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Chapter 3 - Capitulo 3 Tragedia Parte 1

El viento aullaba como si compartiera el miedo de los amigos de Julián mientras corrían a toda prisa hacia la aldea. Las sombras de los árboles parecían alargarse, intentando atraparlos en su paso. Cada crujido de ramas les hacía saltar el corazón.

Hans, con su rostro pálido y los ojos llenos de terror, apenas podía moverse. Su cuerpo se sentía como si estuviera atrapado en un frío gélido, paralizado por el miedo que lo consumía. A cada paso que daba Mateo, Hans se quedaba atrás, sintiendo que la oscuridad lo envolvía.

—¡Vamos, Hans! —gritó Mateo, tratando de mantener la voz firme a pesar del pánico que le recorría—. ¡No podemos quedarnos aquí!

Pero Hans solo podía balbucear, incapaz de avanzar. El recuerdo del monstruo, Gyedura, lo mantenía inmóvil, como si una fuerza invisible lo retuviera en su lugar.

Mateo se detuvo un momento y se volvió hacia él.

—¡Hans! ¡Debemos irnos! Julián necesita nuestra ayuda. No podemos dejarlo solo enfrentándose a esa cosa.

Justo entonces, Red apareció detrás de ellos, corriendo con determinación. Al ver a Hans paralizado, se detuvo y respiró hondo.

—¡Chicos! —exclamó Red, su voz resonando con urgencia—. No podemos seguir huyendo. Si lo hacemos, abandonamos a Julián a su suerte. Eso no es lo que haríamos por un amigo.

Hans miró a Red con ojos llenos de incertidumbre.

—Pero… ¿y si no regresamos? ¿Y si Gyedura nos atrapa también? —preguntó, su voz temblorosa.

Red se acercó a él y le puso una mano en el hombro.

—Si nos rendimos ahora, perderemos no solo a Julián sino también nuestra valentía. Este es el momento en que debemos luchar juntos. ¡Él cuenta con nosotros!

Mateo sintió cómo la determinación comenzaba a brotar en él al escuchar las palabras de Red. Se acercó a Hans y le dijo:

—Mira, Hans. Sé que tienes miedo; todos lo tenemos. Pero si no luchamos ahora, nunca podremos perdonarnos por haber dejado atrás a nuestro amigo en su momento más oscuro.

Las palabras de Mateo hicieron eco en el corazón de Hans. Se dio cuenta de que no podía permitir que sus miedos lo dominaran por más tiempo. Con un profundo suspiro, comenzó a mover sus piernas lentamente.

—Tienes razón… —dijo finalmente Hans, su voz aún temblorosa pero decidida—. No puedo dejarlo solo… ¡Vamos!

Red sonrió y asintió con aprobación mientras el grupo se reagrupaba.

—¡Eso es! ¡Juntos somos más fuertes! ¡Volvamos por Julián!

Así, aunque el miedo seguía acechando sus corazones, los amigos comenzaron a correr nuevamente hacia la oscuridad del bosque en busca de su amigo. La determinación brillaba en sus ojos mientras avanzaban hacia lo desconocido, listos para enfrentar al monstruo que amenazaba con separarlos para siempre.

Julián estaba en el centro de un claro, enfrentándose a Gyedura. Cada golpe que Julián lanzaba parecía desvanecerse en el aire, como si su esfuerzo fuera inútil contra la fuerza titánica del monstruo.

—¡Mira! —susurró Mateo, incapaz de apartar la vista—. Julián está luchando… pero no puede solo.

Hans se sintió abrumado por el miedo y la impotencia. La batalla era más intensa de lo que jamás había imaginado; los ecos de los gritos de Julián resonaban en su mente, y la desesperación lo envolvía como una sombra.

—¿Qué hacemos? —preguntó Red con voz apenas audible—. No podemos simplemente quedarnos aquí mirando.

Mateo tragó saliva, su mente corriendo a mil por hora. Tenía que encontrar una forma de ayudar a su amigo sin poner sus vidas en peligro.

—Necesitamos distraer a Gyedura —dijo finalmente—. Tal vez podamos atraer su atención hacia nosotros.

Hans miró a Mateo, sus ojos llenos de temor pero también de determinación.

—¿Y si no funciona? ¿Y si nos atrapa? —su voz temblaba pero había un nuevo fuego en su pecho.

Red, sintiendo la tensión del momento, dio un paso adelante y dijo:

—Si no lo intentamos, Julián no tendrá ninguna oportunidad. ¡Debemos hacerlo!

Con un profundo aliento, los tres amigos comenzaron a formular un plan. Sabían que tenían que actuar rápido; cada segundo contaba. Mientras Julián luchaba con todas sus fuerzas para mantener a Gyedura a raya, ellos se dispersaron en diferentes direcciones, buscando cualquier cosa que pudieran usar para distraer al monstruo.

Mateo encontró una piedra grande y pesada y comenzó a lanzarla hacia el lado opuesto del claro. El sonido del impacto atrajo momentáneamente la atención de Gyedura, quien giró su cabeza hacia el ruido.

—¡Ahora! —gritó Red mientras corría hacia Julián para ayudarlo a levantarse.

Hans se unió también, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a fluir por sus venas mientras el miedo se transformaba en valor. A medida que los tres amigos luchaban junto a Julián, comprendieron que aunque el camino sería difícil y lleno de peligros, estaban juntos en esto y eso les daba fuerza.

Llegó la noche siendo un escenario de caos y valentía. Julián, agotado pero decidido, se enfrentaba a Gyedura con un nuevo ímpetu al ver a sus amigos a su lado. Sin embargo, en medio de la pelea, un momento de calma se apoderó del claro cuando la criatura retrocedió tras un golpe certero de Julián. Fue entonces cuando este, con el aliento entrecortado y la mirada fija en sus amigos, exclamó:

—¿Por qué regresaron? ¡Deberían haberse ido!

Mateo, aún sosteniendo una rama gruesa como improvisada arma, miró a Julián con firmeza.

—No íbamos a dejarte solo en esto. ¡Eres nuestro amigo!

Red asintió, aunque su respiración era entrecortada.

—Exacto. No podemos abandonar a alguien que arriesga tanto por nosotros.

Julián sintió una mezcla de gratitud y preocupación. Sabía que sus amigos estaban poniendo en riesgo sus vidas por él y eso lo llenaba de una determinación renovada.

—Esto es demasiado peligroso... —respondió Julián, mientras se posicionaba para atacar nuevamente—. Deben cuidarse a sí mismos.

Pero antes de que pudiera protestar más, Gyedura se lanzó hacia ellos con un rugido ensordecedor. La criatura parecía más furiosa que nunca, su escamosa piel brillando con una luz ominosa bajo la luna.

—¡No hay tiempo para discutir! —gritó Mateo mientras se lanzaba hacia el lado de Julián—. ¡Luchamos juntos o no saldremos de esto!

Con ese grito de guerra resonando en el aire, los cuatro amigos unieron fuerzas. Julián sintió cómo la preocupación se desvanecía poco a poco; tener a sus amigos a su lado le daba una fuerza inesperada. Juntos comenzaron a coordinar sus ataques: uno distraía a Gyedura mientras los otros atacaban por los flancos.

La lucha se intensificó, y aunque el miedo seguía presente, también lo estaba la esperanza. Cada golpe que lanzaban parecía resonar con el eco del compañerismo que habían forjado a lo largo de los años. Así, luchando codo a codo, decidieron que no había vuelta atrás; estaban juntos en esto hasta el final.

A medida que la batalla continuaba, cada uno comenzó a descubrir no solo su propio valor sino también la fuerza indomable que surgía cuando luchaban por aquellos a quienes amaban. La amistad se convirtió en su mayor arma contra la oscuridad que amenazaba con devorarlos.

La tensión en el aire era tan densa que se podía cortar con un cuchillo. Julián, Red y Hans se encontraban al borde del colapso, pero sabían que debían seguir luchando. Mientras Gyedura se reía con un sonido gutural, la niebla tóxica comenzó a envolver el claro, como una serpiente que se enrosca alrededor de su presa. La atmósfera se volvió pesada, y cada respiración era un ladrillo más en sus pulmones.

Mateo, decidido a no rendirse, lanzó su rama hacia la criatura, logrando desviar su atención por un instante. Pero ese breve momento resultó ser fatal. Con un movimiento ágil y brutal, Gyedura atrapó a Mateo por el brazo con su enorme boca escamosa. El grito desgarrador de Mateo resonó en la quietud de la noche, y el corazón de Julián se detuvo por un instante.

—¡Mateo! —gritó Julián, corriendo hacia su amigo mientras la niebla se espesaba a su alrededor.

Hans, sintiendo la desesperación en los ojos de Julián y sabiendo que no podía quedarse de brazos cruzados, reunió toda su valentía. Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia Gyedura con una determinación feroz. Sin embargo, la criatura no lo dejaría marchar sin pelear. Con un golpe devastador, Gyedura lo impactó con su cola antes de que pudiera alcanzar a Mateo. El impacto fue brutal; Hans cayó al suelo gritando mientras sentía cómo su pierna quedaba atrapada entre las garras de la bestia.

—¡No! —exclamó Julián mientras sus amigos caían en la desesperación.

La niebla tóxica avanzaba rápidamente, debilitando no solo sus cuerpos sino también amenazando con acabar con su esperanza. En ese instante crítico, Julián sintió cómo la rabia comenzaba a burbujear dentro de él. No podía permitir que Gyedura destruyera lo que más amaba. Con una determinación renovada y el dolor por sus amigos ardiendo en su pecho, Julián gritó:

—¡Juntos! ¡Por Mateo y Hans!

Red asintió con la cabeza mientras luchaba por mantenerse en pie, resistiendo los efectos de la niebla. Con cada paso que daban hacia adelante, los amigos se apoyaban mutuamente. Red tomó la espada de Julián del suelo y se la arrojó.

—¡Toma! ¡Debemos encontrar una forma de vencerlo!

Con la espada en mano y el corazón ardiendo por proteger a sus amigos, Julián corrió hacia Gyedura. La criatura aún mantenía atrapado a Mateo entre sus mandíbulas; no podía permitir que eso continuara.

Con un salto audaz, Julián logró clavarle una piedra en el ojo a Gyedura justo cuando este giraba para atacar nuevamente. Un grito ensordecedor resonó en el bosque mientras la criatura retrocedía por el dolor.

La niebla comenzó a disiparse lentamente con cada movimiento decidido de los amigos. La fuerza del compañerismo brillaba más intensamente que nunca; sabían que aunque habían sufrido pérdidas terribles esa noche, estaban dispuestos a luchar hasta el final.

—¡Mateo! —gritó Hans desde el suelo mientras trataba de arrastrarse hacia él—. ¡No te rindas!

La niebla se arremolinaba con furia, como si el propio bosque estuviera reaccionando a la ira de Gyedura. Julián, con su espada empapada de determinación, se dio cuenta de que la criatura había evolucionado desde su primer encuentro. Su piel escamosa brillaba bajo la tenue luz de la luna, y sus ojos ardían con una rabia primitiva. Julián respiró hondo, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza; sabía que el tiempo se les acababa.

—Red —dijo, con la voz firme—, debes llevar a Hans y Mateo a la Aldea. Yo me encargaré de Gyedura.

—Y Dile esto a mi esposa—dijo con certeza—,Nos encontraron.

Red lo miró, una mezcla de preocupación y admiración en sus ojos. —No puedo dejarte solo. No contra eso.

—¡No es una opción! —replicó Julián, apretando los dientes—. Si no les doy tiempo, no habrá mañana para ninguno de nosotros.

Con un último vistazo a sus amigos, Red asintió, consciente de la gravedad de la situación. Se acercó a Hans y Mateo, tratando de levantar a su amigo herido mientras Julián se preparaba para enfrentar al monstruo. La niebla tóxica parecía absorber toda esperanza, pero él no podía permitirse rendirse.

De repente, Gyedura lanzó un ataque feroz hacia Red y los otros. Con un rugido ensordecedor, la criatura se abalanzó sobre ellos. En ese preciso instante, Julián se interpuso entre ellos y el monstruo. Con un movimiento ágil y decidido, levantó su espada y cortó la cola de Gyedura en un solo golpe certero.

El grito que siguió fue una mezcla de dolor y furia. La criatura retrocedió por un momento, tambaleándose mientras su sangre oscura manchaba el suelo del claro. La niebla se espesó aún más; el aire estaba cargado de una energía peligrosa.

Julián sintió cómo el miedo intentaba invadirlo, pero lo ahogó con determinación. Sabía que estaban en una batalla por sus vidas y que debía darlo todo.

—¡Creo que es hora! —gritó Julián, su voz resonando en el silencio del bosque.

Con cada paso que daba hacia adelante, el poder del compañerismo le daba fuerza. Recordó las risas compartidas con sus amigos, las noches alrededor del fuego contando historias; todo eso le daba valor para seguir luchando.

Gyedura se abalanzó nuevamente, esta vez con más ferocidad. Pero Julián no retrocedió. Alzó su espada una vez más y gritó:

—¡Por Mateo! ¡Por Hans! ¡Por todos nosotros!

Con un grito desafiante que resonó en el corazón del bosque, Julián cargó contra Gyedura mientras la niebla empezaba a despejarse ligeramente detrás de él. La lucha estaba lejos de terminar; pero ahora había algo más que solo supervivencia en juego: era una lucha por su amistad y por todo lo que significaban el uno para el otro.

Mientras tanto, Red y Hans luchaban por mantener a Mateo consciente. La vida del grupo dependía de ellos; cada segundo contaba mientras Julián enfrentaba al monstruo en una danza mortal entre la vida y la muerte.

La batalla apenas comenzaba...