—¡Oh, Dios mío, mira cómo estás! —gritó Lin cuando entré por la puerta principal—. ¡Estás tan bronceada!
Ella chilló mientras me atraía hacia un gran abrazo. Rodeé mis brazos alrededor de ella y la apreté fuerte.
—Te extrañé, Lin —dije.
—Yo también te extrañé. El apartamento se ha sentido tan vacío sin ti aquí —dijo, finalmente dejándome salir del abrazo.
—Apuesto a que sí; ¿cuánto tiempo tienes antes de que tengas que irte a ver a tu familia? Me preocupaba no alcanzarte antes de que te fueras —dije, arrastrando mi maleta, que había abandonado en el pasillo, al apartamento y cerrando la puerta.
—Decidí posponerlo unos días más para poder pasar un poco de tiempo contigo antes de ir a casa —dijo Lin, dándome la espalda y dirigiéndose hacia nuestra sala de estar. Sabía que había hecho esto a propósito para evitar mirarme a los ojos.