La brisa del mar traía consigo los ecos de un pasado que Eirik había intentado enterrar. Sentado junto a una fogata en la isla desierta, con las llamas danzando frente a él, su mente se trasladó a Villa Dorada, la opulenta finca donde había pasado su infancia como esclavo.
Eirik recordó las vastas tierras doradas que rodeaban la villa, donde el sol brillaba intensamente, pero la luz nunca lograba iluminar las sombras del sufrimiento que allí se escondían. La villa, construida con mármol blanco y decorada con dorados, era un refugio de lujo para su amo, un noble de rostro arrogante y corazón frío. Su vida estaba marcada por la opulencia, mientras que los esclavos, como él, eran tratados como meras herramientas.
Los días en Villa Dorada eran una rutina interminable de trabajos forzados. Eirik recordaba la sensación del yugo sobre sus hombros mientras recogía los frutos en los campos, sudando bajo el sol inclemente. Las risas de los nobles sonaban como un cruel recordatorio de lo que nunca podría ser. A menudo, su mirada se perdía en la distancia, imaginando una vida distinta, libre y plena.
El tirano que gobernaba el Imperio Otlodino no hacía más que perpetuar el sufrimiento de los que se encontraban bajo su mando. Eirik recordaba las historias que circulaban entre los esclavos, susurros de disidencia y esperanza. Algunos hablaban de un levantamiento, de un lugar donde los hombres eran libres, donde la injusticia no dominaba. Pero tales pensamientos eran peligrosos, y la represión era inmediata y brutal.
Una tarde, mientras trabajaba en el invernadero de su amo, Eirik escuchó gritos. Se acercó sigilosamente y vio a un grupo de nobles riendo mientras un esclavo caía al suelo, golpeado por el capricho de uno de ellos. La risa del noble resonaba en su mente como un eco aterrador. En ese instante, Eirik juró que no permitiría que esa vida lo definiera.
Eirik se preguntó si alguna vez podría regresar a Villa Dorada, no como esclavo, sino como un hombre libre. El recuerdo de su madre, Astrid, le llenaba de valor. Ella solía decirle:
"La verdadera nobleza se encuentra en el corazón, no en la sangre"
Esas palabras se convirtieron en su mantra. A pesar de la opresión, siempre había un fuego en su interior, un deseo de rebelarse contra las cadenas que lo mantenían cautivo.
Una noche, mientras miraba las estrellas desde el patio trasero, sus pensamientos se centraron en su familia. Bjorn, su padre, y Freya y Lars, sus hermanos, eran la luz que guiaba su camino. Se prometió a sí mismo que los liberaría de las garras del tirano, sin importar el costo.
Ahora, sentado junto a la fogata, el crepitar de las llamas traía consigo una sensación de calidez, pero su corazón estaba helado por el miedo a lo que pudiera haberles sucedido. Se imaginaba a su madre, aún esperando su regreso, y la imagen de su padre intentando proteger a Freya lo atormentaba. No podía dejar que sus recuerdos se desvanecieran en la oscuridad; debía actuar.
Con la luz de la fogata iluminando su rostro y el océano extendiéndose ante él, Eirik cerró los ojos y respiró hondo, sintiendo la presión de su misión. Cada chispa que saltaba al aire era un recordatorio de que su lucha por la libertad no solo era por él, sino por su familia. La noche era profunda, y el camino por delante estaba lleno de peligros, pero estaba decidido a regresar a Villa Dorada y luchar por aquellos que amaba.
Mientras las llamas danzaban y las sombras jugaban a su alrededor, Eirik supo que su destino lo aguardaba. Era tiempo de dejar atrás el pasado, pero nunca olvidaría de dónde venía ni por qué luchaba. La libertad de su familia dependía de él, y no se detendría hasta verlos a salvo.
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Espero que les este gustando