Rafaíl e Imeres usaron sus últimas fuerzas para sujetarlo, intentando detenerlo, pero su fuerza estaba más allá de los límites que rigen el cuerpo humano. Parecía que no estaba consciente de que ellos estaban ahí. Su cuerpo simplemente se movía en línea recta, intentando alcanzarlo, como si nada estuviera interponiéndose entre ellos.
Me sentía impotente. Mis piernas no respondían y mis ataques eran inútiles ante aquel monstruo. Si no hacíamos algo, Gibrán perdería su cordura definitivamente. Sin embargo, aquel monstruo parecía no tener interés en nosotros. Después de todo, al final del día, no éramos tan fuertes como creíamos.
No podía negarlo, sentía miedo. Por primera vez en mi vida caí en la desesperación, viendo cómo se regocijaba ante el cuerpo que yacía frente a sus pies, el cuerpo en quien depositamos todas nuestras esperanzas, aquel guerrero que, aun dándolo todo, no fue capaz de superar el abrumador poder de Aurilac.
Entonces ocurrió, como si de un milagro se tratase, fuimos testigos de aquel hermoso resplandor. Aquello que representaría lo que sería la última luz de su vida, encendiéndose y resplandeciendo de tal manera que nos sería imposible olvidarlo. Fue en ese preciso momento que aquel hombre se levantó…y brilló más fuerte que nunca ante nuestros ojos.