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Chapter 45 - 045. Elección del Alquimista Supremo

El reloj marcaba las diez menos cinco cuando los primeros pasos resonaron en la Sala de la Asamblea Arcana.

Uno a uno, los quince miembros del Círculo Exterior fueron ingresando en el recinto, sus capas oscilando en el aire denso de la sala. No sabían el motivo exacto de la reunión, pero la orden del Arcanista Supremo había sido clara: cualquiera que faltara sería juzgado como traidor.

El brillo tenue de las runas incrustadas en el suelo reflejaba las siluetas de los consejeros mientras tomaban asiento en la media luna dispuesta alrededor del Círculo Interior. Nadie hablaba. Nadie osaba romper el silencio.

Entre los primeros en sentarse, Alfonso Contreras, Elías Moreno, Inmaculada Montalbán y Jorge de la Torre tomaron sus posiciones. Pero sus pensamientos estaban en otra parte.

Alfonso miró hacia la entrada por donde pronto aparecería Amelia. Su mandíbula estaba tensa, sus puños cerrados sobre los apoyabrazos de su asiento. Podrían haberla matado. Durante horas, no se había permitido demostrar debilidad, pero ahora, rodeado de su círculo, sentía la punzada de la impotencia y la rabia acumulada.

A su lado, Elías no dejaba de pensar en Rosa. Aunque la sanadora había hecho su trabajo, él seguía viendo el palo perforando su cuerpo, la sangre oscura empapando sus manos. No podía evitarlo: cada vez que cerraba los ojos, revivía la escena.

Jorge, normalmente arrogante e indiferente, se mantenía en absoluto silencio. Sus ojos no se apartaban de la entrada. Sabía que Marina entraría detrás de Luis, pero temía verla. Temía confirmar lo que ya sabía.

Que Marina nunca volvería a ser la misma.

Cuando todos ocuparon sus lugares, la segunda oleada de pasos se escuchó desde el umbral.

Los tres miembros del Círculo Interior avanzaron con paso firme. Mónica Pérez, la Guardiana del Umbral, encabezaba la marcha, con Rosa siguiendo detrás de ella, silenciosa y pálida.

A su lado, Luis Burgos, el Oráculo del Velo, avanzaba con expresión inescrutable. Marina caminaba tras él, con el cuerpo erguido, pero con el alma hecha pedazos. Su rostro era una máscara de indiferencia, pero sus ojos estaban vacíos.

Por último, Eva Guerrero, la Maestra de los Ritos, tomó asiento en su posición en la mesa semicircular. El cuarto asiento, el del Alquimista Supremo, seguía vacío.

Un escalofrío recorrió la sala cuando el aire pareció volverse más pesado. Un susurro mudo se extendió entre los asistentes cuando la última figura ingresó en la sala.

El Arcanista Supremo.

José Ramón Vera descendió con calma por los escalones, cada movimiento suyo proyectando el dominio absoluto que ejercía sobre todos los presentes. No vestía con el atuendo ritual, no llevaba la túnica dorada con bordados místicos que algunos esperaban ver en reuniones solemnes. En su lugar, vestía de negro.

El mensaje era claro.

Esto no era un consejo. Era un juicio.

Amelia lo siguió en silencio, avanzando hasta la escalinata de su trono. Sin necesidad de palabras, tomó asiento en el primer escalón y apoyó la cabeza en el regazo de José Ramón.

Este comenzó a acariciar sus cabellos con movimientos lentos, pausados, como si el mundo entero pudiera desaparecer con cada roce de sus dedos.

Alfonso no pudo apartar la mirada. Ella parecía tan pequeña, tan vulnerable en ese momento.

Elías cerró los ojos por un instante, respirando hondo. Ver a Rosa en pie le daba cierto alivio, pero la rigidez en sus hombros, la forma en que evitaba mirar a su alrededor… seguía rota.

Jorge apenas reconocía a Marina. La mujer que siempre se había jactado de desafiarlo, de reírse en su cara incluso en la sumisión, ahora estaba en pie detrás de Luis, pero su espíritu estaba en otro lugar.

Por primera vez en su vida, Jorge no deseó poseerla.

Deseó haberla protegido.

José Ramón levantó la vista, dejando que su mirada recorriera cada rostro en la sala.

—El Círculo Interior está reunido.

Sus dedos se enredaron con dulzura en los mechones de Amelia, sin dejar de observar a los presentes con frialdad implacable.

—El Círculo Exterior ha respondido a la convocatoria.

Silencio absoluto.

—Y yo, como Arcanista Supremo, estoy presente.

Una pausa.

Una amenaza flotando en el aire.

José Ramón entrecerró los ojos.

—Así que… decidme. ¿Quién se atreverá a negar su lealtad a la logia esta noche?

El silencio que siguió no fue de duda, sino de respeto y cautela. Nadie se atrevió a hablar de inmediato, pero las miradas se cruzaban en la sala, llenas de preguntas sin respuesta. Sin embargo, había algo que, por encima de la amenaza implícita en las palabras del Arcanista Supremo, resultaba inusual: la presencia de tres jóvenes que no pertenecían ni al Círculo Interior ni al Exterior.

Hasta ahora, ningún aprendiz había presenciado una reunión completa de la logia. No porque estuviera prohibido, sino porque jamás habían sido considerados lo suficientemente relevantes como para ser convocados. Y, sin embargo, allí estaban Amelia, Marina y Rosa, entre los grandes hechiceros, obligadas a enfrentar la realidad del poder en la logia tras haber sobrevivido a un infierno.

José Ramón siguió acariciando el cabello de Amelia, su expresión serena mientras sus ojos recorrían cada rostro en busca de una reacción. No vio miedo en los más veteranos, pero sí incertidumbre en algunos, especialmente entre los miembros del Círculo Exterior. Había un peso en la sala, una expectativa contenida que se rompió cuando el Arcanista Supremo habló de nuevo.

—Hoy han atacado a tres miembros de esta logia con una brutalidad sin igual. Aunque la mayoría de los responsables han sido ejecutados, al menos uno o varios han conseguido huir.

Los murmullos comenzaron a extenderse por la sala. Muchos no sabían los detalles exactos de lo sucedido, pero la orden de reunión de emergencia había dejado claro que algo grave había ocurrido.

El Arcanista Supremo dejó que las voces se extendieran unos instantes antes de alzarse de nuevo.

—Debido al ataque, no me cabe duda de que esto es producto del juego de poder entre los miembros del Círculo Exterior.

El silencio regresó, pero esta vez acompañado de miradas tensas. Nadie esperaba que el Arcanista acusara directamente al Círculo Exterior. Durante generaciones, las luchas de poder siempre habían existido, pero se resolvían con favores, presiones y alianzas ocultas. Jamás con un ataque directo a miembros de la logia.

Finalmente, una voz se alzó.

—¿Por qué miembros del Círculo Exterior? —La pregunta vino de Salvador Gallego, el Custodio de los Sellos. Su tono sonaba neutral, pero inquisitivo. Aunque, sin duda, si hay dos traidores a la logia en nuestro círculo, esos deberían ser "La Exploradora del Eterio" y "El Archivista Eterno". A pesar de estar sancionados con su exclusión, aquí están.

La tensión en la sala se elevó de inmediato.

Alfonso levantó la vista, pero no dijo nada. Su rostro permaneció frío, calculador, pero la forma en que apretó el puño sobre el brazo del asiento delataba su tensión. Inmaculada, en cambio, no se molestó en disimular su desprecio.

—Para ser precisos con la toma de decisiones. Nunca con la asistencia —intervino Eva Guerrero, la Maestra de los Ritos, sin apartar la mirada de Salvador—. Se les prohíbe votar, pero no estar presentes.

El Custodio de los Sellos tragó saliva. Había cometido un error, y lo sabía.

—No obstante, creo que eres el menos indicado para hablar de traiciones.

Mónica Pérez, la Guardiana del Umbral, no apartó los ojos de Salvador. El tono de su voz no era elevado, pero sí lo suficientemente firme para que el aire pareciera volverse más denso.

—Quizás deba hablar de las peticiones que haces a otros miembros del Círculo Exterior.

Los hechiceros se tensaron. Algunos de los presentes comenzaron a atar cabos, otros esperaban una acusación más directa.

Salvador se forzó a mantener la calma, pero se permitió una respuesta rápida y medida.

—Si me acusas del ataque, debo decir que puedo armar un complot… pero jamás haría daño directo sin la aprobación de la logia.

El Arcanista Supremo sonrió. Un gesto apenas perceptible, pero cargado de significado.

Salvador había elegido muy bien sus palabras. "Daño directo" y "aprobación de la logia". Era cierto que las heridas sufridas por Amelia, Rosa y Marina no habían sido causadas directamente por un hechicero. Y también era cierto que, si Salvador hubiera intentado un golpe de estado, lo haría con el apoyo unánime del Círculo Exterior, lo que en teoría lo convertiría en la voluntad legítima de la logia, excluyendo al Círculo Interior.

José Ramón no necesitaba decirlo en voz alta. Pero entendía perfectamente el juego que Salvador estaba jugando.

—Pues vamos a quitar un problema de en medio.

El murmullo en la sala cesó cuando el Arcanista Supremo pronunció su siguiente sentencia.

—Hoy nombraremos al Alquimista Supremo.

El impacto de la declaración resonó en la sala. La elección había sido pospuesta durante meses, el puesto había permanecido vacante, pero hacerlo en un momento como este no era casualidad.

—¿Quiénes se postulan como candidatos al cargo?

Tres manos se alzaron de inmediato.

* Salvador Gallego, el Custodio de los Sellos.

* Carlos Antonio Montilla, el Portador de la Espada.

* Alfonso Contreras, el Archivista Eterno.

El Custodio de los Sellos se adelantó de inmediato, viendo su oportunidad.

—El Archivista no puede presentarse. —Su tono sonó con seguridad recuperada—. No es apto para ser elegido al estar excluido de la toma de decisiones.

José Ramón inclinó la cabeza levemente, como si sopesara sus palabras antes de dar la respuesta.

—Efectivamente, está excluido de la toma de decisiones, pero eso no lo hace ineligible.

La ligera mueca de satisfacción de Salvador desapareció.

—Aunque cambie de cargo, seguirá sin poder votar. —Remató José Ramón.

Amelia, con la cabeza aún en su regazo, sonrió levemente por primera vez desde lo ocurrido. No era una gran sonrisa, pero era un atisbo de vida.

Entonces, el Arcanista Supremo lanzó la verdadera sorpresa.

—Además, yo propongo a la Exploradora del Eterio.

Los tres candidatos se giraron automáticamente hacia Inmaculada, quien apenas ocultó su incomodidad. No se lo esperaba. No podía negarse. Pero nunca había querido ascender al Círculo Interior. Sus ojos se encontraron con los de su antiguo maestro. José Ramón la miraba con serenidad, pero en su mirada había determinación.

Amelia, quien hasta ese momento había estado relajada bajo las caricias de su maestro, observó con atención los rostros del Círculo Exterior. Sabía que tanto el Círculo Interior como los hechiceros del Exterior más cercanos a los acontecimientos sospechaban que el traidor estaba entre los suyos. Sin embargo, no había visto en ninguno de ellos ni el más mínimo temblor de nerviosismo. Solo sorpresa, especialmente al ver a las tres jóvenes entre ellos. Y en cierto modo era lógico. Apenas unas horas antes, muchos ni siquiera sabían de su existencia dentro de la logia.

Entonces, una voz inesperada rompió el silencio.

—Con su permiso, poderoso Arcanista Supremo, retiro mi candidatura al puesto. —Alfonso Contreras habló con firmeza, sorprendiendo a todos—. Apoyo y pido el apoyo para la Exploradora del Eterio.

El impacto de sus palabras se extendió por la sala. Era una jugada inesperada. Si alguien tenía las cartas a su favor para salir elegido, ese era Alfonso. En cada votación previa había sido el favorito, aunque sin alcanzar nunca los dos tercios de los votos necesarios. Y sin embargo, se retiraba.

José Ramón mantuvo su expresión imperturbable mientras asentía con tranquilidad.

—Solicitud aceptada. Serás retirado de las votaciones. Ahora quiero advertir algo. Si el Círculo Exterior no decide con su votación quién será el nuevo Alquimista Supremo, el Círculo Interior tendrá la potestad de hacerlo.

Los murmullos se intensificaron. Algunos se sintieron aliviados. Significaba que, de una forma u otra, la lucha por el puesto terminaría. Otros, en cambio, protestaron con molestia, argumentando que no era justo que el Círculo Interior tuviera la última palabra en algo que hasta ahora siempre había sido decidido exclusivamente por el Círculo Exterior.

Pero la queja murió en cuanto José Ramón elevó una mano para imponer orden.

—La votación esta vez será a mano alzada.

El murmullo cesó de golpe. Siempre se había votado en secreto. Esto cambiaría la dinámica por completo.

Votar abiertamente significaba exponer alianzas, revelar quién estaba con quién. Ponía nervioso a más de un asistente.

—Comenzaremos. Votos para Salvador Gallego.

Por primera vez en la noche, Salvador dudó. Su propio brazo se quedó inmóvil sobre la mesa. ¿Le convenía apoyar a la Exploradora? Si ella era la candidata del Arcanista Supremo, quizás sería más ventajoso no enfrentarse a ella…

José Ramón recorrió la sala con la mirada, viendo cómo los miembros del Círculo Exterior evitaban levantar la mano.

—Cero votos para Salvador.

La tensión se hizo palpable. ¿Habían cambiado todos de bando o simplemente esperaban ver qué hacía Salvador?

—Votos para Carlos Antonio Montilla.

Solo una mano se alzó: la del propio Carlos Antonio. Miró a su alrededor y su expresión se tornó en una mueca de enojo.

—Un voto para Carlos Antonio.

José Ramón hizo una pausa, observando a los asistentes. Sabía lo que iba a pasar.

—Creo que no es necesario pedir los votos restantes, pero dado que es obligatorio votar y solo queda una candidata… haremos la última votación.

Tomó aire, permitiendo que el peso del momento se asentara.

—Votos para Inmaculada Montalbán.

La sala se convirtió en un clamor. Las manos se alzaron sin vacilación. Solo tres permanecieron inmóviles: Carlos Antonio Montilla, quien había votado por sí mismo; Inmaculada Montalbán, por estar excluida de la toma de decisiones; y Alfonso Contreras, por la misma razón.

José Ramón esbozó una ligera sonrisa.

—Parece que el Círculo Interior no tendrá que intervenir.

Hizo una pausa antes de continuar.

—¿Nadie pudo haber propuesto antes a Inmaculada para el puesto?

El comentario arrancó una ligera risa de parte de algunos miembros del Círculo Interior, pero nadie se atrevió a responder. Era evidente que muchos no se habían planteado su candidatura… hasta que José Ramón la impuso.

—Doce votos para Inmaculada Montalbán. Con esto, sanciono la decisión del Círculo Exterior y nombro a Inmaculada Montalbán como la nueva Alquimista Suprema.

La Exploradora respiró hondo y, con un gesto de respeto, hizo una reverencia antes de avanzar hasta su nuevo lugar en el Círculo Interior. Al sentarse junto a Luis Burgos, el Oráculo del Velo, este le dedicó una sonrisa ligera.

Pero su mirada no tardó en desviarse… y se encontró con Marina.

La muchacha permanecía de pie detrás de él, su cuerpo erguido, pero su esencia destruida. Sus ojos eran pozos vacíos. Había pedido conservar los recuerdos… pero en ese momento, parecía un alma sin propósito.

José Ramón permaneció en pie, observando con gravedad a los presentes.

—Siento haber forzado esta decisión, pero vivimos tiempos aciagos.

Su tono se volvió más oscuro.

—Al menos un hermano o una hermana nos ha traicionado. Y si hace falta, iremos a la guerra.

El peso de sus palabras cayó sobre la sala.

—Esta tarde, estas tres aprendices fueron secuestradas, torturadas, violadas y casi asesinadas por una banda de no iniciados. La justicia ya se ha ejecutado sobre ellos, pero no actuaron solos. Fueron ayudados por alguien con conocimientos mágicos.

Hubo una explosión de indignación.

Algunos hechiceros expresaron su repudio inmediato hacia los traidores, mientras otros se preguntaban cómo podía haber sucedido algo así en la propia logia. Las voces se mezclaban entre peticiones de venganza, preguntas urgentes y exclamaciones de incredulidad.

Pero entonces, otra voz comenzó a tomar fuerza entre el caos.

Una duda, una sospecha.

—¿Cómo sabemos que esto es verdad?

Los murmullos se apagaron poco a poco mientras la pregunta se extendía por la sala. No todos compartían la acusación, pero la idea estaba plantada.

—¿Y si todo esto no es más que una maniobra política… para colocar a Inmaculada Montalbán en el Círculo Interior?