"Hola a todos. Quiero informarles que además de publicar mi historia aquí, también la estoy subiendo a un canal de YouTube llamado Dreamy Abyss (Fanfic Bloody Darkness). Sé que algunos de ustedes prefieren escuchar en lugar de leer o simplemente buscan una forma más conveniente de seguir la trama, así que he decidido crear este canal. Allí encontrarán la historia en formato de audio, con actualizaciones regulares. Si te gusta consumir contenido de esta manera, no dudes en suscribirte y estar al tanto de los nuevos capítulos."

Capítulo 2. El primer acto de Dios en este mundo profano. parte 2.
---
Un miedo absoluto se apoderó de todos los seres que presenciaron aquel horror. Los cielos se desgarraban, abiertos por una grieta imposible, y un terremoto indescriptible sacudía la tierra bajo sus pies. Luego, resonaron las trompetas. Un eco profundo, antiguo, cargado de presagio. Cánticos celestiales, inhumanos, llenaron el aire.
¿Era este el fin del mundo?
Los pensamientos de los simples humanos se congelaron en un pánico irracional. Las teorías de conspiración que antes habían ignorado volvían a sus mentes, cada una alimentada por el terror. ¿Era este el Apocalipsis? Se preguntaban mientras, aturdidos, salían de sus hogares y trabajos, observando con incredulidad la enorme fisura que cruzaba el cielo. De ella emanaba una luz resplandeciente, cegadora, como si el propio sol estuviera ardiendo sobre ellos.
Pero para los seres sobrenaturales, en especial los demonios, aquello era algo peor. El instinto primitivo, más allá de cualquier lógica, les gritaba una sola cosa: huyan. Corran lejos. ¡Ahora! Sin embargo, sus cuerpos parecían anclados, congelados de terror, incapaces de escapar de lo inevitable.
Para el único ángel caído que aún vivía en la ciudad, aquello era un recuerdo milenario. Por que solo había un ser que podia hacer eso, El único que alguna vez había habitado en los reinos celestiales cayó de rodillas, su frente golpeando el suelo repetidamente hasta sangrar. El eco de sus súplicas por piedad y misericordia rebotaba en las paredes de la iglesia. Fuera de ella, se postró ante la grieta del cielo, una diminuta figura ante la luz incandescente.
El aire comenzó a volverse pesado, tanto que cada inhalación se sentía como un aguijón. El dolor era palpable, como si el aire mismo estuviera hiriendo a cada ser presente. Mientras la luz de la fisura se intensificaba, aquellos seres sobrenaturales sabían que no podrían resistirlo. No por mucho tiempo.
De repente, la luz se concentró en un único punto, en el centro de la grieta, y el cielo retumbó. Una onda de choque azotó la ciudad de Kuoh, arrojando a los humanos a un punto anterior al caos, regresándolos a sus actividades cotidianas. Para ellos, el evento no sería más que el recuerdo de un terremoto. Pero para los demonios, ángeles y todas las demás criaturas, aquello se incrustaría en sus sueños como una pesadilla eterna.
La fisura en el cielo comenzó a cerrarse, pero antes de hacerlo, la luz comprimida formó un símbolo dorado de una cruz, que descendió hasta reposar sobre el sombrero blanco de una entidad. Su sonrisa, perturbadora y eterna, quedó grabada en la memoria de quienes la miraban. Su rostro blanco y vacío de rasgos, sombreado por el ala de su sombrero, solo aumentaba el terror. Pero lo más escalofriante eran los cuatro ojos enormes que flotaban alrededor de su cabeza, azules y penetrantes, con pupilas negras que observaban todo.
Vestía un traje blanco con detalles dorados, hombreras con diseño de alas de ángel, guantes oscuros y zapatos de vestir con oro en las puntas. Una capa larga y fluida ondeaba a su espalda, su interior de un azul opaco que transicionaba al blanco en los extremos, adornada con el diseño de alas angelicales. Pero lo más aterrador era la parte inferior de la capa: un diseño de una galaxia en movimiento, como si llevara el universo mismo en su espalda.
Cuando el zapato del ser tocó el suelo, todo el ruido cesó. Era como si el mundo hubiera contenido el aliento. Sin embargo, la marca de su llegada estaba allí. Y no se borraría jamás.
Reinare lo miraba a la distancia, su mente retorciéndose en negación y confusión. A pesar de su nuevo aspecto, la presencia era inconfundible. Esa aura inquebrantable… solo podía ser de él. Su padre, el creador que ella creía muerto. ¿Cómo era posible que estuviera aquí? ¿Por qué no había regresado antes? ¿Por qué había permitido que todo cayera en desgracia durante siglos?
Pa… padre…—balbuceó la chica de cabello negro, extendiendo la mano hacia él, sus ojos llenos de una mezcla de adoración y desesperación.
Pero el ser levantó una mano, deteniéndola con una sola palabra:
—¡Silencio!—su voz resonó con una autoridad incuestionable, pero lo más desgarrador fue el desprecio palpable en su tono. Ni siquiera se molestó en mirarla.
Reinare sintió su mundo colapsar. La crueldad y frialdad con la que había sido rechazada dolía más que cualquier herida física. Este no era el padre que recordaba. No era el ser amoroso y protector que ella adoraba. Era un ser que la veía con desprecio, como si fuera poco más que una molestia.
Sin decir una palabra más, el ser pasó junto a ella, sin una segunda mirada, y entró en la iglesia. La puerta se cerró tras él, dejando a Reinare en la oscuridad de su soledad y dolor.
---
-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_.
---
God caminaba con paso firme por el pasillo principal de la iglesia en ruinas. Las bancas, que alguna vez sostuvieron a fieles devotos, ahora estaban esparcidas por el suelo, señalando la brutalidad de la batalla que había profanado ese terreno sagrado. Las estatuas de ángeles y santos, símbolos de fe inquebrantable, habían sido manchadas con dibujos ofensivos, burdas caricaturas de lo divino, y símbolos profanos que evocaban una oscuridad que solo él había presenciado en los infiernos. Este nivel de profanación no era algo que se viera en la Tierra con frecuencia, y su mirada, oscura y penetrante, se posaba en cada rincón con una mezcla de ira y juicio silencioso.
Los cuerpos de aquellos que traicionaron a la iglesia, sacrificando su fe por sus deseos carnales, yacían en el suelo como pruebas vivientes de su debilidad. Sus almas, si es que aún las tenían, eran ahora meras sombras atrapadas en un destino peor que la muerte. God se detuvo en el centro de la iglesia, su imponente figura irradiaba un poder que parecía hacer vibrar el aire a su alrededor. Entonces, con un solo pensamiento, el suelo bajo sus pies comenzó a temblar, como si la misma Tierra reconociera la presencia del Todopoderoso.
Las baldosas y adoquines se desplazaron como piezas de un rompecabezas, reorganizándose hasta formar una escalera que descendía hacia una habitación subterránea. Allí, la escena que lo recibió fue como la de un culto oscuro, hombres envueltos en túnicas, con capuchas que ocultaban sus rostros, postrados en el suelo ante su llegada. Las armas, espadas y pistolas, habían sido abandonadas, pues hasta los instrumentos de la guerra no tenían valor frente a la magnificencia de lo divino.
---
Sus pasos resonaron en el silencio sepulcral, cada uno reverberando con un eco que parecía atravesar las mismas almas de los presentes. Su sonrisa, ahora apenas un rastro en su rostro, se había desvanecido, reemplazada por una mirada de absoluto desprecio hacia aquellos que se arrodillaban ante él. A sus ojos, no eran más que pecadores que, como tantos otros en el infierno, debían pagar el precio de sus transgresiones. Sin embargo, algo despertaba su curiosidad.
Los demonios, ya inconscientes por su presencia divina, tenían aspecto humano, aunque podía ser un simple disfraz. A pesar de su innegable naturaleza demoníaca, en el núcleo eran humanos, o al menos algunos de ellos. Una chica era de una especie diferente a sus creaciones, algo que valdría la pena investigar. Arriba, en la superficie, sintió a una nefilim, hija, al parecer, de uno de sus hijos desterrados. Tenía sangre humana en sus venas, pero, al igual que aquí abajo, estaba contaminada por la esencia demoníaca. También sintió, oh, eso sí era un demonio de sangre pura al parecer, una hija de Gremory y Bael, si su energía decía algo. Ella estaba conectada a los no demonios aquí; esto debía investigarse.
---
Pero ese no era su propósito aquí. No hoy. Había venido por una razón muy distinta, y la plegaria desesperada de una doncella fue lo que lo había desviado de su camino. No podía ignorar la súplica de un alma tan pura. Sus ojos recorrieron la sala con disgusto, observando el terreno que alguna vez fue dedicado a su nombre, ahora profanado por la herejía y la presencia demoníaca. Su contraparte en este universo claramente no había estado haciendo bien su trabajo. ¿O acaso había dejado a alguien incompetente al mando? No era el momento de tales pensamientos, especialmente después del desastre que resultó ser la muerte de Adán y el fiasco de los exorcistas de ángeles pecadores.
Sus ojos finalmente se posaron en la escena central. Una niña rubia, apenas cubierta por harapos, estaba atada a una cruz, su frágil cuerpo solo mantenido con vida por su autoridad sobre la muerte. Estaba llorando, viéndolo como si fuera un familiar perdido desde hacía mucho tiempo, un salvador finalmente regresado.
"M-mi Señor… has respondido a mi llamado. P-pero… no soy digna…", balbuceó la chica, su voz quebrada por el miedo y la reverencia, apenas capaz de mantenerse en pie, si no fuera por las ataduras que la sujetaban.
God la observó, su expresión impasible, aunque su mirada reflejaba una tenue compasión. Esta niña era devota, pero no de esa devoción ciega de los fanáticos. Era la devoción pura de alguien que realmente creía en su existencia, que sabía que Él era un hecho indudable, merecedor del más absoluto respeto.
Subió al podio, su figura celestial casi flotando mientras pasaba por encima de un demonio disfrazado como un niño de cabello castaño. El guantelete rojo en la mano de ese niño le llamó la atención, un artefacto que contenía un poder incuestionable, casi a los niveles reservados para sus más altos serafines. Sin embargo, su atención volvió rápidamente a la niña.
"No te menosprecies, pequeña. El hecho de que me tengas aquí es más que suficiente prueba de que eres digna", dijo con una voz profunda y resonante, una voz que parecía llenar todo el espacio a su alrededor. La niña negó con la cabeza, lágrimas cayendo por su rostro sucio, pero no pudo responder antes de que Él pusiera un dedo sobre sus labios, silenciándola suavemente.
"Primero, vayámonos de este lugar", dijo God, con un tono que no admitía discusión. Con un simple gesto, las cadenas que la sujetaban desaparecieron en el éter, y la niña cayó flácida en sus brazos.
Mientras la sostenía, sintió algo inquietante: una parte del alma de la chica faltaba, y sin ella, moriría si removía su autoridad. Buscó rápidamente ese fragmento perdido, y lo encontró, disgustado al descubrir dónde estaba. Esa ángel, uno de los seres de luz que Él mismo había creado, oh bueno su yo de este universo, como había caído tan bajo como para profanar esa inocencia. Recordó a sus hijos caídos, liderados por Lucifer, y no pudo evitar sentir una punzada de decepción, aunque sabía que había sido necesario expulsarlos.
-
Saliendo de la cámara subterránea, Dios comenzó su ascenso hacia la superficie. Mientras caminaba, observó de reojo a los pecadores. Ni siquiera merecían un castigo de su parte, pues su existencia misma ya era un castigo. En cuanto a los demonios, sintió que ya estaban condenados por su propia naturaleza.
Subiendo las escaleras que se desarmaban y volvían a formar el suelo original tras su paso, los antiguos miembros de la iglesia dejaron escapar un suspiro de alivio. No comprendían lo que acababa de suceder ni quién era esa entidad, pero sabían que habían sido testigos de la presencia de un ser celestial. Algunos comenzaron a albergar sospechas y planes de reforma, pero un destello en el techo interrumpió sus pensamientos. Lo último que vieron fue una lluvia de lanzas celestiales que los eliminó, no solo en cuerpo, sino también en alma, borrándolos de la existencia. No fueron dignos ni de un juicio en el infierno; su castigo llegó directamente del Creador.
Al salir de la iglesia, Dios se encontró con Reinare, una ángel caída vestida de manera provocativa, acorde a los demonios libertinos del infierno. Aunque no la había creado directamente, ella seguía siendo su responsabilidad, ya que el Dios de este universo también era una parte de él.
Reinare levantó la vista y vio a Dios cargando a la monja rubia en sus brazos. Sin embargo, antes de que pudiera hacer cualquier comentario, los ojos del Creador se entrecerraron de manera amenazante.
—¿No te basta con lo que ya te di? —dijo Dios con severidad—. Intentaste tomar lo que no es tuyo, y peor aún, a la fuerza. Sea por codicia, arrogancia o envidia, devuelve lo que le has robado a esta doncella.
N, no, puedo—, Reinare balbuceó, incapaz de devolver lo que había robado. El ritual que había robado de los tomos de Azazel no explicaba cómo devolver un "Sacred Gear", o al menos no lo recordaba, pues no lo consideró importante en su momento.
—Qué arrogante —dijo Dios mientras miles de ojos aparecían en las sombras que la rodeaban, juzgándola implacablemente—. No solo robas lo que no te pertenece, sino que también admites que no tienes la capacidad ni el deseo de devolverlo cuando te lo pido. ¿Qué clase de perra eres?
Reinare tragó saliva, estremecida por las palabras del Creador. Asia, quien descansaba somnolienta en los brazos de Dios, abrió los ojos con sorpresa al oír la vulgaridad. Dios maldijo en silencio, consciente de que había sido influenciado por los hábitos de lenguaje de Adam antes de su muerte.
—Sígueme —ordenó Dios con firmeza—. Este no es el lugar para tratar este asunto.
Comenzó a elevarse en el aire, viendo a lo lejos las figuras espectrales de ángeles que se desvanecían. Reinare miró a su alrededor, inquieta, antes de cambiar su apariencia a una más modesta, adoptando la forma joven que había usado para engañar a Issei. Aunque seguía teniendo alas negras, su aspecto era menos vulgar. Con esfuerzo, tomó vuelo tras el Creador, preguntándose qué estaba mal. Sabía que era él, pero algo en su comportamiento no encajaba. ¿Dónde había estado todo este tiempo?
Dios, usando su omnisciencia de manera limitada, aprendió lo necesario sobre la situación. El nombre de la caída a sus espaldas era Reinare, mientras que en sus brazos descansaba Asia Argento, una huérfana considerada santa hasta que un demonio cambió su destino. Diodora Astaroth, pensó Dios con disgusto. Típico de su especie. Acelerando su vuelo, Reinare tuvo que esforzarse para seguirle el ritmo.
---
Poco después, un círculo mágico azul apareció frente a la iglesia, del cual emergió un grupo de adolescentes. En pánico, comenzaron a buscar a sus compañeros demoníacos en el área. Por suerte, los hallaron inconscientes en lugar de muertos. Una chica bajita, de cabello negro corto y con gafas que enmarcaban unos hermosos ojos morados, se detuvo frente al cuerpo inconsciente de su amiga. Al igual que los demás demonios que habían estado allí, su piel estaba quemada en parches oscuros, una herida desagradable que solo había visto antes en imágenes de armas celestiales.
—Te lo dije —dijo la chica mientras negaba con la cabeza—, no te involucres en asuntos de la iglesia. Esto no es algo con lo que podamos jugar como si nada. Si los ángeles caídos están matando humanos en esta ciudad, aunque sea nuestro territorio, tarde o temprano los de arriba van a intervenir.
Miró con pena a su testaruda amiga, que yacía herida a sus pies.
Ahora tendrían que llamar a regañadientes a los hermanos de ambas para lidiar con una posible visita de los ángeles, todo por culpa de los actos de Rías Gremory.
---