Arrinconada en la esquina, Lucille podía sentir la fría pared de mármol pegada a su espalda y la figura de un hombre alto bloqueándola por delante.
El hombre estaba a solo pulgadas de su cara. Sus ojos profundos miraban directamente a los de ella, como si quisiera ver a través de lo que estaba pensando.
A Lucille no le gustaba este tipo de distancia íntima, así que lo empujó hacia atrás.
Sin embargo, Joseph no se rindió. Se acercó nuevamente. —Dime, ¿por qué intentas trazar la línea? ¿De qué tienes miedo?
Lucille inclinó la cabeza para evitar su mirada. —No tengo miedo.
—¿No? —La voz de Joseph se volvió profunda. Estaba rebosante de sensualidad y magnetismo—. Entonces, ¿por qué no te atreves a mirarme a los ojos?
Lucille respiró profundamente, organizó sus pensamientos y levantó la cabeza de prisa. —¿Quién lo dijo?
Tan pronto como levantó la cabeza, se ahogó en sus ojos, que eran tan profundos como el Océano Atlántico.
