Leonica se sentó en la parte trasera de su coche, repasando en su mente la conversación que había tenido con Leonardo.
—¿Estás segura de que nadie se enterará? —preguntó, con la vista en el espejo retrovisor donde podía ver a su hijo durmiendo plácidamente.
—Sí. Nadie puede rastrear al niño, me he asegurado de ello —aseguró Leonardo.
Las mandíbulas de Leonica se tensaron, su puño se cerraba. —¿Y estás seguro de que...
—Estoy seguro de que nadie te molestará a ti o al niño —la interrumpió Leonardo, intuyendo lo que ella estaba a punto de preguntar.
—Correcto. Gracias.
Esas fueron las últimas palabras intercambiadas entre los hermanos antes de que Leonica se preparara para el banquete de esta noche. Y ahora mismo, estaba en el asiento trasero de su coche que estaba estacionado justo frente al local.
Tomando un respiro profundo, salió cuando su asistente le abrió la puerta.
Al instante, todos los paparazzi giraron sus cámaras hacia ella, la luz del flash casi cegando su visión.