Mi cuerpo sabía lo que estaba haciendo mucho antes de que mi mente lograra alcanzarlo.
Escabulléndome por debajo del brazo de Mamá, corrí hacia la voz, sin importarme que mis pies resbalaran en el suelo o las otras voces a nuestro alrededor. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo escuché, y todo en lo que podía pensar era que necesitaba ir.
Me lancé directamente a sus brazos, haciendo que retrocediera unos pasos antes de que se enderezara.
—Voy a asumir por eso que me extrañaste —rió en mi oído mientras me rodeaba con sus brazos y me sujetaba.
—O puedes asumir que te estoy abrazando para averiguar qué tan grande debe ser la tumba que necesito cavar para ti. En serio, si vuelves a pasar tanto tiempo sin hablarme, te mataré yo misma. No tendrás que preocuparte de que ningún malo llegue a ti —gruñí de vuelta, envolviendo mis brazos aún más fuerte alrededor de su cuello hasta que estaba aplicando la cantidad perfecta de presión en sus arterias carótidas.