, su mirada vagó hacia la entrada, justo a tiempo para ver a su sensei entrar en la sala. Vestida con el uniforme de jōnin, la mujer exudaba autoridad y confianza. Su bandana estaba inclinada estratégicamente, cubriendo el ojo izquierdo donde llevaba un Sharingan.

Kiyomi no pudo evitar que su mente divagara por un momento. Aún tenía dudas sobre el origen de ese ojo. Por más que lo pensaba, no entendía cómo su padre, un hombre tan estricto y apegado a las tradiciones del clan Uchiha, no había intervenido para reclamarlo o exigir su devolución. "¿Por qué le permitió quedárselo? ¿Acaso hubo algo más detrás de esa decisión?" se preguntó en silencio, mientras observaba a su maestra con una mezcla de curiosidad y admiración. Aunque no lo demostraba abiertamente, respetaba profundamente su habilidad y liderazgo, pero ese pequeño misterio seguía rondando en su mente.

Kiyomi dejó escapar un suspiro mientras apartaba esos pensamientos. Había cosas más urgentes que resolver, y sabía que pronto necesitaría toda su concentración. El día apenas comenzaba, pero el aire ya estaba cargado con una tensión sutil, un recordatorio de que la calma previa al combate siempre era efímera.

Después de un rato, Kiyomi vio a sus hermanos descender por las escaleras, ya vestidos y listos para partir, aunque sin rastro de Naruto. Sus miradas estaban serias, reflejo de la tensión que sentían. El desayuno fue rápido y en silencio, más un acto de rutina que de disfrute. Katsumi, siempre pragmática, sugirió con calma que dejaran a Naruto descansar un poco más. Luego se dirigió a Tsunami, pidiéndole que le informara que estarían en el puente escoltando a Tazuna si despertaba. Nadie discutió la decisión; todos entendían que cada momento de descanso era vital, y si alguien necesitaba reponer fuerzas, era Naruto.

Los cuatro shinobi salieron poco después junto a Tazuna, caminando en silencio hacia el puente. El ambiente estaba impregnado de una extraña pesadez, más densa de lo habitual. La niebla matutina, típica de la región, parecía especialmente espesa ese día, como si presagiara algo oscuro. Ninguno dijo nada, pero el aura de alerta era palpable. Incluso Tazuna, normalmente relajado, se mantenía en silencio, con el ceño fruncido y los ojos inquietos.

Cuando llegaron al puente, casi completo en su construcción, se encontraron con una escena que les hizo detenerse en seco. Los trabajadores yacían inconscientes en el suelo, algunos con manchas de sangre visibles sobre sus ropas. El ambiente se llenó de una tensión eléctrica. Sin dudarlo, Kiyomi activó su Sharingan, sus ojos carmesí brillando en la niebla, mientras Katsumi se adelantaba rápidamente para inspeccionar a los trabajadores. Yuzuki y Sasuke, siempre atentos, permanecieron cerca de Tazuna, formando una barrera defensiva a su alrededor.

De pronto, sin previo aviso, fueron rodeados. Clones de agua comenzaron a formarse a su alrededor, adoptando las figuras del espadachín que los había atacado al inicio de su misión. Zabuza Momochi. La enorme espada de Zabuza, la Kubikiribōchō, descendió en todas direcciones, atacando con fuerza brutal. Sin embargo, los tres Uchiha reaccionaron con rapidez casi instintiva. Coordinando sus movimientos, sus golpes fueron precisos, destruyendo los clones con técnicas fluidas y veloces. Las clones de agua se desmoronaron como si nunca hubieran existido, salpicando el suelo con fuerza.

Justo cuando parecía que el ataque inicial había sido repelido, el verdadero Zabuza emergió de la niebla, su figura alta y amenazante proyectando una sombra que parecía envolverlo todo. A su lado, dos figuras femeninas aparecieron, ambas enmascaradas y portando una presencia abrumadora.

La primera mujer tenía un aire gélido que se sentía incluso a través de la niebla. Su cabello oscuro estaba recogido con una cinta, y mechones sueltos enmarcaban su rostro con una elegancia inquietante. Llevaba un kimono de rayas azules y blancas, sencillo pero reforzado para el combate. Un sujetador blanco sobresalía debajo, revelando la funcionalidad en su atuendo. Su máscara, blanca con un diseño ondulado en rojo, cubría la parte superior de su rostro, dejando a la vista unos ojos serenos, pero cargados de una vigilancia meticulosa. En la frente, el símbolo de Kirigakure grabado en su máscara relucía, dejando claro su origen. Su sola presencia parecía bajar aún más la temperatura del ambiente.

La segunda figura era aún más imponente, irradiando una energía pesada que parecía llenar el espacio. Su cabello plateado caía largo y liso, con reflejos oscuros en las puntas, como si hubieran sido quemadas por un metal candente. Vestía un kimono de combate reforzado en tonos oscuros, decorado con patrones geométricos que recordaban hojas metálicas. Sus hombreras ligeras de acero negro añadían un aire marcial, haciéndola parecer un guerrero ancestral de la niebla. Su máscara era similar a la de su compañera, aunque con detalles adicionales que indicaban claramente su rango y jerarquía. Sus ojos, apenas visibles detrás de la máscara, proyectaban una intensidad que dejaba claro que entre las dos, ella era la más fuerte.

El aire se volvió más opresivo, como si cada respiración se volviera un esfuerzo consciente. Kiyomi entrecerró los ojos, analizando con su Sharingan cada movimiento de sus adversarios. Katsumi, siempre protectora, se posicionó ligeramente delante del grupo, mientras Yuzuki y Sasuke tomaban posiciones defensivas junto a Tazuna. Ninguno habló. Las palabras eran innecesarias en ese momento. El enemigo que tenían frente a ellos no era cualquiera; estos oponentes eran una amenaza real, y lo sabían.

El puente, ahora envuelto en una niebla más densa que nunca, se convirtió en el escenario de un enfrentamiento inevitable.

—¿Así que eres tan molesto como dicen, eh? Demonio Oculto en la Niebla, —dijo Katsumi, mientras su voz cargada de sarcasmo resonaba en el puente. Su ojo brillaron intensamente al descrubir su Sharingan, los tomoes girando ligeramente en anticipación.

Zabuza soltó una carcajada profunda, un sonido áspero y burlón que parecía fusionarse con la niebla densa a su alrededor. Su figura, imponente con la enorme Kubikiribōchō apoyada sobre su hombro, emanaba confianza oscura.

—No soy tan fácil de matar, ninja que copia, —respondió con una sonrisa torcida, su tono teñido de desafío y burla. Su mirada fría analizaba al equipo de Katsumi, como un depredador estudiando a su presa.

Katsumi no perdió la compostura, devolviéndole la mirada con un aire de superioridad. —Veo que no vienes solo esta vez, ¿eh? Dime, ¿quiénes son tus... amigas? —preguntó, dejando que la ironía se colara en sus palabras, mientras sus dedos se flexionaban levemente, listos para cualquier movimiento repentino.

Zabuza respondió con otra risa, esta vez más siniestra. —No eres la única que tiene estudiantes talentosos, mujer del Sharingan. —Alzó ligeramente la espada, haciendo un gesto hacia Katsumi, su sonrisa aún más macabra—. Tú tienes a esos tres Uchiha, ¿no? Sólo una de ellas tiene su dōjutsu activado... cómo decepciona eso. Pero yo, —continuó con un tono más grave— tengo algo mejor que simples ojos. En Kirigakure, hemos estado cazando clanes con Kekkei Genkai. Muchos han sido exterminados, otros se han dispersado... y tuve la fortuna de encontrar y tomar bajo mi ala a dos de los últimos sobrevivientes de esas poderosas líneas de sangre.

Con un movimiento deliberado, Zabuza señaló primero a la mujer de cabello negro, que permanecía estoica a su lado. Su máscara cubría parte de su rostro, pero sus ojos serenos e intensos eran imposibles de ignorar. —Ella, —dijo con una voz que resonaba de orgullo oscuro—, es una de las últimas del Clan Yuki, los únicos capaces de manejar el Hyōton, el elemento hielo. Seguro que has oído historias, ¿no? Frío, mortal y hermoso... como ella. —La mujer permaneció inmóvil, pero el aura que emitía era inconfundiblemente gélida, como si pudiera congelar el aire a su alrededor.

Luego, Zabuza dirigió su espada hacia la mujer de cabello plateado con puntas negras. Su porte marcial y la intensidad de su presencia dejaron claro que era mucho más que una simple subordinada. —Y ella, —continuó Zabuza, su tono casi reverente—, es probablemente la última del Clan Kurogane. Su Kekkei Genkai único, el Shokkin, convierte su chakra en metal líquido, permitiéndole moldear armas directamente en el campo de batalla. —Hizo una pausa, su sonrisa ensanchándose aún más—. Buena suerte intentando copiar esas habilidades. El metal y el hielo no son algo que puedas imitar, por mucho que tu Sharingan lo intente.

El puente parecía congelarse en el tiempo. Katsumi entrecerró los ojos, estudiando a las dos mujeres. La del Clan Yuki tenía un aire frío e inmutable, como si cada movimiento estuviera calculado con precisión. La del Clan Kurogane, en cambio, irradiaba una energía pesada, como si su fuerza fuera capaz de aplastar cualquier resistencia con facilidad. Ambas proyectaban una amenaza palpable, y Katsumi sabía que Zabuza no exageraba al hablar de sus habilidades.

—Así que... herramientas, ¿eh? —respondió Katsumi, su tono sarcástico, pero sus ojos brillando con cautela mientras analizaba los movimientos de sus oponentes. Las palabras de Zabuza eran un recordatorio de lo peligrosos que podían ser los sobrevivientes de los clanes perseguidos, pero también una pista de que esas mujeres, aunque poderosas, no estaban con él por elección.

Yuzuki, al lado de Katsumi, apretó los dientes mientras el agua rodeaba su mano formando el Suiton: Mizukiri Yaiba, enfocándose en los enemigos. "No subestimemos a estas mujeres," pensó, observando con detalle los movimientos de cada una. Había algo inquietante en ellas, algo más allá de lo que Zabuza decía. Sasuke, más joven pero igual de determinado, se preparaba en silencio, su cuerpo tenso mientras sus ojos pasaban de Zabuza a las mujeres con rapidez.

El silencio se rompió con un leve crujido en la madera del puente bajo sus pies. La niebla se espesó aún más, como si respondiera a las tensiones en el aire. Katsumi dio un paso adelante, colocándose estratégicamente entre Zabuza y su equipo, mientras su mano rozaba el mango de su tanto. —Parece que será una mañana larga, —murmuró, su voz apenas audible pero cargada de determinación.

La tensión en el puente era palpable. Katsumi y Zabuza se mantenían frente a frente, ambos inmóviles como estatuas, pero sus cuerpos irradiaban una energía contenida que amenazaba con desatarse en cualquier momento. Cualquier movimiento, por mínimo que fuera, podría inclinar la balanza hacia el caos.

Katsumi avanzó levemente, su tantō destellando con un tenue resplandor blanco al canalizar su chakra. Al mismo tiempo, Zabuza levantó la Kubikiribōchō, cuya hoja titilaba con una fina capa de chakra acuoso. Ambos parecían leerse mutuamente, como si sus intenciones fueran tan claras como el reflejo en un espejo.

Fue Kiyomi quien notó el intercambio exacto de movimientos. Su Sharingan, girando con precisión, captó los sutiles desplazamientos de ambos antes de que cualquiera pudiera moverse realmente. Un duelo de fuerza siguió al primer choque: Katsumi y Zabuza entrelazaron ataques con una velocidad que desafiaba la vista ordinaria, bloqueándose mutuamente con una sincronización impecable. Finalmente, se separaron con un salto ágil, quedando en extremos opuestos del área de combate.

Katsumi respiró profundamente y frunció el ceño. Sabía que enfrentarse a Zabuza en un duelo directo era arriesgado, pero también comprendía la desventaja de su equipo: no sólo debían pelear, sino también proteger a Tazuna. Ella se giró ligeramente hacia su equipo, consciente de la urgencia de distribuir responsabilidades.

—Sasuke, Yuzuki, —ordenó con firmeza—, encárguense de la mujer de cabello negro. No bajen la guardia, trabajen juntos.

Ambos hermanos asintieron, aunque Sasuke parecía irritado por la orden, y Yuzuki permanecía en un silencio calculador. Antes de que Kiyomi pudiera objetar, Katsumi la interrumpió con una voz autoritaria.

—Kiyomi, tú irás contra la de cabello blanco. Usa fuerza letal. No podemos permitir errores.

Kiyomi dudó un momento, pero finalmente asintió, canalizando su determinación mientras apretaba su kusarigama con ambas manos. Justo cuando estaba a punto de cargar hacia su objetivo, unos ojos ámbar brillaron frente a ella, y una figura se lanzó con velocidad abrumadora. El Sharingan de Kiyomi reaccionó justo a tiempo para advertirle del golpe que venía, permitiéndole esquivarlo con un ágil movimiento hacia un lado. Contraatacó con una patada dirigida al abdomen de la mujer, obligándola a retroceder.

La mujer, sin perder tiempo, extendió su brazo y generó una barra de metal líquido que parecía moverse con vida propia. Se había lanzado en dirección a Tazuna con una velocidad mortal. Kiyomi, actuando por puro instinto, giró su kusarigama y utilizó la cadena para envolver el brazo de la atacante. Con un fuerte tirón, logró desequilibrarla y lanzarla al otro extremo del puente, alejándola de Tazuna. Ambas aterrizaron en un área despejada, separadas del enfrentamiento de Sasuke y Yuzuki contra la mujer de cabello negro, y del duelo principal entre Katsumi y Zabuza.

Kiyomi tomó aire profundamente, su mirada fija en la mujer de ojos ámbar que ya se ponía en pie, una expresión fría y concentrada en su rostro. Comenzó a cargar su kusarigama con chakra de rayo, la energía chisporroteando a lo largo de la cadena y la hoja, aumentando su letalidad. Pero su oponente no se quedó atrás. La mujer realizó una serie de sellos rápidos y susurró con voz firme:

Shokkin: Kyōmei Yari.

De su mano derecha surgió una lanza alargada, completamente formada de metal puro y vibrante con un brillo amenazante. Kiyomi podía sentir la densidad del chakra condensado en el arma, una manifestación clara de la experiencia y el poder de su oponente.

La mujer de cabello blanco no perdió tiempo y cargó con una velocidad abrumadora, moviendo la lanza en un arco descendente hacia Kiyomi. La joven Uchiha, confiando en las lecturas de su Sharingan, bloqueó el ataque con la hoja de su kusarigama envuelta en electricidad. Las chispas saltaron al contacto, iluminando brevemente el puente mientras ambas guerreras se enzarzaban en un duelo de habilidad y precisión.

Kiyomi retrocedió estratégicamente, permitiendo que su oponente avanzara, buscando un patrón en sus movimientos. La mujer atacó con una serie de estocadas rápidas, la lanza moviéndose como una extensión natural de su cuerpo. Cada golpe era calculado, buscando brechas en la defensa de Kiyomi. Sin embargo, la Uchiha logró esquivar o bloquear cada intento, utilizando la cadena de su arma para limitar los ángulos de ataque de su adversaria.

Finalmente, Kiyomi encontró una abertura. Giró su kusarigama y lanzó la cadena hacia la lanza, enredándola con un movimiento hábil. La corriente de chakra raiton recorrió la cadena, buscando incapacitar a su oponente a través del arma metálica. Sin embargo, la mujer reaccionó rápidamente, soltando la lanza y formando otra más pequeña en cuestión de segundos, adaptándose a la situación con una fluidez impresionante.

—Eres buena, niña, —comentó la mujer con una voz firme pero tranquila—. Pero el Shokkin no es algo que puedas contrarrestar tan fácilmente.

Kiyomi apretó los dientes, su mente trabajando a toda velocidad para analizar la situación. Sabía que su oponente estaba utilizando la maleabilidad de su Kekkei Genkai para mantenerla a la defensiva, pero también comprendió que cada transformación de metal requería un gasto considerable de chakra. "Si puedo mantenerla ocupada el tiempo suficiente, puedo desgastarla", pensó.

Con un movimiento rápido, Kiyomi desató su cadena y lanzó la kusarigama directamente hacia la mujer. Esta bloqueó el ataque con la nueva lanza, pero no anticipó el siguiente movimiento: Kiyomi había canalizado chakra raiton en la cadena, extendiendo un arco eléctrico que impactó en el aire cercano a su oponente, forzándola a retroceder.

Ambas se detuvieron momentáneamente, evaluándose mutuamente. La batalla apenas comenzaba, y el intercambio inicial ya había dejado claro que este enfrentamiento no sería fácil para ninguna de las dos. Kiyomi respiró profundamente, ajustando su postura mientras el brillo de su Sharingan intensificaba su concentración. La mujer de cabello blanco aferró su lanza con fuerza, sus ojos ámbar destellando con determinación.

La niebla a su alrededor parecía volverse más densa, como si respondiera al creciente nivel de tensión en el puente.

Sasuke y Yuzuki avanzaron en perfecta sincronía, sus movimientos reflejo de años de entrenamiento juntos. La mujer de cabello negro, observándolos con una mirada fría, reaccionó con una velocidad que desbordaba a ambos. Su figura se desdibujó, y en un instante, detuvo la tanto de Sasuke con una serie de estalagmitas de hielo que surgieron de la nada, mientras con una habilidad impecable desviaba el ataque de agua de Yuzuki con una lanza de hielo improvisada.

Yuzuki, sin embargo, no se detuvo. Con un grácil movimiento, volvió a activar su nueva técnica.

Suiton: Mizukiri Yaiba.

El agua a su alrededor se condensó rápidamente en una espada translúcida, brillando con un resplandor líquido. Su filo cortaba el aire mientras atacaba con precisión quirúrgica, obligando a la mujer a retroceder brevemente. Sasuke aprovechó el momento para interrumpir el duelo de fuerza, lanzando una serie de kunais atados a hilos de acero hacia su oponente.

La mujer, sin inmutarse, evitó los proyectiles con movimientos mínimos, deslizándose entre ellos con una fluidez casi imposible. Sin embargo, no anticipó el ataque combinado: Yuzuki había reforzado los hilos con chakra infundido en su naturaleza de fuego. Los hilos ardientes convergieron en un patrón cerrado, atrapando a la mujer en un círculo en llamas que chisporroteaba amenazadoramente.

—No está mal para unos niños, —comentó la mujer con voz tranquila, incluso mientras su cabello negro ondeaba por el calor abrasador. En un abrir y cerrar de ojos, realizó una serie de sellos de mano, y con un firme golpe al suelo, invocó su contraataque.

Hyōton: Kōri no Yari.

El suelo tembló, y de inmediato, picos de hielo afilados surgieron desde abajo, cortando a través del círculo de fuego como cuchillas implacables. Sasuke y Yuzuki, alertados por sus reflejos, esquivaron ágilmente los proyectiles ascendentes. Sin embargo, la explosión de hielo desestabilizó el terreno, forzándolos a moverse con más cautela.

Ambos Uchihas intercambiaron una mirada rápida, una comunicación silenciosa que sólo ellos podían entender. Retrocedieron un par de pasos, tomando posiciones opuestas para flanquear a su oponente. Al unísono, prepararon su siguiente movimiento, una técnica que habían perfeccionado en sus entrenamientos.

¡Katon: Karyūden! —gritaron al unísono.

Desde las bocas de ambos emergieron dos dragones de fuego colosales, rugiendo con una intensidad descomunal. Las criaturas serpenteaban en el aire, sus llamas danzando violentamente mientras ascendían antes de lanzarse en picada hacia la mujer. El calor era tan intenso que el hielo en el suelo comenzó a derretirse, dejando charcos de agua que humeaban al evaporarse.

La mujer, sin embargo, permaneció inmóvil. Con una serenidad inquietante, formó una rápida secuencia de sellos de mano, y su chakra se manifestó en una nueva técnica.

Hyōton: Kōri no Kanmuri.

Alrededor de ella, una barrera cristalina en forma de cúpula se materializó. Los dragones de fuego chocaron contra la barrera con una fuerza devastadora, generando una explosión de vapor y fragmentos de hielo que volaron en todas direcciones. La temperatura del aire osciló violentamente entre el frío extremo y el calor abrasador, creando una atmósfera sofocante en el puente.

Sasuke y Yuzuki observaron con atención, notando un detalle inquietante: un kunai que había caído cerca de la barrera quedó congelado al instante, cubierto por una capa de escarcha que se expandía rápidamente. La naturaleza de esta técnica no solo bloqueaba ataques, sino que también enfriaba el entorno a niveles peligrosos.

—Esa barrera no es solo defensiva, —comentó Yuzuki mientras ajustaba su postura, con su mirada fija en el escudo de hielo—. Está drenando el calor y debilitando nuestras técnicas.

—Entonces tenemos que romperla antes de que la use para contraatacar, —respondió Sasuke, su tono determinado.

La mujer dentro de la barrera, cuya expresión seguía siendo fría e inmutable, no mostraba ni un atisbo de cansancio. Desde el interior del escudo de hielo, su silueta apenas visible se movía con rapidez, las sombras de sus manos entrelazándose en una serie de sellos que prometían algo aún más letal. Sasuke y Yuzuki, observándola atentamente, ajustaron sus posturas, preparados para cualquier cosa. Sin embargo, lo que ocurrió a continuación superó todas sus expectativas.

Hyōton: Mugendai Kōri Kyō.

La barrera cristalina se desintegró en un instante, pero no de manera convencional. Los fragmentos de hielo que la componían comenzaron a elevarse y a reconfigurarse en el aire, transformándose en un brillo helado que se extendió a lo largo del puente. De repente, enormes espejos de hielo, perfectamente pulidos y reflejando cada detalle del entorno, emergieron a su alrededor. Primero uno, luego dos, y rápidamente se multiplicaron hasta rodear por completo a Sasuke y Yuzuki en un patrón caótico.

—¿Qué demonios es esto? —murmuró Sasuke mientras giraba en su lugar, intentando comprender la formación. Cada espejo reflejaba su propia imagen, pero también mostraba a la mujer, su figura moviéndose entre los espejos como una sombra. Parecía estar en todas partes y en ninguna al mismo tiempo.

—No es solo una ilusión... —dijo Yuzuki, con el ceño fruncido mientras analizaba los espejos—. Puedo sentir su chakra en cada uno de ellos. Es como si estuviera utilizando estos espejos para multiplicarse.

Antes de que pudieran elaborar un plan, la mujer apareció en uno de los espejos frente a Sasuke, su mirada tan gélida como su técnica. En un instante, desapareció y surgió desde un espejo detrás de él, lanzando una ráfaga de agujas de hielo a gran velocidad. Sasuke apenas tuvo tiempo de reaccionar, girando para esquivar la mayoría, aunque una aguja logró rasgar su hombro.

—¡Maldita sea! —gruñó, retrocediendo mientras Yuzuki se posicionaba para cubrirlo.

La mujer continuaba moviéndose entre los espejos con una velocidad abrumadora. Era casi imposible predecir desde dónde atacaría. Las agujas llovían sobre los hermanos Uchiha desde múltiples direcciones, obligándolos a mantenerse en constante movimiento. Sasuke y Yuzuki intentaron contraatacar, pero cada golpe, kunai o técnica elemental que lanzaban era absorbido por los espejos o esquivado con facilidad.

—¡No podemos seguir así! —exclamó Yuzuki, bloqueando una nueva ráfaga de agujas con un kunai reforzado con chakra de fuego. A pesar del calor de su técnica, el metal del kunai comenzaba a enfriarse rápidamente por el contacto constante con las armas heladas.

Sasuke, evaluando la situación, notó algo peculiar. Aunque los espejos parecían replicarse al infinito, había un patrón sutil en su disposición. No estaban alineados al azar; había un núcleo central desde donde el chakra parecía irradiar.

—Yuzuki, sujétala por unos segundos. Creo que tengo una idea, —dijo, con un tono más calmado pero determinado.

—Espero que sea buena, —respondió Yuzuki antes de saltar hacia adelante, lanzando una serie de shuriken cubiertos con fuego hacia los espejos. Aunque sabía que sería difícil dañarlos, su intención era forzar a la mujer a salir de su escondite.

La mujer apareció brevemente en uno de los espejos superiores, lanzando una nueva ráfaga de agujas hacia Yuzuki. Sin embargo, Yuzuki estaba lista esta vez. Activando su Suiton: Mizukiri Yaiba, giró con elegancia y desvió las agujas, logrando al mismo tiempo lanzar una contrarrespuesta rápida. Su espada líquida cortó el aire con fuerza, aunque no logró impactar a la mujer, quien se desvaneció de nuevo en los reflejos.

Sasuke, mientras tanto, activó su propio plan. Usando los hilos de acero de su arsenal y reforzándolos con chakra, comenzó a crear un entramado en el aire, conectando varios kunais estratégicamente colocados alrededor de los espejos. Su objetivo era restringir los movimientos de la mujer y forzarla a concentrarse en una zona específica.

Katon: Hōsenka Tsumabeni, —susurró, lanzando pequeñas llamas controladas hacia los hilos. Las llamas viajaron a lo largo de los cables de acero, creando un círculo de calor que comenzó a derretir lentamente los bordes de algunos espejos.

La mujer notó el cambio y apareció frente a Sasuke con una velocidad fulminante, lanzando otra ráfaga de agujas en un intento por interrumpir su técnica. Pero Yuzuki, anticipando este movimiento, intervino justo a tiempo. Con un giro fluido, envió un chorro de agua a presión desde su espada líquida, desviando las agujas antes de que alcanzaran a su hermano.

—¡Ahora! —gritó Yuzuki.

Sasuke canalizó todo su chakra en una técnica más poderosa.

Katon: Ryūka no Jutsu.

El fuego fluyó por los hilos con una intensidad feroz, convirtiendo el entramado en una trampa ardiente que rodeó varios espejos a la vez. Algunos comenzaron a agrietarse bajo el calor extremo, pero la mujer, mostrando un control absoluto de su técnica, logró replicar más espejos en las zonas dañadas.

—Es inútil... —dijo por primera vez, con una voz tranquila pero cargada de amenaza—. No importa cuántos destruyan, siempre habrá más.

Yuzuki y Sasuke se movían con agilidad limitada, esquivando como podían las rápidas y letales senbon de hielo que la mujer lanzaba desde múltiples ángulos. Sin embargo, notaron que algo estaba cambiando: sus movimientos y reflejos se volvían más precisos, como si el mundo a su alrededor comenzara a ralentizarse ligeramente. Ambos se lanzaron una rápida mirada, y en ese instante lo comprendieron: sus ojos reflejaban un brillo carmesí. Tanto Yuzuki como Sasuke habían despertado el Sharingan, cada uno con dos tomoe en cada ojo. Era un momento de euforia efímera, pues la situación no daba lugar para celebraciones.

La mujer, percibiendo este cambio, respondió con una frialdad implacable. Aumentó aún más su velocidad, moviéndose entre los espejos con un dinamismo que hacía incluso al Sharingan luchar por seguirla. Las senbon se volvieron más numerosas y precisas, dejando a los hermanos Uchiha en constante movimiento. Sasuke, con su nueva percepción, identificó algo crucial. Entre la danza caótica de reflejos y ataques, notó un patrón, un espejo específico al que la mujer siempre regresaba. Este debía ser su punto de anclaje, el núcleo de su técnica.

—Yuzuki, cúbreme. Sé dónde estará, —dijo Sasuke con firmeza.

Yuzuki, sin cuestionar, asintió. Con un ágil salto, lanzó un conjunto de kunai reforzados con hilos de chakra hacia varios espejos, forzando a la mujer a aparecer para esquivar. Usó su Suiton: Mizukiri Yaiba para crear una hoja de agua que giraba en su mano como un remolino, lanzando cortes rápidos que mantenían la presión sobre su oponente.

Sasuke aprovechó el momento para preparar su técnica. Sus manos se movieron con precisión mientras formaba los sellos.

Katon: Kaen Rendan.

En sus manos aparecieron llamas comprimidas, concentradas en esferas pequeñas pero increíblemente densas. Usando el Sharingan, Sasuke ajustó la trayectoria de su ataque, enfocando su energía en un único punto. Con un rápido movimiento, saltó hacia el espejo donde sabía que la mujer aparecería y descargó el poder acumulado en un golpe devastador. Las llamas explotaron con furia al impactar, destrozando el espejo y forzando a la mujer a abandonar su posición.

La explosión envió fragmentos de hielo volando por el aire, pero la mujer, mostrando una destreza increíble, recompuso su postura en el aire. Apenas había aterrizado cuando Yuzuki vio su oportunidad. Con su hoja de agua girando en su mano, se lanzó directamente hacia ella con una precisión quirúrgica, buscando aprovechar el momento de vulnerabilidad.

Pero la mujer reaccionó con una velocidad sobrenatural. Usando una sola mano, atrapó la muñeca de Yuzuki en pleno ataque. Con su otra mano libre, comenzó a realizar sellos con una destreza asombrosa.

Hyōton: Hyō Ryū, —susurró con voz firme.

Un rugido ensordecedor llenó el aire mientras un dragón masivo hecho de hielo endurecido emergía desde el suelo. Su estructura parecía impenetrable, y su mirada helada se fijó en Yuzuki. Antes de que pudiera reaccionar, la bestia se abalanzó sobre ella con una ferocidad imparable.

Yuzuki, luchando por liberarse del agarre de la mujer, usó todo su chakra para potenciar su hoja de agua. Con un movimiento desesperado, logró zafarse y aterrizó con dificultad. Sin dudarlo, se impulsó directamente hacia el dragón. Canalizando más chakra en su mano, creó una corriente comprimida de agua que rodeaba su hoja. Con un grito, cortó al dragón en pleno ataque. La bestia se partió en dos, pero los fragmentos de hielo restantes volaron en todas direcciones, obligándola a esquivar rápidamente para evitar ser alcanzada.

Sasuke, mientras tanto, no perdió el tiempo. Utilizó su Sharingan para localizar de nuevo el núcleo del chakra de la mujer, que ahora se desplazaba rápidamente entre los espejos restantes. Su mirada se endureció al calcular la distancia y las posibilidades de éxito. Sacó un kunai y lo envolvió en fuego, lanzándolo hacia uno de los espejos principales para distraerla.

La mujer reapareció justo detrás de él, lanzando un ataque directo con agujas heladas. Sasuke giró a tiempo, bloqueando con un kunai, pero la fuerza del impacto lo obligó a retroceder. A pesar de esto, una ligera sonrisa cruzó su rostro.

—Te tengo, —murmuró.

Desde una posición elevada, Yuzuki apareció de nuevo. Había usado la distracción creada por Sasuke para reposicionarse. Con su hoja de agua girando de manera salvaje, descendió con un corte dirigido a la mujer. Sin embargo, esta desapareció una vez más en los espejos antes de que el ataque pudiera conectarse.

—No es suficiente... —dijo la mujer, reapareciendo en un espejo más lejano mientras su figura se multiplicaba de nuevo.

El aire se volvió aún más helado, y la presión del chakra de la mujer aumentó, haciendo que incluso el movimiento básico se sintiera más pesado. Sasuke y Yuzuki se mantuvieron firmes, sus ojos rojos brillando con determinación. El combate estaba lejos de concluir, y ambos sabían que necesitarían trabajar en perfecta sincronía para superar a esta enemiga abrumadoramente hábil.

Volviendo con el combate entre Kiyomi y la mujer de ojos ámbar y cabello blanco era una danza letal de velocidad y precisión. Ninguna de las dos daba tregua ni permitía que la otra ejecutara técnicas de gran escala, manteniendo el enfrentamiento en un rango cerrado y feroz. Las chispas volaban cuando la kusarigama de Kiyomi, infundida con chakra de rayo, chocaba contra las lanzas de metal líquido que la mujer controlaba con una habilidad magistral. Los movimientos eran rápidos, casi imposibles de seguir para un observador común, y el terreno alrededor de ellas comenzaba a mostrar las marcas del enfrentamiento: cortes profundos, huellas quemadas y charcos de acero endurecido.

Kiyomi cambió su enfoque, consciente de que el Uchiha Hōten, su estilo de combate basado en movimientos rápidos y elegantes potenciados por chakra de fuego, no era adecuado contra alguien que podía manipular el metal con tanta fluidez. Decidió utilizar el Raiken, un estilo en el que había estado trabajando recientemente, que imbuía su chakra de rayo directamente en sus golpes. Cada impacto no solo buscaba dañar físicamente, sino también aturdir a su oponente, interrumpiendo el control de las lanzas.

La mujer no era un rival fácil. Incluso cuando Kiyomi lograba acercarse lo suficiente para conectar un golpe, las lanzas de metal líquido respondían instantáneamente, moldeándose en defensas improvisadas o contraatacando con precisión quirúrgica. En un movimiento particularmente ágil, la mujer extendió una lanza hacia Kiyomi, quien apenas logró esquivarla, usando su kusarigama para envolver el arma y desviar su trayectoria. Sin embargo, el metal se reconfiguró al instante, transformándose en un látigo que intentó atraparla por la cintura.

Kiyomi reaccionó con rapidez, canalizando su chakra de rayo a través de la cadena de su kusarigama. Con un movimiento fluido, lanzó un arco de electricidad que recorrió el látigo metálico, obligando a la mujer a soltarlo momentáneamente. Aprovechando la apertura, Kiyomi cerró la distancia, buscando asestar un golpe directo con un puñetazo cargado de electricidad. Sin embargo, la mujer retrocedió con una destreza impresionante, dejando caer una pequeña esfera de metal que explotó en una nube de fragmentos afilados, forzando a Kiyomi a retroceder.

La Uchiha no se dejó intimidar. Con su Sharingan activo, intentó aprovechar el caos del combate para lanzar un genjutsu. Sus ojos carmesí buscaron los de su oponente, pero esta demostró ser tan astuta como habilidosa. La mujer evitaba el contacto visual en todo momento, enfocando su atención en el movimiento corporal de Kiyomi. Incluso en los momentos más intensos, mantenía la cabeza ligeramente inclinada o girada, un gesto sutil pero efectivo para evitar caer en la trampa visual de su adversaria.

—Astuta… —murmuró Kiyomi, con una mezcla de frustración y admiración.

La mujer no respondió, pero Kiyomi noto su confianza. Levantó ambas manos, y las lanzas de metal líquido se dividieron en múltiples fragmentos que comenzaron a orbitarla como satélites, cada uno listo para ser disparado en cualquier momento. Con un gesto, envió una ráfaga de fragmentos directamente hacia Kiyomi, quien utilizó su kusarigama para bloquear y desviar tantos como pudo. Aun así, algunos fragmentos se deslizaron por las defensas, rozándole el brazo y dejando cortes superficiales pero dolorosos.

Kiyomi retrocedió, respirando con dificultad mientras evaluaba la situación. El terreno limitado y el constante asedio del metal líquido hacían que las opciones ofensivas fueran reducidas. Decidió cambiar de estrategia. Al ver cómo la mujer manipulaba el acero con fluidez, concluyó que debía haber un punto débil en su control, quizá en su concentración o en el suministro de chakra que mantenía el metal en movimiento.

Canalizando chakra de rayo en la cadena de su kusarigama, Kiyomi lanzó el arma hacia el suelo cerca de la mujer, haciendo que el chakra eléctrico se extendiera por el área. El objetivo no era dañarla directamente, sino saturar el entorno con electricidad para interferir en su técnica. La mujer notó el cambio de estrategia y, por primera vez, mostró una leve tensión de sorpresa. Su control sobre los fragmentos de metal titubeó por un instante, suficiente para que Kiyomi aprovechara y se lanzara hacia adelante.

—¡Aquí termina! —exclamó Kiyomi, concentrando toda su fuerza en un golpe cargado de rayo dirigido al torso de la mujer.

Pero la mujer reaccionó rápidamente, fusionando los fragmentos de metal en una lámina sólida frente a ella que absorbió gran parte del impacto. Aun así, la fuerza del ataque envió a la mujer unos pasos atrás, su equilibrio momentáneamente afectado. Aprovechando esta oportunidad, Kiyomi utilizó la cadena de su kusarigama para envolver una de las muñecas de la mujer, intentando inmovilizarla.

La mujer, sin embargo, no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente. Con un movimiento inesperado, hizo que el metal líquido volviera a su forma original, rompiendo la cadena de Kiyomi y liberándose del agarre. Antes de que Kiyomi pudiera reaccionar, la mujer extendió una mano hacia ella, moldeando una lanza de acero endurecido que lanzó con una velocidad mortal.

Kiyomi apenas logró esquivar la lanza, pero el corte en su costado era profundo. La sangre manaba lentamente, empapando su ropa, pero no le daba importancia. Apretó los dientes, canalizando el dolor en determinación. Sus ojos carmesí brillaban con una intensidad feroz mientras analizaba a su oponente, buscando una apertura. La mujer de cabello blanco sonrió con confianza al ver a Kiyomi herida, pero su expresión cambió al notar que la Uchiha comenzaba a realizar sellos de mano con una velocidad impresionante.

Katon: Yūen Kiba —murmuró Kiyomi, y dos enormes corrientes de fuego tomaron forma a sus lados, asemejándose a colmillos que chisporroteaban con un calor abrasador. Los colmillos ardientes rugieron hacia adelante, moviéndose con una velocidad y precisión letales, dejando surcos de llamas a su paso.

La mujer respondió rápidamente, trazando sellos con movimientos calculados. —Shokkin: Kōtei no Nagare.

El suelo bajo sus pies pareció licuarse, y un torrente de metal líquido emergió con un sonido sibilante, avanzando como un río vivo que devoraba todo a su paso. El metal parecía vibrar con una fuerza amenazante, y en un abrir y cerrar de ojos se alzó en muros y barreras para proteger a su creadora. Las dos técnicas colisionaron con un impacto titánico. Los colmillos de fuego golpearon el torrente metálico, generando una explosión de vapor y chispas que cubrió el campo de batalla en un cegador brillo anaranjado y plateado.

Kiyomi aprovechó el caos para actuar con rapidez. Con un movimiento hábil, lanzó su kusarigama rota hacia el torrente metálico, distrayendo momentáneamente a la mujer. En ese instante, sacó varios pergaminos de su equipo, abriéndolos en un arco fluido.

Raiton: Raiken Senpū, —exclamó con fuerza. Desde los pergaminos surgieron kunais, shurikens y otras herramientas ninja, todas infundidas con chakra de rayo. Giraron en torno a Kiyomi en un torbellino eléctrico que crepitaba con energía inestable. Con un gesto, envió las armas hacia adelante, atravesando el vapor y las defensas metálicas como un huracán mortal.

La mujer de cabello blanco reaccionó con rapidez, extendiendo sus manos hacia el torrente metálico. El río respondió a su comando, endureciéndose en una barrera sólida que bloqueó parte de las armas. Sin embargo, algunas lograron atravesar, liberando descargas eléctricas al impactar contra el metal y creando un efecto de cadena que obligó a la mujer a retroceder.

—Impresionante… pero no suficiente —murmuró, y con un gesto, fragmentos del metal endurecido se dispararon hacia Kiyomi como balas.

Kiyomi usó su Sharingan para predecir la trayectoria de los fragmentos, esquivando los más letales con movimientos ágiles. Aun así, algunos fragmentos la alcanzaron, dejando cortes en sus brazos y piernas. Respirando con dificultad, se deslizó hacia un lado, canalizando más chakra en su cuerpo.

—¿Qué tal esto? —dijo con una sonrisa desafiante mientras preparaba su siguiente movimiento. Sus manos se movieron rápidamente en sellos, pero antes de que pudiera terminar, la mujer lanzó otra ofensiva.

El torrente de metal se dividió en varias corrientes más pequeñas, rodeando a Kiyomi y buscando atraparla. Las corrientes se movían como serpientes, y cada vez que una se acercaba demasiado, Kiyomi usaba su kusarigama o kunais para desviarlas, pero la presión aumentaba. La mujer parecía disfrutar la lucha, y su confianza era palpable.

Kiyomi retrocedió, lanzando más kunais imbuidos con chakra de rayo hacia las corrientes, pero el metal las absorbía o desviaba con facilidad. Aun así, la Uchiha no se rendía. Sus ojos brillaban con una intensidad que hablaba de su determinación inquebrantable.

—Esto no ha terminado —dijo, su voz cargada de desafío mientras comenzaba a preparar un movimiento más arriesgado, consciente de que debía darlo todo si quería salir victoriosa.

El campo de batalla estaba completamente devastado: el suelo estaba cubierto de cicatrices, surcos de fuego y restos endurecidos de metal líquido. El aire olía a ozono por las constantes descargas de chakra de rayo y a quemado por las llamas. Las dos combatientes permanecían firmes, heridas pero decididas, mientras el enfrentamiento alcanzaba niveles cada vez más brutales y masivos. Ninguna estaba dispuesta a ceder, y la intensidad de la batalla solo seguía aumentando.

Kiyomi sabía que debía acabar el combate con un movimiento decisivo. Su respiración era pesada, y la sangre que goteaba de sus heridas teñía el suelo bajo sus pies, pero no le importaba. La determinación ardía en sus ojos Sharingan, ahora completamente activados, mientras realizaba los sellos con precisión y velocidad. En sus manos comenzó a formarse una corriente eléctrica intensa, un rugido agudo que llenaba el campo de batalla.

Era la técnica que había perfeccionado en secreto durante días. —Chidori, —murmuró, sintiendo el poder concentrado en su palma mientras la energía eléctrica crepitaba con un brillo azul cegador.

Con un grito feroz, Kiyomi se lanzó hacia su oponente, sus pies prácticamente explotando contra el suelo mientras aumentaba su velocidad. El metal líquido que cubría el campo intentaba atraparla, formando paredes y picos para bloquear su avance. Pero con cada intento de la mujer de cabello blanco, Kiyomi se movía como un rayo, desviándose, girando y usando las estructuras metálicas como apoyo para impulsarse aún más rápido.

La mujer, viendo la ferocidad del ataque, trazó sellos rápidamente. —Shokkin: Mai no Ken, —exclamó, y el metal líquido comenzó a flotar en el aire, moldeándose en múltiples espadas que relucían con un brillo letal. Las armas comenzaron a moverse como serpientes hambrientas, atacando desde todas las direcciones.

Kiyomi, sin reducir la velocidad, esquivó los ataques con movimientos ágiles y fluidos. Cada espada cortaba el aire a su alrededor, pero ninguna lograba alcanzarla. Usando su Sharingan, predijo los movimientos de las espadas, desviando algunas con kunais y utilizando el mismo metal líquido como impulso para mantenerse en movimiento. Cada vez que parecía que una espada la alcanzaría, su velocidad aumentaba, volviéndose casi imposible de seguir incluso para la mujer.

La Uchiha avanzaba, una tormenta de rayo y furia que no podía ser detenida.

La mujer no mostró miedo, sino una fría determinación mientras extendía ambas manos hacia el cielo. —Shokkin: Hagane no Ame, —anunció. Fragmentos de metal líquido se alzaron y endurecieron en el aire antes de comenzar a caer como una lluvia de cuchillas mortales. El sonido de las cuchillas cortando el viento llenó el campo de batalla, creando un panorama apocalíptico.

Kiyomi no se detuvo. Con un grito, canalizó más chakra en su Chidori, liberando una explosión eléctrica que desvió la mayoría de los fragmentos antes de aterrizar con un giro elegante. Las cuchillas restantes golpearon el suelo detrás de ella, creando un campo de estacas afiladas que dificultaba aún más el movimiento.

A pesar del caos, Kiyomi continuó su carga, cada paso resonando con la intensidad de su chakra. La mujer de cabello blanco reaccionó, cubriendo sus brazos con metal líquido que rápidamente tomó forma. —Shokkin: Kiba no Seimei, —dijo con un tono gélido. Las garras metálicas que envolvían sus brazos brillaban con un tono plateado mortal, alargando y contrayéndose con movimientos rápidos y letales.

El combate se transformó en una danza frenética. Las garras de la mujer se extendían como látigos, buscando cortar a Kiyomi mientras esta esquivaba y contraatacaba con movimientos calculados. Las descargas del Chidori iluminaban el campo, y cada choque entre el rayo y el metal resonaba como un trueno.

La mujer intentó atrapar a Kiyomi en un barrido rápido, alargando una de sus garras hacia el costado de la Uchiha. Kiyomi, anticipando el ataque, utilizó su velocidad para deslizarse por debajo del látigo, clavando un kunai infundido con chakra de rayo en el metal. La descarga creó un breve cortocircuito en las garras, obligando a la mujer a retroceder unos pasos.

Pero no era suficiente. La mujer lanzó una serie de ataques rápidos, sus garras cortaban el aire con una precisión mortal. Kiyomi respondió con agilidad, moviéndose entre los ataques como un relámpago, buscando un punto débil.

Finalmente, con un grito de esfuerzo, la Uchiha concentró toda la energía de su Chidori en un solo movimiento. Se lanzó hacia adelante, esquivando por milímetros un ataque directo de las garras metálicas, y apuntó al torso de su enemiga. Sin embargo, la mujer reaccionó en el último segundo, endureciendo una de sus garras en un escudo improvisado que desvió el impacto.

La explosión fue devastadora. Fragmentos de metal líquido endurecido volaron por los aires mientras la energía eléctrica chisporroteaba violentamente, iluminando el campo de batalla como un relámpago continuo. Kiyomi aterrizó con fuerza, sus pies resbalando ligeramente por el terreno destrozado. Su respiración era irregular, el Chidori desvaneciéndose en su mano, dejando solo un rastro de humo y estática. Su cuerpo mostraba las huellas del combate: las vendas de sus manos estaban desgarradas, su top negro había sido parcialmente destruido, y su piel estaba cubierta de cortes y quemaduras menores. A pesar de ello, sus ojos Sharingan seguían brillando con intensidad feroz.

La mujer de cabello blanco emergió de entre los escombros, tambaleándose ligeramente pero sin perder la compostura. El impacto había hecho añicos su máscara, revelando un rostro joven y hermoso, de no más de quince años. Su piel pálida contrastaba con la sangre que se deslizaba por una herida en su mejilla, y su armadura estaba dañada, una de las hombreras había desaparecido, dejando al descubierto vendas ajustadas que cubrían su torso. Sus ojos ámbar brillaban con una intensidad casi inhumana mientras una sonrisa peculiar se dibujaba en sus labios. No era una sonrisa de burla ni de superioridad, sino de pura emoción. La adrenalina del combate parecía fluir por sus venas como un torrente.

Kiyomi sintió algo parecido. A pesar del dolor y el agotamiento, una chispa inexplicable se encendió en su interior. Era la emoción de luchar al límite, de enfrentarse a una adversaria que parecía igualar cada uno de sus movimientos. Sonrió, como si respondiera a la intensidad de la mirada de su oponente.

La mujer desenfundó unas garras de metal comunes, no forjadas con el Shokkin, sino herramientas mortales de acero puro. Su postura se ajustó, adoptando una guardia más cercana, lista para un combate cuerpo a cuerpo. Kiyomi no perdió tiempo. Apretó los kunais que tenía en las manos, sintiendo la familiaridad del metal frío en sus palmas. Con un grito que resonó en el campo de batalla, ambas combatientes se lanzaron al ataque.

Las primeras colisiones fueron brutales. El sonido del acero chocando contra el acero resonó como campanadas en el aire. Las garras de la mujer se movían con una precisión casi quirúrgica, buscando cada apertura en la defensa de Kiyomi. La Uchiha, por su parte, utilizaba los kunais con movimientos rápidos y letales, bloqueando y contraatacando con fluidez. Cada golpe, cada esquiva, era una demostración de habilidad, velocidad y estrategia.

El combate se tornó aún más intenso cuando ambas comenzaron a incluir taijutsu en su enfrentamiento. Patadas, puñetazos y giros se combinaban con los ataques de sus armas, creando un espectáculo de movimientos letales y precisos. Kiyomi aprovechó cada momento para usar el terreno a su favor, saltando sobre las estacas de metal endurecido y deslizándose por las superficies resbaladizas del Shokkin. La mujer de cabello blanco hacía lo mismo, utilizando las estructuras que aún quedaban como apoyo para lanzar ataques desde ángulos inesperados.

Mientras tanto, en el campo principal, el enfrentamiento entre los otros genin continuaba con igual ferocidad. Sasuke y Yuzuki, con sus Sharingan completamente activados, habían logrado acorralar ligeramente a la mujer de cabello negro, usuaria del Hyōton. Sin embargo, era evidente que ella no luchaba con intención de matar. Sus ataques eran precisos, diseñados para neutralizar a sus oponentes sin causar un daño letal. Aun así, su dominio del hielo la mantenía al límite, obligándolos a trabajar juntos para evitar ser atrapados por sus técnicas.

Katsumi y Zabuza permanecían inmóviles, observando el desarrollo de los combates. Ambos eran como tigres al acecho, esperando el momento adecuado para atacar. Sabían que el desenlace de estas batallas determinaría quién tendría la ventaja en el enfrentamiento decisivo. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad, la tensión palpable entre los dos jōnin.

Kiyomi y la mujer del Shokkin continuaron su enfrentamiento en un frenesí de velocidad y brutalidad. Ambas se movían con una sincronía aterradora, anticipando los movimientos de la otra y reaccionando con una precisión que desafiaba los límites humanos. Las heridas comenzaban a acumularse: cortes profundos en los brazos de Kiyomi, arañazos sangrientos en el torso de su oponente. Pero ninguna daba señales de detenerse.

En un momento crítico, la mujer de cabello blanco aprovechó una apertura y lanzó un golpe ascendente con sus garras, buscando atravesar la defensa de Kiyomi. La Uchiha reaccionó instintivamente, girando su cuerpo para esquivar el ataque por milímetros y contrarrestar con un golpe descendente de su kunai. El acero rasgó el aire y encontró su objetivo, cortando superficialmente el hombro de la mujer, quien retrocedió con un gruñido de dolor.

—Eres buena —dijo la mujer, su voz cargada de una mezcla de respeto y desafío. Su sonrisa no había desaparecido, y sus ojos ámbar seguían ardiendo con determinación.

Kiyomi no respondió. Estaba demasiado concentrada, analizando cada movimiento, cada respiración de su oponente. Sabía que la batalla estaba lejos de terminar, y cualquier error podría ser el último. Guardó los kunais momentáneamente y comenzó a realizar sellos de mano, preparando su siguiente movimiento.

La mujer notó el cambio y, sin perder tiempo, lanzó otra ráfaga de ataques, forzando a Kiyomi a interrumpir sus sellos y esquivar. El intercambio era un juego mortal de resistencia, estrategia y pura habilidad.

El campo de batalla era un caos absoluto, marcado por cráteres, cuchillas de hielo y charcos de metal endurecido. En el aire, la electricidad residual del Chidori aún chisporroteaba, y el frío del Hyōton de la otra pelea hacía que el ambiente fuera opresivo. Sin embargo, ni Kiyomi ni la mujer del Shokkin mostraban intención de ceder. Para ambas, esta era más que una simple batalla; era un enfrentamiento de voluntades, una prueba de quién era capaz de llegar más lejos en el límite de sus fuerzas.

El combate alcanzaba un punto de tensión insoportable, el aire cargado de chakra y la incesante danza de elementos formaban un espectáculo tan majestuoso como aterrador. La mujer del Hyōton, herida pero implacable, aprovechó una apertura para capturar a Sasuke y Yuzuki por las muñecas con una fuerza inesperada, desproporcionada a su constitución delicada. Con un giro brusco, los lanzó con violencia hacia Kiyomi, quien apenas tuvo tiempo de reaccionar.

—¡Tsk! ¡Maldición! —gruñó Kiyomi, girándose justo a tiempo para atrapar a sus hermanos antes de que impactaran contra ella. Su posición tambaleó por la fuerza del golpe, pero logró reducir el daño concentrando su chakra en las piernas para mantenerse firme. Los soltó con cuidado mientras recuperaba el aliento. En ese momento, la mujer del Hyōton ya estaba al lado de su aliada, la usuaria del Shokkin, que se había adelantado para apoyar.

Ambas enemigas se alzaban ahora como una siniestra dualidad: el frío letal del hielo y la amenaza metálica del Shokkin, que goteaba desde los guanteletes de la mujer de cabello blanco. Kiyomi observó a sus hermanos, quienes habían activado su Sharingan, sus ojos escarlata brillando con una determinación renovada.

—¿Están listos? —preguntó Kiyomi, ajustándose las vendas rotas en las muñecas.

Ambos asintieron. Yuzuki dedicó una mirada fría a las oponentes mientras Sasuke dejaba escapar una leve sonrisa de confianza. Sin decir una palabra, los tres comenzaron a formar sellos de manos en perfecta sincronización, sus movimientos un reflejo de años de entrenamiento juntos.

Katon: Sanjō Honō —recitaron al unísono.

El chakra en el aire se intensificó cuando los Uchihas desataron su jutsu combinado. Sasuke lanzó un Katon: Gōkakyū no Jutsu, formando el núcleo del ataque, una esfera ardiente que parecía un sol en miniatura. Kiyomi siguió con un Katon: Ryūka no Jutsu, moldeando la esfera en la forma de un dragón que rugía con ferocidad. Finalmente, Yuzuki añadió su Katon: Kasai Senpū, envolviendo al dragón en un tornado de llamas que giraba violentamente, aumentando la potencia destructiva y el alcance del ataque.

El dragón de fuego surgió, majestuoso y devastador, el gigantesco dragón de fuego rugió hacia sus oponentes, iluminando el cielo con un resplandor abrasador. Las llamas ardían con una intensidad que hacía vibrar el aire, y el suelo temblaba bajo el peso de su energía, el dragón surcando el aire hacia las dos mujeres. Sin embargo, estas no retrocedieron. Con precisión milimétrica, comenzaron a ejecutar su propia técnica combinada.

—Hyōton-Shokkin: Ryū no Kesshō —anunció la mujer del Shokkin con una voz firme, mientras Haku canalizaba su chakra gélido.

Un colosal dragón de hielo emergió, sus colmillos y garras afilados como cuchillas. Miyuki, la usuaria del Shokkin, recubrió al dragón con metal líquido, que fluía y solidificaba en puntos clave, aumentando su peso y resistencia. El resultado era una criatura brillante y mortal, un híbrido entre la frialdad del hielo y la dureza del acero. Las dos bestias combinadas formaron una abominación reluciente, un dragón que brillaba con la luz del metal líquido y la pureza del hielo cristalino. Ambas mujeres intercambiaron una mirada fugaz, con una sincronización perfecta que demostraba años de entrenamiento conjunto.

El impacto entre ambas bestias fue titánico, los dragones se encontraron en un embate de fuerzas que sacudió el entorno . El dragón de fuego y el de hielo y metal chocaron con una fuerza abrumadora, liberando una onda expansiva que arrasó el terreno, arrancando árboles y levantando nubes de polvo y escombros. Durante unos segundos, parecía que ambos ataques se neutralizarían, pero la resistencia del dragón de metal e hielo empezó a prevalecer. Las llamas comenzaron a ceder, devoradas por el frío y la densidad del metal. El dragón de fuego como un ultimo intento se intento enroscar alrededor de su oponente, tratando de consumirlo con sus llamas, pero el dragón de hielo y metal resistió, sus colmillos y garras perforando las llamas mientras una lluvia de chispas y fragmentos helados caía en todas direcciones. La presión de chakra era tan abrumadora que incluso los observadores a distancia luchaban por mantenerse en pie.

Kiyomi, Sasuke y Yuzuki continuaron alimentando su técnica, vertiendo más chakra en un esfuerzo desesperado por superar al dragón contrario. Pero el hielo, reforzado por el metal líquido, no cedía. Con un rugido, el dragón enemigo explotó parcialmente, dispersando fragmentos afilados de hielo y salpicaduras de metal fundido que obligaron a los Uchihas a esquivar desesperadamente.

—¡No es suficiente! —gritó Kiyomi, apretando los dientes mientras su dragón comenzaba a desintegrarse. Kiyomi, Sasuke y Yuzuki, conscientes de la desventaja, comenzaron a formar nuevos sellos para reforzar su ataque, pero el dragón enemigo avanzaba rápidamente hacia ellos. La presión era inmensa.

Fue entonces cuando una presencia arrolladora llenó el campo de batalla. El aire se volvió pesado, cargado con una presión que hacía temblar las rodillas de todos los presentes. Desde el cielo, una voz resonó clara y fuerte.

Fūton: Seiryū no Hokō —se escuchó una voz clara y decidida desde lo alto.

Un gigantesco dragón de viento emergió del cielo, su cuerpo formado por corrientes de aire verdosas y translucidas, que giraban con tal fuerza que parecían cortar el mismo espacio. Su tamaño empequeñecía a ambos dragones en el campo, y con un rugido desgarrador, se lanzó hacia el dragón de hielo y metal.

El dragón de viento rodeó a su oponente, atrapándolo en un abrazo mortal. Las garras de viento se cerraron con fuerza, generando una presión que rompía el hielo y desestabilizaba el flujo del metal líquido. El estruendo fue ensordecedor, y mientras tanto, una figura descendió del cielo con una velocidad vertiginosa.

Naruto aterrizó con un movimiento fluido, su katana Kazetora desenvainada, el grabado rojo brillando con intensidad al canalizar su chakra. Su cabello carmesí ondeaba con el viento, su mirada fija en el campo de batalla, y una sonrisa confiada iluminaba su rostro.

—Ya estoy aquí — anunció, mirando a sus compañeros con una seguridad arrolladora. Su mera presencia inyectó nueva energía en los Uchihas, quienes ahora observaban cómo el dragón de viento de Naruto continuaba su lucha titánica contra el ataque combinado de sus oponentes.

El combate aún no había terminado, pero con Naruto en el campo, la balanza empezaba a inclinarse. Sin embargo, las dos enemigas no parecían intimidadas. Haku y Miyuki intercambiaron miradas rápidas, y sin decir una palabra, comenzaron a formar nuevos sellos.