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Chapter 9 - 8. Mestizo

Entramos en una especie de salón.

El lugar es pequeño, oscuro y algo húmedo. La luz entra por los agujeros desperdigados en las paredes, proyectando haces irregulares sobre el suelo de tierra compactada. A pesar de la falta de ventanas, la claridad es suficiente para ver con detalle lo que hay dentro.

Una mesa tosca se encuentra en el centro de la estancia, hecha con tablas de madera irregulares, apenas clavadas entre sí. A su alrededor hay varias sillas rudimentarias, construidas a base de ramas gruesas, con un trozo de madera como asiento y unidas con fibras vegetales. Todo parece frágil, como si fuera a romperse con un mal movimiento.

Al fondo, hay una puerta bloqueada con un tablón de madera atravesado. Junto a ella, un pequeño espacio que apenas puede llamarse cocina, con algunos utensilios tallados en piedra y madera. También hay una entrada a otro cuarto, donde Cynthia desaparece por unos instantes.

Observo todo con atención, tratando de memorizar cada detalle.

Mientras sigo explorando visualmente, Cynthia regresa del almacén. Camina con pasos torpes, tambaleándose ligeramente.

En sus pequeñas manos sostiene un pico, demasiado grande para ella, tanto que apenas puede levantarlo del suelo. Su cabeza está cubierta por un casco de madera que le tapa por completo la cara, haciéndola parecer un pequeño espíritu errante.

Es una escena bastante cómica.

Me quedo mirándola en silencio durante unos segundos. Su diminuta figura, esforzándose por cargar herramientas demasiado pesadas, me provoca una sensación extraña en el pecho.

Me acerco y, con suavidad, le quito el casco de la cabeza.

Cynthia me mira y sonríe.

Examino el casco con curiosidad. Está hecho de madera, con un diseño apresurado. Parece más un cuenco invertido que un verdadero casco de protección.

Luego, tomo el pico de sus manos.

Es sorprendentemente pesado. No es una herramienta increíblemente refinada, pero tampoco es tan rudimentaria como cabría esperar. El mango es de madera gruesa, y la parte metálica está hecha de un material oscuro que no reconozco.

Intento levantarlo con una mano y noto cómo el peso me incomoda un poco.

-(¿Es por mi baja fuerza, o realmente es un pico pesado?)

Suspiro y lo apoyo contra la mesa.

Nos sentamos para desayunar.

Cynthia coloca frente a nosotros unos vasos de arcilla y un trozo de pan negro de unos diez centímetros para cada uno, servido en platos de madera.

El pan tiene un aspecto horrible.

Lo tomo entre mis manos y lo presiono ligeramente. Está duro como una roca.

Le doy un mordisco y siento cómo mis dientes luchan por atravesarlo. El sabor es amargo, seco, con un ligero regusto a tierra.

Pero tengo hambre.

Demasiada hambre.

Como con desesperación, casi atragantándome en varias ocasiones.

El agua en mi vaso tiene un tono marrón sospechoso, con pequeñas partículas flotando en la superficie. Prefiero no mirarla demasiado mientras la bebo. No tengo otra opción.

Mientras comemos, Cynthia habla.

Su voz es tranquila, pero su forma de expresarse es sorprendentemente madura para su edad.

Me cuenta sobre nuestro trabajo, sobre nuestra situación.

Yo, y casi todos los Cenizal, somos esclavos de la mina. Bueno, en realidad, hay una pequeña diferencia: nosotros no somos esclavos como tal, pero nuestras condiciones no son mucho mejores.

Los Cenizal son la raza dominante en las Alcantarillas. Poseemos una resistencia natural a la minería , gracias a algo llamado Pulmón de Ceniza. Nos permite soportar mejor el polvo y los residuos en el aire, lo que para otros sería mortal con el tiempo.

Sin embargo, la mayoría de los Cenizal son propiedad de algún noble o burgués.

Trabajan sin descanso, sin derecho a un hogar, sin pertenencias...

Nosotros somos una excepción.

Nuestros padres, antes de morir, compraron nuestra libertad.

No sé cómo lo hicieron, y Cynthia tampoco lo sabe con certeza, pero gracias a eso no somos esclavos.

Aun así, nuestra situación sigue siendo precaria.

Esta casa, si es que se le puede llamar así, necesita ser pagada semanalmente a las pandillas locales. Si no entregamos el dinero a tiempo, nos echarán sin dudarlo. Y en las Alcantarillas, quedarse sin un techo significa una sentencia de muerte.

Diez monedas de cobre a la semana.

Ese es el precio de nuestra supervivencia.

El trabajo en la mina es a comisión. Si tienes suerte, encuentras minerales valiosos te pagan. Si no… simplemente vuelves con las manos vacías.

-(Genial… Trabajar para sobrevivir, sin garantías… No es muy diferente a la esclavitud.)

Por otro lado, Cynthia también me explica algo sobre mi propia existencia.

Mi aspecto no es completamente Cenizal porque soy un Humizal. Es decir, un mestizo entre humano y Cenizal, aunque la diferencia física visible en comparación a los demás Cenizals, serían mis orejas humanas a diferencia de las suyas que son mucho más pequeñas metidas hacía dentro y mi aspecto algo más humano.

Un Humizal es algo raro. Muy poco común.

Pero al parecer, aquí nadie lo ve con buenos ojos.

Sigo procesando la información cuando Cynthia menciona algo que capta mi atención de inmediato.

La Plaga.

Hace un mes, una enfermedad extraña comenzó a propagarse por las Alcantarillas. Se distingue por pequeñas marcas moradas en la piel.

(Marcas moradas… Justo como las que tengo yo.)

Los síntomas principales son fatiga y tos persistente.

No parece algo mortal… Pero hay algo que no me cuadra.

—Ayer tosí sangre —digo de repente, recordando el momento en que el líquido ¿ Púrpura ? manchado en mis vendajes.

Me quedo mirando este extraño color, algo impactado...

Cynthia me mira y asiente, como si no fuera algo importante.

—Eso no es raro —responde tranquilamente—. Los Cenizal resistimos el polvo y el aire de la mina, pero no somos inmunes. A veces pasa.

Su tono despreocupado me deja helado.

-(¿Acaso toser sangre es algo normal para ellos?)

Un escalofrío recorre mi espalda.

—¿¿Pero por qué es Púrpura??— digo de manera incómoda.

—¿De que otro color sería?— responde con otra pregunta mirándome de forma inocente.

(...)

Termino de comer en silencio, con la mente aún dándole vueltas a todo lo que he escuchado.

Cynthia se levanta y camina hacia la puerta bloqueada por el tablón.

Apoyado contra la pared, hay otro pico y otro casco, una versión más pequeña de los míos.

Me observa por encima del hombro y sonríe levemente.

—Vamos.

La sigo sin decir nada.

Afuera nos espera la mina… y con ella la cruda realidad de este nuevo mundo.