Hace mucho tiempo en nuestro mundo habitaban cuatro espíritus conocidos como elementales. Estos vivían en armonía con la naturaleza, ayudando a las distintas especies que habitaban nuestra tierra. No vivíamos una paz absoluta, por supuesto, muchas veces las distintas razas entraban en conflictos que llevaban a muerte y sufrimiento. Pero esto era parte de su naturaleza, algo de lo que no podían escapar.
Sin embargo, un día como cualquier otro, apareció un ser nunca antes visto. Una sombra que se levantó y, tomando forma, comenzó a deambular sin rumbo. Nunca hablaba, simplemente caminaba. La gente lo llamó "Okia", que, según la antigua lengua, significaba "sombra".
Pasaron muchos años, y Okia seguía caminando. Parecía que ya había recorrido gran parte de nuestra tierra. Muchos creían que jamás pararía. Incluso algunos decían que cruzar caminos con el traería buena suerte. Pero un día Okia se detuvo. Alzó su cabeza hacia al cielo, dejando ver su sonrisa entre toda la oscuridad que lo cubría y, tras soltar una leve carcajada, dijo sus primeras palabras.
"Los encontré"
Fue entonces cuando la tierra se sacudió, las nubes cubrieron el cielo, los mares se agitaron y el fuego salió del subsuelo. La naturaleza se estaba defendiendo. Okia, de alguna forma, logró encontrar el reino de los espíritus. Un reino en el que se supone nadie debía poder entrar. Sin embargo, él pudo encontrarlo. Y no solo eso. Pudo arrastrarlo a nuestro plano.
Los cuatro elementales surgieron ante él, furiosos por lo ocurrido. Se disponían a atacarlo, viéndolo como una amenaza al orden natural.
La batalla fue intensa, los cuatro lo atacaban con todo lo que tenían. Aun así, a sorpresa de todos, Okia parecía no recibir daño alguno. Es más, el absorbía sus ataques, devorándolos como cuando las sombras devoran la luz.
Al final, Okia venció. Los cuatro espíritus estaban a punto de desaparecer. Pero, en el último momento y con sus últimas fuerzas, los elementales dividieron sus almas, dejando parte de si en nuestro plano. Lo hicieron con la esperanza de que algún día reencarnarían.
Cada uno se unió con diferentes seres de nuestro mundo:
El elemental de la Tierra se unió a los Gnomos de las tierras pantanosas.
El elemental de viento a los Sílfides que habitaban en las cuevas oscuras.
El elemental de agua a las Ninfas de los lagos dentro del bosque de las almas.
El elemental de fuego a las Salamandras del volcán del despertar.
Okia parecía satisfecho. Los cuatro espíritus habían sido derrotados. Pese a ello, al haber dividido sus almas parte de ellos seguiría viviendo en nuestro mundo. Luego de aquel terrible acto, Okia simplemente desapareció y nunca más fue visto. Pasaron los años y aquellos seres quienes habían sido elegidos por los elementales despertaron los poderes de la naturaleza que habitaban en su interior.
Al enterarse de esto, un grupo de personas que decían ser devotos de Okia dieron caza a estos seres, con la intención de terminar con los vestigios de los elementales.
Muchos murieron, llegando casi a su extinción. Los pocos que quedaron fueron obligados a escapar. Entre ellos, la última salamandra. Esta, aun herida, se refugió en las llanuras, donde con sus últimas fuerzas resguardó el último de sus huevos, entregándoselo a una tribu de humanos con la esperanza de que ellos lo resguardarían. Tras ello, la salamandra se alejó y desapareció.
Desde entonces, los lideres se han ido pasando el trabajo de cuidar del último vestigio del elemental de fuego. Ya han pasado muchas generaciones, y cada uno ha dado su vida para honrar su última voluntad.
—¿Esa tribu de la historia somos nosotros?
—Así es.
—Y entonces, ¿eso quiere decir que tu...?
El anciano asintió con una sonrisa.
—El antiguo líder fue quien me contó esta historia, igual que ahora te la estoy contando a ti.
El anciano posó su mano sobre mi hombro.
—Gibrán, tú eres el futuro de nuestro pueblo. No solo serás el próximo líder, aquel que cuidara el ultimo huevo de Salamandra, sino que también fuiste elegido por dios.
—Abuelo...
Hace una semana que fui elegido por dios. Fue durante el último festival, donde damos nuestras ofrendas para agradecerle a dios por la abundante cosecha de este año. Todos los artesanos se juntaron para ofrecer algo. Sus mejore armas, vestimentas, pinturas y hasta monedas de oro que ganaron durante sus viajes, comerciando con los demás pueblos y aldeas. Pero esta vez fue diferente. De la nada, una enorme cantidad de cuervos cubrieron nuestros huertos. Sin embargo, eso no era lo extraño. Sino que, pese a estar en nuestros huertos, los cuervos no comían o robaban la cosecha. Mi abuelo, el líder de nuestro pueblo, nos dijo que esto era obra de dios. Posteriormente, uno de los cuervos se alzó sobre nosotros, volando sobre el pueblo en círculos, como si estuviera buscando algo. Fue entonces que vino hacia mí, posándose sobre mi cabeza, quedando inmóvil.
—¡Gibrán! —gritó mi abuelo.
Esa fue la primera vez que mi abuelo me abrazó. Entre lágrimas se aferraba a mí y, con su voz aun temblorosa, me dijo unas palabras al oído.
"Dios te ha elegido".
Pasaron los días, todos comenzaron a tener un trato especial conmigo. Antes de esto nunca me habían tratado de esta forma. No es que fueran malos, simplemente eran distantes. Incluso mi abuelo, únicamente me hablaba cuando se trataba de su sucesión como líder del pueblo. Peso a ello, nunca me sentí excluido. Después de todo, había una persona que desde siempre me hizo compañía.
—¿Y qué te dijo el abuelo?
Ella me miraba con una radiante sonrisa, sus ojos irradiaban pureza y sinceridad.
—Lo de siempre. Que cuando sea el líder tendré muchas responsabilidades y blah, blah, blah.
—¿Solamente eso? —me preguntó, inclinando su cabeza para verme más de cerca.
Suspiré. —Me contó una historia y también me repitió que "Dios me ha elegido".
Ella simplemente sonrió.
—"Dios te ha elegido", "eres el futuro de nuestro pueblo", "debes de sentirte orgulloso". —decía intentando forzar su voz queriéndola hacer sonar como la voz de mi abuelo.
No pude evitar reírme.
Al ver mi reacción mostró una sonrisa llena de felicidad.
—¿Sabes? —preguntó. —Desde que nací me han repetido esas palabras día a día. —suspiró. —Me tenían harta, pero, —me miró de reojo. —ahora que pasas por lo mismo que yo, al fin puedo hablar de ello con alguien. —volvió a sonreírme.
La voz de una mujer se escuchó a lo lejos
—¡Moira! —gritó. —¡Esta anocheciendo, vuelve a casa!
—Es mi madre. Debo irme.
Simplemente asentí con una sonrisa.
Comenzó a caminar hacia su casa hasta que repentinamente se detuvo, se giró hacia mí y con una gran sonrisa se me acercó, susurrando a mi oído. —Mañana cuéntame esa historia.
Luego se fue corriendo. Se veía muy alegre, más de lo normal. No pude evitar sentirme feliz.
Moira...
Ella es 3 años mayor que yo. Es la chica más bella e inteligente que conozco. Siempre fue muy activa y social y la conozco desde que tengo memoria. Ella siempre ha sido elogiada por su aspecto. Su lizo cabello negro azabache, su suave piel color mimbre y su bella sonrisa que irradia felicidad. Pero más que nada, sus ojos, sus grandes ojos color plata.
En el pueblo solamente los hombres nacemos con los ojos de ese color, pueden variar en la intensidad, pero siempre son variantes de grises. Moira es la primera mujer que ha nacido con ojos grises. Debido a ello, los ancianos y mi abuelo lo consideraron una obra de dios, significando que aquella pequeña niña fue elegida para algo grande, teniendo un trato especial desde el momento que nació.
Es mi amiga desde que tengo memoria, siempre jugando conmigo y preocupándose por mí. Pasó el tiempo e incluso llegué a enamorarme de ella. Pero me rechazó...
Siempre que pienso en ello no puedo evitar reír. "No me interesan esas cosas" me dijo y simplemente sonrió, tomó mi mano, y me llevó a explorar las llanuras mientras reía con alegría.
La verdad es que me alegra mucho que siga siendo mi amiga. Daría mi vida por ella y protegería esa sonrisa hasta el fin de los tiempos.
El sol se había ocultado.
—Bien. —exclamé en voz alta. —Será mejor ir con el abuelo.
La noche cayó y todos volvieron a sus casas.
Había llegado la media noche y aún estaba despierto. No podía dormir de solo pensar en lo que pasó el día del festival, cuestionándome. ¿En verdad fui elegido por Dios? ¿El abuelo no se habrá precipitado al decir eso? Las dudas no me dejaban tranquilo.
Luego pensé en Moira. ¿Ella ha vivido toda su vida sintiéndose así? ¿O será que solamente yo pienso de esta forma? Lo que si sabía era que ella siempre trató de cumplir las expectativas de todos, aunque en el fondo ella solo quiere que la traten como una chica normal.
Moira es increíble. —susurré alzando mi mano. —Quisiera ser como ella.
"Mañana cuéntame esa historia"
Sonreí al recordad lo que me había dicho.
Bien. Mañana se la contaré. Estoy seguro de que le gustará mucho... Incluso podría contarle sobre el huevo de Salamandra.
Una idea vino a mi cabeza.
—¡Eso es! —grité en voz baja. —Le diré que esperemos a que el abuelo salga a su reunión con los ancianos para que podamos escabullirnos en su habitación y así poder enseñárselo. Estoy seguro de que quedara impresionada al ver que la historia es cierta.
Me di la vuelta sobre la cama, impaciente porque ya sea de día para ir con Moira y contarle todo. Decidido, cerré mis ojos y así finalmente caí dormido.
Pasaron las horas. Un extraño sonido me despertó.
¡Crac!
Otra vez.
¡Crac!
Y otra vez.
¡Crac!
Me levanté, extrañado, aun con los ojos entrecerrados y con dificultad miré a mi alrededor. No había nada extraño.
Seguramente sea algún animal.
Nuevamente se volvió a escuchar.
¡Crac!
Comencé a sentir calor a la vez que un olor conocido inundaba la habitación.
Manteniendo mis ojos entrecerrados, me asomé a mi ventana y miré hacia el exterior. Mis ojos se abrieron al completo y una expresión de miedo se formó en mi rostro.
La aldea estaba en llamas.
La gente comenzó a gritar, corriendo con sus familiares, intentando alejarse de las llamas. Las casas comenzaban a caer. La madera se quemaba a una gran velocidad. Había personas debajo de los escombros ardientes, gritando de dolor, llorando, pidiendo ayuda.
Se escuchaban caballos. Sus galopes resonaban junto a los gritos. Soldados montados con antorchas en las manos quemaban las casas y atacaban a las personas con sus lanzas. Algunos tomaban a mujeres y niños, jalándolos y llevándolos a una caravana metálica. De pronto, uno de los soldados gritó algo.
—Maten a los ancianos, no nos servirán de nada.
Un escalofrió recorrió mi espalda, llegando a mi cabeza un único pensamiento.
Abuelo...
Salí corriendo, dirigiéndome a la habitación de mi abuelo.
Cuando llegué un denso humo bloqueaba mi visión. El lugar estaba en llamas, varios cimientos habían colapsado y otros estaban a punto de caer.
—¡Abuelo! —grité intentando ver algo entre todo el humo.
No recibí respuesta.
—¡Abuelo! —volví a gritar.
Fue entonces cuando una débil voz se alzó entre el sonido de las llamas y el crujir de la madera.
—¡Gi...Gibrán!
Corrí hacia aquella voz, desesperado y temblando por miedo a que las llamas nos consuman.
Cuando al fin llegué lo vi, era mi abuelo. Estaba sangrando, teniendo la mitad de su cuerpo debajo de una pila de escombros y madera en llamas. Su brazo izquierdo estaba completamente desecho por el fuego.
—¡Abuelo!
Las lágrimas de desesperación caían de mis ojos irritados por la cantidad de humo que había.
—¡Gibrán...!
Mi abuelo extendió su brazo sano hacia mí, con su puño aun cerrado, apretando con fuerza.
—Llévate... llévate esto.
Abrió su mano, dejando caer el huevo de Salamandra frente a mí.
—Debes... protegerlo.
Luego de decirme eso, con su brazo sano tomó el collar que llevaba en su cuello y lo arrancó.
—Dios te ha... elegido. Él te dirá qué hacer.
Las lágrimas caían de mis ojos. El sentimiento de impotencia me carcomía por dentro.
—Gibrán... Debes... proteger a Moira.
Con sus últimas fuerzas soltó un grito desesperado.
—¡VETE!
Con un nudo en mi garganta tomé el collar y el huevo, corriendo hacia la salida. Debía de encontrar a Moira.
Al salir los soldados me rodearon, apuntándome con sus lanzas.
—No te muevas. —exclamó uno.
Las casas ya estaban completamente desechas. Había cadáveres en el suelo, pisoteados y llenos de sangre. A lo lejos pude ver a uno de los soldados llevándose a una persona. Era Moira.
—¡Moira!
Intenté correr hacia ella, pero uno de los soldados me impidió el paso, otro me golpeó con el reverso de la lanza en el estómago. Caí al suelo por el dolor, aprovechando ellos para pisotearme y patearme. De pronto uno de los soldados los detuvo.
—No rompas la mercancía. —dijo, regañando a su compañero.
Entonces otro le contestó.
—Las ordenes fueron llevarnos a la niña sin hacerle daño. Exceptuándola, podemos hacer lo que queramos con el resto. Lo único que le interesa a él es esa niña de ojos grises.
¿Vinieron por Moira?
Antes de poder entender lo que pasaba uno de los soldados golpeó mi cabeza con el reverso de su lanza, dejándome inconsciente.
ΔΔΔ
Tuve un extraño sueño.
Estaba oscuro. Podía escuchar varias voces hablando a la vez, una encima de la otra. Era inentendible lo que decían, pero, de pronto, una voz se alzó sobre las demás. Era suave y dulce, como el arrullar de una madre a su bebe. Me era imposible descifrar quien hablaba, sea hombre o mujer, no podía distinguirlo. La voz era más notoria cada segundo, como si se estuviera acercando hacia mí, lentamente.
"No desesperes, se paciente. Dentro de 6 años... lo entenderás"
Un movimiento brusco hizo que me despertara. Era la caravana en la que me llevaban. Habíamos pasado por un camino rocoso y el movimiento repentino me había despertado. Cuando miré a mi alrededor pude notar a varias personas, ninguna que conociera de antes, ninguna que sea de mi aldea.
Al percatarse de que había recobrado la conciencia, un hombre, se me acercó y comenzó a hablar.
—Dios mío... —dijo con alivio. —Creí que no despertarías, me alegra que estes bien. —estiró su brazo hacia mí y preguntó. —¿Puedes levantarte?
Tomé su mano y, con dificultad, me puse de pie.
Al volver en mí pude notar que traía el colgante de mi abuelo en mi cuello. Además, en mi mano derecha se encontraba el huevo de Salamandra. Sin duda me extrañaba el hecho de que, pese a haber perdido la conciencia, aún tenía en mi mano aquel objeto.
Al parecer, aquel hombre se había percatado de mi sorpresa al ver mi mano derecha.
—Desde el momento en que llegaste, pese a estar inconsciente, mantuviste tu mano cerrada. Sin duda aquel objeto en tu palma debe de ser muy preciado, para no haberla abierto incluso en tu condición.
Era algo extraño. No entendía cómo, pero al parecer lo había protegido incontinentemente.
¿Tendrá algo que ver con mi sueño?
Tenía muchas preguntas, pero primero debía de saber en donde me encontraba.
—¿Dónde estoy?
El hombre me miró con ojos desesperanzados.
—Nos dirigimos hacia el Sur, cerca de los límites de Regis.
El reino de Regis es uno de los 14 reinos limítrofes que fueron fundados durante el final del reinado de Aurilac, el único, cuando 14 guerreros unieron fuerzas para derrocarlo y acabar con el tirano rey. Luego de haberlo vencido y desterrarle al Tártaro, los 14 guerreros se dividieron el inmenso territorio que Aurilac gobernaba, creando así los 14 reinos limítrofes.
El reino de Regis, el santo, es donde se encontraba mi aldea. Es un reino mayormente religioso, siendo también un reino comerciante. Si nos dirigimos al Sur significa que nos podrían estar llevando al reino de Ri o al reino de Konig.
El reino de Ri es mayormente conocido como el reino de los grandes aventureros, lleno de diferentes gremios divididos en jerarquías. Luego está el reino de Konig, llamado el reino de los mineros. Este es conocido por estar lleno de materiales únicos y extremadamente valiosos. La mayor parte de sus habitantes se dedican a la minería, teniendo grandes compañías de extracción y venta de estos minerales. También se dice que es el reino donde más abundan los vendedores de esclavos.
En vista de las circunstancias, lo más seguro es que nos estemos dirigiendo hacia Konig. Seguramente planean vendernos como esclavos allí.
Me pregunto si todos en la aldea fueron asesinados. Uno de los soldados me llamó mercancía, así que puede ser que, al igual que a mí, se hayan llevado a más aldeanos para venderlos como esclavos. Sin embargo, aquí, donde me encuentro en este momento, no se encuentra ninguno de ellos. Espero se encuentren bien.
Dudo que mi abuelo haya sobrevivido. Él se encontraba muy malherido, además de que no podría moverse debido a los escombros que habían caído sobre él... sin mencionar el fuego.
Estoy preocupado por Moira...
Según parecía, habían ido específicamente por ella.
¿Pero, por qué?
Inclusive, aunque se tratara de su extraña rareza debido a sus ojos, no veo razón para llegar tan lejos como para arriesgarse a ser castigados por atacar dentro de los territorios de Regis.
Necesito encontrarla. Mi abuelo, con sus últimas fuerzas me encomendó protegerla.
No...
Aunque él no me hubiera pedido eso durante sus últimos momentos, lo haría de todas formas. Moira no es solo una amiga, es la persona que considero más importante para mí. Daria mi vida por ella, sin importar qué. Sin duda, la encontraré y la protegeré hasta mi muerte. Ella debe vivir.
—Debo escapar... —murmuré.
El hombre a mi lado pareció percatarse de mis intenciones, cambiando la expresión de su rostro abruptamente.
El hombre me sujetó del brazo. —No lo hagas. —me susurró.
De golpe nos detuvimos. Parecía habíamos llegado a nuestro destino.
Pese a la advertencia de aquel hombre ya me había decidido, preparándome para escapar inmediatamente apenas tocara el suelo. Sin embargo, parecía que no era el único con la idea de escapar.
Apenas nos detuvimos dos personas, un hombre y una mujer, derribaron al soldado que había abierto la puerta de la caravana, corriendo desesperadamente y sin detenerse. Ambos parecían esperanzados, creyendo que lo lograrían. Pero no fue así.
Ambos comenzaron a correr cada vez más y más lento, hasta que al final se detuvieron y simplemente se desplomaron. No lograba entender lo que pasaba, el por qué se detuvieron de golpe.
Luego uno de los soldados alzó su brazo, haciéndole una seña a otros dos. Posteriormente estos fueron hacia donde se encontraban los cuerpos, arrastrándolos de regreso hacia la caravana.
Mientras aquellos soldados arrastraban los cuerpos, otro grupo nos dio la orden de salir de la caravana y esperar hasta que los otros dos volvieran. No pasó mucho hasta que llegaran, dejándolos frente a nosotros, como si quisieran advertirnos que nos pasaría lo mismo si intentábamos escapar.
Al verlos de cerca pude percatarme del por qué se habían detenido. Sus rostros estaban completamente pálidos, tanto que sus venas eran visibles a través de su piel. A su vez, varias manchas verdes se habían formado alrededor de sus bocas y en gran parte de sus cuellos. Sin mencionar que sus ojos estaban completamente abiertos, dejando ver una expresión aterradora, como si en sus últimos momentos hubieran sentido un dolor inimaginable.
Aquel hombre que antes me había advertido del peligro de intentar escapar posó su mano sobre mi hombro. —Esto es a lo que me refería. —mencionó dejando notar el miedo en su voz.
—¿Qué fue lo que les paso? —pregunté.
El hombre se arrodillo a mi lado, acortando la distancia que había entre nosotros por la diferencia de estatura y, acercándose a mi oído, habló en voz baja.
—Es una maldición. —exclamó. —Luego de habernos secuestrado, justo antes de subirnos a la caravana, uno de ellos nos maldijo con su magia. Pero seguramente no lo recuerdas. —agregó. —Después de todo, estabas inconsciente en ese momento.
—Entiendo. Pero, al ser una maldición, tal vez pueda hacer algo.
El hombre me miró extrañado.
—¿Acaso puedes romper maldiciones?
—Mas o menos. —respondí un tanto inseguro. —Mi abuelo era el líder y sacerdote de mi aldea. El me adiestro de tal manera que pudiera suplantarlo cuando creciera. Puedo usar algunos conjuros menores, entre ellos el de romper maldiciones de bajo nivel. Pero tal vez, si lo intento, pueda liberarme de este hechizo y así poder escapar.
—Lo dudo mucho. —dijo el hombre, mirando los dos cadáveres frente a nosotros. —Lo más seguro es que falles al intentarlo, o peor aún, que se active la maldición, matándote al instante.
—Pero necesito irme. Debo encontrar a alguien.
—Te entiendo. Tengo a mi esposa y a mis hijos en Regis. Me atacaron cuando estaba viajando a una ciudad cercana para vender mi mercancía. Al parecer los soldados no llegaron hasta mi aldea. Espero sea cierto. Pero —hizo una pausa. —debes entender que, si tratamos de huir, no podremos volver a ver a nuestros seres queridos nunca más.
—Pero entonces, ¿Qué debo hacer?
El hombre miró a la inmensa ciudad amurallada frente a nosotros.
—Nos trajeron a Konig, lo que significa que planean vendernos como mano de obra, seguramente para trabajar en las minas. La maldición que nos lanzaron funciona de tal manera que quien nos lanzó el hechizo forma un contrato con otra persona, transfiriéndole el control mediante un pergamino que solamente puede ser destruido por quien lo creo o quien lo haya firmado. Si llegan a vendernos, podremos comprar nuestra libertad trabajando y siendo de utilidad para quien nos haya comprado. Si esperamos lo suficiente, podremos ganarnos nuestra libertad.
—¿Cómo estas tan seguro de que, aunque trabajemos por varios años, quien sea que nos compre podría llegar a liberarnos?
El hombre se mantuvo en silencio por unos segundos, resaltando en su rostro una expresión que denotaba esperanza en su mirada.
—Debo de creer. Es lo mínimo que puedo hacer, con tal de sobrevivir y volver con mi familia.
ΔΔΔ
Tal como aquel hombre me había dicho, los soldados nos llevaron al centro de la ciudad, en la zona comercial. Nos separaron en varios grupos y poco a poco nos fueron vendiendo como si fuéramos simples objetos.
Dependiendo del género, edad y complexión de cada uno de nosotros, llegaban a vendernos por poco o mucho dinero. Algunos eran vendidos a nobles, otros a simples comerciantes o dueños de locales y empresas. Inclusive algunos fueron vendidos a otros esclavistas.
Finalmente quedamos unos pocos, llegando casi al final del día.
Un hombre se acercó a mí, apretando mis brazos y mis piernas como si estuviera comprobando el estado de algún tipo de animal. Luego de hacerlo caminó hacia el soldado que hacía de guardia y comenzaron a hablar. Tras charlar durante unos segundos, el hombre sacó una bolsa de monedas y se las entregó al guardia.
El sujeto parecía de buena familia, vistiendo ropas elegantes y hablando de forma refinada, sin llegar al punto de parecer pretencioso. Tenía una cabellera bastante larga, al igual que una barba bien cuidada. Lo más "irregular", por así decirlo, era su prominente panza. Pese a ello, por su forma de comportarse apenas llamaba la atención aquel detalle en su abdomen.
El guardia llamó a otros 2 y luego me señaló. Parecía que aquel hombre me había comprado.
En ese momento los guardias, junto con aquel hombre, me escoltaron hasta una gran mansión cerca de las montañas.
—¿Cuántos kilómetros? —le preguntó uno de los escoltas.
—5 —respondió el hombre.
El guardia metió su mano en su chaleco sacando una pluma y lo que parecía ser una especie de pergamino, anotando algo en este para posteriormente entregárselo al hombre antes de retirarse junto a sus escoltas.
El hombre me hizo un gesto con la mano, pidiéndome que lo siguiera, para luego comenzar a caminar hacia la gran montaña que había a un lado de la enorme mansión, siguiéndolo hasta una gran entrada que parecía llevar hasta una mina subterránea. Ya dentro de la mina me llevó hacia una zona donde había varias personas trabajando, entre ellas un enano.
Aquel hombre se acercó al enano y sostuvieron una breve conversación. Tras eso, el hombre me hizo una seña para que me acercara.
—Niño, —dijo el hombre. —¿Cómo te llamas?
Lo miré detenidamente y luego le respondí.
—Gibrán.
El hombre simplemente asintió.
—Gibrán, me llamo Kerr y soy el dueño de una de las tantas compañías mineras de Konig y te compré para que trabajaras en esta mina. Debido a que fuiste maldito mediante un contrato de esclavitud deberás cumplir el mínimo de años por contrato, siendo la única manera de librarse de dicha atadura. Me imagino que sabrás lo que pasará si intentas escapar de la zona a la cual fuiste atado mediante este. Gibrán, quiero que trabajes para mi durante los próximos 6 años. Luego de ello te devolveré tu libertad. —miró al enano que estaba a su lado. —Gog ya lleva aquí 4 años. Él te instruirá en lo que debes de hacer a partir de ahora. Habla con él, te será de mucha ayuda. Dentro de unas horas les harán su comida, más tarde te mostraré donde podrás dormir.
Aquella persona hablaba con una tonalidad dulce y de forma sincera. Todo lo que decía parecía ser verdad. Sinceramente me sentía extrañado. No por el trato que se me estaba dando, no. Sino por una parte especifica que él había mencionado.
"Trabaja para mi durante los próximos 6 años"
6 años...
En el sueño que tuve cuando estuve inconsciente, aquella voz mencionó que debía de ser paciente. Me dijo que debía de esperar 6 años. Lo recuerdo claramente.
¿Será esto a lo que se estaba refiriendo?
—En lo que Gog te instruye yo me retirare para completar el papeleo respecto a tu compra, además de ordenar que te preparen un cuarto. Vivirás en la misma ascienda que Gog y otros de mis mineros. Con su permiso. —hizo un saludo formal y se retiró.
—Es una persona muy extraña. —mencioné.
—No ves nobles como el muy a menudo. —exclamó el enano. —El señor Kerr fue un esclavo hace mucho, sin duda él sabe lo dura que puede ser la vida de una persona en esas condiciones. Fue acogido por una pareja de ancianos que servían a su anterior amo, heredando la pequeña fortuna que la pareja había obtenido durante los años que le sirvieron a aquel hombre. De esa forma, un día logro ser libre y, con el dinero que obtuvo, creó una pequeña compañía de minería que más tarde se volvería una de las mejores de todo Konig.
—¿Usted también es un esclavo?
—Jojojo. —rio el enano. —La verdad es que dejé de serlo hace un año.
—¿Y por qué sigue aquí?
—Durante los últimos 4 años eh podido conocer bien al señor Kerr, comprendiendo el tipo de hombre que realmente es. Es una buena persona, así que le pedí que me dejara trabajar para él durante un tiempo más. Además, estoy juntando un poco de dinero para emprender un viaje.
—¿Un viaje? ¿Hacia dónde?
Gog me miró con melancolía, como si estuviera recordando algo.
—Hacia Konungur.
No pude evitar mirarlo con sorpresa. Después de todo, nunca creí que alguien podría siquiera pensar en ir a Konungur. ¿Quién querría intentar entrar al reino donde el primer rey, Aurical, nació? ¿Quién pondría un pie en el Tártaro por decisión propia? ¿Qué motivo podría tener para querer adentrarse en el mismo inframundo?
Parecía que Gog se había percatado de mi sorpresa. Me miró con una leve sonrisa.
—Jojojo. Es natural que te hayas sorprendido.
—¿Puedo saber el motivo por el cual está dispuesto a ir a Konungur?
Gog asintió. —Quiero visitar la tumba de un viejo amigo. El murió hace mucho tiempo, pese a ello su familia y amigos nunca pudieron visitar su tumba, pero no los culpo. Cualquiera sabe que entrar allí es considerado un suicidio. Pero si muero sin siquiera haberle presentado mis respetos, aunque sea una vez más, lo más seguro es que no podré descansar en paz.
No tenía dudas, él hablaba en serio.
—Debió de ser un muy bien amigo.
Gog sonrió. —Sin duda lo fue.
El resto del día Gog se dedicó a instruirme correctamente en lo que debería de hacer a partir de hoy, explicándome a detalle y prometiendo ayudarme siempre que lo necesite.
Sin embargo, hubo algo que me había llamado la atención.
—¿Puedo preguntarle algo?
Gog asintió.
—¿Como perdió el brazo?
Gog miró su brazo derecho, levantando lo que quedaba de él.
—Fue durante mis días como aventurero.
—¿Usted fue un aventurero? —pregunté sorprendido.
Gog sonrió. —Así es. Obtuve esta herida al enfrentarme a un dragón.
—¿Un dragón? ¿No se supone que dejaron de existir hace más de 300 años?
Gog me miró sorprendido. —Veo que sabes mucho pese a ser tan joven. Pero tienes razón. Fue hace más de 300 años que, durante una ardua batalla contra un dragón, perdí mi brazo derecho. Si quieres, algún día podría contarte cómo fue aquella batalla. —mencionó con una pequeña sonrisa.
No podía ocultar el interés. —Me encantaría.
El resto del día pasó increíblemente rápido y, así, finalmente cayó la noche. El primer día había terminado. Pero la noche se me hizo eterna.
Al caer la noche las preocupaciones inundaban mi cabeza. El miedo que sentía del solo pensar en que Moira podría estar sufriendo, mientras yo me encontraba cómodamente recostado sobre una suave cama. ¿Realmente, lo único que puedo hacer es esperar?, ¿Puedo realmente confiar en un simple sueño?
"6 años..."
¿En verdad tenía que ser paciente y simplemente esperar por 6 años?, ¿Algo me garantiza que para ese momento Moira siga con vida?, ¿Estará sufriendo hasta entonces?
Con rabia sujeté el collar de mi abuelo y con fuerza lo presioné contra mi pecho. Entre lágrimas, las palabras no llegaban, y únicamente una sola frase salió de mi boca. Con pesar en mi corazón susurré al viento una plegaria.
—Por favor... Dios.