Chapter 16 - Terror Religioso

7 de Septembris del año 453

Ciudad de Mildea, Reino de Diophants.

 

Liseth se encontraba ocupada atendiendo las mesas en la taberna, ubicada dentro de su mesón. Trataba de mantenerse ocupada, para así no pensar en aquel extraño hombre, que por un momento había robado su corazón.

Un extraño sujeto entro por la puerta de la taberna. Su rostro, oculto tras la sombra de su capucha, no permitía que alguien pudiera identificarlo.

Furtivamente, se acercó a Liseth y con una voz baja preguntó.

~ ¿La señora Liseth?

~ Si… dígame en que puedo ayudarlo.

Por un momento Liseth se sintió incómoda, pero últimamente habían llegado varios hombres extraños a su vida, que ya no le dio importancia.

Con una voz áspera, aquel desconocido le susurró.

~ Vine a advertirle que los misioneros vienen a buscarla, debe irse de aquí lo más pronto posible.

~ Pero que tontería está diciendo.

Dijo ella, mostrando su desagrado y coraje, al pensar que se trataba de una broma de mal gusto.

~ Por favor, tiene que irse de la ciudad, al menos unos días en lo que se van los misioneros.

~ Pero usted está loco.

Respondió ella, alzando un poco más la voz.

~ Señora, el capitán Philipt me envió a advertirle sobre los misioneros, debe creerme.

Le dijo aquel sujeto, mientras bajaba más aun el tono de voz, para evitar que alguien más escuchara la conversación.

~ ¿De qué está hablando, donde está el capitán Philipt?

Preguntaba ella, alzando aún más la voz.

Aquel hombre, la sujetó del brazo y la jaló hacia su costado, y le dijo a modo de susurro.

~ Baje la voz, ¿Qué no se da cuenta que su vida corre peligro?

~ ¡Heyyy! ¡Suélteme! Aléjese de mí, que para una broma, ya se esta pasando de la raya.

Dijo ella mientras gritaba y forcejeaba con aquel hombre.

En ese momento se abrió de golpe la puerta de la taberna, y tres hombres encapuchados, ataviados con túnicas blancas y bordados en rojo ingresaron.

Todos los presentes abrieron los ojos al notar su presencia.

~ "Misioneros"

Fue la palabra que cruzó en la mente de todos ellos.

Liseth al ver a los recién llegados, buscó con la mirada al hombre con el que forcejeaba segundos antes.

Aquel hombre, con la agilidad de un felino se movió rápidamente, y se salió por una ventana que se encontraba abierta.

~ ¿La señora Liseth?

Preguntó uno de los misioneros que evidentemente era el líder de ellos.

Ella no respondió.

~ ¿La señora Liseth?

Volvió el misionero a preguntar, pero esta vez su voz se mostraba con cierto grado de enojo.

~ Soy yo.

Respondió Liseth mientras trataba de ocultar su nerviosismo.

~ ¿Usted es la dueña del Mesón de la Luna?

~ Así es… ¿Qué se les ofrece?

El misionero se acercó de forma altanera a Liseth, mientras los clientes bajaban su vista hacia el piso, y procuraban no hablar para no darse a notar.

El miedo se respiraba en el ambiente.

Al llegar a unos dos pasos de ella, el misionero habló con una sonrisa llena de malicia.

~ El señor Obispo desea hablar con usted, sobre ciertos amigos que tienen en común.

~ Disculpe, pero no creo que yo, o alguno de mis amigos conozcan al santo obispo.

~ Eso lo decidirá el señor obispo, así que por favor podría acompañarnos ante su presencia.

Liseth sabía muy bien como terminan los que son "invitados" a la presencia del obispo: Cruelmente torturados y casi siempre "liberados" en la hoguera.

Por lo que, sin pensarlo mucho, trató de correr hacia la barra, para poder escapar por la puerta que da a la cocina.

Desafortunadamente, el misionero fue más rápido que ella, por lo que la logró sujetar del cabello. Haciendo que ella perdiera el equilibrio y cayera al suelo.

~ Ayyy.

Gritó ella, esperando que alguien la ayudara, pero nadie se atrevió a levantar siquiera la mirada.

El misionero, sin ninguna consideración le asestó una fuerte patada en las costillas a Liseth.

~ ¡Ahhhhhh!

Ella soltó un grito ahogado, mientras el aire escapaba de golpe por su boca, casi estuvo a punto de vomitar.

El misionero la miró con desprecio, mientras la alzaba de los cabellos.

~ ¿Pensabas ir a alguna parte?

Le dijo para posteriormente arrojarla contra la barra.

Ella recibió el golpe en la frente, causándole una herida de varios centímetros, que rápidamente cubrieron su rostro de sangre.

Ella trató de incorporarse mientras murmuraba.

~ Malditos miserables.

Aquel comentario enfureció al misionero, que, sin ninguna misericordia, asestó un fuerte puñetazo en su rostro, por lo que logró que ella girara sobre sí misma, y cayera casi inconsciente sobre el piso.

~ Levántate maldita hereje.

Gritó el misionero, mientras una nueva patada se alojaba en el vientre de la infortunada mujer.

~ ¡Deteneos!

Los misioneros voltearon la mirada hacia donde se escuchó aquel grito.

En ese momento, ingresó el capitán Philipt, seguido de cinco soldados de la guardia de la ciudad.

Dos de los misioneros tomaron sus espadas sin desenfundarlas, mientras su líder se paraba de forma retadora.

El capitán se fue acercando hacia el líder, mientras sus soldados, también con sus manos en las armas listas para desenfundarlas, encaraban a los otros dos misioneros.

~ ¿Acaso deseas oponerte a las órdenes del santo obispo?

El capitán observó a Liseth tirada en el piso, mientras jadeaba lastimosamente.

~ ¿No sabía que tus ordenes, incluyera golpear a una mujer indefensa?

~ La hereje pretendía atacarme, y yo solo me defendí.

~ Se nota que te lastimó mucho.

Ambos hombres se observaron de forma intimidante.

~ Mi deber es llevar a esta infiel ante el santo Obispo.

~ Y mi deber es escoltar a esta mujer, de forma sana y salva, ante el obispo, para que le haga unas preguntas, tal y como lo dicta las leyes del reino.

~ La ley de los hombres no es nada ante la ley de Dios.

~ En tierra santa, y en los cielos aplica la ley de dios, aquí aplica la ley del rey Conrado de Diophants.

~ ¿Acaso estas blasfemando?

~ Yo solo obedezco la orden del rey, ¿O acaso los misioneros pretenden levantarse en contra del rey, y del reino?

La tensión en el ambiente era tal, que todos los presentes empezaron a sudar, a pesar de que el clima era ligeramente fresco.

El líder de los misioneros observó a sus hombres y a los soldados, sabía muy bien que estaban en desventaja de dos a uno. Y que era lo más seguro que los presentes apoyaran a los hombres del capitán, por lo que los números no los favorecía.

En una esquina, un joven no mayor de quince años, que desconocía la fama de los misioneros gritó a todo pulmón.

~ ¡Huyyyy, tienen miedo los misioneros!

El capitán a duras penas pudo aguantar la risa que le ocasionó el comentario.

Mientras que el líder de los misioneros, al escuchar ese grito, lanzó una mirada de odio y coraje al joven, con tal fuerza que, en ese momento hubiera construido con sus propias manos una hoguera para quemarlo cruelmente.

Los amigos de aquel joven lo jalaron de sus ropas, mientras lo volvían a sentar y lo recriminaban por el comentario.

El silencio reinó por unos momentos.

~ De acuerdo, pueden llevarse a la hereje ante el santo obispo.

Dijo el líder de los misioneros, mientras trataba de calmarse un poco.

~ Soldados, ayuden a la señora.

Dijo el capitán, sin apartar la mirada del misionero.

Dos de los soldados se apresuraron a levantar a Liseth, mientras ella se quejaba del dolor.

Una vez que ella estuvo resguardada por los soldados, el capitán dio un paso atrás.

~ Muy bien, en este momento procederé a llevar a la señora ante la presencia del señor obispo,

El líder de los misioneros también dio un paso hacia atrás.

~ Hermano Carlos, acompañe al capitán y a sus hombres, y verifique que se cumpla la orden de llevar a esta mujer ante el santo obispo.

Uno de los misioneros inclinó la cabeza, y mientras soltaba su arma se dirigía hacia la entrada.

~ Nos volveremos a ver Capitán.

~ Por su bien, espero que eso nunca ocurra.

Ambos hombres intercambiaron miradas de odio por última vez, y el capitán se retiró del lugar.

Ya en la calle, el capitán se acercó a Liseth para verificar el estado en el que ella se encontraba.

Sacó un pañuelo que cargaba entre sus ropas, y delicadamente la ayudó a limpiar la sangre de su rostro.

~ ¿Qué está pasando?

Preguntó ella, mientras las lágrimas surcaban sus mejillas.

El capitán observó discretamente al misionero que los acompañaría, y al notar que se encontraba lo suficientemente lejos para que pudiera escucharlos, le murmuró al oído.

~ La iglesia esta buscando a Christopher, afirman que él es la reencarnación del señor oscuro, y quieren capturarlo para enjuiciarlo, y matarlo.

~ ¿Y nosotros, que tenemos que ver en eso?

~ El obispo desea interrogar a todos los que tuvieron contacto con él.

Liseth empezó a caminar despacio mientras se apoyaba en uno de los soldados, de repente se detuvo, e inmediatamente jaló del brazo al capitán, con la intención de hablar con él.

~ ¿Qué ocurre?

Preguntó el capitán.

~ Fernand, el sastre Fernand.

El rostro del capitán se contrajo de repente, había olvidado que el sastre había estado en contacto con Christopher, y no tardarían los misioneros en ir tras el también.

El capitán empezó a observar discretamente a sus alrededores, como si buscara a alguien.

De pronto el capitán se separó del grupo, se acercó a un pequeño callejón oscuro, como si se dispusiera a orinar en él.

Una voz en la oscuridad susurró.

~ Lo siento capitán, no pude convencerla de escapar.

~ No te preocupes, pero ahora necesito que vayas con el sastre Fernand, y le digas lo que pasó, el también corre peligro.

~ Enseguida capitán.

El capitán se retiró de lugar, moviendo su pantalón como si lo estuviera acomodando.

Observó a Liseth por un momento.

~ Malditos misioneros.

Murmuró mientras se incorporaba con sus soldados.

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Afueras de la Aldea de Nymede

Reino Sacro de Dollond

 

Dasha se encuentra dormida plácidamente en su cuna, fuera de la habitación, su joven madre se encuentra pelando unos tubérculos parecidos a las papas llamadas "turcas".

En ese momento su joven padre entro a la casa, traía el rostro aperlado por el sudor, respiraba y jadeaba constantemente, era evidente que había estado corriendo para llegar a su hogar.

Su esposa, al verlo en ese estado, se dio cuenta que algo malo había ocurrido.

~ ¿Qué ocurre Harold?

Aquel hombre sin responder a la pregunta se dirigió a una pequeña mesa donde estaba colocado un gran cuenco de barro, mismo que servía para almacenar el agua potable.

Tomó de esa agua en un jarro y posteriormente se lo bebió.

Una vez saciada su sed, miró a su esposa, y se acercó a ella.

En su rostro la preocupación y el temor eran evidentes.

Su esposa dejó a un lado lo que estaba haciendo y se levantó preocupada.

~ ¿Qué fue lo que te pasó Harold?

Aquel hombre se quedo callado, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para expresar lo que sentía.

La mujer lo tomó del brazo y lo guio a una silla, con la intención de tranquilizarlo.

~ Cálmate amor, ya estás en casa, tranquilo.

Poco a poco la respiración del hombre se fue normalizando.

Y mirando los ojos de su esposa le dijo.

~ Tenemos que irnos de aquí.

La mujer no entendía muy bien lo que acabada de escuchar.

~ ¿Irnos? ¿A dónde?

~ No sé, lejos de aquí, a otro reino, incluso lejos de estas tierras.

Dijo mientras nuevamente empezaba a alterarse.

~ Tranquilízate amor, y dime que está ocurriendo, ¿Por qué tenemos que irnos de aquí?

El hombre respiró profundo, para tratar de calmarse, y empezó a hablar lo más pausado posible.

~ Me encontré en la aldea a mi amigo Matías, él me dijo que acababa de llegar de la ciudad de Plinius, me dijo que había escuchado decir al sacerdote de la iglesia, que exhortaba a todos los feligreses a que denunciaran la presencia de herejes, y que se esconden dentro de nuestra comunidad.

~ Amor, eso siempre dice el sacerdote y…

~ Espera, aún hay más.

Dijo el hombre, mientras interrumpía a su mujer.

~ Matías me dijo que el sacerdote había recibido una carta del obispo días antes, donde se le informaba sobre una revelación que tuvo el Santo Apóstol, en ella un ángel le predijo el nacimiento de un señor oscuro, así como la aparición de una nueva secta maligna.

Por un momento, la mujer presintió hacia donde se dirigía todo esto, pero decidió no interrumpir a su esposo.

~ Por lo que, en próximos días, los misioneros visitarán las ciudades y aldeas, con la intención de recabar cualquier información sobre los seguidores del culto al señor oscuro.

~ Pero nuestra hija no es la reencarnación de un señor oscuro, y mucho menos una de sus seguidoras, ella solo es una bebé.

~ Lo sé amor, pero la gente no la ve así.

Las lágrimas empezaron a brotar de los ojos de la joven esposa, mientras los ojos de su esposo poco a poco empezaron a inundarse también.

~ ¿Y qué podemos hacer Harold?

~ Laura, tenemos que proteger a nuestra hija, así que tenemos que irnos de aquí lo más pronto posible.

~ Pero Harold, no tenemos dinero, ¿y las tierras?

~ Tendremos que dejar todo si queremos escapar con vida.

~ Pero ¿cómo vamos a sobrevivir, y nuestra hija, como la cuidaremos?

~ Voy a conseguir dinero, en unos días más venderé las tierras y nos largaremos de aquí.

~ Pero ¿a dónde iremos?

~ Al Este, hacia Nova Roma.

~ ¡¿A Nova Roma?!

Repitió ella, mientras no daba crédito a lo que había escuchado.

~ Tengo entendido que allá la religión es más tolerante, que incluso hay gente conviviendo con semihumanos.

Laura no podía creer lo que escuchaba.

~ Pero Nova Roma esta a muchos meses de aquí, y el invierno esta cerca, nuestra hija no podrá sobrevivir al viaje.

Dijo ella preocupada por la increíble distancia a recorrer.

Y es que, era de todos sabido, que El santo Apóstol Panóm, en su intento de guiar a su pueblo de la esclavitud, había tardado Novecientos veinte días en llegar a la ciudad Santa de Zion, desde Nova Roma.

~ Lo sé, pero, en estas tierras nuestra hija jamás estará segura, y lo sabes muy bien.

Laura abrazó a su esposo, y juntos lloraron por el futuro de su hija.

Esa noche, Laura dormía junto a su hija, mientras Harold montaba guardia en el otro cuarto.

~ Nadie tocará a mi familia

Pensó mientras poco a poco el sueño lo fue invadiendo.