Eirik despertó envuelto en la oscuridad, el canto distante de las aves y el susurro del viento le recordaban que estaba lejos de su pasado. Era un pagano, hijo de un esclavo en el vasto Imperio Romano. Cada día había sido una lucha por la libertad. Ahora se encontraba en una isla desierta, con apenas la ropa que llevaba puesta y la desesperación como única compañía.
Mientras el sol comenzaba a asomarse, recordó las palabras de su madre, Astrid:
"Siempre lucha, Eirik. Nunca te rindas"
La imagen de su madre, junto a su padre Bjorn y sus dos hermanos, Lars y Freya, lo llenaba de fuerza. La vida en la casa de su amo, un pequeño noble en un pueblo escaso de recursos, había sido dura, marcada por el trabajo forzado y el sufrimiento.
Todo cambió una tarde fatídica. Su familia fue brutalmente castigada por un descuido de su madre. En medio del caos, Eirik vio a su padre intentar proteger a Freya, pero su esfuerzo fue en vano. Fue en ese momento cuando encontró su oportunidad de escapar. Corrió por los campos, el viento azotando su rostro, con su mente en blanco, hasta que se topó con dos guardias de su amo.
Eran hombres robustos, de brazos fuertes y miradas crueles, portando espadas que brillaban bajo el sol. El miedo y la desesperación se mezclaron en el estómago de Eirik, pero algo dentro de él lo impulsó a no detenerse. Sabía que no podía regresar, pero enfrentarlos también era un dilema aterrador.
"¡Detente, esclavo!"
gritó uno de ellos, levantando su espada con un brillo asesino en los ojos. Sin tiempo para pensar, Eirik dejó que la adrenalina lo guiara. Se lanzó hacia ellos con todo el impulso de su cuerpo, su miedo transformado en una rabia furiosa. La lucha estalló en un instante caótico.
El primer guardia atacó con una fuerza descomunal, pero Eirik, ágil por sus años de trabajo pesado, desvió la espada con un golpe instintivo de su brazo. Sintió el filo rozar su piel, un ardor punzante que casi lo paralizó, pero en ese mismo momento, vio una piedra a sus pies. Con un grito de furia, la levantó y golpeó con todas sus fuerzas el rostro del guardia. El impacto fue seco, y un chorro de sangre brotó de la nariz del hombre, que cayó de rodillas, aturdido y gimiendo.
El segundo guardia, enfurecido al ver caer a su compañero, se abalanzó sobre Eirik. Cada movimiento era un juego de vida o muerte. El guardia era más fuerte, pero Eirik era rápido. Esquivó el ataque, logró desarmar al hombre de un tirón violento y, sin pensarlo, se lanzó sobre él. Los golpes fueron brutales y desesperados, hasta que sintió cómo el cuerpo del guardia dejaba de resistir, su mirada se apagaba y la vida se desvanecía bajo sus manos manchadas de sangre.
Eirik quedó arrodillado junto al cadáver, jadeando y aturdido por lo que acababa de hacer. Nunca imaginó que llegaría a tal extremo, pero había cruzado una línea que no podía deshacer. Con el pecho aún agitado, corrió hacia la costa, sus pensamientos atrapados entre la culpa y la determinación.
¿Es esto lo que significa ser libre?
Se preguntaba una y otra vez, pero la imagen de su familia, aún esclavizada, lo empujaba a seguir adelante.
Cuando llegó a la costa, divisó un barco vikingo que se preparaba para zarpar. La tripulación, compuesta por guerreros de aspecto imponente, cargaba provisiones y armas. Eirik, con el corazón en la garganta, corrió hacia ellos.
"¡Por favor! ¡Déjenme subir!"
Gritó, su voz resonando en el aire salado. Los hombres lo miraron con recelo, sus manos reposando sobre las empuñaduras de sus espadas. Entre ellos, un hombre alto de barba trenzada y expresión severa dio un paso al frente. Era el capitán Ragnar.
"¿Quién eres tú para pedirnos ayuda, esclavo?"
preguntó Ragnar, su voz profunda como el retumbar de una tormenta.
"Soy Eirik, y busco la libertad"
Respondió, la desesperación latente en su voz.
"He matado a mis captores. Estoy solo. Solo quiero una oportunidad"
Ragnar lo observó en silencio, midiendo su determinación. Finalmente, con un gesto de su mano, permitió que Eirik subiera a bordo. La travesía comenzaba.
Durante los primeros días, la vida en el barco fue dura. Eirik estaba rodeado de guerreros experimentados, hombres que vivían para la batalla y que respetaban la fuerza por encima de todo. El fuerte Torsten, un coloso de músculos que podía levantar barriles como si fueran plumas, lo empujaba a entrenar desde el amanecer hasta que el sol caía sobre el horizonte.
"Si vas a quedarte con nosotros, tendrás que aprender a pelear como un hombre, no como un esclavo"
Gruñía Torsten, lanzándole golpes con la espada de madera durante sus sesiones de entrenamiento.
Eirik, golpeado y agotado, no cedía. Cada caída lo hacía levantarse con más furia, y cada golpe lo llenaba de una nueva determinación. Los demás tripulantes comenzaron a notar su perseverancia. Incluso Leif, el astuto vikingo cuya risa solía resonar en el barco, lo observaba con interés.
"Este chico tiene agallas"
Comentó Leif una noche, mientras compartían una jarra de hidromiel bajo las estrellas.
"Podría llegar a ser uno de los nuestros si no se rinde"
En la tercera noche de viaje, mientras la luna iluminaba el mar plateado, Eirik se armó de valor. Se acercó a Ragnar, quien estaba sentado en la proa del barco, observando el horizonte. Torsten y Leif estaban cerca, junto a otros miembros de la tripulación.
"Capitán Ragnar"
comenzó, su voz firme aunque su corazón latía con fuerza.
"Quiero unirme a ustedes. He luchado por mi libertad y quiero ser parte de este viaje".
Ragnar lo miró con su acostumbrada expresión enigmática.
"¿Por qué querrías unirte a nosotros, esclavo?"
Preguntó, su tono cargado de desafío.
Eirik respiró hondo.
"Busco más que mi libertad. Busco la de mi familia. He pasado por mucho, y estoy decidido a regresar por ellos. Necesito ser más fuerte. Necesito aprender de ustedes".
El capitán lo observó un momento más antes de asentir.
"Si deseas luchar y arriesgarte, serás uno de nosotros. Pero recuerda, la vida en el mar no es para los débiles".
Eirik sintió una mezcla de alivio y nueva determinación. Había encontrado un nuevo hogar temporal, pero su verdadero objetivo seguía siendo liberar a su familia. Mientras el fuego iluminaba su rostro y el mar oscuro susurraba a su alrededor, supo que su viaje apenas comenzaba.
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Espero que les aya gustado