Mis ojos se abrieron de par en par ante sus palabras y mi boca quedó entreabierta mientras me giraba para enfrentarlo. Antonio no me prestó atención alguna y ni siquiera me miró. En cambio, sus ojos estaban fijos en nuestros padres, que ahora lo miraban intensamente.
—¿Qué has dicho? —preguntó su madre en un susurro, mientras presionaba su mano contra su pecho.
—Dije que rompí la taza de té —repitió Antonio, más claro esta vez.
¿Por qué está... mintiendo?
—Antonio, ¿estás seguro? ¿Estás seguro de que fuiste tú quien rompió la taza de té? —preguntó su madre nuevamente.
—Sí. La rompí. Mis dedos rozaron su asa, y por alguna extraña razón, la taza de té simplemente se agrietó y se rompió —explicó Antonio con bastante falta de emoción.
—Eso no es... —comenzó a decir su madre antes de que su mirada se trasladara hacia mí.