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Chapter 3 - Capítulo 3: La Espadachina y la Venganza

El sol estaba en su punto más alto cuando Ryuu partió de la cabaña. A pesar de la conversación reveladora con su tía, las palabras seguían girando en su cabeza como el viento que nunca logra controlarse. La invitación al Torneo de los Elementos había dejado más preguntas que respuestas, y el peso de su herencia lo rodeaba como una tormenta latente.

Con el corazón aún agitado, decidió emprender su viaje hacia la ciudad portuaria. Era el primer paso para entender la verdad sobre su madre, sobre el poder de la Lanza de Aether, y sobre lo que realmente significaba el torneo. El viento soplaba suavemente, como si quisiera acompañarlo, pero Ryuu sentía que aún no estaba listo para dominarlo por completo. A veces, ese mismo viento parecía burlarse de él.

El camino hacia la ciudad portuaria estaba lleno de campos verdes y pequeños pueblos. Ryuu caminaba solo, con la capa de viaje que su tía le había dado, pero su mente no dejaba de regresar a las palabras de la curandera. ¿Sería él capaz de controlar el poder que había heredado? ¿Sería capaz de resistir la tentación de usarlo, si realmente poseía el poder de la Lanza?

Mientras caminaba por un sendero rodeado de árboles frondosos, el crujir de las hojas bajo sus pies fue repentinamente interrumpido por un grito distante. Instintivamente, Ryuu se tensó, el viento a su alrededor comenzó a agitarse como si respondiera al peligro inminente. Siguiendo el sonido, llegó a un claro donde vio a un grupo de hombres armados que rodeaban a una joven espadachina.

La mujer, vestida con una capa oscura, defendía con destreza cada golpe de los atacantes. A pesar de su habilidad, el número de bandidos era demasiado, y los golpes parecían agotarla poco a poco. Ryuu observó, indeciso, por un momento. Podía sentir la furia en el viento, como si el mismo elemento quisiera estallar.

—¡Basta! —gritó Ryuu, su voz firme, pero con una cantidad de temor apenas contenida. La brisa comenzó a arremolinarse violentamente a su alrededor, como si estuviera respondiendo a su instinto. Usó su poder sin pensarlo, dejando que el viento se concentrara en una ráfaga que derribó a los bandidos que intentaban acercarse más a la espadachina.

Los hombres cayeron al suelo, atónitos, mientras la joven espadachina los observaba con una mirada desafiante, aún sosteniendo su espada con firmeza. No parecía sorprendida por la intervención de Ryuu, como si ya estuviera acostumbrada a enfrentar situaciones así. En lugar de huir o agradecer, se acercó a él, sin dejar de observarle con cautela.

—¿Quién eres? —preguntó ella, su voz fría como el acero.

Ryuu dio un paso atrás, la ráfaga de viento a su alrededor aún soplando con fuerza.

—Soy Ryuu. —Dijo, aún sin comprender bien lo que acababa de hacer con su poder. Miró a la joven, que parecía más bien molesta que aliviada—. ¿Estás bien?

—Lo estoy. Pero no necesito que me salves. —Respondió ella con desdén, como si no tuviera paciencia para juegos heroicos. Sin embargo, parecía reconocer algo en Ryuu, pues su mirada se suavizó ligeramente—. No todo el mundo puede manejar esa cantidad de viento.

Ryuu, un tanto confundido, se tocó la cabeza, sin saber cómo responder. No había querido desatar su poder de esa forma, pero algo dentro de él había reaccionado instintivamente.

—Lo siento, no quería causar problemas. —Dijo apenado, aunque sabía que el viento no siempre respondía a sus deseos.

La joven espadachina lo observó por un momento más, y luego soltó un suspiro, resignada.

—Tienes suerte de que me hayas ayudado. No soy de las que agradecen a desconocidos, pero… —Se detuvo un momento, como si estuviera valorando algo—. Debo admitir que no esperaba ver a alguien como tú por estos caminos.

Ryuu notó que su tono era serio, pero también había un dejo de curiosidad en sus ojos. Decidió presentarse adecuadamente.

—Mi nombre es Ryuu, y soy de la aldea costera de Zephir. Estoy de camino a la ciudad portuaria para… —Se detuvo, sintiendo que la razón detrás de su viaje no era tan fácil de explicar. Algo en su interior le decía que aún no debía confiar por completo en esta desconocida—. Para asuntos personales. ¿Y tú?

La mujer sonrió de manera amargada, como si la pregunta le trajera recuerdos dolorosos.

—Kara. —Respondió, guardando su espada en la funda con un gesto brusco—. Y mi viaje no es precisamente personal. Busco venganza.

Ryuu levantó una ceja, intrigado.

—¿Venganza? ¿Contra quién? —Preguntó, sin poder evitar la curiosidad.

Kara lo miró fijamente, sus ojos destilando una mezcla de furia y determinación.

—Mi hermano murió a manos del ejército de Ignis. —Dijo con frialdad, como si esas palabras ya no le afectaran, como si estuviera repitiéndolas en su mente constantemente—. Ahora busco hacerles pagar, a toda la nación. Y este torneo podría ser mi oportunidad para encontrar a quien necesito.

Ryuu sintió una extraña conexión con ella. Ambos tenían sus propios motivos personales para estar en ese camino, y de alguna forma, sus destinos parecían estar entrelazados. Aunque la misión de Kara era diferente a la suya, Ryuu no podía evitar sentir que su encuentro no era una simple coincidencia.

—Entonces, ¿también vas al torneo? —Preguntó Ryuu, observando el viento que comenzaba a calmarse.

Kara asintió con firmeza.

—Sí. El torneo es mi única oportunidad para llegar a los poderosos de Ignis. Pero necesito aliados, y no me molestaría tenerte de mi lado, si es que tienes el coraje de seguirme.

Ryuu miró a Kara por un momento, sintiendo una chispa de determinación encenderse en su pecho. Tal vez no todo en su vida se trataba de escapar del miedo que su poder causaba. Tal vez, junto a esta espadachina, podría encontrar un propósito más grande.

—Cuenta conmigo. —Dijo Ryuu, extendiendo su mano con confianza.

Kara no dudó. Aceptó su oferta sin vacilar.

—Nos veremos en la ciudad portuaria. —Fue lo único que dijo antes de girarse y seguir su camino, dejando a Ryuu con la sensación de que su destino se estaba volviendo más claro, pero también más peligroso.

Ryuu la siguió, sintiendo por primera vez que, a pesar de la tormenta que había desatado en su vida, tal vez había encontrado una razón para luchar.