Gio recogió el teléfono del suelo y se volvió hacia Miguel. —¿Qué sugieres que hagamos ahora? —preguntó Gio, mirándolo fijamente a la cara.
Las cejas de Miguel se juntaron en un ceño fruncido mientras miraba al espacio, su puño cerrado en un costado, enojado.
—En cuanto ponga mis manos sobre Joanna, va a lamentar haberse metido conmigo. Supongo que he sido demasiado indulgente con ella —dijo Miguel a través de dientes apretados.
—Por ahora, vuelvo a mi apartamento. Gio, informa a los chicos que busquen a Joanna y Carla. ¡Necesito que las encuentren como sea! —ordenó Miguel antes de entrar en su coche. Gio hizo lo mismo y se alejaron a una velocidad de locos.
Una vez llegaron al apartamento de Miguel, Gio subió a su propio coche y se fue a entregar el mensaje de Miguel a los chicos.
Miguel irrumpió en su sala de estar, sintiendo la urgencia de golpear algo o a alguien, pero no había nadie a la vista para desahogar su enojo.