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Chapter 4 - El llamado de la tormenta

El día comenzó con un aire denso y pesado. Eirik miró hacia el cielo, donde nubes oscuras se acumulaban, amenazando con desatar su furia. La brisa, antes suave y cálida, se tornó helada y cortante. Un escalofrío recorrió su espalda; algo peligroso se acercaba. La naturaleza parecía prepararse para una batalla.

Mientras Eirik reforzaba su refugio, un estruendo retumbó en el horizonte, seguido de un grito desgarrador que resonó en el aire. Con el corazón acelerado, se dio cuenta de que la tormenta ya había comenzado. La lluvia empezó a caer, primero como un suave murmullo, pero rápidamente se convirtió en un torrente que azotaba la isla.

Sin embargo, algo en el suelo captó su atención: huellas grandes y profundas que se extendían hacia el corazón de la isla. Con el viento aullando a su alrededor y la lluvia empapando su piel, Eirik decidió seguir las huellas, su instinto de supervivencia agudizado por la amenaza de la tormenta.

Las huellas lo llevaron a un claro, donde encontró a un hombre desnutrido, de aspecto salvaje. Gunnar, como se presentó, tenía el cabello enmarañado y la piel curtida por el sol. Sus ojos, llenos de desconfianza, se movían rápidamente, como un animal acorralado.

—¿Quién eres? —preguntó Eirik, manteniéndose alerta.

—Soy Gunnar —respondió el hombre, su voz entrecortada—. He estado aquí mucho tiempo, atrapado en esta maldita isla.

El cielo se oscureció aún más, y Gunnar miró hacia arriba con inquietud.

—He visto tormentas antes, pero esta... esta será diferente. Algo oscuro se acerca —advirtió, temblando por el frío y el miedo.

Eirik sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sin embargo, no había tiempo para dudas. Con una mirada decidida, llevó a Gunnar a su refugio.

—Debemos reforzar el refugio y prepararnos. No podemos quedarnos aquí expuestos —dijo Eirik, mientras el viento aullaba, como un lobo hambriento.

Ambos hombres trabajaron rápidamente, amontonando ramas y hojas, pero la tormenta se intensificaba. Justo cuando creían que habían asegurado el refugio lo suficiente, un estruendo resonó en el bosque. Un jabalí, enorme y feroz, salió de entre los árboles, sus ojos brillando con rabia y miedo. La tormenta había desatado su furia, y ahora la bestia buscaba venganza.

—¡Cuidado! —gritó Eirik, pero ya era demasiado tarde. El jabalí cargó hacia ellos, embistiéndolos con toda su fuerza.

Eirik sintió la adrenalina dispararse mientras esquivaba la embestida. El jabalí lo golpeó en el costado, haciéndolo caer al suelo, su corazón latiendo desbocado. Gunnar, instintivamente, tomó una rama gruesa y se lanzó hacia el jabalí, golpeándolo en el costado. El animal aulló, pero su furia solo aumentó.

Eirik se levantó, sintiendo el dolor punzante, pero no podía rendirse. Con su cuchillo en mano, avanzó hacia el jabalí, que ahora estaba distraído con Gunnar. Con un grito, Eirik se lanzó al ataque, apuñalando al jabalí en el costado. La hoja penetró en la carne, pero el jabalí, furioso, se volvió y embistió a Eirik, golpeándolo con su cuerpo robusto.

El impacto lo lanzó de nuevo al suelo, y Eirik sintió cómo la lluvia mezclada con su sudor le caía en la cara. Desde el suelo, vio a Gunnar luchando por mantener a raya al animal. El jabalí, desesperado, embestía en todas direcciones, golpeando a Eirik en la pierna. El dolor lo atravesó, pero no podía detenerse.

Finalmente, con un último esfuerzo, Eirik y Gunnar atacaron al jabalí al mismo tiempo. Eirik apuñaló al animal en el corazón, mientras Gunnar lo golpeaba con su rama. El jabalí aulló de dolor, pero no se rendía. El combate se volvió caótico; el jabalí, herido pero no derrotado, se lanzó contra Eirik con una ferocidad inhumana.

En un giro desgarrador, el jabalí golpeó a Eirik en el hombro, y el dolor ardiente lo hizo caer al suelo. La lluvia caía a cántaros, y Eirik luchaba por mantener la conciencia. Pero no podía rendirse. Con un grito de rabia y determinación, se levantó de un salto y, con un movimiento rápido, golpeó con fuerza en la cabeza del jabalí. La bestia finalmente cedió, colapsando ante ellos, su cuerpo pesado aterrizando en el barro.

Ambos hombres respiraban con dificultad, el aliento entrecortado por el esfuerzo y el dolor. Eirik sintió la adrenalina disminuir, reemplazada por un profundo agotamiento y un dolor punzante en la pierna. Gunnar, herido pero vivo, lo miró con una mezcla de asombro y alivio.

—Lo logramos... —dijo Eirik, tambaleándose.

La tormenta aún arremetía, pero en ese momento, sintieron que habían vencido a un gran enemigo. Sin embargo, la batalla no había terminado. Las ráfagas de viento seguían azotando la isla, y el rugido de la tormenta resonaba en sus oídos.

—Debemos llevar el jabalí al refugio —dijo Eirik, sintiendo la urgencia de proteger su provisión de alimentos.

Con el refugio reforzado y la carne del jabalí asegurada, Eirik se detuvo un momento para recuperar el aliento. Mirando al animal caído, se dio cuenta de que su lucha era solo una parte de lo que estaba por venir. La tormenta no solo traía lluvia, sino también un sentido de ominoso desafío.

Mientras arrastraban el jabalí hacia su refugio, Eirik se volvió hacia Gunnar, quien aún respiraba con dificultad.

—Cuéntame sobre ti —dijo Eirik, su voz llena de curiosidad mientras movía el pesado cuerpo del jabalí—.

¿Cómo llegaste aquí?

Gunnar, aún recuperándose de la batalla, asintió lentamente. Las gotas de lluvia caían pesadamente sobre el refugio, creando un ritmo constante que acompañaba su relato.

—Era parte de un barco mercante —comenzó Gunnar—. Zarpamos en busca de fortuna, pero una tormenta como esta nos golpeó. Nunca supe lo que pasó con la tripulación, pero yo logré nadar hasta la orilla. Desde entonces, he estado aquí, atrapado, tratando de sobrevivir.

Eirik escuchó atentamente, sintiendo que, a pesar de la tormenta y del peligro que acechaba, había algo en esa conexión que les unía, como dos guerreros enfrentando lo desconocido juntos.

La noche avanzaba, y con la tormenta rugiendo afuera, Eirik se sintió más conectado con la isla y con su nuevo compañero. Sabía que, aunque estaban solos, tenían la fortaleza de un aliado en la lucha por la supervivencia.

Con un renovado sentido de propósito, se prepararon para enfrentar el desafío que aún estaba por venir. La tormenta no solo era un enemigo, sino también un llamado a la aventura, un recordatorio de que la lucha por la vida nunca se detendría.