La fila avanza rápido. Puedo notar que pocos llevan casco, y solo unos cuantos cargan armas improvisadas: cuchillos desgastados, palos reforzados con clavos, incluso algún trozo de metal afilado atado a un mango de madera.
—¿Por qué algunos llevan armas? —pregunto a Cynthia en voz baja, intentando no llamar la atención.
—Bueno… A veces aparecen monstruos en la mina, así que algunos se arman por precaución. También hay quienes roban los minerales de otros, aunque eso es menos común…
Escuchar la palabra "monstruos" me hace tragar saliva. No solo tendré que estar picando en una cueva oscura, sino que también habrá criaturas rondando… y personas que podrían atacarme por unos cuantos pedazos de piedra. Inconscientemente, aprieto más fuerte el mango de mi pico.
—Pero no te preocupes por la gente —continúa Cynthia—, normalmente no pasa nada. Y si aparecen bestias, lo mejor es correr. Hay refugios en la mina.
—Mmm…
No sé si eso me tranquiliza o me preocupa aún más.
Para distraerme, abro la ventana del sistema mientras seguimos avanzando. En la sección de [Misiones], noto algunas nuevas tareas:
[Misiones diarias]
☑ Recolecta 10 Rocarrenas (0/10) → Recompensa: 1 punto de logro
☑ Recolecta 2 Carbonitas (0/2) → Recompensa: 1 punto de logro
☑ Recolecta Azulaza (0/1) → Recompensa: 2 puntos de logro
[Misiones semanales]
☑ Recolecta 100 Rocarrenas (0/100) → Recompensa: 5 puntos de logro
☑ Recolecta Pulvoraurea (0/1) → Recompensa: 10 puntos de logro
☑ Mata a un ser vivo(mínimo 15 kg) (0/1) → Recompensa: 20 puntos de logro
-( Se adapta a mis circunstancias, que práctico)
Pienso mientras leeo las nuevas misiones.
Mientras analizo las nuevas misiones, la última hace que me detenga un segundo.
"Matar a un ser vivo…"
Me da un mal presentimiento.
Suspiro y cierro la ventana justo cuando alcanzamos la caseta al final de la fila.
—Identificación —dice una voz monótona.
Un Cenizal de mediana edad, con ojeras profundas y el cabello enmarañado, extiende la mano sin siquiera mirarnos. Su ropa es diferente a la del resto: no viste harapos ni cuero viejo, sino una camisa de tela simple, algo que solo había visto en los aventureros de antes.
Cynthia saca dos placas de un metal parecido al cobre y se las entrega. Él las examina con desgano antes de devolverlas, junto con dos colgantes con pequeños cristales colgando.
—Siguiente.
Avanzamos sin demora.
—Estos colgantes brillan en la oscuridad —me explica Cynthia—, pero como trabajaremos en la calle principal, no los necesitaremos. Es una zona abierta.
Asiento en silencio analizado el pequeño colgante mientras seguimos adelante. No mucho después, encontramos una pila de mochilas de cuero desgastado apiladas junto a la entrada de la mina. Tomamos una cada uno antes de continuar.
La entrada de la cueva es enorme, lo suficiente para que pasen al menos cuarenta personas a la vez. La piedra es oscura y rugosa, y el techo está cubierto de vetas minerales que reflejan la luz con destellos opacos. Nada más cruzar, veo varios puestos improvisados: algunos venden comida y bebida; otros, minerales recién extraídos.
Avanzamos hasta una rampa inclinada que nos lleva al nivel inferior. Solo de mirarla, ya puedo imaginar lo agotador que será subir por aquí después de horas de trabajo. A medida que descendemos, el aire se vuelve más denso, con un ligero olor a humedad y tierra removida. Cenizals van y vienen, algunos con mochilas llenas, otros con rostros cansados.
El camino se bifurca en pequeños senderos a los lados, y de vez en cuando veo mineros adentrándose en ellos. No tengo idea de qué tan profundo llega esta mina, pero por la cantidad de túneles… debe ser inmensa.
Tras diez minutos bajando, llegamos a una explanada gigantesca, tan amplia que el final se pierde en la distancia. Enormes pilares de piedra sostienen el techo, extendiéndose hasta donde alcanza la vista. Desde arriba, grandes cristales incrustados en la roca emiten una tenue luz azulada, iluminando todo con un resplandor espectral.
No puedo evitar quedarme boquiabierto.
—¿Cómo… cómo construyeron esto? —pregunto, sin despegar la vista de los pilares colosales.
—Mmm… fue obra de los magos —responde Cynthia.
Claro… magia.
Aún me cuesta acostumbrarme a este mundo, pero tiene sentido. De otra forma, ¿cómo explicas una mina tan absurdamente grande?
Seguimos avanzando. A nuestro alrededor, cientos —no, miles— de Cenizals trabajan sin descanso. Algunos visten apenas unos pantalones y cargan sus picos al hombro, otros llevan equipo más decente. En cada rincón, el sonido de picos golpeando roca resuena como un eco constante, incesante.
Finalmente, llegamos a una pared de roca menos concurrida. Cynthia deja su mochila y la mía en el suelo antes de mirarme.
Respiro hondo.
Agarro el pico con fuerza y observo mi panel de misiones.
"Aunque esto sea una mierda ahora mismo, puedo cambiarlo. Con el tiempo… puedo cambiarlo todo."
El problema es que no tengo idea de por dónde empezar.
Me quedo unos minutos en silencio, observando a los demás mineros. Me fijo en sus movimientos: cómo posicionan los pies, la forma en que golpean la roca, el ritmo preciso de cada impacto. Un minero experimentado clava su pico con ángulos calculados, desprendiendo fragmentos de mineral con golpes medidos. Otro a su lado recoge los escombros con movimientos rápidos y eficientes, sin perder tiempo.
Empiezo a imitar sus acciones.
Sujeto el pico con firmeza, posiciono los pies, y alzo los brazos.
"Vamos allá."
Golpeo la roca.
El impacto me sacude los brazos y una vibración recorre mis manos. No logro romper nada.
Ajusto la postura.
Respiro hondo.
Golpeo de nuevo.
Esta vez, un pequeño fragmento se desprende.
Poco a poco, voy encontrando mi ritmo, copiando lo mejor que veo y aprendiendo con cada golpe. Se siente… natural. Como si mi cuerpo recordara algo que mi mente aún no comprende.
Tal vez sea instinto. Tal vez solo sea la memoria muscular de este Cenizal¹.
Sea lo que sea, sé que tengo un largo camino por delante.
1. Dice Cenizal, y es Humizal, es un error de nuestro protagonista, por si hay alguna duda.