El barco que los llevaría a la Isla Eterna era una embarcación de aspecto robusto, con velas grandes y tejidas de lino blanco que relucían bajo el sol. A pesar de ser una nave de guerra, su casco parecía diseñado para cortar las aguas de forma elegante, con una ligera inclinación que le daba un aire majestuoso. Ryuu, Kara y Talon se encontraban a bordo, entre los demás pasajeros que también se dirigían al torneo, pero el ambiente estaba lejos de ser amigable. Había tensión en el aire, un sentimiento palpable de que cada uno de ellos era un competidor más, no un compañero de viaje.
El barco comenzó a alejarse lentamente del puerto, y Ryuu se apoyó en la barandilla de la cubierta, mirando el horizonte, donde las aguas se perdían en el infinito. El viento soplaba con suavidad, pero algo en el aire le pareció distinto. No era solo la brisa marina: había algo más, una presión extraña que no lograba entender.
Kara se acercó a él, su mirada fija en el mar, pero su actitud distante.
—¿Estás listo para lo que viene? —le preguntó, con voz grave.
Ryuu asintió, pero en su interior aún había muchas dudas. El torneo era algo de lo que había oído hablar, pero nunca imaginó que lo viviría de forma tan cercana. Además, las palabras de Talon lo rondaban en la cabeza. "El torneo no es solo un torneo", había dicho. ¿Qué significaba eso? ¿Qué era lo que realmente estaba en juego?
Antes de que pudiera darle una respuesta, Talon apareció a su lado, con el rostro serio, observando las nubes que comenzaban a amontonarse en el horizonte.
—Parece que se avecina una tormenta. —dijo, mirando hacia el cielo—. Lo que hemos visto hasta ahora es solo el comienzo. No subestimemos lo que está por venir.
Ryuu miró las nubes oscuras que se acumulaban rápidamente. El viento, que antes era suave, ahora se volvía más fuerte, y la temperatura comenzó a descender. Era como si la naturaleza misma estuviera advirtiéndoles de algo.
—No me gusta esto. —murmuró Kara, tomando su espada con más firmeza.
El capitán del barco, un hombre de rostro curtido por años de navegar, apareció en la cubierta, ordenando a los marineros asegurar las velas y preparar el barco para lo que parecía una tormenta imparable.
—¡Todos a sus puestos! ¡El tiempo no está de nuestro lado! —gritó el capitán, su voz teñida de urgencia.
El barco comenzó a balancearse suavemente, pero el viento aumentaba de intensidad. Ryuu se aferró a la barandilla mientras las primeras gotas de lluvia caían sobre ellos. El mar comenzó a volverse más agitado, y las olas crecían rápidamente, golpeando el casco con fuerza.
—¡Esto no es normal! —exclamó Talon, agachándose para evitar que una gran ola les golpeara.
Ryuu cerró los ojos, dejando que el viento lo envolviera. Sentía una extraña conexión con el aire que lo rodeaba, pero el descontrol estaba tomando el control. Sus manos temblaban al intentar estabilizarse, y el viento empezó a responder con fuerza desmedida. Una ráfaga violenta se levantó a su alrededor, empujando la embarcación y arrastrando a los marineros que intentaban mantenerla en curso. Las velas se agitaron y rompieron bajo la presión, mientras las olas chocaban contra el casco, amenazando con hundir el barco.
—¡Ryuu, detén esto! —gritó Kara, corriendo hacia él, pero el viento la mantenía a distancia.
Ryuu intentó concentrarse, pero la presión de la tormenta era abrumadora. Las ráfagas de viento no solo azotaban la nave, sino que también lo atrapaban a él, y sentía cómo su poder comenzaba a desbordarse sin control.
—¡Ryuu, controla el viento! —le gritó Talon, mientras luchaba contra las cuerdas que se balanceaban peligrosamente.
Con un esfuerzo desesperado, Ryuu cerró los ojos y concentró toda su energía en su poder. Sabía que si no lograba dominar el viento, todo lo que había en el barco podría ser destruido, incluidos ellos mismos. Respiró hondo, recordando las lecciones de su tía, las veces en que había practicado en el campo, controlando su ira, canalizando su poder. Era ahora o nunca.
El viento en su alrededor comenzó a calmarse lentamente, como si respondiera a su intento de control. Las ráfagas menos violentas comenzaron a disminuir, y la nave dejó de tambalear con tanta fuerza. La tormenta seguía rugiendo, pero el control de Ryuu, aunque frágil, comenzaba a estabilizar la situación.
—¡Eso es! —gritó Kara, con un respiro de alivio—. ¡Lo estás logrando!
Sin embargo, la tormenta no daba tregua. El cielo parecía enfurecerse aún más, y el aire se volvía denso y cargado de energía. Ryuu se dio cuenta de que la tormenta no era un fenómeno natural. Algo, o alguien, estaba manipulando el clima de manera más poderosa de lo que él podría controlar.
—Esto no es una tormenta normal. —dijo Talon, con un tono grave—. Hay algo detrás de esto, y no sé si vamos a salir de aquí ilesos.
El barco comenzó a ceder ante la fuerza del viento, y la tormenta parecía intensificarse cada vez más, como si alguien estuviera desatando todo su poder sobre ellos. Las nubes se arremolinaban sobre ellos, formando una espiral de oscuridad que devoraba el cielo.
Ryuu, luchando por mantenerse en pie, intentó canalizar todo su poder. Sentía que el viento ya no solo respondía a su voluntad, sino que lo absorbía. La tormenta estaba desatada por algo o alguien más, y él era simplemente un peón en este caos. Con un esfuerzo sobrehumano, levantó sus manos, tratando de desviar el viento con todo lo que tenía.
—¡No puedo más! —gritó, el agotamiento comenzando a hacer mella en él.
De repente, en medio de la tormenta, algo extraño ocurrió. Una presencia, como un vórtice de energía, se formó frente a él, y en un instante, el viento que Ryuu había controlado se desvaneció. La tormenta, como si hubiera encontrado su propósito, se detuvo abruptamente. Las olas comenzaron a calmarse, y el cielo, aunque todavía nublado, se estabilizó.
Pero lo peor aún estaba por venir. Ryuu sintió un estremecimiento profundo, algo en el aire había cambiado. La calma que siguió a la tormenta fue solo momentánea. Algo mucho más oscuro y peligroso los acechaba, y el viaje hacia la Isla Eterna no había hecho más que comenzar.