Chereads / Destinada a una Nueva Vida / Chapter 50 - 050. Reconciliación

Chapter 50 - 050. Reconciliación

Durante el regreso a casa en el coche, Amelia sintió cómo el sopor comenzaba a vencerla. La tensión acumulada en su cuerpo se deslizaba lentamente, reemplazada por un agotamiento pesado que le nublaba los pensamientos. Apenas estaba cerrando los ojos cuando la voz de Lucy resonó en su mente.

—Lia, estamos llegando.

¿Lia? pensó Amelia, sorprendida por lo familiar que sonaba ese nombre. Había comenzado como una broma entre ambas, un intento de aligerar el momento cuando estaba al borde de la muerte: "Lia, no te vuelvas a meter en líos". Pero ahora, en sus labios, sonaba… bien. Como algo propio.

—Creo que les diré a los más cercanos que me llamen Lia, —susurró, mientras el coche se detenía lentamente frente a la puerta de la mansión.

—A mí me gusta Amelia, —replicó Alfonso desde el asiento del conductor, con una sonrisa leve.

—Tú me llamas hermanita y el maestro "gatita". ¿Qué más da? —respondió ella con un suspiro cansado.

—Ponte el nombre que te guste, —concedió Alfonso, deteniendo el motor y dejando que el silencio llenara el coche por unos segundos.

Amelia levantó la mirada hacia la entrada de la mansión y lo vio. La puerta principal se abrió, y Duncan apareció bajo la tenue luz del amanecer. Había pasado la noche en vela, esperando noticias de ella, y su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y alivio.

Sin decir una palabra, Amelia bajó del coche. Apenas puso un pie en el suelo, Duncan ya la rodeaba con sus brazos, apretándola contra su pecho. El gesto era cálido, protector, y por un instante, ella se permitió descansar en él.

—Te lo dije, —murmuró Duncan, su voz cargada de reproche—. Te dije que no fueras con Marina. Pero no podías hacerme caso, ¿verdad?

Amelia respiró hondo, cerrando los ojos mientras trataba de contener la mezcla de emociones que la invadía. Estaba agotada. Demasiado para discutir.

—Duncan… casi me matan. Casi matan a mis amigas. No quiero discutir ahora. Déjame dormir y, cuando despierte, tú y yo tendremos una conversación larga, muy larga.

La dureza en su tono hizo que Duncan se tensara por un momento. Pero luego suspiró, aflojando ligeramente el abrazo.

—Lo siento, —admitió en un susurro—. He estado preocupado. Llevo esperando desde las cuatro, y nadie me daba noticias.

Amelia lo miró, sus ojos cargados de cansancio, pero también de algo más. Algo que no podía definir del todo.

—Entonces no hablemos ahora, —dijo finalmente, tomando su mano con suavidad—. Vayamos a la cama y durmamos abrazados. Necesito el calor de tus brazos.

Duncan no protestó. En silencio, la acompañó hasta su habitación. Por primera vez, Amelia no sintió que sus brazos eran una carga ni una prisión. Esa noche, su abrazo era un refugio.

Cuando finalmente se acostaron, el cansancio los venció. Duncan respetó su deseo de silencio, y juntos, se dejaron arrastrar por el sueño. Amelia nunca había dormido abrazada a alguien. Como hombre, había evitado cualquier gesto de vulnerabilidad, y como mujer, había odiado sentirse dependiente. Pero esa noche, su piel anhelaba el contacto humano, la seguridad de no estar sola.

En la logia, había encontrado consuelo en la caricia de José Ramón. En el coche, había descansado sobre el hombro de Alfonso. Y ahora, en los brazos de Duncan, buscaba algo que ni siquiera sabía cómo nombrar. Seguridad. Calor. Paz.

Pero debajo de todo eso, la verdad era más cruda: odiaba sentirse así. Odiaba la sensación de fragilidad que la había acompañado desde que las sogas habían presionado su cuello, desde que el dolor y la humillación habían dejado marcas más profundas que las que podía borrar un hechizo.

El tejedor había eliminado las imágenes de su mente, pero no podía borrar la sensación. Esa sensación de haber estado rota, expuesta, impotente.

Amelia cerró los ojos con fuerza, permitiéndose un último pensamiento antes de rendirse al sueño: Esto no es el final. No puedo dejar que lo sea.

-------------------------------

Casi doce horas más tarde, Amelia abrió los ojos, sintiendo que su cuerpo aún estaba pesado por el agotamiento. El sol del atardecer se filtraba por las cortinas, tiñendo la habitación de tonos cálidos. Duncan estaba sentado en un sillón cercano, con la tablet en las manos, aunque su mirada parecía perdida en la pantalla. Lucy flotaba alrededor de la habitación, moviéndose con la gracia meticulosa de alguien que vigilaba en silencio.

Con lentitud, Amelia se incorporó en la cama, apartando las sábanas.

—Buenos días, Lucy. Buenos días, Duncan.

Duncan alzó la vista, dejando la tablet a un lado, y dejó escapar una risa suave, cargada de ironía.

—¿Buenos días? Son las seis y treinta y siete de la tarde. Creo que deberías decir más bien buenas noches. —Intentó sonar ligero, pero la tensión era palpable.

Lucy le dirigió una mirada asesina, aunque él no podía verla. Amelia suspiró, negando con la cabeza.

—Lucy, por favor, ordena unos huevos con chorizo, patatas y un zumo de naranja. Que me lo suban. —Se volvió hacia Duncan, con una expresión seria—. Necesitamos hablar.

Duncan se tensó al instante, pero asintió en silencio. Observó cómo Amelia se ponía una bata y se dirigía a la terraza de la habitación. La siguió, y ambos tomaron asiento bajo la luz tenue del atardecer.

Amelia respiró profundamente, buscando las palabras adecuadas.

—No tengo claro cómo empezar, así que no te extrañe si repito cosas o me desvío. —Se detuvo, mirándolo directamente a los ojos—. Anoche, cuando me abrazaste, me di cuenta de cuánto te necesito. Pero… también me pregunto si lo que necesito es una figura fuerte y protectora. Y si tú puedes ser esa persona, Duncan.

Él inclinó ligeramente la cabeza, sin apartar la mirada.

—Quiero serlo, Amelia. —Su voz era baja, pero cargada de una sinceridad que Amelia no había esperado.

—Llamadme Lia. —Amelia intentó sonreír, aunque su tono era firme—. Suena más personal, más cálido.

Duncan esbozó una leve sonrisa. —¿Te lo ha puesto tu maestro, el viejo verde?

La sonrisa de Amelia desapareció de inmediato.

—Esa es una de las líneas que vas a tener que aprender a respetar. Si no puedes, olvídate de nuestro compromiso.

Duncan frunció el ceño, evidentemente molesto, pero no replicó. Amelia no le dio oportunidad de protestar.

—Sé que no puedo exigirte lo que yo misma no he hecho por ti, pero si no cambias, no podemos seguir. Esto no es negociable.

—Pero Lia… —intentó decir Duncan, pero ella levantó una mano para silenciarlo.

—No me vengas con "sacrificios". Nadie te pidió que los hicieras. Alfonso, tu hermana y yo te pedimos expresamente que no tomaras esa decisión. —Sus ojos brillaron con determinación, aunque su voz temblaba ligeramente—. Sé que lo hiciste porque me amas. Pero no me chantajees con eso. Si te estoy dando otra oportunidad, es por lo que hiciste. Pero no abuses de ello.

Duncan cerró los ojos, respirando profundamente antes de asentir.

—De acuerdo, Lia. No volveré a mencionarlo.

Amelia sintió un nudo en la garganta. Odiaba verlo derrotado, pero sabía que era necesario.

—Hay más cosas que debes aceptar. —Su voz era más suave, pero aún firme—. Mi maestro puede darme órdenes, y yo decidiré cómo las manejo. Aunque me ordene algo absurdo como ir desnuda al centro comercial, será mi decisión cómo actuar. Y tú no interferirás.

Duncan apretó los labios antes de responder en un susurro.

—De acuerdo. Tu maestro es… sagrado.

Amelia asintió ligeramente.

—Mis amigas también lo son. Marina, Rosa y yo hemos sufrido cosas que ni siquiera puedes imaginar. Y todas estamos intentando reconstruirnos. No quiero ni una palabra contra ellas.

Duncan la miró fijamente, sus ojos llenos de dudas.

—No necesito detalles. Mi hermana me contó lo suficiente. —Tragó saliva antes de añadir—. No me gusta Marina, pero acepto tus amistades.

Amelia dejó escapar un suspiro de alivio. —Gracias. Rosa quiere que vayamos a un hammam juntas, y probablemente lo hagamos pronto.

Duncan asintió, aunque su incomodidad era evidente. —Espero que os lo paséis bien. Supongo que tendré que hacerme amigo de sus maridos.

Amelia esbozó una sonrisa leve antes de ponerse seria de nuevo.

—Y ahora viene lo más difícil. No puedes, bajo ninguna circunstancia, dañar a Marina por lo que voy a decirte. —Se inclinó hacia adelante, su voz baja y tensa—. Diego… nos drogaba. Y te violaba. Te hacía cosas mientras estábamos inconscientes, y disfrutaba más porque lo hacía frente a mí.

Duncan apretó los puños con fuerza, su mandíbula temblando. Sus ojos se llenaron de una rabia contenida que amenazaba con desbordarse.

—¿Cómo puedes perdonar algo así? —Su voz era apenas un susurro—. ¿Cómo puedes siquiera mirarla?

—Porque no es Diego. Como tu ya no eres María ni yo Roberto.—Amelia lo miró con tristeza—. Lo que Marina sufrió en ese granero… es más cruel de lo que jamás podrías imaginar. —Hizo una pausa, sus palabras llenas de emoción contenida—. Y nos protegió, Duncan. Sufrió más porque intentó protegernos a Rosa y a mí. Está arrepentida. Sé que nunca podremos olvidar lo que hizo, pero te pido que intentes perdonarla.

Duncan bajó la mirada, sus hombros cayendo ligeramente.

—No será fácil, pero lo intentaré. —Hizo una pausa antes de continuar, con un suspiro derrotado—. Comeré con ella. Incluso intentaré que podamos hablar como personas civilizadas.

Amelia le puso una mano sobre la suya, agradecida. —Gracias. Significa mucho para mí. —Hizo una pausa, sus ojos brillando con resolución—. Y una última cosa: no habrá control sobre mensajes, redes sociales o llamadas. Nada de toxicidad. Si tenemos celos o dudas, lo hablamos como adultos.

Duncan la miró fijamente antes de asentir. —De acuerdo. Pero si algo me molesta, diré "luz roja", y lo hablaremos en privado. ¿Y Daniel?

Amelia asintió, sorprendida por el gesto. —Es un buen acuerdo. —Sonrió levemente antes de añadir—. Sobre Daniel… es agua pasada. Con el tiempo, aprenderé a amarte como mereces.

Duncan negó con la cabeza. —No puedes forzarte a amarme.

—Tú te forzaste a amarme, —replicó Amelia con firmeza—. Me amabas como Roberto, pero yo soy distinta. Si tú aprendiste, yo también puedo hacerlo. Y ya siento algo por ti. Ya es un comienzo.

Ambos se quedaron en silencio, sus miradas cruzándose en una mezcla de esperanza y cautela. Duncan tomó la mano de Amelia con cuidado, como si temiera romper algo frágil.

Quizás no era un final perfecto. Pero era un nuevo comienzo.

Unos días después...

Amelia estaba tumbada en el sofá de su habitación, acurrucada bajo una manta gruesa. Su vientre dolía como si un demonio lo apretara desde dentro, y su estado de ánimo no era mucho mejor. Lucy flotaba cerca, observándola con una mezcla de preocupación y eficiencia.

—Lia, ¿segura que no quieres que busque algo más para el dolor? —preguntó, mostrando una tableta de paracetamol en su mano etérea.

Amelia negó con la cabeza. —Ya tomé uno hace un rato. Esto no es algo que se pase con facilidad. Creo que las mujeres simplemente lo soportan porque no tienen más remedio.

Lucy hizo un gesto como si pusiera las manos en jarras. —Qué tontería. Esto no debería ser así. Deberíamos buscar una forma mágica para aliviarte. Seguro que Eva conoce algo.

Amelia rió débilmente, llevándose una mano al vientre. —Eva me diría que deje de quejarme y acepte que esta es mi vida ahora. Y probablemente añadiría que deje de ser tan melodramática.

La puerta se abrió y Duncan entró con pasos decididos. En una mano llevaba una bolsa de agua caliente y, en la otra, un paquete pequeño de chocolate.

—He oído que necesitas refuerzos —dijo, mostrándole ambos objetos con una sonrisa cautelosa.

Amelia levantó la vista, agradecida por el gesto. —Me lo quedo todo. —Se incorporó ligeramente para que Duncan pudiera colocar la bolsa sobre su vientre. El calor inmediato la hizo suspirar de alivio.

—Y esto... —añadió, dejando el chocolate en la mesa junto a ella—. No sé si ayuda realmente, pero siempre me funcionaba cuando era... bueno, ya sabes.

Amelia lo miró fijamente, con una expresión mezcla de gratitud y melancolía. —Gracias, Duncan. Y está bien que lo digas.

Duncan asintió, pero su mirada no podía ocultar una sombra de incertidumbre. Se sentó junto a ella en el sofá, cuidando de no molestarla mientras ella volvía a acomodarse.

—¿Cómo estás? —preguntó finalmente, con voz suave.

Amelia cerró los ojos por un momento antes de responder. —Molesta, cansada, incómoda... y con ganas de golpear a la biología por inventar esto de la regla.

Duncan rió suavemente, pero su risa no alcanzó sus ojos. Tras un momento, preguntó en un tono casi susurrado: —Si pudieras, ¿volverías a ser hombre?

Amelia abrió los ojos y lo miró fijamente, sorprendida por la pregunta. Durante unos segundos no dijo nada, evaluando sus propias emociones antes de responder.

—No lo sé, Duncan. Cuando era hombre, era feliz. Nunca me sentí fuera de lugar, ni deseé ser otra cosa. Pero... ahora soy Amelia. Y aunque ser mujer no es fácil, siento que este es mi lugar. Que esta soy yo ahora.

Duncan frunció el ceño, como si no estuviera seguro de entenderla completamente. —¿Incluso después de todo lo que pasó? Después de... —Su voz se apagó, pero ambos sabían a qué se refería.

Amelia asintió, su expresión seria. —Incluso después de eso. Porque no se trata de lo que me hicieron, sino de lo que soy ahora. No quiero volver a empezar. No quiero cambiarlo todo otra vez.

Duncan bajó la mirada, asintiendo lentamente. —Eres mucho más fuerte de lo que yo podría ser, Lia. No sé cómo lo haces.

Amelia dejó escapar una risa amarga. —No es fuerza, Duncan. Es resignación... y, tal vez, algo de esperanza. —Lo miró directamente, sus ojos brillando con una mezcla de dolor y determinación—. Y tú lo sabes mejor que nadie. Tú fuiste María. Sabes lo que significa cambiar de vida, de cuerpo, de todo. ¿Volverías atrás?

Duncan se quedó en silencio un momento, su mirada perdida en algún punto del suelo. Finalmente respondió, en voz baja. —Hubo un tiempo en que habría hecho cualquier cosa por volver a ser María. Pero ahora… creo que soy Duncan. Y eso es suficiente para mí.

Amelia asintió, sus labios curvándose en una tenue sonrisa. —Entonces entiendes lo que siento. No quiero volver a ser Roberto. Soy Amelia. Y aunque la regla sea una mierda monumental, esta soy yo.

Duncan la observó con una expresión suave y cálida. —Eres increíble, Lia. Lo sabes, ¿verdad?

Amelia negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír. —No. Solo intento no perderme en todo este caos.

Duncan pasó un brazo alrededor de ella, atrayéndola hacia su pecho. —No te perderás. Yo estaré aquí para recordarte quién eres, si alguna vez lo olvidas.

Amelia cerró los ojos, dejándose envolver por el calor del abrazo de Duncan. Aunque su cuerpo seguía adolorido, su corazón se sentía un poco más ligero. No importaba lo que el futuro trajera. Sabía que, con Duncan y los demás a su lado, podría enfrentarlo.

El zumbido de su móvil interrumpió el momento. Al principio pensó en ignorarlo, pero al ver que era el grupo de WhatsApp con Marina y Rosa, no pudo resistirse a abrirlo.

Marina: ¡Es fantástico! ¡Me ha bajado la regla! 😄

Rosa: ¿Qué tiene de fantástico? Esto es horrible. 😡

Lia: Marina, ¿estás loca? Solo a ti te puede parecer "fantástico" tener la regla. 🤦‍♀️

Marina: ¡No os dais cuenta! Esos desgraciados no nos preñaron. 🎉

Amelia soltó una carcajada breve, despertando la curiosidad de Duncan, quien arqueó una ceja. Ella negó con la cabeza y le mostró el móvil sin decir nada.

Rosa: Vale, eso sí es un alivio. Pero me siento fatal. 😭

Marina: Yo también. Jorge no sabe nada de la menstruación. He tenido que llamar a mamá. 🤦‍♀️

Rosa: ¡Elías tampoco sabía mucho! Me dio un té de menta y se quedó viéndome como si fuera a explotar. 😤

Lia: Probad con chocolate. Es mano de santo. 🍫

Marina: Jorge me trajo vino tinto... Casi le tiro la botella a la cabeza. 🤬

Rosa: A mí me hizo sopa. ¡SOPA! ¿Quién cree que soy, una abuelita? 🤢

Lia: ¡Chocolate, insisto! Y si no funciona, siempre nos queda quejarse juntas. 😉

Duncan no pudo evitar reír al leer la conversación. —¿Sabes? Me alegra que tengas amigas con las que puedas compartir estas cosas. Aunque, sinceramente, nunca pensé que vería una discusión tan apasionada sobre… esto.

Amelia lo miró con una sonrisa burlona. —Duncan, querido, bienvenido al mundo real. Nosotras también necesitamos desahogarnos de vez en cuando.

Él sacudió la cabeza, divertido, antes de besarla en la frente. —Prometo ser mejor para la próxima vez. Pero por favor, no me pidas que entienda todo… al menos no de golpe.

Amelia rió suavemente. —No te preocupes. Esto es solo el principio. Tienes toda una vida para aprender.

Cerró el móvil y se acurrucó de nuevo en los brazos de Duncan. Entre los mensajes de sus amigas y el calor de su abrazo, sintió que, a pesar de todo, las cosas estaban empezando a encontrar su equilibrio.

Y por primera vez en mucho tiempo, Amelia pudo respirar con algo de esperanza. Mañana sería otro día, con nuevas conversaciones y más retos. Pero por ahora, Amelia se permitió disfrutar del calor de ese momento, de la certeza de que estaba rodeada de personas que, como ella, estaban aprendiendo a seguir adelante.