—Está bien, él me tenía ahí. —¿Qué necesitas? —pregunté, sabiendo que esas palabras podrían calmarlo de una manera que mi falta de contacto no podía.
—Ya te lo dije —admitió, dejándonos caer en mi cama. Sus brazos aún me rodeaban con fuerza, pero como ya no estábamos caminando, entendí que los temblores en su abrazo no eran por el esfuerzo sino por su miedo. Su miedo a que algo me hubiera pasado.
—Quieres ponerme un dispositivo de rastreo —aclaré. Realmente no tendría problema con eso. Estábamos a unos meses de graduarnos, y luego él se iría al campo de entrenamiento por casi seis meses. Después, sería empujado a aún más entrenamientos y ejercicios que eventualmente dirigirían su curso para convertirse en un General como su padre.
Y no quería que nada lo distrajera de convertirse en el hombre que estaba destinado a ser.
—Quiero poner el dispositivo EN ti —murmuró tan suavemente que pensé haber malentendido, pero no. Había dicho dentro de mí.