—No es nada importante. Puedes retirarte, Roger —dijo Lucio con un gesto despectivo de su mano, mientras su mirada seguía mostrándose indiferente.
Roger hizo una reverencia rápidamente, murmurando una disculpa antes de retirarse del comedor.
—Ahora, ¿dónde estábamos? —Lucio murmuró, su mano levantando suavemente la barbilla de Layla, obligándola a encontrarse con sus ojos.
—Tu madre está aquí. ¿No deberías ir a verla? —preguntó Layla, su voz teñida de nerviosismo.
—Si mi madre quiere verme, puede venir aquí —respondió Lucio con despreocupación—. El espresso se está enfriando. Terminemos nuestro desayuno; aún necesitamos revisar los atuendos para la recepción.
La soltó y Layla rápidamente regresó a su asiento, concentrándose en su comida. Sin embargo, sus pensamientos permanecían en la actitud despectiva de él. Le inquietaba que pareciera completamente impasible ante la presencia de su madre.
O tal vez solo estaba fingiendo que no le molestaba la llegada de su madre.