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Chapter 2 - El Clérigo

 Era un lugar oscuro y apestaba, una combinación de varios olores inundaba cada habitación. Algunos eran fáciles de distinguir, después de todo, ya los conocía. En otro tiempo no habría podido soportarlo y seguramente terminaría vomitando. Me asusta un poco reconocer que ya me eh acostumbrado a estos olores. 

 Podía distinguir algunos sonidos, como el rechinido de las cadenas, las pequeñas gotas que caían del moho de las paredes y el techo… y los gritos. Sin duda era lo que más se escuchaba. 

 Durante estos últimos meses ya había visitado varios de estos lugares, intentando encontrarla. Se que no es del todo certero, nada me garantiza que esté aquí. No es que haya escuchado que la han visto en estos lugares. Aun así, tengo que admitirlo, preferiría no encontrarla antes que verla en un lugar así, sabiendo lo que podría pasar. Me siento raro al confesarlo y, siendo sincero, creo que solo vengo a estos lugares por precaución. 

Comencé a sentir una mirada extraña, parece que me había perdido en mis pensamientos y, por unos segundos, olvidé que ese sujeto estaba delante de mí. 

 Era un hombre, de aproximadamente 50 años. Vestía una camisa que había perdido su color original hace mucho tiempo debajo de un chaleco de piel lleno de restos de comida. Tenía una gran barba desaliñada que le llegaba al pecho e, irónicamente, había una ausencia de cabello en la parte superior de su cabeza. Lo más notable era el olor. De su cuerpo emanaba un fuerte olor a alcohol. 

 Noté que me miraba detenidamente, como si estuviera intentado encontrar algo. Pasado unos segundos dejaba de hacerlo y luego regresaba su mirada hacia mí. Pasaban unos segundos y volvía a hacerlo, una y otra vez, sin parar. Hasta que se decidió a hablar. 

 —Siendo sincero, me sorprende que un sacerdote esté interesado en comprar esclavos. 

 Sin duda era una pregunta razonable. Era obvio que algo le inquietaba desde hace un tiempo. Además, me imaginaba que podría tratarse de eso. 

 —No soy un sacerdote. 

 Mi respuesta pareció confundirlo aún más.  

 —¿No? —preguntó sorprendido. —Pues pareces uno. Y aún más con esas ropas. Sin mencionar ese collar. 

 Este collar... Hace no mucho lo consideraba algo indispensable. Siempre que tuve miedo me ayudó a calmarme. Cuando creí haber perdido el camino, cuando estuve a punto de perder las esperanzas, este collar me ayudó a recordar la razón por la cual comencé mi viaje, la razón por la cual debo seguir adelante. Aun así, desde que supe la verdad, se volvió más un castigo que una bendición. Pese a todo, no puedo negar que es algo de lo que no me puedo desprender. No porque sea algo atesorado… no. De hecho, es todo lo contrario. Desde ese día únicamente lo mantengo como un recordatorio. Uno para no olvidar que siempre estoy siendo observado. 

 Decidí no mostrar interés al respecto. 

 —Solo es algo que encontré. 

 A pesar de mostrarme desinteresado, aquel sujeto parecía querer seguir hablando al respecto. 

 —Pues no parece muy valioso. Me temo que como mucho conseguirás dos dagrys por él. Aunque, creo que podría pagarte un poco más. Claro que no tendrás una mejor oferta en otro lugar, je. 

 No lograba entender la razón de su interés. Y tampoco quería entenderlo. No tenía la intención de seguir hablando de ello, así que traté de cambiar de tema. 

 —¿Falta mucho? 

 —Ah… No. —respondió el sujeto con un tono algo desanimado —¿Y qué hay de esas vendas? —preguntó. —Parece ser una herida grave. Cubren la mitad de su cara, ¿heridas de guerra? —agregó. 

 —Algo así. Podría decirse que es un castigo de dios. —respondí con un tono burlón 

 El sujeto se rio. Deteniéndose de golpe, este habló. —Es justo aquí. 

 El hombre hizo un pequeño gestó con la mano, señalando la puerta a su izquierda. Esta era una puerta de metal corroída por el óxido. Su deplorable estado dejaba en duda su eficacia. 

 La puerta no era muy grande, aun así, supuso un gran desafío para aquel hombre. Pese a fingir que no supondría ningún problema, era evidente que a aquel sujeto le estaba costando abrirla. Tras un intento fallido colocó su otra mano en la perilla y comenzó a empujar con todo su cuerpo. Parecía un tanto desesperado. Tras forcejear un poco la puerta comenzó a ceder. Lentamente se movía, soltando chirridos metálicos debido al pésimo estado en el que esta se encontraba. 

 Entonces se abrió. 

 Si tuviera que describirlo con una palabra, sin duda sería "deprimente". 

 Era una pequeña habitación… no, más bien debería de llamarla prisión. Unas 8 personas, 5 hombres y 3 mujeres. Dos de estos podrían ser considerados niños. Tenían la piel desgastada, quemaduras y cicatrices, sus brazos y piernas se veían demasiado delgados, tenían los labios secos y una mirada perdida. Parecían perdidos en su agonía, deseando con sus últimas fuerzas que alguien acabara con su sufrimiento. 

 Podía sentir como se formaba un nudo en mi estómago. No por las personas que se encontraban frente a mí, deseando la dicha de la muerte que podría liberarlos de su tormento. Si no de imaginarme que aquí, entre estas personas, podría estar ella, sufriendo de la misma manera. Solo pensar en esa posibilidad me hacía delirar. 

 —Como lo pediste. Estos son los que llegaron hace medio año. —mencionó. —Aunque no entiendo por qué solo estás interesados en ellos. No creo que te sirvan de algo. 

 —¿Entonces para qué los tienes? —pregunté de manera sarcástica, intentando mantener la compostura. 

 —Aunque no lo creas hay personas a quienes les interesa tenerlos en este estado. Suelen usarlos como conejillos de indias o simplemente para divertirse. —dijo soltando una pequeña risa.  

 Los miré detenidamente. 

Acercándome a las mujeres, levanté sus decaídos rostros con mi mano y miré sus caras. Como me imaginaba, ninguna era ella. Al principio me sentí aliviado, pero pocos segundos después volvió a mi aquel sentimiento de inquietud. 

 —No está aquí. —murmuré. —Disculpa por hacerte perder el tiempo. 

 —No hay problema, pero si te arrepientes vuelve, puede que encuentres algo que sea de tu interés. 

 —No lo haré. 

Ya no tenía una razón para seguir en ese lugar. Mucho menos para gastar mi tiempo y dinero en liberar esclavos. Pese a comprender que todo esto está mal, no hay nada que pueda hacer por ellos. Lo mejor será buscar en otro mercado de esclavos en las cercanías. 

 Cuando salí de aquella celda pude notar como unos ojos sin vida me miraban desde la oscuridad. Cuando miré detenidamente, pude ver a un anciano escondido entre las sombras. Mientras más me le acercaba, más nítida era su figura. Este parecía un esqueleto. Al cruzar frente a su celda estiró su brazo y me sujetó. 

 —Po-por favor. —pronunció con una voz rota. —máteme. 

 Su voz era tosca y cada palabra que salía de sus labios secos y agrietados era la misma. "Por favor máteme". 

 —No le queda mucho tiempo. —mencionó mi acompañante. —Si ya pasado un cierto tiempo no logramos venderlos, los dejamos sin comida y bebida durante una semana, y hacemos apuestas para ver cuánto duran. El desgraciado lleva ya seis días sin probar alimento o una gota de agua. No creo que le quede mucho. —agregó con un tono burlón. 

 —¿Y qué harán con él cuándo muera? 

Por alguna razón le hice esa pregunta. No sabía por qué, pero por algún motivo esas palabras salieron de mi boca. Casi como si no fuera yo quien las decía. 

 Aquel hombre comenzó a reír con malicia. Caminando hasta mí, acercó su rostro rojo por la bebida hasta los barrotes de la celda. —El que gane la apuesta podrá usarlo de la manera que le plazca. ¿Quién sabe? Tal vez sea yo quien gane la apuesta. Espero que así sea. No soporto su rostro, siempre me mira con lastima. Quiero ser el ganador para así arrancarle esa estúpida mueca de la cara. De solo pensarlo me dan ganas de saltar de la alegría. 

No le dirigí palabra alguna. No sabía cómo responder a aquello, dicho de manera tan casual, como si fuera algo de todos los días. 

 —¿Quieres ver algo interesante? 

 El hombre, como si fuera un niño feliz por un nuevo juguete, me guio hasta la última puerta al final del pasillo. Tomando las llaves que colaban de su cinturón, este buscó con impetu la llave que necesitaba. Al encontrarla la acercó a la cerradura y abrió la puerta y con una sonrisa. 

—Adelante. 

 Un incesante olor a sangre me inundó al cruzar aquella puerta. 

 Aquel escenario era algo retorcido. 

Iluminado parcialmente por unas pocas antorchas, una mujer con el cuerpo desgastado y sucio estaba atada en una mesa de tortura. Esta tenía la boca tapada con lo que parecía ser un trapo sucio. A su lado, un hombre delgado y con ropas manchadas sostenía lo que parecía ser un hacha oxidada. La mujer parecía esforzarse por llorar, pero estaba tan deshidratada que las lágrimas no llegaban. 

 Entonces ocurrió. Los gritos ahogados, un sonido extraño y unas sonrisas llenas de placer. De un momento a otro, el hacha del otro sujeto había descendido. Con un simple movimiento este le cortó la pierna a la mujer. El impactó fue tan brusco que su sangre salpicó hasta nosotros, llegando a mis pies. 

 Los gritos seguían hasta que hubo un silencio inquietante. Parecía que se había desmayado. Miré al hombre a mi lado, una sonrisa llena de éxtasis se mostraba en su rostro.  

 —¿Recuerdas a ese anciano? Pues ella es su esposa. La estúpida intento escapar y logró acabar con la vida de uno de mis compañeros. Así que, como castigo, pensamos jugar un poco con ella. Después de todo, hay degenerados que pagarían hasta por un esclavo sin extremidades. 

 Me sentía ahogado, me daban vueltas la cabeza. 

 —Necesito ir al baño. 

 El hombre me miró por unos segundos y volvió en sí. —La tercera puerta a la izquierda por donde viniste. 

 Seguí sus indicaciones, llegando a lo que parecía ser un viejo baño sucio. Me dirigí al lavabo oxidado por la sangre y me miré en el espejo roto de en frente. Ya no podía aguantar más. 

 Vomité. 

 Sin importar cuántas veces lo vea no me acostumbro. Todos los traficantes de esclavos son iguales. Repulsivos... mi pecho me duele. Temo encontrarla en uno de estos lugares, pero sé que está cerca. Un poco más… sólo un poco más. 

 —¿Señor? —preguntó una voz del otro lado de la puerta. 

 Abrí la puerta y me encontré con aquel hombre que me acompañaba hasta hace poco. Ya me había asegurado de que ella no se encontraba allí. No podía perder más tiempo. Debía irme y dirigirme al siguiente lugar. 

 —Me temo que no encontré lo que buscaba, me iré en breve. Lamento hacerle perder su tiempo. 

 —¿Eh?... Oh. Está bien. Vuelva si cambia de opinión. 

 No volvería. Eso lo tenía muy en claro. Sin embargo, no puedo evitar sentirme de esta manera. Me siento asqueado. En estos momentos lo único que me mantiene cuerdo es aferrarme a ese recuerdo. Siento que solo de esa forma podré soportarlo… pero no sé por cuánto. Ya van 9 años desde…  

 —¿Qué? 

Espera un segundo. ¿Dónde está? 

 No me había dado cuenta hasta ese momento, en el que, por reflejo, mi mano se movió a mi pecho. Fue entonces que me percaté.  

 No estaba ahí… Mí collar no estaba. Estaba seguro de que hasta hace unos segundos lo tenía colgando de mi cuello.  

 ¿Se habrá caído? 

 Intenté hacer memoria, pero no había caso. Hasta hace sólo unos segundos lo tenía, de eso no cabe duda. Y entonces lo escuché. 

 —A-aquí 

 Venía detrás de mí. Me di la vuelta y lo vi. Un brazo, largo y delgado, se asomaba por las rejas y, de él, colgaba mi collar. Entonces lo volví a escuchar. 

 —A-aquí. 

 Una voz que me era familiar me indicaba que fuera. Caminé hasta allí y, al acercarme, aquel brazo se encogió y regresó a la oscuridad de su celda. Al llegar lo vi. Era aquel anciano que hace poco me rogaba por acabar con su vida y, entre sus huesudas manos, se encontraba lo que era mío. No entendía cómo había llegado hasta sus manos. Estaba seguro de que al salir de ese asqueroso baño mi collar aún se encontraba conmigo. Sin mencionar que, aunque se me hubiera caído al salir de allí, no es posible que ese hombre hubiera podido tomarlo. Su celda estaba muy lejos. La única manera hubieran sido que él saliera de su celda… pero eso no era posible. 

 —Él… quiere… ayudar. 

 —¿Él?... ¿Es eso lo que quiere? 

No hacía falta que respondiera. Ya sabía la respuesta. 

 El anciano simplemente asintió con su cabeza y se escondió al fondo de la celda, llevándose mí collar. 

 "Él quiere ayudar". Ya habían pasado 2 meses desde la última vez. Aquella vez me había dicho que debía buscar vendedores de esclavos en las afueras de la capital. Pensé que tal vez me estaba diciendo que la encontraría en uno de estos lugares, pero parece que me equivoqué.  

 No entiendo hacia donde me quiere llevar con todo esto. Sin mencionar que, desde "aquel día ", me ha dejado de hablar directamente, comunicándose conmigo a través de terceros, causando que me sea aún más complicado entender lo que quiere. Como ahora… 

 ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Acaso me está tratando de decir que debo matar al anciano?, ¿Terminar con su sufrimiento?, ¿O tal vez quiere que lo libere? ¡Mierda! 

 suspiré. 

 No sabía qué hacer, con tan poca información me era imposible llegar a una conclusión. No podía fallar sabiendo que, si lo hiciera, podría llegar a pasar algo que empeoraría las cosas aún más. Ya era suficiente con lo que pasó "ese día ". Quién sabe por cuánto tiempo deje de comunicarse conmigo si fallo.  

 Las dudas me carcomían la cabeza. Pero al menos logré entender algo. Antes de decidir si matarlo o liberarlo debía abrir la puerta de su celda. Necesito las llaves.  

 El carcelero tenía las llaves de las celdas. Para empezar, necesito hacer que él me abra la puerta. 

Parece que al final si tendré que comprar un esclavo. —suspiré. 

 Entonces me di la vuelta para así buscarlo y, como si fuera el destino, ahí estaba. Aquel hombre venía caminando hacía mí. Parecía aún más ebrio que antes, con su cara de un color rojo brillante, llevando en su mano una botella de licor barato. 

 —¿Sigue aquí? —preguntó sorprendido. 

 —Cambié de opinión. Quisiera comprar un esclavo. 

 El hombre sonrió y soltó una carcajada. —le dije que cambiara de opinión. ¿Y bien? —Preguntó. —¿Cuál de nuestros esclavos le interesa? 

 —Él. —dije señalando la celda a mí izquierda. 

 —¿Qué? —preguntó con un tono desanimado. Y, tras suspirar volvió a preguntar. —¿Está seguro? 

 —Así es. 

 —Mierda. —dijo a regañadientes. 

 El carcelero, con una pésima actitud, se acercó a la celda, colocando la llave en la cerradura, no sin antes volver a preguntarme si estaba seguro. Al asentir, no le quedó más opción que abrir la puerta de la celda que mantenía prisionero al esclavo.  

 Pude acercarme más que antes, pudiendo ver más de cerca su rostro. Sin duda era de edad avanzada. Sus ojos, tan pálidos que parecían dos lunas, no quitaban la vista de mí collar el cual aún yacía en sus delgadas manos. Tras acercarme un poco más pude notar una extraña marca en su brazo izquierdo. Parecía una especie de símbolo. 

 —¿Y eso? 

 —¿Qué? Ah… ¿No sé lo dije? —se cuestionó a sí mismo. —Esa marca demuestra que él fue parte del séquito del oráculo. 

 —¿"El séquito del oráculo"? 

 —¿No los conoces? Eran personas que seguían a "Phobos el ermitaño". Un hombre, que decían, era un profeta que podía ver el futuro y prevenir calamidades. Todos los reyes que hubo, al menos una vez, consultaron su saber. Sin embargo, desde hace 5 años que nadie lo ha visto. Ni siquiera las personas fieles a él que lo seguían a todas partes. Este hombre, junto a su esposa, fue parte de ellos. 

 —Ya veo. 

 —Es irónico, ¿no lo crees? 

 —¿Qué cosa? 

 —Todos aquellos que seguían a Phobos gozaban de dicha. Él les proporcionaba conocimiento y protección y a cambio ellos lo adoraban. Pero un día simplemente desapareció, y la felicidad que les dio se fue con él. Tras desaparecer, varias facciones que le tenían rencor aprovecharon su repentina desaparición para capturar a sus seguidores pensando que este les podría haber dejado alguna de sus "reliquias". 

 —¿Qué reliquias? 

 —No lo sé. —respondió abruptamente. —Hasta el día de hoy nadie sabe si en verdad existen esas "reliquias" o simplemente fue una excusa para obtener esclavos de manera fácil. 

 —Esclavos como él ¿No? 

 —Así es. Pues bien… acabemos con esto. —dijo extendiendo la mano hacía mí. —Son 500 aurines. 

 —¿No te parece un precio bastante elevado por un esclavo al que seguramente no le quede mucho? 

 —Necesito recuperar el dinero que perderé por tu culpa. —me replicó. 

 Suspiré. —Si claro... 

 —Necesitaré que esperes hasta que le quitemos la cadena de su tobillo. No queremos que se vuelva loco e intente escapar. 

 —¿No crees que en ese estado le sea imposible? Además, como dijiste, hace varios días que no come ni bebé. 

 —Sí, lo sé. —dijo en un tono burlón. —Pero es mejor ser precavidos. 

 —Entiendo. Entonces esperaré afuera mientras preparo el pago. 

 En el momento en que me di la vuelta para salir de la celda, el anciano se abalanzó hacía el carcelero, derribándolo. 

 —¿!Pero qué!? —gritó con rabia. —¡Maldito esclavo! 

 El carcelero dirigió su mano a su costado izquierdo para tomar su espada, pero el esclavo lo detuvo presionando su cuello y conteniendo sus brazos con las piernas. 

 —¡Ugh! Suel...ta... 

 El carcelero seguía forcejeando, intentando liberarse, pero aquel anciano no se movía de su posición, presionando más fuerte contra su cuello, decidido a acabar con su vida. Estuvieron así durante un par de segundos. El anciano, pese a su aspecto, poseía una asombrosa fuerza. Sus manos no soltaban el cuello de aquel hombre, quien ya estaba perdiendo el conocimiento. Sin embargo, el forcejeo no duraría mucho. 

 ¡Crac! 

 Un sonido sordo acompañado de un silencio incómodo. Le habían roto el cuello... había muerto. El anciano, al percatarse, tomó las llaves y se puso de pie frente a mí. Allí fue cuando lo entendí. ¿cómo era posible que se hubiera liberado? 

 Era simple, se había cortado el pie. Su pie izquierdo yacía en la esquina de la celda, donde él se encontraba hasta hace unos segundos. No era un corte limpió, se notaba que le había costado arrancarlo. Lo que quedaba de su pierna izquierda estaba envuelta en un trapo sucio lleno de sangre seca y amarrado con una soga improvisada con partes de tela vieja. 

 —Así que era esto lo que él quería. —Suspiré.  

 El anciano procedió a caminar con dificultad hacia la celda a su izquierda y, con la llave que había tomado anteriormente, abrió la puerta. 

 Varias personas salieron del interior de esa celda, confundidos por lo que estaba pasando, pero, a su vez, con una mirada llena de esperanza. Tras eso el anciano siguió con la celda contigua y así sucesivamente hasta abrirlas todas. Finalmente, todos los esclavos se encontraban fuera de las celdas. Muchos se veían demacrados, pero había unos pocos que parecían haber llegado recientemente. Uno de ellos, un niño, se aproximó al anciano, sujetando la pierna que aún conservaba intacta, abrazándola entre lágrimas. 

 Varios esclavos parecían estar decididos a escapar, pero había otros que tenían la intención de tomar las vidas de los hombres que durante mucho tiempo han estado torturando y abusando de ellos como si no fueran nada más que animales salvajes. Aquellos que tenían pensado luchar se dirigieron a la sala de torturas, la cual se encontraba vacía en ese momento. Aprovechando la oportunidad, tomaron todos los objetos que pudieran ser utilizadas como armas. Mientras estos se preparaban para la lucha, los que no pelearían fueron llevados a la celda más alejada, cerrando desde dentro y dejándoles la llave. 

 Ya estando preparados, procedieron a dirigirse hacia el sótano. Tal parece que los esclavistas solían reunirse allí y llevar algún que otro esclavo para torturarlo. Y está vez no fue la excepción. 

Al abrir la puerta, estos vieron a los esclavistas junto con algunos esclavos malheridos. Sin siquiera llegar a dudar por un segundo, entraron repentinamente. 

 —¿Pero qué...? —murmuró uno de sus captores segundos antes de ser atravesado. 

 Lanzando un grito al unísono, los esclavos se abalanzaron hacia sus captores, atacándolos ferozmente. En pocos segundos lograron acabar con varios de ellos, cayendo uno tras otro mientras intentaban tomar sus armas inútilmente. Debido al factor sorpresa, los esclavos parecían tomar la ventaja. O al menos al principio. 

 Cuando pudieron reaccionar, los esclavistas tomaron sus armas y se defendieron, comenzando así una feroz batalla. Pese a estar heridos y cansados, los esclavos seguían luchando sin detenerse. Sus deseos de venganza junto al resentimiento y odio acumulados por tanto tiempo fueron un factor importante a la hora de atacar. 

 —¡Mueran! —gritó uno. 

 —¡Mátenlos a todos! —gritó otro. 

 Entre tanto ruido no se podía distinguir lo que pasaba. O al menos así fue hasta que esa cosa apareció. 

 Entre la multitud, un hombre surgió de entre las sombras y llamó la atención de todos los presentes. Este medía más de 2 metros de alto. Su cuerpo estaba lleno de cicatrices y su mano izquierda estaba amputada. Tenía un cuerpo desecho, casi dejando ver sus huesos a través de la piel. Su rostro estaba tapado por una tela negra y maltrecha y en su mano derecha llevaba un hacha oxidada. Llamaba tanto la atención que pocos se percataron de que no venía solo. 

Frente al gigante caminaba un pequeño hombrecillo.  

 Al principio me costó distinguirlo, pero poco después lo recordé. Aquella persona era quien me llevó hasta este lugar. Era el jefe de los esclavistas. 

A comparación del otro sujeto, este era todo lo contrario. Tenía una complexión robusta, resaltando incluso a través de su ropa, de altura mucho menor que su compañero. Su vestimenta era formal, camisa, chaleco de cuero y un abrigo abotonado, zapatos y un pantalón de seda negra. Pese a sus delicados ropajes, parecía no importarle que la sangre de aquellos a su alrededor salpicara sobre él, manchándolo. 

 —¡Hagan algo, Maldita sea! —replicaba mientras apuñalaba, rebanaba y cortaba a quienes le obstruían el camino. 

 El hombre a su espalda solo se limitaba a seguirlo, como si fuera un perro obediente siguiendo a su amo. 

 Finalmente pudo despejar su camino, teniéndome delante de él. Se le veía enfurecido. Las venas de su frente parecían a punto de explotar y sus ojos parecían querer salir de sus cuencas. Sostenía con fuerza su espada y, con odio en su mirada, la apunto hacia mí. 

 —Debe de ser una broma... ¡Eres ese maldito clérigo! —su rabia aumentaba. —¡¿Cómo mierda fue que pudiste provocar esto!? 

 Suspiré. —Siéndote sincero, mi intención era buscar a alguien e irme sin más. Pero a último momento mis planes cambiaron... y llegamos a esto. 

 —Cierto. Recuerdo que cuando viniste a hablar conmigo me dijiste que buscabas a alguien en específico... a una mujer. ¿Verdad? 

 —Resulta que no se encuentra aquí. Sinceramente eso me alivia un poco. 

 Una sonrisa se formó en su rostro. —Jajajajaja. —su risa burlona denotaba gratificación. 

 —¿Qué es tan gracioso? 

 El hombre hizo una pausa y manteniendo su sonrisa dijo. —La chica de ojos grises. 

 El solo escucharlo me hizo sentír un dolor en mi pecho, incapaz de contener mi reacción. 

 —Ya veo. Conque es eso. —sonreía. —Esa mujer sin duda es un caso extraño. Fue la primera vez que vi a una persona con ojos grises. Tenía entendido que había una en un pueblo del sur. Supuestamente, solo los hombres de ese pueblo nacen con los ojos de ese color. Pero, por primera vez desde que se tiene registro, una niña nació con esos ojos. Sin duda es algo extraño, pero no me parece tan especial como para que alguien tan importante como él se empecinara en comprarla. 

 —¿"Él"? ¿De quién hablas? 

 —No te creas que estas en el derecho de hacerme preguntas. ¡Mira lo que provocaste! 

 El hombre saco una jeringa con un líquido extraño, clavándola en el pecho del sujeto a su espalda. 

 —Si lo despedazas te daré 3 dosis más. 

 El sujeto a sus espaldas soltó un potente grito, lanzándose hacia mí con una potencia increíble mientras rotaba su brazo sano para golpearme con su hacha. Su golpe fue como un proyectil, llegando a mí en menos de un segundo, logrando por poco esquivarlo. 

 Comenzó a arremeter contra mí, lanzando ataques potentes una y otra vez, llegando a colisionar tanto con los esclavos como con sus propios compañeros. Uno solo de sus golpes era capaz de desmembrarlos, dejando sus restos esparcidos por doquier. Se movía como una bestia, únicamente enfocado en su presa. Sus ataques parecían aleatorios, me costaba predecirlos. 

 —¡GRAAAAHH! 

 Como un rayo, este levantó su brazo y lo dejó caer sobre mí con la intención de rebanar mi cabeza. Fue tan veloz que no me daría tiempo de esquivarlo a tiempo. 

Reaccionando a último momento alcé mi brazo. Abrí mi mano en dirección a su golpe y exclamé la palabra para materializarla. 

 —¡Lanza! 

 Una corriente eléctrica recorrió mi brazo llegando a mi palma, tratando de tomar forma. Sin embargo, solo hubo un destello. Pero fue suficiente para repeler su ataque, revotando su hacha contra mi mano. 

 El jefe de los esclavistas parecía sorprendido. —¿¡Qué fue eso!? ¿¡Cómo lograste evitar su ataque?! 

 Suspiré. —Cómo me lo imaginaba, aún está enojado conmigo. Al menos me sirvió para repelerlo. 

 —¿Habrá sido un conjuro? —murmuró. —¡Tch! No importa, ¡¡Mátalo!! 

 Sabía que él no me ayudaría, pero no pensé que ni siquiera me dejaría usar su lanza. Pude salvarme de milagro, no puedo seguir así.  

En ese caso solo me queda... 

 —¿¡Qué es lo que estas esperando?! ¡¡Mátalo!! —gritó desesperadamente, con su voz al borde de quebrarse. 

 Aquel hombre corrió desesperadamente hacia su compañero, sacando otras 3 jeringas, inyectándole más de ese extraño líquido. 

 —¡¡GRAAAAAAAAH!! 

 Soltando un grito desgarrador, el cuerpo del otro sujeto comenzó a convulsionar. Sus venas se hinchaban casi al borde de explotar y sus músculos enrojecidos se estremecían ante lo que parecía ser un dolor intenso. 

 ¿Qué es ese liquido? 

 Como un berserker, aquel hombre corrió hacia mí, embistiéndome con una velocidad inhumana. Sosteniendo con fuerza su arma, este lanzó un corte descendente. 

¡Es muy rápido! 

Llevando mi mano hasta mi pecho, usé un conjuro. 

¡Aumento de estadísticas de nivel 3! 

¡Velocidad! 

Parecía que el tiempo se había detenido. 

El gigante se movía mucho más lento que antes. Pudiendo verlo claramente, fui capaz de evadirlo. 

Al volver a la normalidad, el feroz golpe de aquel monstruoso hombre impactó contra el suelo. 

 Habiendo esquivado su ataque, intenté apartarme para contratacar. Pero tal parece que esa no era tan estúpida. 

Soltando su pesada hacha, aquel hombre se movió velozmente hacia mí. 

 Intenté extender mi brazo para defenderme. 

—¡Lan...¡ 

 Sin darme tiempo de responder, me golpeó ferozmente usando su extremidad amputada. Como si fuera un mazo, esté me empujó violentamente hasta lanzarme contra el muro, rompiéndolo y haciéndome atravesarlo, cayendo en la sala contigua. 

 —¡Agh! 

 Ni siquiera me dio tiempo para usar la lanza. El golpe fue muy veloz, no pensé que usaría su extremidad amputada como si fuera un garrote. El impacto me había dejado muy malherido, mi cabeza estaba sangrando y podía sentir que tenía varios huesos rotos. 

 —Mie...Mierda... 

 El jefe de los esclavistas no pudo contener su risa 

 —Jajajaja, ¡¿No me digas que creías que podías ganar?! ¡No seas estúpido! —decía mientras cruzaba el agujero que quedó en el muro. —Su cuerpo ya no está restringido por las limitaciones humanas... Ahora acabalo. 

 Aquel monstruo tomó nuevamente su hacha y comenzó a caminar hacia mí. 

 Si él no va a ayudarme... que no se vaya a quejar después. 

Metí mi mano en mi bolsa, sacándolo. 

 —¿Qué es eso? —Murmuró el jefe. —¡Bah! Qué importa. Con las dosis que le inyecte, ninguna droga o simple objeto mágico le salvara de terminar con su cerebro esparcido por todo el suelo. 

 Llevé mi mano a mi boca, tragándolo. 

 —¡¡GRAAAAAAH!! 

 Con todas sus fuerzas lanzó un ataque que terminó destruyendo el muro y parte del suelo, provocando una pequeña nube de polvo. 

 —Lo sabía. —dijo el jefe, orgulloso. 

 La cortina de polvo se disipo.  

 —¿A dónde se fue? 

 Se escuchó un golpeteo. 

 —¿Qué es...? 

 El jefe comenzó a buscar con la mirada. Parecía desesperado. Finalmente miró hacia arriba. Entonces se enfureció. 

 —¿¡Cómo es que sigues vivo!? 

Presionando mi mano con firmeza, me mantuve aferrado al techo. 

— ¿¡Cómo mierda llegaste ahí...!? ¡Espera un segundo! —se había percatado. —¿Cómo es que puede sostenerse del techo solo con su mano? 

 Solté mi mano y me dejé caer. —No puedo perder más tiempo. 

Moviéndome a una velocidad sorprendente, corrí hasta el sujeto del hacha. 

 —¡Mátalo! 

 —¡GRAAAAAH! 

 El gigante volvió a embestirme como un toro. Al igual que la primera vez volví a esquivarlo. Soltando nuevamente su hacha, este movió su brazo izquierdo para golpearme. Moviéndose igual de rápido que antes, este se lanzó contra mí con una potencia abrumadora. 

 —Idiota, caerá en el mismo truco. 

 Velozmente el brazo amputado se acercó a mi rostro. Sin embargo, esta vez fue diferente... Habiendo reaccionado a tiempo pude esquivarlo, agachándome en el momento justo. Logrando así evadir su ataque. 

 —¿Cómo pudo...? 

 Sujeté su brazo izquierdo con mi mano derecha, apretando con fuerza. Aumentando mi velocidad, presioné fuertemente mi pie y jalé de su extremidad incompleta. Al tirar de él, su brazo salió volando. 

 —¡GRAAAAAAAH! —gritó de dolor. 

 Debido a la inercia salí disparado hacia adelante. Clavando con fuerza mis dedos en el suelo agrietado, presioné contra este con mi mano izquierda, logrando frenar de golpe para luego impulsarme de regreso, acelerando hacia la espalda del moribundo hombre. Corrí velozmente hacia él, cerrando mi puño al acercarme. 

 Si con la mano abierta la lanza sirvió para repeler, en ese caso... 

 Habiéndome acercado lo suficiente, estiré mi brazo derecho hacia atrás, preparándome para atacar. Al tenerlo frente a mí, apunté en dirección a su corazón y golpeé fuertemente contra su espalda. 

 —¡Lanza! 

 Una corriente eléctrica recorrió mi brazo derecho, llegando a mi puño y resonando en el interior de su cuerpo. 

 —¡Buagh! 

La sangre salía de su boca.  

 El enorme sujeto soltó su arma, dejándose caer sobre sus rodillas. Finalmente, su cuerpo cayó al piso. 

 Había ganado. Pero se había agotado el tiempo... 

 —¡Bugh! ¡Buagh! 

Acabé vomitando y eso salió de mi boca, cayendo frente a mí. 

—Mierda. —suspire. —No puedo moverme. 

Caí abruptamente. 

 El jefe de los esclavistas se me acercó —¿Qué fue lo que hiciste? —preguntó desorientado. —¿Cómo fue que...uh? —este había notado algo a sus pies. —¿Qué es esto? —tomando el pequeño objeto, este lo acercó hasta su rostro. —¿Una roca...? No... —se respondió a sí mismo. —¿Un huevo? 

 Mierda. No puedo moverme. Es porque lo usé en este estado... Me tomara un poco recuperar mis fuerzas. 

 —Sea lo que sea, —dijo el hombre frente a mí. —Nada cambia que todo esto es tu culpa. 

 El jefe de los esclavistas se acercó a mí, pisando mi cabeza 

 —Pagaras por esto. —exclamó sosteniendo su espada con ambas manos, apuntando a mi corazón. Muérete de una vez. dijo mientras levantaba su espada, dejándola caer con fuerza. 

 ¡Zas! Un corte limpio.  

 Su cabeza se separó del cuello y cayó, rodando por el piso. Su cuerpo inerte se desplomó. 

 Una figura conocida se posó frente a mí. Era aquel anciano que había liberado. Usando su espada como bastón, este se acercó lentamente hacía mí. 

 —Él nos ayudó. 

 ¿Conque eso hizo? 

Suspiré. 

 Con las pocas fuerzas que tenía, me puse de pie y tomé aquel objeto que hasta hace nada estaba en mi estómago. 

 —Tal parece que se hizo más grande. —presioné mi palma contra mi ojo vendado. —Me pregunto qué tanto será esta vez. —guardé el objeto en mi bolsa. 

 Mientras guardaba el pequeño objeto color carmesí, un destello de luz me hizo mirar hacia el hueco que había hecho en la pared. Al verlo me percaté que una luz radiante emanaba de la otra sala. Al parecer los esclavos habían logrado vencer, y estaban quemando los cadáveres. 

 Comencé a caminar hasta el anciano. Sabiendo que tenía algo que me pertenecía, abrí mi mano frente a él, reclamando lo que era mío. 

 El anciano estiró su brazo y abrió su mano, dejando caer el collar sobre mi palma. 

 —Gracias. —dije procediendo a caminar hacia la salida. 

 Llegando al hueco que había dejado en la pared, el hombre se me acercó, sigilosamente, tirando de uno de los pliegues de mi ropa. 

 —Ella está en el norte. 

 Me frené por un momento, sorprendido por lo que me había dicho, para luego ver cómo el anciano simplemente se marchaba. 

 No pude evitarlo. Solté una carcajada. 

—Ya veo. 

 En el camino pude ver a los esclavos que sobrevivieron, festejando. Aquellos que se habían escondido en las celdas salieron, reuniéndose con sus compañeros y familiares, festejando entre lágrimas que al fin eran libres. 

 Al salir de la guarida de los esclavistas me dirigí hacia el norte, caminando unos metros hasta finalmente colapsar por mis heridas. 

 Mis ojos se cerraban lentamente, estaba exhausto. 

De pronto escuché unas voces acercándose. 

 —¡Rafail! ¡Lo encontré! 

 —¿Lo ves? Te dijo que estaba cerca. 

 —Si que está hecho mierda. 

 —Imeres, ayúdame a levantarlo. 

 —Hubiera sido mejor si Lu venia con nosotros. 

 —Tienes razón. Pero al menos así podremos darle las buenas noticias. 

 —Cierto. Se alegrará de saber que encontramos a Gibrán.