—¿Tú también trabajas?
—Así es.
Cynthia responde con total naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo.
Mirándola debería estar entre sus 10 o 9 años...
No insiste en la conversación y, sin perder tiempo, comienza a equiparse. Se acerca a la puerta y retira con facilidad la placa de madera que la bloquea.
El aire del exterior me golpea de inmediato.
Un hedor insoportable, una mezcla entre huevos podridos, pescado en descomposición y carne rancia.
Si bien el olor ya era malo dentro de "casa" , ahora es insoportable.
Mis tripas se revuelven de inmediato.
Llevo una mano a la boca y trato de respirar solo por la nariz, pero es inútil. El hedor se cuela por cada resquicio, penetrante, nauseabundo.
Cynthia, aunque claramente incómoda, sigue camina al exterior como si estuviera acostumbrada.
Veo cómo frunce el ceño y arruga la nariz con disgusto, pero no se detiene.
Me esfuerzo en hacer lo mismo.
Fuera la luz me ciega por unos instantes y tengo que entrecerrar los ojos mientras me acostumbro a la claridad. Parpadeo varias veces, esperando que la vista se me ajuste.
Cuando al fin puedo ver con claridad, levanto la mirada hacia el cielo.
Un sol pálido brilla sobre nosotros, no muy diferente al de la Tierra. Su luz es tenue, filtrada por una atmósfera densa y cargada de polvo. Un aire pesado y húmedo envuelve todo el ambiente.
Mientras viajamos a nuestro destino, miro a mi alrededor, una infinidad de chabolas similares a la nuestra se extienden en todas direcciones. Son construcciones improvisadas, hechas con tablones mal ajustados y sujetas con lo que parece cuerda o lianas secas. Muchas de ellas están inclinadas, como si en cualquier momento fueran a colapsar.
Algunas ya lo han hecho.
Entre los restos de esas estructuras derrumbadas, la miseria se hace aún más evidente.
El suelo bajo mis pies es un lodazal espeso y pegajoso, cubierto de charcos de agua estancada. Cada paso se hunde levemente, con un sonido desagradable de barro aplastado.
Entre el bullicio de la calle, veo grupos de Cenizals caminando colina abajo. Todos llevan picos sobre los hombros, con ropas raídas y semblantes endurecidos por la miseria.
Pero lo que realmente me impacta es su apariencia.
Hasta ahora, solo había visto a Cynthia, y aunque su aspecto ya me resultaba extraño, verla a ella sola no me había preparado para lo que tenía delante.
Los Cenizals son… distintos.
A primera vista, podrían confundirse con humanos famélicos, pero cuando los observo con detenimiento, noto las diferencias que los separan de mí.
Sus orejas son pequeñas, redondeadas hundidas ligeramente en los costados de sus cabezas, como si alguien las hubiera presionado hacia adentro. Sus rostros son angulosos, con pómulos marcados y narices anchas y planas. Pero lo más inquietante es la estructura de sus mandíbulas: sus bocas son grandes, con labios delgados y dientes irregulares que sobresalen ligeramente.
Sus ojos, hundidos y oscuros, tienen un brillo extraño, casi febril. Son grandes, pero no transmiten vitalidad, sino una mezcla de cansancio y dureza.
Su piel varía entre tonos grisáceos y terrosos, como si el polvo y la suciedad se hubieran fundido con sus cuerpos. Algunos tienen cicatrices profundas en el rostro y en los brazos, probablemente heridas mal curadas por la falta de atención médica.
Su altura es igual que un humano promedio, pero su complexión es delgada y huesuda, con músculos marcados por el esfuerzo físico más que por el ejercicio intencionado.
Pero lo que más me choca es la expresión en sus rostros.
Es una mezcla entre resignación y hostilidad contenida.
No parecen hablar mucho entre ellos. Caminan en silencio, con los hombros encorvados y los ojos fijos en el suelo, como si cualquier contacto visual pudiera traerles problemas.
Esclavos.
Todo en su actitud grita sumisión.
Trago saliva.
El impacto de verlos en grupo me sacude más de lo que esperaba.
No sé qué me perturba más: si sus rasgos inhumanos o el hecho de que en ellos veo algo inquietantemente familiar…
Miseria.
Esto… esto es lo más bajo de lo bajo.
Nunca en mi vida había visto a personas viviendo en condiciones tan deplorables. No se parecen a los vagabundos de la Tierra, ni siquiera a los refugiados en zonas de guerra. Estos no son simplemente pobres.
Estos son los olvidados.
Los condenados a vivir y morir aquí sin que a nadie le importe.
La revelación me golpea con fuerza en el pecho, dejándome una sensación amarga en la boca del estómago.
Mi mirada se cruza con la de un Cenizal por un breve instante.
Sus ojos, apagados y vacíos, se clavan en los míos solo un segundo antes de que baje la cabeza y siga caminando.
Siento un escalofrío recorrerme la espalda.
—Vamos.
Cynthia me llama con un leve movimiento de cabeza.
La sigo en silencio.
Mientras descendemos por la calle, la escena no cambia mucho. Todo sigue igual bullicioso pero silencioso , igual de oscuro. La sensación de opresión crece con cada paso.
De vez en cuando, me topo con figuras inmóviles en el suelo...
Algo que me choca bastante.
Cenizals...
Si bien Cynthia y yo claramente padecemos de desnutrición, estos… estos están al borde de la muerte.
Cuerpos extremadamente delgados, piel pegada a los huesos como si fueran meros esqueletos cubiertos por un papel gastado. Se sientan contra las paredes de las chabolas o simplemente se dejan caer en el barro, sin fuerzas siquiera para moverse.
Algunos tienen los ojos abiertos, pero sus miradas están vacías.
Muertos en vida.
Seguimos caminando hasta que nos encontramos con una larga fila de personas.
Frente a nosotros, una construcción diferente a las demás se alza en la calle.
Es una casa grande, de piedra.
A diferencia de las chabolas medio derruidas que la rodean, esta edificación se mantiene en pie con cierta dignidad. Aun así, el paso del tiempo ha dejado su marca.
Los ladrillos que conforman las paredes están cubiertos de musgo y humedad, y en algunos lugares, la pintura ha comenzado a descascararse, revelando capas más viejas debajo.
Encima de la entrada, cuelga un letrero de madera desgastado, con letras torcidas y descoloridas. Parece haber sido pintado a mano y retocado cada vez que alguien se ha tomado la molestia de hacerlo.
No entiendo lo que dice.
Eso me sorprende.
Puedo hablar el idioma de este mundo sin problemas, pero no puedo leerlo.
Un olor diferente en este horrible lugar, un olor extraño pero familiar impregna el aire.
Pan recién horneado.
Mi estómago ruge con fuerza.
Miro de reojo a Cynthia y la veo sujetarse el vientre con una mano.
Pero no se detiene.
Ni siquiera voltea a mirar la panadería.
En su lugar, apresura el paso, como si intentara ignorar el hambre.
Respiro hondo y sigo su ejemplo.
Unos metros más adelante, pasamos junto a dos tabernas casi idénticas, separadas entre sí por unos cuantos metros.
A pesar de la miseria que las rodea, parecen tener un flujo constante de clientes entrando y saliendo.
Las fachadas son de madera oscura y desgastada, inclinadas y torcidas, como si el peso de los años las estuviera aplastando lentamente.
Las ventanas del primer piso están cubiertas con tablones clavados en diagonal, dejando solo pequeñas rendijas por donde se escapa la luz del interior.
Encima de la puerta de cada taberna, cuelga un letrero de madera.
En uno de ellos, apenas se distingue la imagen de una jarra descolorida. En el otro, una navaja invertida, pintada con líneas gruesas y torpes.
Parecen ser competencia directa.
Seguimos caminando.
Poco después, otro edificio llama mi atención.
Es más imponente que el resto.
Hecho completamente de piedra gris, con bloques enormes que parecen haber sido tallados hace siglos. La fachada está agrietada, manchada por la humedad, pero aún conserva un aire de autoridad.
Sobre la entrada, una enorme insignia en forma de escudo cuelga, oxidada y desgastada por el tiempo. Alguna vez debió ser un símbolo de honor y valentía, pero ahora es casi imposible distinguir qué representa.
Encima de la puerta, restos de banderas deshilachadas cuelgan tristemente, agitándose apenas con la brisa.
Me vuelvo hacia Cynthia.
—¿Qué es este lugar?
—El Gremio de Aventureros —responde sin más.
Parpadeo, sorprendido.
-(¿Un gremio de aventureros aquí?)
No es que sea raro en sí, pero verlo en un lugar como este…
Aunque, pensándolo bien, cuando escribía novelas Isekai, siempre ponía gremios de aventureros, sin importar las condiciones del lugar...
Desde la entrada, veo salir a varios Cenizals.
Pero son diferentes.
Aunque la mayoría tiene cicatrices y expresiones frías y serias, hay algo en ellos que los distingue del resto.
No parecen pasar hambre, no agachan la mirada, tiene la cabeza bien alta.
Sus cuerpos son fuertes, tonificados, con músculos bien formados, aunque no exageradamente grandes.
Se nota que han comido mejor que el resto.
Sigo observando el entorno con atención, tratando de procesar todo lo que veo.
Finalmente, llegamos al pie de una colina.
Una fila de personas se extiende ante nosotros, avanzando lentamente hacia una caseta en la cima.
Nos colocamos al final de la fila.
Sin decir nada, Cynthia y yo esperamos nuestro turno.